Un nuevo enfrentamiento ha estallado dentro del régimen iraní entre los sectores más radicales, liderados por Alí Jamenei, el “Guía de la Revolución”, y los moderados que apoyan al presidente Hasan Ruhani. Nada nuevo si se tiene en cuenta la sucesión de estos choques durante décadas; lo sorprendente es el motivo la nueva crisis: el encarcelamiento de decenas de ecologistas, sobre todo pertenecientes a movimientos ambientalistas que se dedican a proteger animales en peligro de extinción, bajo la acusación de espiar para Estados Unidos e Israel.
El problema surgió a comienzos de año, según denuncia el Centro de Derechos Humanos de Irán, cuando los Pasdaranes (los Guardianes de la Revolución) comenzaron a detener miembros de organizaciones no gubernamentales, de forma especial de la Fundación para la Conservación de la Fauna Persa (PHWF), que trabajan en zonas rurales y montañosas, donde también hay presencia de guarniciones y bases militares de los Pasdaranes, pero que, al mismo tiempo, son el hábitat natural de osos, gacelas y, sobre todo, del leopardo persa, un gran felino característico de esta parte de Oriente Medio.
Estos grupos ambientalistas, siguiendo criterios de organizaciones internacionales, como el Fondo Mundial para la conservación de la Naturaleza (WWF), colocan cámaras en apartadas zonas de montaña para detectar, cuantificar y realizar el seguimiento de las especies bajo protección, como ocurre de forma muy concreta con este tipo de leopardo.
El leopardo persa no es solo una de las especies más raras y en mayor riesgo de desaparición, sino también la más cercana a Europa, ya que se han detectado ejemplares en los montes Elbruz, al norte de Irán, en el Cáucaso y en los montes Zagros, que sirven de frontera natural entre Irán e Irak. De esta cordillera pasa a su prolongación orográfica por el sur de Turquía a través de los montes Taurus.
Esta es la razón por la que, en los últimos años, se han visto ejemplares en el norte de Irak, como ha ocurrido junto a las ciudades kurdas de Dahok y Suleimaniya, pero también, en las proximidades de Diyarbakir, igualmente en la región kurda de Turquía. Aquí se consideraba extinguido el leopardo persa desde los años 50, cuando se organizaron las últimas batidas de caza en los montes Hakkari, fronterizos con Irak e Irán, pero se considera que este gran felino ha regresado a Turquía, país ya geográficamente conectado con Europa.
En el caso de Irán, las zonas montañosas donde vive el leopardo y otras especies en peligro coinciden con áreas estratégicamente sensibles debido a su condición fronteriza, por extenderse en torno al mar Caspio o por estar junto a la salida del Golfo Pérsico al Océano Índico. Esta es la razón por la que los Pasdaranes levantan bases militares, incluso para instalar lanzaderas de misiles, lo cual provoca el enfrentamiento con las organizaciones ecologistas, cuyos activistas se dedican a colocar cámaras nocturnas para realizar la vigilancia de los animales y se oponen a la instalación de establecimientos militares al considerar que se trata de espacios protegidos de acuerdo con las normas internacionales. Es en el transcurso de estas protestas cuando los ambientalistas son detenidos y acusados ante la justicia iraní de espionaje para Estados Unidos e Israel con la “excusa” de realizar trabajos científicos.
Según el Centro de Derechos Humanos de Irán, una de las organizaciones más prestigiosas y serias en esta materia, se contarían ya por decenas los encarcelados desde enero. Entre los encarcelados, se encontrarían al menos quince miembros de la citada Fundación para la Conservación de la Fauna Persa, incluido su director, el profesor Kavus Sayed-Emami, de doble nacionalidad canadiense-iraní, que falleció el pasado mes de febrero en circunstancias no aclaradas cuando se encontraba en la prisión de Evin, al norte de Teherán.
Kavus, que tenía 63 años, había sido detenido en enero junto a otros miembros de la Fundación, como Sam Rajabi, Nilufar Bayani, Morad Thabaz, también con doble nacionalidad norteamericana-iraní, Amir Husein Khaleghi, Taher Ghadirina, Human Jowkar y Sepideh Kashani. Un mes después se producirían otras seis detenciones por el mismo motivo en la ciudad de Bandar Abbas, al sur del país, y en abril, Kaveh Madani, vicepresidente del Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Hasán Ruhani, tuvo que dimitir bajo la presión de los sectores radicales del régimen y tras ser acusado por los servicios de inteligencia de los Guardianes de la Revolución también bajo la sospecha de espionaje.
Solamente en la provincia de Hormuzgan, junto al estratégico estrecho de Hormuz, en el Golfo Pérsico, habrían sido detenidos, a comienzos de este mes de mayo, medio centenar de activistas. La oleada de arrestos ha obligado a intervenir finalmente al Gobierno de Hasán Ruhani, cuyo Departamento de Medio Ambiente ha declarado públicamente que no existen pruebas de espionaje y ha solicitado, a través de su máximo responsable y vicepresidente del Gobierno, Isa Kalantari, la puesta en libertad de los detenidos, algo que rechazan los Pasdaranes, las poderosas fuerzas armadas en las que reside realmente el poder en la República Islámica de Irán.
FUENTE: Manuel Martorell / Cuarto Poder