El terremoto y la guerra civil en las “cuatro Sirias”

Una mirada sobre el mapa que configura los alcances del doble terremoto con epicentros cercanos a las ciudades turcas de Ekonozu -grado 7,5 de la Escala Richter- y de Gaziantep -grado 7,8- permite no solo analizar las consecuencias sobre el vecino territorio sirio, sino también diferenciarlas en relación con la guerra civil que azota el país desde el año 2011.

La gruesa franja que se extiende desde el sudoeste hasta el noreste sirio no sufrió, en la práctica, consecuencia alguna del terremoto. El sudoeste es territorio dominado por las tropas del dictador Bashar Al-Assad y el noreste por la coalición que encabezan las unidades kurdas que vencieron al yihadismo-terrorista del grupo Estado Islámico (ISIS).

De allí en más, crece la intensidad de la sacudida a medida que se avanza hacia la frontera turca. Es fuerte en la ciudad de Raqqa, la otrora capital del Estado Islámico hoy dominada por las Unidades de Protección del Pueblo (YPG), de componente mayoritario kurdo.

También en los puertos sobre el Mar Mediterráneo de Latakia y de Tartus; este último alberga a la única base naval rusa sobre el citado mar.

Con una intensidad aún mayor, quedaron afectadas las ciudades de Alepo, en manos del gobierno sirio, y de Idlib, capital de la provincia del mismo nombre, bajo ocupación de los rebeldes islámicos del Hayat Tahrir Al-Sham, de reciente formación por la fusión de distintos grupos. Al-Sham obedece a la organización terrorista Al Qaeda.

En las cercanías de la frontera con Turquía, la intensidad del terremoto se resiente en mayor medida. En particular, en áreas sirias ocupadas por el ejército turco y en la región limítrofe en poder de los rebeldes de Al-Sham.

Sin dudas, la geografía de la internacionalizada guerra civil siria dificulta el arribo de la ayuda internacional. Una ayuda internacional direccionada, según las referencias políticas de las facciones combatientes.

El gobierno sirio de Al-Assad recibe donaciones de sus aliados rusos e iraníes, a través de la mencionada base naval de Tartus. La región kurda, de norteamericanos y europeos. Las zonas ocupadas por Turquía, de los propios turcos. Y la provincia de Idlib en manos de los yihadistas vinculados a Al Qaeda de donantes árabes.

Los pasos terrestres entre Turquía y Siria están cerrados con excepción de aquellos que comunican con territorios ocupados por el ejército turco y, a su vez, los que comunican a Turquía con territorio rebelde en manos de Al Qaeda.

Está de más decir que semejante “despedazamiento” del territorio sirio complica y dificulta cualquier encuadre de la ayuda internacional. Así, el primer convoy de ayuda humanitaria -seis camiones- de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) demoró cuatro días en alcanzar la región rebelde de los islámicos aliados de Al Qaeda.

En cuanto a los socorristas extranjeros, hasta el momento solo voluntarios egipcios trabajan codo a codo con los casi tres mil “cascos blancos” sirios, reconvertidos de su actividad solidaria en la guerra civil a la asistencia a las víctimas del terremoto.

La omnipresencia de la guerra civil hace que, más allá de declaraciones políticamente correctas, la prioridad de las distintas facciones combatientes consista en la seguridad y no en la ayuda. Así, a solo dos días del terremoto, la artillería pesada volvió a hacer tronar sus cañones.

Junto a la guerra, la corrupción. Desde el cobro de “peajes” al ingreso de ayuda humanitaria por parte de los islámicos, hasta el bien documentado desvío de la ayuda previa al terremoto, básicamente norteamericana y europea, que los funcionarios del gobierno sirio emplean para generarse recursos mediante su venta.

La guerra civil

Apenas unos pocos días antes del terrible terremoto, la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) -asociación intergubernamental- confirmó a través de la publicación de un informe aquello que ya todo el mundo conocía: el bombardeo con armas químicas de Duma, suburbio de la capital del país, Damasco.

Fue la Fuerza Aérea siria que desde un helicóptero de fabricación rusa Mi-8/17, soltó sobre Duma dos “cilindros amarillos que cayeron sobre dos inmuebles residenciales”. Uno de los cilindros se rompió y liberó inmediatamente cloro a concentración muy elevada, que provocó la muerte casi instantánea de 43 personas y afectó a varias decenas de otros habitantes.

El segundo cilindro comenzó “lentamente” a liberar cloro y generó daños a los socorristas que arribaron para prestar asistencia a las víctimas. A dichas conclusiones arribó la investigación de la OPAQ a partir del análisis de objetos, del interrogatorio de afectados y testigos, y de pruebas a través de videos y fotografías.

La confirmación del episodio pone en evidencia el tenor de la represión de la dictadura de Al-Assad solo comparable a los métodos terroristas empleados por Estado Islámico cuando se apoderó del noreste de Siria, región ahora en manos de las tropas kurdas que con ayuda norteamericana desalojaron a los yihadistas.

La guerra civil comenzó el 15 de marzo de 2011 cuando la dictadura de Al-Assad reprimió con extrema dureza las manifestaciones pacíficas que reclamaban libertad y democracia. Reclamos que no pertenecían en exclusividad a gran parte del pueblo sirio, sino que se inscribían en el contexto de la oleada de demandas similares que se extendió por el Medio Oriente y el norte de África, conocida como “primavera árabe”.

La dureza de la represión determinó que sectores del ejército sirio, en particular oficiales sunitas siempre postergados en el acceso a puestos de comando por oficiales alauitas correligionarios en materia religiosa del presidente Al-Assad, dieran comienzo a la rebelión armada.

La rebelión creció como consecuencia del financiamiento que obtuvo tanto de Turquía como de las monarquías árabes del Golfo, y se extendió por todo el territorio del país, aunque nunca pudo conquistar Damasco ni los puertos mediterráneos de Tartus o Latakia, feudo de los alauitas de Al-Assad.

Dos años después del inicio de las hostilidades, el grupo islamo-terrorista Estado Islámico, presente en la vecina Irak, aprovechó la coyuntura para conquistar el noreste del país, lindero con Irak y constituir el Estado Islámico de Irak y el Levante. Al cabo de un año más, acortó su nombre a Estado Islámico a secas como consecuencia de la auto-proclamación del califato.

El califato consiste en una monarquía absoluta que reina sobre la totalidad de los musulmanes y, por ende, no reconoce a ninguna autoridad nacional o provincial que no provenga del propio califa. Como tal, fue ungido Abu Bakr, un terrorista iraquí doctorado en estudios islámicos en la Universidad de Bagdad, muerto en 2019 por comandos norteamericanos.

Además de la presencia de Estado Islámico, rápidamente la rebelión estalló en distintas fracciones armadas que perdieron fuerza y gravitación frente al avance de ejército sirio apuntalado por el “eje chií” compuesto por los Guardianes de la Revolución iraníes, los paramilitares chiíes iraquíes y el Hezbollah libanés.

Desde entonces, la guerra civil siria se internacionalizó e hicieron su aparición la Fuerza Aérea rusa y el ejército turco. A la fecha, la geografía siria se divide en cuatro zonas de ocupación territorial. En cuatro Sirias.

A saber, el grueso del territorio con la capital Damasco y la gran ciudad de Alepo, en manos de la dictadura de Al-Assad. La norteña provincia de Idlib bajo dominio de los yihadista de Al-Sham, vinculado con Al Qaeda. El noreste conquistado por las tropas de las YPG, con componente mayoritario kurdo. Y una franja limítrofe norteña en manos del ejército turco.

Las divisiones étnicas

Entre 1920 y 1946, la totalidad del territorio sirio junto con el actual Líbano formó parte del mandato que Francia recibió de la desaparecida Sociedad de las Naciones. En verdad, el mandato no fue otra cosa que la ratificación del tratado Sykes-Picot -por el nombre de sus negociadores- de reparto del Medio Oriente entre Francia y el Reino Unido.

Los británicos se quedaron con Palestina -incluida la actual Israel- e Irak, y los franceses con las actuales Siria y Líbano. Con cierto criterio realista y también por aquello del “divide y reinarás”, Francia separó el territorio del mandato en cinco estados no independientes: los estados de Damasco, de Alepo, el Alauí, el Druso y el Gran Líbano.

El Estado Alauí fue formado sobre el actual territorio costero de Siria sobre el Mar Mediterráneo. Duró hasta 1936, cuando quedó integrado en la República de Siria. Su capital fue Latakia y su composición étnica consistía en 63% de alauitas, 22% de sunitas y 13% de árabes cristianos.

Mayoritarios, los alauitas eran en su casi totalidad campesinos. Con escasa educación y flacas finanzas, para no pocos jóvenes alauitas el ejército fue el vehículo para el ascenso social. Uno de ellos, Hafez Al-Assad alcanzó -duras luchas intestinas mediante- la comandancia militar y la presidencia de la República.

Hafez gobernó con mano dura durante 30 años, entre 1971 y 2000. Tras él, vino su hijo Bashar, un médico oftalmólogo que ya acumula 23 años de gobierno ininterrumpido. En otras palabras, los alauitas Al-Assad son los dueños de Siria, pese que forman parte de una comunidad que no supera el 10% de la población total del país.

Aunque los autores difieren respecto de los porcentajes, la composición étnico-religiosa del país se reparte entre 70% de árabes sunitas, el citado 10% de árabes alauitas, 7% de árabes cristianos -de distintos ritos- y 1% de árabes drusos. La población no árabe abarca principalmente al 9% de kurdos-sunitas.

Los árabes-alauitas practican un islam próximo al del rito chií. De allí su proximidad con el denominado “eje chií” que conforman Irán, las milicias paramilitares iraquíes y el Hezbollah libanés.

La presencia armada extranjera chií en Siria se remonta a un período anterior a la guerra civil siria. En rigor, inicialmente se debió al estado de guerra que Siria mantiene de hecho con su vecino Israel. Actualmente, con la contienda interna siria representó una salvaguarda para el régimen dictatorial.

Se trata además de garantizar la pertenencia de Siria al “eje chií”, sobre todo si se tiene en cuenta lo mayoritario de la población árabe-sunita que llegada al gobierno probablemente impulsaría un cambio de bando que acerque al país a las monarquías petroleras del Golfo y, porque no, a Israel, los archienemigos de los ayatolas chiíes que gobiernan Irán.

La internacionalización

Después de años de no abandonar el país, salvo para viajar a Irán y a Rusia, el dictador Bashar Al-Assad visitó a finales de febrero del 2023 el sultanato de Omán. Fue recibido por el soberano Haitham Ben Tarek, primo y heredero del recientemente fallecido sultán Qaboos.

Con Qaboos, Omán adquirió fama de mediador en los conflictos que se suceden en el Medio Oriente. Con Haitham, el país parece seguir la misma política internacional. La visita de Al-Assad no puede ser sino interpretada como un intento de quebrar el aislamiento que “padece” el autócrata y su gobierno.

Siria, desde 2011, es un campo de batalla donde intervienen no solo gobierno y rebeldes. Donde no solo disputan y administran regiones las milicias kurdas o las de Al Qaeda. Donde imperó hasta su expulsión Estado Islámico sobre una fracción del territorio.

Siria es el territorio bélico donde combaten o combatieron miles de irregulares extranjeros. Es el país donde está emplazada una base naval rusa y desde donde operan unidades aéreas de ese país. Es el Estado cuya frontera norte está parcialmente ocupada -y administrada- por la vecina Turquía. Es donde opera la inteligencia norteamericana que guía acciones militares.

¿Quién pelea contra quién? Rusia pelea a favor de Al-Assad en esta lógica que se impone en el mundo del enfrentamiento entre autoritarismos y democracias y bombardea desde el aire a los rebeldes -yihadistas, no precisamente democráticos- de la provincia de Idlib, integrantes de Al Qaeda.

Turquía, cuyo gobierno semi-autoritario no comulga con la dictadura de Al-Assad, se dedica a combatir a su enemigo interno, en este caso fuera de sus fronteras: los kurdos que no cesaron, y probablemente nunca cesen, de reclamar un Kurdistán independiente.

Cabe recordar que el gobierno turco mantiene una lucha contra el PKK -el Partido de los Trabajadores de Kurdistán- cuyas guerrillas operan en Turquía y suelen refugiarse en Irak. Turquía acusa a las Unidades de Defensa del Pueblo (YPG) -las milicias kurdas sirias- de amparar a sus “hermanos” del PKK.

Estados Unidos dedica sus esfuerzos a golpear a los restos de Estado Islámico refugiados en el desierto que se extiende entre Siria e Irak. Prácticamente no quedan tropas norteamericanas que hasta hace cuatro años combatieron codo a codo con las milicias kurdas para expulsar a los terroristas de Estado Islámico. Fueron retiradas en 2019 por el ex presidente Donald Trump.

Mediante unidades aéreas tripuladas o mediante drones, el comando norteamericano en la región, ataca selectivamente a los responsables de las dispersas unidades residuales de Estado Islámico tras ser localizados por la inteligencia militar. Cuando el “blanco” es de extrema importancia actúan tropas de elite helitransportadas.

Por supuesto, dentro de las presencias extranjeras en territorio sirio deben contabilizarse las unidades del “eje chií” con los Guardianes de la Revolución Islámica de Irán, las irregulares Fuerzas de Movilización Popular iraquíes y los milicianos del Hezbollah libanés, que combaten junto a las tropas del dictador Al-Assad.

Como ya se ha dicho, la presencia del “eje chií” es anterior a la propia guerra civil. Su razón para guerrear en Siria se debe al conflicto árabe-israelí que cada vez es menos árabe y cada vez es más persa (iraní).

Israel mantiene ocupada -e ilegalmente anexada- una pequeña porción de territorio sirio conocida como los Altos del Golán. Una meseta desde la que, antiguamente, Siria bombardeaba a Israel, situación que duró hasta 1967 cuando el Ejército israelí ocupó el sector.

Actualmente y periódicamente, los israelíes llevan a cabo incursiones aéreas cuyos objetivos son los depósitos de municiones y los cuarteles de los iraníes y del Hezbollah en Siria. El objetivo estratégico es claro de acuerdo con lo dicho por el propio Ejército israelí: no permitir que Irán extienda su influencia a la frontera con Israel.

Y en esa tarea, para desgracia de la Autoridad Palestina que así pierde influencia, el gobierno israelí cuenta cada vez más con el apoyo de las monarquías del Golfo y los países árabes moderados. De allí, el intento de Al-Assad de quebrar su aislamiento en Medio Oriente.

FUENTE: Luis Domenianni / El Economista / fecha de publicación original: 1 de marzo de 2023

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