El presente reportaje se realizó en Lavrio, a unos 60 kilómetros del sudeste de Atenas, en diciembre de 2017, durante una prolongada estancia en un campamento de exiliados kurdos autogestionado.
Plantada en lo alto de un mástil la bandera del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) hondea al viento sobrevolando los edificios de dos pisos que recuerdan un viejo instituto abandonado. El campamento, ubicado en plena ciudad, a dos pasos del puerto, fue construido hace aproximadamente sesenta años con el objetivo de acoger a los refugiados que huían de la Unión Soviética y alberga, desde hace 35 años, a exiliados políticos kurdos y turcos, miembros o simpatizantes del PKK en su mayoría, pero también del MLKP (Partido de izquierda turco prohibido). Desde hace 3 años se les han unido familias huyendo de la guerra de Siria. Teniendo en cuenta que el primer campamento no alcanzaba para albergarlos a todos se ha erigido uno nuevo en las afueras de la ciudad, al pie de las colinas, en un descampado de vegetación mediterránea, con contenedores acondicionados que resultan más idóneos para acoger a las familias que los dormitorios del campamento principal.
El Gobierno griego, por mediación de la Cruz Roja helénica presente en Lavri, aportó una ayuda cotidiana a los exiliados hasta el 31 de Julio de 2017. Pero debido a la presión turca, decidió suspender de la noche a la mañana toda relación con el campamento y sus habitantes, suspendió las ayudas, y abandonó los locales. El cierre del campo se justificó de forma vaga por el supuesto “incumplimiento de las leyes griegas y europeas”, en particular en lo referente a “las entradas y salidas”. Este tipo de presión de parte de Turquía no es nada nuevo desde que opositores al régimen turco ocupan el campamento; de aquí en adelante solo pueden contar con la ayuda de los habitantes y las organizaciones solidarias, la iglesia griega principalmente, que aporta cada semana paquetes de comida a los moradores. A pesar de todo, el flujo de exiliados no cesa.
Un campo autogestionado
El rechazo de los habitantes del campamento a abandonar la autogestión ha servido como pretexto para la desvinculación del Estado griego.
“En el campamento existe una organización. Los habitantes del mismo eligen un comité del que yo soy portavoz -explica Sedat, cercano a los cuarenta-. “Juntos organizamos el conjunto de la actividad del campamento, gestionamos la comunicación con las asociaciones que nos visitan con el Gobierno griego. Nos toca ocuparnos de la higiene y la vida en general. También integramos el comité de juventud, que se divide a su vez en varias comisiones: cultura, arte… Es necesario organizar la circulación de personas, el presupuesto, resulta difícil pero dada mi condición de refugiado se me antoja un trabajo importante. Los habitantes eligen a sus representantes y nosotros administramos el campo como podemos hasta nuestra partida. Después se llevan a cabo nuevas elecciones”.
“Aquí viven 350 personas. Mujeres, niños, en circunstancias diversas. Pueden quedarse entre uno y dos años y medio. La mayoría permanecen entre cinco y seis meses. No llega ayuda del gobierno ni de las organizaciones internacionales. Nos regulamos nosotros mismos y pagamos todos los gastos. Confiamos en que las autoridades no empleen la fuerza contra nosotros, pero creemos que el pueblo griego nos ayudará teniendo en cuenta que este campamento existe desde hace más de 35 años. Así que los lugareños conocen el PKK y a los kurdos. El Estado turco ha intentado destruir el campo presionando a su homólogo griego. Contribuimos localmente a la economía griega comprando en la panadería, las tiendas. Los griegos padecen también una crisis económica, pero intentamos crear lazos con los habitantes. Procuramos no molestarles demasiado. Sabemos que estamos en su país, que nosotros aquí somos meros invitados”.
“No estamos aquí por gusto”
“No estamos aquí por gusto –continúa Sedat- Si nuestro país está en guerra es por culpa de las fuerzas internacionales, pero no juzgamos a los ciudadanos europeos. A nosotros también nos gustaría vivir en nuestro país. Lo que nos urge es que el campamento sea reconocido oficialmente. Aquí viven personas originarias de las cuatro partes del Kurdistán. Desearíamos contar con el estatus de campo de refugiados a pesar de los ataques del Estado turco. No queremos compartir el campamento con personas que se han unido a Daesh. El Estado turco asesinó en pleno centro de París a tres de nuestras militantes, no deseamos que algo así se repita aquí. Todavía disponen de listas de personas a ejecutar, los residentes tienen miedo. Y queremos protegerles. Por esta razón necesitamos ese estatus. El refugiado tiene derecho, pedimos a las organizaciones internacionales que nos reconozcan. Las personas que viven aquí no son hijos de ricos, pero intentamos, a pesar de todo, vivir con dignidad. Están equivocados si creen que dejándonos morir de hambre nos echaremos para atrás. No quiero entrar en detalles sobre la falta de recursos. Las mujeres, los hombres, niños, bebés y jóvenes de aquí tienen las mismas necesidades que los de otros lugares. La comida, la higiene y todo lo que hace falta para vivir dignamente, ¿acaso disponemos de lo indispensable? Por supuesto que no, pero no queremos dramatizar teniendo en cuenta que en nuestra tierra hay una guerra, que el pueblo kurdo vive una tragedia. Poneos en nuestro lugar, como todo ciudadano nosotros también necesitamos comer carne, beber leche. Pero procuramos vivir con condiciones mínimas. Llevo aquí cinco meses. En el Kurdistán era el responsable del BDP (Partido de las Regiones Democráticas) de Bitlis. Quisieron meterme preso así que tuve que huir. Tal vez no seamos lo suficientemente valientes para luchar”, concluye con una sonrisa amarga.
Al igual que Sedat, encontramos a otros representantes del HDP (Partid Democrático de los Pueblos) o del BDP en el campamento. El relato de cada habitante es digno de una novela. Cruzamos numerosos jóvenes que han tenido que huir del Kurdistán, amenazadas con varios años de prisión por haber defendido el idioma kurdo o haber tomado parte en una manifestación o, en algunos casos, por su compromiso político, cultural, social.
Por lo general las familias de Rojava no están tan politizadas. Han huido de la guerra, muchos de ellos tras haber perdido algún familiar. El campamento es también un refugio para muchas mujeres que tuvieron que escapar solas con sus hijos. Para todas ellas la ruta es peligrosa.
Mohamed relata: “Huimos de Damas. Llegamos a Cizire y fuimos luego a Qamishlo a trabajar. Después pasamos a Duhok , al Kurdistán del Sur (norte de Irak) y más tarde a Turquía. Caminamos durante más de nueve horas. Cuando llegamos a Turquía nos exigieron más de 900 liras turcas por llevarnos a Estambul. Nos quedamos allí durante 15 días. Fuimos a Edirne, mis hijos no tenían qué comer. La policía nos vio y nos dijo: ‘largo, fuera de aquí’. Tan solo querían librarse de nosotros. Nos quedamos en una casa durante dos noches y hacia las 7 de la tarde cruzamos el río para pasar al otro lado. Después atravesamos el bosque. Tienes que ser enérgico, sino no lo eres no consigues pasar. Caminamos mucho. Llegamos hace tres meses. No sé adónde vamos a ir. Pero tenemos que salir de aquí. El Gobierno de Asad me condenó a seis años de cárcel. Si me dijesen que no me encarcelaban volvería enseguida a Qamishlo”.
Autogestionarse y ocuparse en el día a día
Lo que realmente perjudica a los refugiados, más incluso que las condiciones de vida precarias, es la espera, combatir el aburrimiento que se instala y la sensación de no controlar el curso de los acontecimientos. Las jornadas se van sucediendo pero todos se aferran a la esperanza de encontrar rápidamente la manera de llegar al país de destino.
Grecia es tan solo un paso fronterizo, un país de tránsito. La incertidumbre con respecto al futuro les impide investirse plenamente en el momento presente. Poner en práctica una actividad dentro del campamento, estudiar griego, lanzarse en un proyecto a medio plazo, supondría reconocer que la espera puede ser larga, alejarse de alcanzar el objetivo que se habían propuesto cuando tomaron la difícil decisión de partir -una decisión que con frecuencia no era tal ya que la otra alternativa era la cárcel o la muerte-; una resolución costosa al mismo tiempo, los pasadores pedían por cada etapa miles de euros, excluyendo de facto a quienes carecían de recursos . Lejos de sus familias y amigos, la moral de los exiliados se deteriora poco a poco a medida que van trascurriendo los meses, a pesar de los lazos de amistad que se crean en el campamento entre personas que comparten una historia y una cultura común. A veces hay también reencuentros entre antiguos camaradas de lucha o de facultad.
Para combatir el aburrimiento se precisa una disciplina cotidiana. El campamento principal consta de una treintena de habitaciones habilitadas. Algunas están ocupadas por familias al completo, otras por personas individuales y algunas están reservadas a las mujeres. Cada barracón se autoorganiza. El dinero necesario para la alimentación va a un fondo común vigilado por el “administrativo” elegido y todas las semanas el grupo realiza las compras colectivas en el mercado, lo que permite aprovisionarse a buen precio. La limpieza diaria y la comida se realizan por turnos.
Todas las semanas los ocupantes de cada estancia se reúnen para criticar o hacer autocrítica y hablar de cómo mejorar la organización. Es el momento de resolver las tensiones que puedan surgir: fulanito no ha hecho su turno de friegaplatos, menganito se ha quedado en la cama hasta después de mediodía… O de exteriorizar el malestar, como es el caso de G., que describe su deprimente año nuevo, lejos de la familia, tras una espera de seis meses que le resulta interminable. Después cada barracón elige a un representante que participa en la Asamblea General del campamento y este selecciona el comité encargado de la organización general. Este sistema se inspira en el confederalismo democrático, paradigma político del PKK desde 2005, que aspira a organizar la sociedad en asambleas, partiendo de la escala más pequeña, la comuna, hasta la más grande. En el seno del campamento los barracones representan las comunas.
El comité de juventud también intenta crear eventos. Cuatro días por semana se celebran sesiones de debate y diálogo sobre textos políticos. Los meses trascurren al ritmo de celebraciones o conmemoraciones diversas. En diciembre, por ejemplo, se coordina una ceremonia en homenaje a los mártires de Roboski, y varios días después, buena parte del campamento se pone manos a la obra para organizar las festividades de año nuevo, un escaso momento de distensión colectiva.
El resto del tiempo, los exiliados matan el aburrimiento de la mañana a la noche paseando alrededor del campamento, al borde del mar y tomando té y café en las cercanías. Algunos salen temprano a pescar, otros van a Atenas durante varios días para resolver formalidades administrativas, visitar a conocidos que han decidido vivir allí, por ejemplo en uno de los numerosos squats autogestionados de la ciudad. El movimiento kurdo ha participado sobre todo en la apertura del City Plaza, unos de los lugares de acogida de exiliados más desarrollados que existen en la actualidad.
En el campamento se debate mucho, de todo y de nada, sobre las noticias del Kurdistán, pero esencialmente acerca de cómo salir de allí. Al llegar a Grecia, tras varios días de detención preventiva, se facilita a las refugiadas un documento según el cual deben coger cita para pedir la solicitud de asilo. La presentación de una solicitud oficial de asilo tarda alrededor de un año en ser examinada y la solicitan en su mayoría los cuadros políticos a quienes el partido ha prohibido utilizar rutas clandestinas. Los otros buscan el modo de salir ilegalmente de Grecia para hacer su solicitud en otro país. Efectivamente, el reglamento Dublín III estipula que es el país en el que se ha registrado la petición de asilo el que debe examinarlo, lo que permite a Estados como Francia o Alemania desentenderse del asunto. Sin embargo ningún/a exiliada desea permanecer en Grecia.
Los pasadores tienen vetado el acceso al campo, las exiliadas los contactan a través del teléfono. Les envían decenas de fotos de documentos de identidad de todos los países europeos. Entonces les toca encontrar el documento que contenga una foto de una persona con la que guarden cierto parecido. Y si bien el resultado es incierto, el documento se venderá a miles de euros: son numerosos los que han intentado pasar los controles con esta táctica pero han sido descubiertos. Otros se plantean huir caminando, guiados o no por un pasador, pero muchos fracasan también con este método. A finales de 2017, al reforzarse los controles fronterizos la situación se agravó. Siyar, que lleva en el campamento tres meses, nos dice que apenas 15 personas pudieron huir por esta vía. Las exiliadas se dirigen a sitios donde tiene lazos familiares o amistosos. Los destinos de predilección son Alemania, Suiza y Suecia. Durante mucho tiempo se ha considerado a Francia como un lugar que simpatiza con los kurdos, pero su imagen se ha deteriorado mucho debido a las condiciones de acogida reservadas a las emigrantes estos últimos años. Además el aprendizaje del idioma resulta difícil. Efectivamente, los jóvenes ansían manejar rápidamente el idioma del futuro país con el objetivo de retomar los estudios y la actividad profesional.
Si bien unas mejores condiciones de vida animan a la mayoría de los exiliados, son muchos los que perciben también un modo de continuar su combate político a salvo de la represión.
Ya sea en la esfera cultural, como Hassan, joven profesor de literatura que tuvo que salir corriendo de clase para evitar que le detuviesen porque defendía el empleo del idioma kurdo. El muchacho desea continuar trabajando por el reconocimiento y desarrollo del dialecto zaza. Ya sea en la pedagógica, como Dilek, que estaba destinada a la enseñanza hasta que apareció la policía para forzarla a convertirse en confidente, y ante su rechazo le amenazaron con largas penas de prisión. O en el caso de Fırat, por dar a conocer el combate del PKK: “Llevo tres meses aquí. Quiero continuar mi activismo en Europa. Tras haber padecido la realidad kurda resulta primordial hablar de ello, exponer nuestro proyecto. Es el deber moral de cada kurdo. Hay que decírselo a todo el mundo. Necesitamos explicar lo que está sucediendo, hay que describir el sufrimiento, ampliar la lucha. El confederalismo democrático no solo tiene que echar raíces en Rojava sino en el mundo entero. Es cierto que está evolucionando en Rojava pero tiene que prosperar. No puede limitarse a aquella zona, tiene que extenderse a las cuatro partes del Kurdistán. Así que mi deber como kurdo, esté donde esté, es explicarlo. Tenemos que luchar por nuestro pueblo, por el confederalismo democrático”.
FUENTE: Kedistan (http://www.kedistan.net)