Turquía está estár epleta de inocentes culpables como Josef K, el protagonista de “El Proceso”, acusados sin saber de qué y que dudan incluso en pronunciar su nombre con entera libertad.
“Bienvenidos a la Turquía kafkiana, donde un líder de la oposición se presenta como candidato a la presidencia desde su celda”.
“El proceso kafkiano de un científico estadounidense de la NASA, acusado de golpista, muestra lo paranoico que se ha vuelto el poder judicial turco”.
“Turquía: El proceso kafkiano contra (el diario) Taraf confirma el alcance de la ausencia de Estado de derecho en Turquía”.
“El caso kafkiano del pastor estadounidense Andrew Brunson”.
“El proceso kafkiano de los periodistas encarcelados es símbolo de la purga de Turquía”.
Estos y otras decenas de titulares en los medios decomunicación internacionales describen el estado actual de Turquía: “kafkiano”. Es una distopía, un reino aterrador lejos de la realidad.
Por un lado, está repleto de fiscales que redactan actas de acusación inventadas que se convertirán en denuncias penales contra ellos mismos en algún futuro… Y jueces que condenan a decenas de miles de personas, cumpliendo las órdenes del partido gobernante sin ninguna preocupación por los derechos humanos.
Por otro lado, está repleto de inocentes culpables como Josef K., el protagonista de El Proceso, la famosa novela de Kafka, acusados sin saber cuál es su delito, y que dudan en decir su nombre con entera libertad. Un país de víctimas que fueron detenidas una mañana sin haber hecho nada y que pasan meses sin saber de qué se les acusaba y por qué son juzgadas.
Josef K “vivía en un Estado de Derecho, en todas partes reinaba la paz, todas las leyes permanecían en vigor, ¿quién osaba entonces atropellarle en su habitación? ¿Qué hombres eran ésos? ¿De qué hablaban? ¿A qué organismo pertenecían?”, se preguntaba.
Así empezaba su trágica historia. Pensaba que vivía en un Estado de Derecho. Y que las leyes permanecían en vigor. Hasta que dicha organización llegó una mañana a su puerta. ¿Quiénes eran estos tipos? Supuestamente jueces, fiscales, oficiales… No tenía sentido.
Pasaban los días sin saber cuál era su crimen. “Todo se podía considerar una broma, si bien una broma grosera…”, cuenta el personaje de Kafka.
Al final lo entendería. Un día comparecería ante el tribunal y diría: “No hay ninguna duda, no hay ninguna duda de que detrás de las manifestaciones de este tribunal, en mi caso, pues, detrás de la detención y del interrogatorio de hoy, se encuentra una gran organización. Una organización que, no sólo da empleo a vigilantes corruptos, a necios supervisores y a jueces de instrucción, quienes, en el mejor de los casos, sólo muestran una modesta capacidad, sino a una judicatura de rango supremo con su numeroso séquito de ordenanzas, escribientes, gendarmes y otros ayudantes, sí, es posible que incluso emplee a verdugos, no tengo miedo de pronunciar la palabra. Y, ¿cuál es el sentido de esta organización, señores? Se dedica a detener a personas inocentes y a incubar procedimientos absurdos”.
El poder judicial en Turquía se ha convertido en un arma de una organización secreta que no se sabe ni qué ni quién es. Las actas de acusación no se parecen en nada a textos legales sino, más bien, a un guion de rodaje barato.
No hay crimen.
No hay violencia.
No hay pruebas.
Pero hay una organización terrorista. Hay una membresía en una supuesta organización terrorista.
Turquía dice que “218.000 personas fueron detenidas por los vínculos con Gülen hasta la fecha”.
Amnistía Internacional: casi 130.000 trabajadores y trabajadoras del sector público purgados siguen esperando justicia en Turquía.
Asociación de Derechos Humanos: “Hay 743 niños encarcelados con sus madres en Turquía”.
Turquía encarcela a otra mujer con su bebé de 25 días.
Al menos 58 muertes sospechosas identificadas en prisiones turcas desde el 15 de julio de 2016”.
Preso de 21 años y condenado a 21 años denuncia las injusticias en Turquía.
En la ciudad de Josef K., prácticamente en todas las buhardillas había dependencias judiciales. En Turquía, la situación es la misma. Cada simpatizante del “partido gobernante” es una “dependencia judicial”.
El 90% de los periódicos y los canales de televisión funcionan como “secretaría del tribunal”. Conocen hasta los crímenes que ni siquiera saben los acusados y sus abogados.
Los periodistas apuntan a los disidentes fugitivos en Twitter: “Primero, encontrar su ubicación al igual que el MOSSAD o la CIA, luego secuestrarlo si se puede, o exterminarlo si no se puede devolverlo aTurquía”. Los agentes de la inteligencia turca “localizan a miles de presuntos terroristas en 110 países”, y empiezan las “extradiciones ilegales”, es decir, secuestros extraterritoriales. A partir de este punto, los tribunales cumplen con sus deberes para llenar las prisiones de Turquía, que tiene la tercera población carcelaria per cápita más alta de Europa.
Creen que todo esto es una broma grosera, pero no lo es. No es una ficción kafkiana. Esta es la verdadera Turquía: el socio estratégico deEuropa; el país cuyo gobierno se atreve a decir que los fallos del Tribunal Europeo de Derechos Humanos “no les atañe”; cuyo presidente considera la democracia “solo un tren al que subimos hasta que llegamos a nuestro destino”. País donde los periodistas son condenados a cadena perpetua por “difundir mensajes subliminales”, donde los disidentes del régimen autoritario son traidores, terroristas y encarcelados como “cabezas de turco”.
FUENTE: Mehmet Siginir (Editor en el exilio y fundador de proderechos.org) / eldiario.es