El terremoto en Turquía y Siria afectó un poco conocido experimento social, el más interesante del mundo hoy, fundado allá en el 2012. Hasta el momento, se reportan unos 100 muertos en una “isla de tolerancia” en medio de un océano de fundamentalistas.
Rojava, en el noreste sirio, es un enclave autonómico e independiente donde la cuestión de género no es cuestión y donde triunfa la razón, porque está organizado alrededor del concepto de transigir. De hecho, la Constitución implementa la igualdad: un salto revolucionario en una región donde la ley es el Corán, un libro con normas de hace quince siglos. En Rojava el feminismo es pensamiento y filosofía en toda la sociedad, incluyendo el gobierno.
Este colectivo está organizado sobre conceptos de igualdad libertaria con democracia directa. Entre tanto, los vecinos fundamentalistas en la región apenas dejan para la mujer el derecho a vivir -a veces- sin salud o educación.
Por otro lado, los organismos políticos están ocupados por un hombre y una mujer en igualdad, como co-presidentes. Y las legislaturas están integradas en partes iguales entre hombres y mujeres, aunque también se reservan escaños para las minorías.
Es como el modelo decisorio del matrimonio. Así como se deciden las cosas en una familia, se alcanzan consensos entre los géneros en todas las cuestiones sociales. En todos los aspectos de la política en esa sociedad, hay que alcanzar indispensables consensos entre hombres y mujeres.
Esto está inspirado en los dos cónsules de la República Romana y hoy subsiste solamente en San Marino, en Europa. Entre dos personas, no hay un tercero que desempata, solo hay transigencia, acuerdo. Rojava lo llevó un paso más allá, obligando a que por cada hombre en el poder haya una mujer en igualdad.
A esto se suma la libertad de culto. De hecho, Rojava es el único lugar en el mundo musulmán donde es legal ser ateo. Algo que no existe para los otros dos mil millones de musulmanes del planeta. Cabe recordar que esta es una de las zonas más intolerantes de la tierra, donde el Estado Islámico estaba al acecho y hay comunidades con fervientes creencias fundamentalistas. Y el contexto geopolítico es uno en el que no hay independencia, pero esta es una comunidad desvinculada del gobierno central de Damasco en territorio sirio y cerca de la frontera con Turquía.
Este experimento social sucede en un contexto único, donde los hábitos democráticos que se respetan en ese enclave son similares a los de Occidente. Se vive con más libertades e igualdad que, por ejemplo, en Holanda. Por otra parte, la región no tiene recursos energéticos en cuantía, demostrando que los derechos, la tolerancia y la libertad no son exclusivos para países ricos.
Si bien son kurdos, están separados del PKK, la agrupación internacional que lucha por el Kurdistán y que Turquía, entre otros países, tachó como terrorista. La defensa y la seguridad está a cargo de las YPG, la Unidad de Protección Popular -en español-, y estos se impusieron en el campo de batalla contra efectivos del Estado Islámico y el ejército sirio, entre otros experimentados enemigos.
La igualdad de género, obviamente, también quedó demostrada en el campo de batalla, con formaciones militares superiores a las de hombres convencidos que son “el sexo fuerte”. Entre tanto, esta es una nueva cultura donde el ascenso del feminismo ya está dado y se alcanzó con mínimas fricciones y con animus societatis.
Esta ingeniería social es un hecho deliberado con resultados concretos para mostrar. El lugar está aislado y se sabe poco sobre las consecuencias del último terremoto, sin embargo, este logro de la humanidad merece ser protegido y preservado como un caso especial antropológico, especialmente, para los vecinos de la región.
FUENTE: Mookie Tenembaum (analista en geopolítica. Filósofo y abogado especializado en antropología de la Universidad Temple de Filadelfia. Autor de Desilusionismo; (Ed. Planeta) / Infobae
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