Rusia abrió las compuertas del noroeste de Siria para que Turquía pudiera invadir las posiciones kurdas en esa zona. Brecha conversó con Salih Muslim, portavoz de relaciones internacionales del Movimiento de la Sociedad Democrática –organismo de gobierno del Kurdistán sirio–, quien insiste en que detrás de la invasión hay un pacto entre Rusia, Siria y Turquía.
La nueva pieza de cambio entre las potencias que se disputan Siria. Eso es Afrín. El rincón montañoso donde desde 2012 se desarrolla uno de los focos de la autonomía kurda, experiencia popular que combina la apuesta radical a la igualdad de género, comunalismo y convivencia entre culturas. Un pequeño enclave de 2 mil quilómetros cuadrados en el noroeste de Siria, lugar seguro para los desplazados por la guerra, zona de paz en medio de la hecatombe. Eso es Afrín. O eso era. Porque Afrín también es, desde el fin de semana pasado, un coto de caza para zares y sultanes.
“Tenemos que limpiar nuestro país de esta basura terrorista que está tratando de sitiarnos”, dijo el 20 de enero el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, mientras descargaba artillería, aviones y tropas contra Afrín. Recurrió así a la doctrina infame de la “guerra preventiva”, porque desde que comenzó la carnicería en Siria hace seis años, ni una bala salió desde esa región hacia Turquía. No obstante, en menos de una semana de agresión las fuerzas turcas se las ingeniaron para matar a más de 30 civiles, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. La operación se denomina, con el habitual cinismo que acostumbran los ejércitos invasores, Rama de Olivo.
Turquía va a la guerra para escapar de sí misma. Teme que los 20 millones de kurdos oprimidos en su seno se contagien del impulso rebelde de Afrín y los otros cantones de la llamada Federación Democrática del Norte de Siria. Pero a pesar de su poderío militar (el mayor de la Otan, después de Estados Unidos), las cosas no serán fáciles para Ankara. Las milicias kurdas que defienden el enclave, las Ypg-Ypj, dieron en los últimos años sobradas muestras de su capacidad. Noquearon a la organización Estado Islámico (EI) en sus principales bastiones y mantuvieron a raya al resto de las bandas yihadistas. Pese a la euforia inicial de Erdogan, en ninguno de los seis frentes que abrieron los turcos en territorio invadido se registró un avance de sus tropas de más de tres quilómetros.
¿Un pacto?
Para tener un panorama más claro de la situación, Brecha dialogó con Salih Muslim, portavoz de relaciones internacionales del Movimiento de la Sociedad Democrática, organismo de gobierno de la Federación del Norte de Siria. Junto a Asya Abdulah, Muslim fue entre 2010 y 2017 el copresidente del Partido de la Unión Democrática, principal formación política del Kurdistán sirio. Desde allí disparó contra el silencio internacional frente a la invasión.
“Esta semana se reunió el Consejo de Seguridad de la Onu, pero no discutió sobre Afrin. Discutió sobre lo que sucede en Ghouta (al sur del país), hablaron de otros lugares. De Afrín nada. Nosotros creemos que hay un acuerdo para que el Consejo de Seguridad no toque el tema. Simplemente recomendaron a Turquía ‘que mantenga la calma’. Eso es todo lo que ha dicho la Onu”, comentó Muslim.
¿Cuál sería el acuerdo? El líder kurdo no tiene ninguna duda: Rusia, que de hecho controla el espacio aéreo de Afrín, dio luz verde a los turcos para el ataque. “Cuando los rusos llegaron a Siria prometieron proteger primero el régimen de Bashar al Asad, y en segundo lugar la integridad del territorio sirio. Nadie podía entrar, nadie podía estar ahí. Desde entonces no hubo aviones turcos que pudieran venir y bombardearnos, porque los rusos lo prohibieron. Y de repente, ahora dan permiso para bombardear e invadir toda esta región.”
En Siria la guerra civil es también una guerra internacional. Desde 2014 las Ypg-Ypj se mantienen en estrecha alianza con la coalición estadounidense que opera en el este del país. El gobierno con base en Damasco está en cambio respaldado por Rusia e Irán. La situación se torna más compleja en Afrín, cantón ubicado en una zona de exclusivo control aéreo ruso.
Tanto Washington como Moscú se las han arreglado en estos últimos seis años para evitar que el enfrentamiento siempre latente entre Turquía y los kurdos sirios se convirtiera en un choque directo. En Afrín se logró un acuerdo para mantener una base militar rusa en la zona, como forma de disuadir la presión turca desde el norte. Ese dique de contención funcionó bien, hasta ahora.
Compuertas abiertas
“Desde hace tiempo Rusia intenta que el régimen de Al Asad se extienda a nuestras áreas. Por supuesto nos negamos, el pueblo no lo acepta. No podemos hacer tal acuerdo con ellos, el régimen es una dictadura que ya sufrimos por muchos años. Ha sido despótico y ha negado derechos básicos. No aceptamos que el régimen regrese de esta manera. Deben reconocer nuestros derechos democráticos, culturales, lingüísticos e identitarios”, manifestó Muslim.
En los últimos meses, tras las derrotas del EI (al que Ankara apoyó activamente para que combatiera a las comunidades kurdas del norte), crecía la presión turca en los pasillos de la Casa Blanca y el Kremlin. Los dirigidos por Vladimir Putin plantearon entonces un ultimátum a los kurdos en Afrín, afirmó Muslim. La vuelta del dominio de Al Asad y el fin del autogobierno a cambio de evitar la invasión turca. “Nosotros nos negamos a tales ofertas del gobierno ruso”, aseveró.
Entonces vino la crecida. Los rusos abrieron las compuertas que impedían el desborde de Turquía: retiraron todas sus tropas de la zona y guardan silencio ante la violación del espacio aéreo por los bombarderos turcos, a los que podrían derribar en un instante si así lo quisieran. Mientras, observan cuánto aguanta sin ahogarse el pueblo kurdo. Con Ankara haciendo el trabajo sucio, Moscú parece esperar a quebrar al millón de civiles que pueblan Afrín para pasar al liderazgo kurdo por sus horcas caudinas.
Según Muslim hay algo más detrás de la aquiescencia de Rusia y Bashar al Asad para la agresión foránea: “Creemos que ha habido algunos intercambios entre las dos partes; el mismo día que comenzó el ataque turco, una base aérea en Idlib, 60 quilómetros al sur de Afrín, fue obtenida por tropas del régimen que se la sacaron a grupos extremistas que reciben órdenes de Turquía o mantienen un vínculo con ella. Tenemos esto muy en cuenta: fue al mismo tiempo, en el mismo día”.
En efecto, el 21 de enero, mientras los primeros soldados turcos atravesaban la frontera y enfilaban hacia las aldeas de Afrín, el ejército sirio anunciaba la liberación del aeródromo militar de Abu al Duhur en el bastión jihadista de Idlib. Días antes, mientras Erdogan ordenaba los primeros disparos de artillería contra las posiciones kurdas, más de una veintena de pueblos ocupados por los opositores del Ejército Libre Sirio (apoyado por Turquía y Qatar) y por la rama local de Al Qaeda, pasaban a manos de los aliados locales del Kremlin.
El 9 de julio de 2017 el periódico oficialista turco Daily Sabah mencionaba la oferta de las autoridades turcas a Rusia e Irán, por la que se darían “concesiones” a cambio del control de Afrín. Seis días antes, el analista Metin Gurcan, ex asesor militar de las fuerzas especiales turcas, lo había escrito con más claridad en el portal Al Monitor: “A cambio de la ayuda de Ankara en Idlib, Moscú permitirá la expansión de Ankara” sobre una parte importante del cantón kurdo.
En tanto, este miércoles Donald Trump “instó a Turquía a reducir la intensidad de la operación, limitar sus acciones militares y evitar bajas civiles y aumentos de desplazados y refugiados”, de acuerdo a la Casa Blanca; un llamado al orden muy tibio.
Alianzas tácticas
Preguntado por las críticas que parte de la izquierda internacional realiza al Movimiento de la Sociedad Democrática por su alianza con Washington, Muslim afirmó: “Hace cuatro años, cuando el EI atacaba las áreas kurdas, resistíamos sin ningún tipo de apoyo. Cuando nos ofrecieron cooperar contra el terrorismo, dijimos que sí porque no teníamos otra opción, nadie nos estaba ayudando. Tuvimos que hacer una alianza contra el terrorismo porque era eso o que nos mataran el EI y Turquía, que operaban juntos para liquidarnos”.
El dirigente agregó además: “Esto no significa que estemos en manos de Estados Unidos o de nadie más. Simplemente cooperamos contra el terrorismo, que es una amenaza para todos: para Europa, para los socialistas, para la humanidad. No tenemos más que eso en común”.
A una semana de comenzada la invasión turca es difícil saber qué ocurrirá si no se establece algún tipo de mediación internacional en los próximos días. Un triunfo de los invasores, aunque improbable, sólo se sostendría a un costo muy alto, dado el apego de la población civil al proyecto político y social que ella misma levantó ante la retirada del Estado central en 2012. Por otro lado, una victoria de la resistencia también implicaría un precio elevado, al enfrentar a unas fuerzas armadas infinitamente superiores en tamaño, recursos y armamento.
Muslim no sabe cuánto podrían prolongarse las hostilidades, pero insistió: “Queremos una solución pacífica y negociada con el resto del pueblo sirio, sea en Ginebra, en Astaná, o donde sea. Quienes nos están atacando son los que no quieren una salida política en Siria, porque consideran que en ese caso obtendremos algunos derechos democráticos. La duración de esto depende de ellos. Si mañana detienen estos ataques, nosotros pararemos. Si siguen atacando, seguiremos resistiendo”.
FUENTE: Francisco Claramunt / Semanario Brecha