Vuelta a Turquía, diez años después de un primer viaje itinerante de punta a punta del país que cuenta ahora nada más que 82 millones de habitantes. Estambul luce hermosa, a la intersección de tres continentes unidos por el estrecho del Bósforo: Europa, el mundo árabe y el continente asiático.
¿Qué está pasando a nivel subterráneo en la tierra donde el visionario Mustafa Kemal Atatürk había logrado instaurar una República laica inédita en la región? En síntesis, una revolución conservadora como telón de fondo de un proceso de reislamización militante. El proyecto político encarnado por Recep Tayyip Erdoğan a partir de su llegada al poder en el año 2002, se ha vuelto mucho más radical y motivado por la pretensión de volverse el “campeón regional” del islamismo sunita.
Diez años atrás, la evolución político-confesional de Turquía había dejado emerger el partido de la Justicia y del Desarrollo (AKP) como una fuerza moderada y modernizadora en la línea de la Hermandad Musulmana. De hecho, el actual jefe de Estado tuvo la ambición de diseñar una confluencia entre los partisanos de esta corriente islámica (más liberal y estadista) en toda la región, vinculando a los integrantes de la Hermandad Musulmana (Enarda en Túnez, los Hermanos Musulmanes en Egipto, Siria, Libia y Jordania, el Partido Justicia y Desarrollo en Marruecos, el AKP turco). Los sublevamientos populares de 2011 en el mundo árabe rebatieron las cartas de estas formaciones. Salvo honradas excepciones en el caso de las sociedades más avanzadas (tales como Túnez), estas últimas fueron derrocadas o emprendieron un giro restaurador, no solo en Turquía sino también en otros países árabes. Este reflujo conservador, reactivando la vieja idea de salir de la “alienación occidental” -una sensibilidad central en muchos países árabes- tiene raíces profundas y latentes en la sociedad turca.
En efecto, hoy podemos ver una serie de narrativas mesiánicas fundamentar el discurso de las élites rejuvenecidas del partido oficialista del AKP. Entre ellas, la idea de que la Primera Guerra Mundial se sigue desarrollando en pos de destruir a la sociedad turca, o que una misión divina ha sido confiada a Turquía para erigir una nación liberadora en el mundo musulmán. El legado de la historia, particularmente los acuerdos de Sykes-Picot, parecen volver a la superficie en estos mandamientos. Estos últimos, explícitos en los discursos públicos, han nutrido directamente un bonapartismo alrededor de la figura del presidente Erdoğan, quien lleva adelante un proceso de refundación del Estado desde el año 2012. El sector judicial así como también el ejército, que antes desempeñaba un papel autónomo de contrapoder, son ahora aliados del régimen.
Como consecuencia de este giro autoritario, el Estado turco ha profundizado su represión en todo el espectro de las áreas sociales, morales y públicas, y se ha vuelto ahora uno de los estados más represivo del planeta (ver informes de Human Rights Watch). ¿Qué abrió el paso a tal radicalización autoritaria? Algunas voces en Turquía creen que el progresismo laico, heredero del antiguo kemalismo secular, no supo interpretar el momento y la amenaza radicalizadora que representa el partido AKP.
En el plano internacional, este proyecto se choca en la práctica con un complejo escenario, siempre muy delicado en el Medio Oriente. Con la intención inicial de debilitar el régimen sirio a partir de la crisis de 2011, Turquía ha sido más que complaciente con el yihadismo extremista (Estado islámico y Jabat al-Nusra), que usó básicamente como fuerza de desestabilización de su rival sirio y favorable a la imposición del sunismo militante en Siria. Desde hace tres años, el Estado Islámico empezó a contraatacar a Turquía a través de una serie de atentados (50 atentados en total desde el año 2015, no solamente atribuidos al Estado Islámico).
Turquía se sumó ahora a la coalición internacional para luchar contra las formaciones extremistas, pero no duda en jugar un rol ambiguo. Manifiesta por ejemplo una nueva hostilidad en contra de los kurdos, pese a un relativo proceso de pacificación alrededor del año 2012 (y teniendo en cuenta que el Partido de los Trabajadores de Kurdistán –PKK- cometió graves errores al recurrir nuevamente a la violencia en el Este turco). Los kurdos constituyen una fuerza de combate reconocida para repelar a los islamistas tanto en Turquía como en Siria. Desde enero 2018, el ejército turco impulsa, mediante la operación Rama de Olivo y la acción de milicias yihadistas, una “reconfiguración étnica” en las áreas kurdas del norte de Siria (Afrin, Manbij).
En el plano económico, las tensiones con los Estados Unidos a raíz del pedido de extradición del mulá Fetullah Gülen (coordinador probable del intento de golpe de Estado en 2016), desembocaron en sanciones comerciales y precipitaron una crisis de la lira turca en 2018. Se devaluó de un tercio la moneda en el telón de fondo de un combo de endeudamiento, inflación y crisis de confianza. La economía nacional, que no deja de ser una de las más modernizadas en la región, se va recuperando paulatinamente, sin haber recurrido a la ayuda de los tradicionales acreedores internacionales.
Diplomáticamente, Ankara se ha vuelto a la vez errática, contestataria y aislada en sus relaciones internacionales. Desde 2003, la cooperación estratégica entre Turquía y los Estados Unidos se viene erosionando. Por un lado, contradice su vínculo con la OTAN al insinuar, por ejemplo, la eventual adquisición del sistema antimisil ruso S-400, finalmente reemplazado por el sistema estadounidense Patriot como moneda de cambio para alentar el retiro de las tropas norteamericanas de Siria (lo cual refleja bastante bien la debilidad que caracteriza ahora a la política internacional de los Estados Unidos). Por otra parte, la radicalización interna del Estado turco no está sin generar algunos desbordes, tal como lo ilustró el asesinato del embajador ruso Andreï Karlov por un policía turco en Ankara en 2016, asesinato oficialmente reivindicado para castigar a la injerencia rusa en Alepo (Siria).
Inicialmente muy favorable a la caída de Bashar Al Asad, Turquía tuvo que adoptar una posición más realista y se acercó nuevamente a Moscú. Solicitó a Rusia (y Estados Unidos) su luz verde para poder actuar frente al avance de los kurdos a la frontera turco-siria, a cambio de renunciar en atacar el régimen de Al Asad. Presiona a la Unión Europea para sacar provecho de la cooperación internacional en materia migratoria. A su vez, hay que reconocer que Turquía lidera el ranking global de recepción de refugiados con más de cuatro millones de individuos. De modo general, el golpe de Estado fallido y la purga interna que le sucedió, debilitaron a la potencia turca y redujo la presunción hegemónica al que aspiraba regionalmente.
La realidad se ha vuelto muy compleja y dinámica alrededor de Turquía. Para el observador, es ilustrativo comprobar cómo estas turbulencias nutren un pensamiento conspirativo e irracional de parte del gobierno y al interior de la población. Es frecuente escuchar relatos que relacionan estos fenómenos con asuntos de servicios secretos, de manipulación de parte de las potencias occidentales, etc. De hecho, el control de los medios y el uso de usinas de trolls en redes sociales (entre 6.000 y 10.000 agentes gubernamentales según algunas estimaciones) facilitan la persuasión psicológica.
No obstante, salvo quizás los resultados económicos, no parece haber perturbaciones serias para la perennidad del presidente Erdoğan, cuyo despotismo se logró consolidar en las divisorias sociales o religiosas. Las próximas municipales locales de marzo 2019 no deberían cambiar mucho el panorama político. Lo novedoso tal vez tiene que ver con la astuta construcción de hegemonía que se despliega desde el gobierno. La generación de crisis, tanto internas como externas, sirven de abono para consolidar un bloque dominante de sentido y poder. Y no faltan enemigos internos y complots externos (de Georges Soros, los manifestantes del parque Gezi, la CIA, la OTAN y Europa, el mulá Gülen, hasta la comunidad kurda, etc) para hacer vibrar las fibras nacionalistas y conservadoras que existen en la sociedad.
¿Sería este reflujo autoritario parte del precio a pagar para la reforma desde arriba que impulsó el fundador de la nación turca Mustafa Kemal desde 1923?
FUENTE: François Soulard / Wall Street International