El amargo exilio de los jóvenes kurdos de Irán

TOPSHOT - A demonstrator raises his arms and makes the victory sign during a protest for Mahsa Amini, a woman who died after being arrested by the Islamic republic's "morality police", in Tehran on September 19, 2022. - Fresh protests broke out on September 19 in Iran over the death of a young woman who had been arrested by the "morality police" that enforces a strict dress code, local media reported. Public anger has grown since authorities on Friday announced the death of Mahsa Amini, 22, in a hospital after three days in a coma, following her arrest by Tehran's morality police during a visit to the capital on September 13. (Photo by AFP)

Empleada en un restaurante en el Kurdistán iraquí, Sarina mantiene un perfil bajo. En otra vida, esta adolescente kurda se manifestaba en Irán contra la muerte bajo custodia policial de Jinha Mahsa Amini, pero la represión implacable no le dejó otra opción que el exilio.

Desde hace varios meses, la joven de 17 años vive en Erbil, la capital de la región autónoma de Kurdistán en el norte de Irak, que comparte con Irán una larga y porosa frontera.

Por las mañanas sirve té en una agencia inmobiliaria. Por la noche es mesera en un restaurante. En total, consigue ganar unos 800 dólares para el alquiler y los gastos cotidianos.

“Mi familia está preocupada por mí”, pero “está obligada a aceptar mi presencia aquí”, explica Sarina, que prefiere no dar su apellido por cuestiones de seguridad.

En septiembre de 2022, de visita en casa de su madre en Mahabad, una ciudad kurda del noroeste de Irán, supo de la muerte de Jinha Mahsa Amini, una joven kurda arrestada por la policía por incumplir el código de vestimenta que impone llevar velo a las mujeres.

La adolescente se sumó a las manifestaciones en esa ciudad a pesar de la sangrienta represión de las autoridades. Al volver a su pueblo, Oshnavieh, siguió movilizada. Pero cuando un amigo fue arrestado, decidió pasar a la clandestinidad.

“Al principio pensaba quedarme dos días lejos de casa: si las fuerzas de seguridad no venían, eso significaba que no estaba en peligro”, recuerda.

Pero las fuerzas del orden irrumpieron en su casa y su tío fue detenido.

Sarina ya no tenía opción: cruzó en octubre la frontera y llegó al Kurdistán iraquí, donde viven numerosos kurdos iraníes.

 Miedo de que la reconozcan

Por miedo a que la reconozcan en Erbil todavía lleva la mascarilla anticovid. Pero no quiere irse más lejos.

“Si pasa algo (en Irán), quiero poder volver rápidamente”, dice.

Es difícil cifrar el flujo de personas que huyeron de la represión iraní hacia Irak.

Los vínculos entre el Kurdistán iraquí y el iraní son estrechos. A ambos lados de la frontera se habla el mismo dialecto y muchas familias están repartidas entre los dos países.

Algunos van simplemente a trabajar al norte de Irak para escapar de las dificultades económicas provocadas por las sanciones estadounidenses a Irán.

También en esa región autónoma están arraigados desde hace décadas los grupos armados de la oposición kurda iraní.

Teherán ha bombardeado en varias ocasiones las posiciones de estos grupos, a quienes acusa de estar implicados en las protestas, y ha pedido a Bagdad reforzar la seguridad en la frontera.

A mediados de julio, un comandante militar iraní amenazó con reanudar los bombardeos si Irak no desarmaba a estos grupos antes de septiembre.

“Símbolo de libertad”

Originario de la ciudad kurda de Piranshahr, en el noroeste de Irán, Fuad llegó en enero a Erbil tras franquear las montañas nevadas de la frontera.

El arquitecto, de 27 años, que prefiere hablar bajo seudónimo, vende ahora ordenadores portátiles en una tienda de informática. Su jefe le deja dormir en un colchón en el almacén.

“Los días y las noches se suceden y tengo una vida sin objetivos”, lamenta. “Dejé todo lo que tenía en Irán: mis padres, mi casa, mi trabajo”, afirma.

Partícipe de las manifestaciones, huyó durante 40 días después de que el hermano de un amigo fuera detenido.

“Las fuerzas de seguridad desembarcaron en mi casa”, dice.

Sobre sus espaldas arrastra el peso de la preocupación de su familia. “Cuando mi madre llama, tiene lágrimas en los ojos. Mi padre también”, cuenta.

Pero no quiere volver a Irán: “No me sentiría seguro, podrían detenerme”.

Unos 10.500 iraníes viven en el Kurdistán iraquí, algunos desde hace años, según el gobierno regional. Entre los veteranos está el pastelero Rizgar Khasraw, que lleva más de diez años en Erbil con su familia.

Originario de la ciudad kurda de Mariwan (oeste de Irán), respaldó las protestas en su país.

Incluso bautizó su segundo negocio en honor a Mahsa Amini. En su rótulo colocó un retrato de la joven, sonriente y con una flor en el pelo.

“Ella es un símbolo de libertad”, asegura.

FUENTE: AFP

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