A principios del pasado octubre Turquía lanzaba la ofensiva “Manantial de paz” sobre el norte de Siria. Una operación que los kurdos ya temían desde mucho tiempo atrás. El giro de 180 grados de Donald Trump en diciembre pasado —que había anunciado una retirada de las tropas antes de cambiar de opinión— ya era una clara advertencia.
¿Necesitaban los habitantes de la región esta advertencia para evaluar la fiabilidad de su aliado americano? Nada parece indicarlo, sobre todo porque la amenaza era casi visible a simple vista: el ejército turco se agitaba al otro lado de la frontera desde hacía meses, deseando poner fin al experimento en Rojava. Y no eran, obviamente, las alianzas circunstanciales establecidas por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) con la coalición occidental durante la guerra contra la organización Estado Islámico (ISIS), las que iban a protegerlos de una posible operación militar.
Las alianzas económicas, los intereses de las potencias involucradas en el tablero sirio, los acuerdos entre socios, y a veces incluso entre competidores sellarían el destino de las fuerzas kurdas que quedaban, ahora sí, solas frente a Turquía, la segunda fuerza de la OTAN en cuanto a número de efectivos.
Embrollo diplomático
Es un extraño baile a tres bandas el que se ha desarrollado durante las últimas semanas, en el que participan Turquía, Estados Unidos y Rusia. Comprender la estrategia de cada uno es un ejercicio de difícil ejecución; predecirla es casi imposible. Y es que no sólo se trata de tres superpotencias, sino también de las vilezas de estos tres autócratas con diversas preocupaciones, reflejo de la realpolitik y de los cambios políticos de este siglo XXI.
La política exterior de un país es siempre un asunto interno. Un dicho claramente ejemplificado en este conflicto protagonizado por un lado por un Donald Trump obsesionado por sus promesas de campaña —especialmente la retirada de sus tropas en Siria—; por otro lado, un Vladimir Putin presentándose ante los rusos como un inesperado ganador de la guerra en Oriente, y un Recep Tayyip Erdogan que continúa “afilando” ese sentimiento ultranacionalista turco, una carta políticamente ganadora para él.
Sin embargo, estos tres poderes con alianzas antagónicas e intereses divergentes lograron encontrar algunos puntos en común: el acuerdo alcanzado el 22 de octubre en Sochi entre Turquía y Rusia no es otra cosa que la continuación del acuerdo del “alto el fuego” pactado entre los Estados Unidos y Turquía en Ankara, el 16 de octubre. Las negociaciones entre Estados Unidos y Turquía, que tendrán lugar durante la visita de Erdogan a los Estados Unidos el próximo 13 de noviembre, continuarán y las conclusiones que se alcancen se añadirán a las alcanzadas previamente en las conversaciones en Rusia.
A todos les salen las cuentas. En particular, Vladimir Putin, que vuelve a encarrilar al régimen sirio, ahora presentado como el seguro de vida de los kurdos, esos socios de Occidente una vez más traicionados por sus aliados. Al mismo tiempo, su cooperación estratégica en Siria tiene otro objetivo: el de alejar a Turquía de la OTAN.
Erdogan, por su parte, se encuentra ante la oportunidad de alcanzar un doble objetivo. Como consecuencia del traslado de varios cientos de miles de refugiados sunitas árabes sirios, asentados anteriormente en Turquía, a territorio sirio, se producirá un cambio en la demografía de toda el área fronteriza. Una limpieza étnica a la que no se le “reconoce esa categoría”.
Los kurdos, actores esenciales del conflicto sirio y del fin del dominio del territorio por parte del ISIS, son, como era de esperar, los grandes ausentes de estas negociaciones que se llevan a cabo a sus espaldas.
Una situación caótica sobre el terreno
Desde el comienzo de la Operación “Manantial de paz”, el pasado 9 de octubre, los kurdos se enfrentan a múltiples amenazas. Si bien el bombardeo turco ya ha desfigurado varios pueblos y ciudades, la mayor amenaza la siguen representando las milicias sirias pro-turcas.
A pocos metros de la frontera entre Turquía y Siria, los habitantes del pequeño pueblo de Jaroudia miran con preocupación el muro de separación, atemorizados ante la posibilidad de verlo abrirse: “Estos milicianos son como auténticas bestias… Es como si el Daesh regresase y se vengase de las batallas de Raqqa y Der-Ez-Zor, solo que esta vez con armamento turco”, comenta uno de los habitantes del pueblo. “Pero es que esto no solo es problema nuestro. Esta amenaza yihadista volverá también a serlo para Europa”.
Hay que decir que los abusos cometidos por estas milicias pro-turcas han sido ampliamente documentados, lo que les ha valido la acusación de crímenes de guerra por parte de Amnistía Internacional. El asesinato de la política kurda Hevrin Khalaf, ejecutada de manera despiadada junto a su conductor a lo largo de la carretera M4 en Tirwazi, cerca de Tal Abyad, afectó profundamente a la sociedad kurda.
Sus actividades políticas podrían haberle costado la vida en el apogeo del ISIS. Pero han sido otros yihadistas, los del grupo Ahrar al-Sharqiya, armados y apoyados ni más ni menos que por una de las principales fuerzas de la OTAN, quienes han acabado con la vida de esta mujer de 35 años. En la ciudad de Al-Malikiyah, su madre no encuentra consuelo: “Acuso a Erdogan de haber asesinado a mi hija, lo acuso de crímenes de guerra. Si hay justicia, ¿por qué todos callan? Si solo hubiesen querido eliminarla, la habrían puesto una bala en la cabeza o en el corazón. Pero no, la torturaron de la manera más brutal. Mutilaron su cuerpo, la arrastraron del pelo hasta arrancárselo. ¿Es esto democracia y justicia?”.
El anuncio de la llegada del régimen sirio no ha tranquilizado a los kurdos, como explica Hivine, de 29 años, y profesora en la ciudad de Amudeh: “Hasta ahora, estábamos tranquilos porque teníamos mucho miedo a que el régimen regresase y acabase con nuestro proyecto. Queremos poder seguir enseñando a nuestros alumnos en su lengua materna. Si el régimen vuelve aquí, significa que habrá opresión. Y nosotros eso no lo queremos. Por otro lado, estamos en peligro debido a los turcos. Ya han cometido tantos crímenes”, apunta la joven.
Desde el comienzo de esta operación, el ejército turco se ha apoderado de un amplio corredor a lo largo de su frontera desde Ras Al-Ayn hasta Tal Abyad. De ahora en adelante, la frontera sirio-turca baila al ritmo de las curiosas idas y venidas de las patrullas militares, a veces Ruso-Baasistas, Ruso-Turcas, Ruso-Asaysh —las fuerzas de seguridad kurdas—, Baasista-Asaysh, cuando no son convoyes militares estadounidenses escoltados por helicópteros que van y vienen sin que nadie entienda realmente cuál es su destino. A pesar de la presencia pletórica de estas fuerzas policiales para hacer cumplir el acuerdo de alto el fuego, las fuerzas turcas continúan presionando en algunas zonas.
Resistencia, a pesar de todo
“Si los aviones turcos no operaran en Siria, sus fuerzas terrestres no podrían tomar una sola ciudad. No hay duda al respecto. En Ras al-Ayn estuvieron presentes en la ciudad durante el día y el FDS recuperó la ventaja por la noche”, dice Zaidan Al-Assi, copresidente del Consejo de Defensa de la AANES, la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria.
Reforzado por contingentes yihadistas, el ejército turco está ahora amenazando la región del río Khabbour, poblada por, entre otras poblaciones, algunas comunidades cristianas. “La propia existencia de la comunidad siria de Khabbour está bajo amenaza debido a las operaciones turcas. Debe garantizarse su seguridad”, advierte Kino Gabriel, portavoz de las FDS y comandante del Consejo Militar Siríaco.
Pero no solo las minorías cristianas luchan por permanecer en la región. Los árabes también están preocupados y se han movilizado con la misma rapidez para contrarrestar la amenaza turco-yihadista. “Los árabes representan más del 70% de la FDS. No debemos olvidarlo. Ven a ver a los mártires caídos en los últimos días, la mayoría de ellos son árabes”, dice Zaidan Al-Assi, ex comandante árabe de una milicia secular del Ejército Libre Sirio (ELS) de Hassakeh, tras haberse unido al FDS tras la islamización de la oposición siria.
A estos contingentes ya comprometidos se unieron otros combatientes, especialmente de las tribus árabes unidas en la lucha contra la invasión turca. Lejos de haber dividido a las comunidades de la región autónoma, la ofensiva turca parece haberlas unido. Al igual que en la Operación Rama de Olivo en Afrin, en 2018, la agresión de Ankara ha reverdecido la unidad nacional siria.
En Raqqa, la antigua capital de la organización del Estado Islámico, una ciudad destruida en un 60% y llena de células yihadistas en estado latente, la administración kurda se ha retirado. En las instalaciones del Consejo Civil de Raqqa, las persianas permanecen cerradas para evitar las balas de los francotiradores. Zaidan al-Assi explica: “El acuerdo con el régimen solo concierne al aspecto militar. Nuestra administración autónoma mantiene el control de la región, incluida la seguridad interna. No hay otra fuerza que las FDS en la zona”.
Crisis humanitaria
Los movimientos de población ya producidos a causa de esta Operación “Manantial de paz” son considerables: entre 200.000 y 300.000 personas se han visto desplazadas y 13.500 personas se han refugiado en el Kurdistán iraquí.
Aún hoy, todavía hay entre 200 y 300 personas cruzando diariamente la frontera iraquí-siria. Un viaje para los más audaces: “El 99% de los sirios que llegan a Iraq a través de contrabandistas (coyotes), pagan aproximadamente unos 500 dólares por persona. Cruzan la frontera ilegalmente, y es extremadamente estresante”, comenta el portavoz del Consejo Noruego para los Refugiados (NRC) Tom Peyre-Costa desde Erbil, la capital del Kurdistán iraquí.
Hay que señalar que las autoridades de Rojava, muy preocupadas ante la amenaza demográfica que se cierne sobre los kurdos, no facilitan la salida de los civiles del territorio sirio. “La verdadera crisis humanitaria no está en Irak, sino en Siria, ya que la mayoría de las organizaciones humanitarias han tenido que huir. Ya había personas necesitadas en el lugar, pero ahora, con los miles y miles de desplazados, aún hay más. Mientras la situación sea tan volátil, los actores no podrán volver a trabajar sobre el terreno. Estamos muy preocupados”, dice Peyre-Costa.
El apoyo mostrado por la sociedad civil internacional por el momento no ha impedido a Turquía seguir avanzando en sus proyectos. Ante una amenaza que puede venir de todas partes y en cualquier momento, las autoridades kurdas insisten en que no están preparadas para renunciar tan fácilmente a una autonomía ganada con tanto sacrificio. “Hemos tenido 11.000 mártires y 24.000 heridos para liberar nuestros territorios de los yihadistas, no nos rendiremos y continuaremos resistiendo. Una vez que la región esté estabilizada desde el punto de vista militar, entablaremos un diálogo con el régimen sobre la cuestión del autogobierno y esperamos que haya apoyo internacional cuando éste se lleve a cabo”, explica Berivan Khaled, copresidente del Consejo Democrático Sirio.
La importancia de las Fuerzas Democráticas Sirias y de los kurdos en el equilibrio de la región está más que demostrada. La operación estadounidense que acabó con el escurridizo líder de la organización Estado Islámico, Abu Bakar Al-Baghdadi, es otro ejemplo de ello. Sin la valiosa ayuda de los kurdos a los que abandonó, Trump no celebraría su “victoria” sobre el Daesh. Otra trágica paradoja en la historia de este pueblo.
FUENTE: Laurent Perpigna Iban – Sylvain Mercadier / Fotos: Laurent Perpigna Iban / El Salto Diario