Sin un lugar al que llamar patria, unos 35 millones de personas en el mundo son kurdos, el mayor pueblo sin Estado del mundo, y la tercera minoría étnica más importante en número de Asia Occidental, tras los árabes y los turcos. Descendientes de los medos, se asientan desde hace más de 30 siglos en los 500.000 kilómetros cuadrados que forman el Kurdistán, desde los montes Taurus, de la Anatolia Oriental otomana, hasta los Zagros del oeste iraní y el norte de Irak.
Su población se reparte entre Turquía (20 millones), Irán e Irak (6,5 millones), Siria (un millón) y Armenia (300.000), además de su dispersión por Europa y Estados Unidos.
Su sociedad es fuertemente tribal y, pese a haber sufrido la dominación árabe, aún mantiene fuertes tradiciones vinculadas a la religión mazdeísta de sus orígenes, como la adoración de la naturaleza. De hecho, el narciso es su símbolo.
Su subsuelo está considerado una de las mayores reservas petrolíferas de Oriente Próximo. Y casi todo el crudo extraído por Turquía y Siria y un tercio del de Irak, procede de pozos perforados en su territorio.
Considerados grandes guerreros (“kurdo” significa héroe en persa), paradójicamente han vivido siempre dominados. Sin embargo, no han cejado en su empeño de reclamar su independencia.
Nunca ha habido una iniciativa internacional para encontrar una solución global a la cuestión kurda, solo algunas resoluciones de la ONU y de la Unión Europea (UE) pidiendo el respeto de sus derechos humanos.
A lo largo de los años, el tratamiento de esta población ha variado dependiendo de la nación donde se asienten.
Turquía, que inició el pasado mes una ofensiva sobre ellos en Siria, no les reconoce como minoría. Sus reivindicaciones se han canalizado desde 1978 en el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que en 1984 inició su lucha armada para reclamar los derechos de los millones de kurdos del país y al que Ankara considera una organización terrorista. Recientemente, en el contexto de la guerra contra el Estado Islámico, el gobierno de Recep Tayyip Erdogan atacó repetidamente las posiciones tanto del PKK en Turquía e Irak, como de las YPG (Unidades de Protección del Pueblo), fuerzas aliadas de Estados Unidos en Siria, pero que han sido abandonadas a su suerte tras la retirada de las tropas estadounidenses del país árabe.
Los kurdos de Irak, por el contrario, cuentan con cierta autonomía. La representación se la disputan los dos partidos mayoritarios, el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), antaño enfrentados en luchas fratricidas que ocasionaron miles de muertos.
Como en Turquía, los kurdos iraquíes tampoco han escapado de la represión de los gobernantes. El régimen de Sadam Husein lanzó una feroz represión, tanto al término de la guerra contra Irán (1980-1988), con la campaña de Al Anfal, que causó 185.000 muertes, como a la conclusión del conflicto del Golfo Pérsico. En ambas ocasiones, no faltaron armas químicas, que se cobraron casi 100.000 víctimas.
La necesidad de proteger a la población fue lo que movió a la comunidad internacional a crear en la década de 1990 una zona de exclusión aérea, germen de una incipiente autonomía que se oficializó con la Región Autónoma del Kurdistán en 1992.
En Siria, esta minoría vio sus derechos ignorados hasta que en 2011 el presidente Bashar Al Assad otorgó carta de ciudadanía a los allí residentes. Pero la reciente guerra en el país los ha dejado en una situación muy debilitada.
En Irán, los kurdos llegaron a contar incluso con un gobierno independiente, la República de Mahabad, entre 1946 y 1947, cuando lo hicieron posible los intereses de las grandes potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial. Pero el régimen persa, con la ayuda de los británicos, aplastó la independencia kurda y ejecutó a su efímero presidente, Qazi Mohamed.
FUENTE: La Tribuna de Toledo