Del otro lado del océano, las noticias decían que el ejército turco estaba cerca de invadir Rojava. Tal vez fueran semanas, tal vez meses. Hacía tiempo que Alina había dejado de usar celular, por eso su madre se contactaba con un médico kurdo que trabajaba con ella para asegurarse de que todo marchase bien. Las bombas venían cayendo demasiado cerca, y si bien Alina no tenía un punto fijo y viajaba de pueblo en pueblo, su madre sabía que iría al frente donde más la necesitaran. El sábado 17 de marzo de 2018 volvió a preguntar por ella, pero esta vez el médico que recibió su mensaje no se animó a decirle la verdad.
Años atrás, al finalizar la secundaria, Alina se preparaba para partir rumbo a las cataratas y, sin saberlo, comenzaba un periplo que cambiaría su vida para siempre. Aquel viaje no llegaría a destino y, tras hacer dedo y ser levantada en un camión, viajaría al Chaco, donde conocería a la comunidad toba y la forma en la que viven, entre abandono estatal y a las sombras de los medios. A su vuelta estudiaría antropología, pero, una vez más, algo cambiaría su destino. Un profesor le conseguiría una beca para estudiar medicina en Cuba y debía partir inmediatamente.
A los 15 días, pisaba la isla de Centroamérica, donde encausaría su sueño de trabajar por un mundo mejor y daría forma a su mirada política. En esos años, además, viajaría a Chiapas y sería partícipe de una nueva experiencia de transformación social. Por esta sumatoria de vivencias, e inmersa en una mirada internacionalista que había hecho propia, un día decidiría no volver a Cuba… había mucho por hacer en el mundo.
Al poco tiempo comprobaba que la militancia en Barcelona no era la que buscaba y, tras un paso por Alemania, decide viajar a la India. Pero otro vuelco del destino la esperaba: en el aeropuerto conocería a gente del movimiento kurdo y, en 2011, aterrizaba en Kurdistán, transformando su vida para siempre. Tras un mes de estadía, decidirá que ese era su lugar y, luego de volver a Cuba y recibirse, se vinculará de lleno a la lucha kurda. Desde ese momento, participaría en lo que fuera necesario en medio de una guerra que le pasaba por encima.
Aquel 17 de marzo, pese a que un sueño la tenía intranquila, para su madre el mensaje del médico era normal. A los tres días, se enteraría que Alina había fallecido en un accidente de tránsito en la ruta. Durante su viaje a Kurdistán, se encontraría con lo que su hija había sembrado, desde un hospital que había ayudado a levantar y ahora llevaba su nombre, hasta el amor de sus compañeras y el agradecimiento eterno de quienes la había conocido. En la pared del que alguna vez había sido su cuarto, un afiche decía: “En el principio fue la acción”.
FUENTE: Revista Livertá
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