En las actuales circunstancias, resulta inevitable comparar los referéndums por la independencia de Cataluña y el Kurdistán iraquí, sobre todo porque ambos han sido rechazados por la comunidad internacional al ser declarados inconstitucionales. Sin embargo, las diferencias entre ambos son abismales, y no solo porque el tratado internacional de Sevres reconoció en 1920 a los kurdos el derecho a la autodeterminación, aunque este tratado fuera anulado por el de Lausana tres años después.
La principal de estas diferencias estriba en que el Kurdistán iraquí, una región también con unos seis millones de habitantes, ya es un Estado independiente “de facto” desde hace 25 años; cuenta con su propio ejército y policía, controla sus aeropuertos y fronteras, sin que la policía y el ejército iraquíes tengan la menor posibilidad de entrar en esa región para impedir, como ha hecho la Policía Nacional y la Guardia Civil en Cataluña, que se celebre el referéndum.
Los resultados de la votación kurda el pasado 25 de septiembre igualmente marcan una clara diferencia respecto a los de una consulta en Cataluña, incluso aunque se celebrara con todas las de la ley: con un índice de participación del más del 70 por ciento, el 92 por ciento de los votantes kurdos lo hicieron por la independencia, una cifra que podría aumentar si se tiene en cuenta que una parte significativa del voto negativo en el Kurdistán lo es no porque estén contra la independencia sino porque consideran que no era el momento ni se dan las circunstancias para alcanzar ese objetivo que también comparten.
Es cierto que ningún país ha reconocido el referéndum kurdo, salvo algunos destacados mandatarios israelíes, norteamericanos y europeos. Entonces, ¿por qué las autoridades kurdas de Irak se lanzan a esta aventura provocando una dura reacción de todos los países de la región y la amenaza a quedar aislados del resto del mundo?
La respuesta hay que buscarla en la especial coyuntura que la crisis del Estado Islámico ha creado en Siria e Irak, haciendo que, también en la práctica, ambos estados hayan desaparecido como tales. La evidencia más clara de esta situación está en que el núcleo de las fuerzas armadas, tanto sirias como iraquíes, que luchan contra el Estado Islámico lo forman milicias entrenadas, armadas y financiadas por Teherán.
Precisamente esa debilidad es la que ha permitido a los kurdos alcanzar hoy una fuerza sin precedentes, convirtiéndose en referencia imprescindible para buscar soluciones políticas al conjunto de Oriente Medio. Su concepción federativa de toda la región no solamente contagia al conjunto de las zonas habitadas por este pueblo sino a otras comunidades, como está ocurriendo en estos momentos con los árabes suníes de Irak, cuyos líderes acaban de reclamar una fórmula de autogobierno semejante a la que disfrutan los kurdos de acuerdo con la actual Constitución iraquí.
Sólidamente estructurados, con gran apoyo popular y una amplia experiencia armada adquirida en las continuas rebeliones desde que se frustró el tratado de Sevres, hoy los kurdos cuentan con verdaderos ejércitos en el norte de Siria e Irak, siendo en estos momentos imprescindibles no solo para acabar con el Estado Islámico sino, a partir de ahora, para evitar que Irán consolide la fuerte implantación que ha logrado aprovechando su intervención en la lucha contra los seguidores de Al Bagdadi.
No tiene otra explicación que gobiernos como los de Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia o Canadá hayan reafirmado su apoyo a los partidos kurdos y rechazado tomar medidas contra el Kurdistán iraquí, como ha exigido Bagdad a la comunidad internacional tras la celebración del referéndum.
Igualmente resulta difícil que, pese a la confluencia y coordinación de Turquía, Irán, Irak y Siria contra “la amenaza kurda”, estos países lleven a la práctica sus amenazas de intervenir en el Kurdistán iraquí.
El PYD, el principal partido kurdo de Siria, lo ha dejado bien claro, como también lo ha hecho el PKK. Pese a sus diferencias con las organizaciones kurdas de Irak, saldrán en su defensa si se produce, como se amenaza con las recientes maniobras conjuntas en la frontera, una agresión por parte de una fuerza turco-iraquí. Algo parecido está ocurriendo en Irán.
Tras anunciar la República Islámica un gran despliegue militar en su frontera con el Kurdistán iraquí, cientos de miles de kurdos iraníes echaron a las calles para celebrar el referéndum y apoyar a sus hermanos iraquíes. Se trata de un claro mensaje a las autoridades de Irán: si atacan al Kurdistán iraquí, primero se las tendrán que ver con los casi diez millones de kurdos iraníes.
Irak ha exigido a Erbil el control de aeropuertos y fronteras pero en realidad no puede hacerse con ese control como no ha podido hacerlo en los 25 últimos años. Erdogan ha prometido cerrar sus fronteras pero eso supondría perder miles de millones de euros, sobre todo por la exportación de crudo a través del oleoducto de Ceyhan, y el cierre de la actividad de las 4.000 empresas turcas que hacen negocio en el Kurdistán iraquí.
También parece del todo improbable que Estados Unidos, Francia, Alemania, Reino Unido e incluso Rusia permitan el estallido de una nueva guerra cuando no se ha terminado la entablada contra el Estado Islámico, sobre todo si la previsible consecuencia de ese nuevo conflicto armado sería la definitiva expansión de Teherán por toda la zona, abriendo un corredor terrestre desde Irán al Mediterráneo.
FUENTE: Manuel Martorell/Diario Público