Alina Sánchez nació en San Martín de los Andes y creció en Villa Giardino, Córdoba. Después de recibirse de médica en Cuba, se fue a vivir a Kurdistán, en la región norte de Siria, donde trabajó como médica en salud comunitaria. En el 2018 murió en un accidente de tránsito, en la ciudad siria de Hasekê. Hoy, en medio de las sierras que la vieron crecer, existe un espacio en su memoria, un proyecto de educación popular, un lugar que florece primavera en las cuatro estaciones.
“En el principio fue la acción”
El 4 de septiembre Alina hubiese cumplido 37 años. Nació en el sur, pero a sus nueve años llegó a La Falda y pasó su adolescencia en la localidad cordobesa de Villa Giardino, hasta que se fue a cursar la carrera de antropología a la Universidad Nacional de Córdoba. En el año 2006, en su segundo año de estudios, un profesor le ofreció una beca para ir a estudiar a la Escuela Latinoamericana de Medicina en la localidad cubana de Pinar del Río y luego en Camagüey. En el 2011 conoce por primera vez el Kurdistán turco, convive entre las aldeas del norte de Turquía y se adentra en la realidad de estos pueblos milenarios que se organizaron para ser libres de los Estados-nación que intentaron e intentan aniquilar sus culturas.
Cada vez que su mamá -Patricia Gregorini- la recuerda, su sonrisa se extiende y su rostro se parece aún más al de su hija: “Era pura energía y mucha alegría. Siempre puesta su mirada en el otro, de ayudar, no en postergación de ella, sino desde su fuerza. Atenta a cuidar y a hacer algo que sirviera para los demás. Feliz de estar en Kurdistán, de ser útil a la humanidad”.
El territorio kurdo está integrado por partes de cuatro estados: Turquía, Siria, Irak e Irán y se enfrenta a la crisis del modelo nacionalista patriarcal para los pueblos de Oriente Medio. Alina fue la primera latinoamericana en conocer las luchas kurdas por la autonomía y la libertad. Desde ese viaje, decidió llamarse Lêgerîn Çiya, que en kurmanji significa: la que busca.
En el 2014 se recibió de médica con honores en Cuba y luego estuvo unos meses por Argentina, recorriendo y divulgando lo que sucedía del otro lado del océano. Fue en un diciembre caliente, cuando al paso de la marcha que conmemoraba los trece años del estallido social del 19 y 20 en la Capital Federal, Alina explicó -en medio de cánticos y tambores- la importancia del rol de las mujeres en la resistencia y el movimiento de liberación kurda, en cuya guerrilla -la más grande del mundo- se han convertido en vanguardia: “Las mujeres están realmente muy organizadas, tanto militar como socialmente. Tienen cooperativas, agencias de prensa, cientos de organizaciones y ejércitos. Esto tiene un gran impacto, por ejemplo, en lo que significó la participación de las mujeres en el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), que originó un cambio en la forma de la organización de ese partido y lo volvió realmente democrático”.
A partir del año 2015 trabajó en el cantón libre de Rojava, al norte de Siria, como médica para el Movimiento de Liberación de las Mujeres de Kurdistán. Su deseo se proyectaba en recuperar los saberes ancestrales de las comunidades aplicados en la medicina. Desde ahí coordinó un sistema de atención primaria de salud en medio de la guerra. A cuatro años de su partida, en la ciudad de Tall Tamir –Rojava- un hospital lleva su nombre.
Un pueblo que resiste y construye libertad
Kurdistán está ubicado en el corazón del Medio Oriente, en Mesopotamia, es una de las regiones más ricas, atravesada por los ríos Éufrates y Tigris. Las y los kurdos son uno de los pueblos más antiguos, con alrededor de 40 millones de personas. La mayoría se encuentra dentro de la frontera turca, donde son alrededor de 25 millones.
El proyecto kurdo, basado en lo que se denomina “Confederalismo Democrático”, es un sistema que funciona sin Estado y tiene sus pilares en la autonomía, la democracia, la convivencia plurinacional, el socialismo, la ecología y la lucha contra el patriarcado. Luego de la llamada “Revolución de Rojava”, en 2015, se conformaron tres cantones para toda esta región, de occidente a oriente: Afrin, Kobane y Cezire, antiguamente separados por la expulsión de los kurdos para establecer sólo población árabe en regiones de frontera, política conocida como “Cinturón Árabe”. En cada cantón se implementaron nuevas formas de auto-gobierno, basadas en las asambleas populares y con la participación de personas de distintos etnias: kurda, asiria, árabe, armenia, turcomana y chechena.
Sin embargo, el gobierno turco presidido por Recep Tayyip Erdogan, apoyado por las fuerzas de la OTAN y grupos fundamentalistas, está encaminado en destruir los pueblos de Oriente Medio en función de sus intereses de expansión capitalista. Desde el 2018, Afrin está ocupado por Turquía y amenaza permanentemente con invadir Kobane. El Estado turco tiene más de 12 mil presos y presas políticas, bombardea sistemáticamente al pueblo de Iraq donde están las bases del Partido de Trabajadores de Kurdistán (PKK), además del bloqueo para impedir que lleguen alimentos, medicamentos, energía y agua; también ha intensificado los ataques con tecnología que no discrimina entre niñxs y combatientes.
Inmerso en agresiones constantes, el Kurdistán continúa siendo un ejemplo en la lucha colectiva contra el imperio de Occidente y el fascismo del Estado Islámico. Las Unidades de Protección de las Mujeres (YPJ) emergen entre las montañas y respiran la libertad que prefiguran en medio de la muerte. Surgen en el 2012 como una organización militar integrada sólo por mujeres. “La verdadera guerra -había dicho Alina- es contra esa estructura patriarcal de cinco mil años que niega a las mujeres de todo tipo de participación. Por eso, obligadamente, esa tienen que ser la vanguardia del movimiento”.
Tanto desde el PKK como desde el Movimiento de Mujeres, se logró también cuestionar la organización feudal de este territorio. “Se están creando femineidades muy diferentes a las que conocemos y tienen impacto en toda la sociedad, están cuestionando y derrocando estructuras feudales y patriarcales que tienen miles de años. Este cambio es una deuda histórica de parte de todos/as los habitantes de este planeta para con este mundo”, dijo Alina mientras caminaba aquel 20 de diciembre por la capital de la Argentina.
Había pasado un mes del trágico accidente en que Alina perdió la vida, cuando el pueblo kurdo la despidió y Lêgerîn Çiya se convirtió en mártir, combatiente latinoamericana de las YPJ. Cientos de personas se unieron en Derik -Siria- y acompañaron desde el Hospital Weteni al cementerio, en su último viaje por este plano de la vida. Ronahî Sozdar, miembro del Centro de Jineología (Ciencia de la Mujer), recordó a Alina por su compañerismo, sus convicciones en la revolución y su entendimiento en la importancia de trabajar junto a compañeras que llevan la sumisión patriarcal arraigada durante siglos.
Cuando Patricia llegó a Kurdistán para despedirla, todo lo que le decía su hija se le hizo mucho más claro. El amor de la gente, la generosidad, la capacidad de vivir momento a momento con suma presencia. “Lo que yo sentí es ese estar amalgamado por una idea, coincidiendo en un camino. Todas las personas que están participando tienen una entrega absoluta, como así también la tenía Alina. El contraste entre vivir en el mundo moderno, super individualista, con muchos miedos, más que nada a la entrega”.
Para el pueblo kurdo, los cuatro elementos principales que estructuran la vida son el fuego, el sol, el aire y el agua. Sus banderas lo representan y el día en que la despidieron los colores brillaron: verde, rojo y amarillo. Cuando se pregunta quiénes son lxs kurdxs la respuesta es: son hijos e hijas del sol y del fuego. Alina se hizo para siempre búsqueda, esa que se enciende en el fuego que nació en Oriente, creció en rondas, borró fronteras y late en cada corazón rebelde de la humanidad.
El lugar donde todo converge
A 13 mil kilómetros de los pueblos del Kurdistán, desde el 2020, el Espacio Alina, brota entre las sierras cordobesas del Valle de Punilla, como una propuesta de educación popular, una apuesta a la sanación en el encuentro, un refugio que reúne la memoria de luchadores y luchadoras desde el Abya Yala hasta el Kurdistán.
Un sendero pedregoso que se achica y termina casi en la cima. Las huellas de los incendios, el monte que repunta, la primavera que florece. Las noches que se abren en silencio y el cielo que se hace un techo oscuro cargado de estrellas. Ese territorio hoy es conjuro de aprendizajes. Para Claudia Korol, integrante del Colectivo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía, el Espacio Alina es parte de un sueño colectivo en el que “nos embarramos, poniendo las manos y los pies sobre la tierra, buscando raíces y floreciendo, en tiempos en que todos los vientos soplan duro y amenazan con sacarnos de la huella”.
El proyecto contempla la creación de un gran aula circular de adobe, en la que esperan poder encontrarse para procesos de formación política, “de sanación, de intercambio de saberes, de imaginación de nuevos modos de vincularnos y de crecer, de honrar la memoria y las revoluciones de ayer y de hoy”, dice.
Cuando piensa en Alina, la reivindica desde ese lugar de unión de experiencias en los aprendizajes de dos revoluciones amadas: la revolución cubana, que le dio la posibilidad de estudiar medicina, y la revolución kurda, donde fue a compartir sus saberes y a multiplicar la experiencia de una medicina no hegemónica, nacida y al servicio de los pueblos. “El Espacio Alina, con el que la recordamos, busca entonces retomar de ella valores fundamentales que la caracterizaron: la humildad, el compromiso, el coraje, la ternura”.
Son muchas las personas que allí convergen de distintas organizaciones y colectivas feministas, todo germina en ese amasado de barro y palabras que habita el tiempo en una repetición mágica que hace comunidad. Para Patricia, el lugar es una forma de continuar con la intención de Alina, algo que beneficie a otrxs: “Siempre digo que la educación popular es una herramienta para la libertad y como una síntesis entre el camino de Alina y el mío. Esa es mi motivación, que el Espacio sirva para educar seres libres, para formar facilitadores que ayuden a la gente a ser sí mismos, a pensar en libertad y con el otro, no seguir el camino que le van marcando como manada”.
En los últimos años han surgido en distintas partes del mundo Comités de Solidaridad con Kurdistán, con el objetivo de visibilizar y estrechar lazos de hermandad entre los pueblos. Como integrante del Movimiento de Mujeres kurdas, Dilda Roj llegó hace poco a la Argentina. Su voz suave se expresa en un idioma entreverado con un castellano que cada vez se comprende más. Su presencia es una invitación al encuentro entre culturas y saberes que convidan a pensar otros modos de organización política, desde las que Lêgerîn Çiya, dice Dilda, contribuyó para que la lucha por la libertad de las mujeres kurdas adquiriera un carácter global. “El Espacio simboliza también la transferencia de la realidad del Kurdistán al continente, donde los ideales de Alina cobran vida y llegan a las personas. Nos mostró que cuando las fronteras se destruyen en las mentalidades, otras fronteras no importan y este lugar es la prueba de que otro mundo es posible”.
Como se dice en Kurdistán, la resistencia es vida. Y en el Espacio Alina las memorias de esas resistencias se hacen siembra. Una experiencia única, reconoce Claudia, entre los acampes que miran el paso del día en medio de las sierras cordobesas: “Temblando cuando el fuego se acerca a nuestros límites, es volver a los 17, después de vivir medio siglo y saber que estamos realizando camino al andar. Es una experiencia que me llena de esperanza, sintiendo que es posible vivir en armonía con la naturaleza, creando vínculos de amistad política y realizando un modo de educación popular en el que la teoría crece al calor de las prácticas, y éstas se realimentan en el pensar hacer colectivo”.
La plaza del sol
En el lado oeste de la Ruta 38 que divide a Villa Giardino, la salida del día es un resplandor en la Plaza del Sol. Desde el 2019 un recordatorio tallado en madera dice: En principio fue la acción. Esa frase del Che que tuvo Alina en un póster de su habitación siendo estudiante en Cuba, hoy resuena en su memoria, es puente y legado, tierra que nace en muchas lenguas, horizonte de la resistencia kurda que cae hecho augurio por los cerros y -como explicó alguna vez- es una revelación al mundo de otras formas de vida.
FUENTE: María Eugenia Marengo / CDM Noticias
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