Cuando las luces de los grandes medios de comunicación se apagan, los talibanes renacen de las cenizas sus verdaderas intenciones y políticas para un Afganistán devastado por 20 años de invasión estadounidense. Aunque las denuncias por violaciones a los derechos de los pobladores –principalmente de las mujeres- se multiplican con el corren de los días, hasta ahora las principales potencias mundiales guardan un cauteloso silencio, priorizando los juegos geoestratégicos a las vidas de los hombres y mujeres del país asiático.
Afganistán atraviesa una crisis de múltiples dimensiones. Para cualquier analista o estratega que aboga, sin matices, por un orientalismo ramplón, la responsabilidad es de los propios afganos y afganas. Pero si corremos el velo de ese orientalismo –como lo hizo magistralmente el intelectual palestino Edward Said-, nos encontramos con un territorio vejado por Estados Unidos y sus socios de la OTAN, y mucho antes por las tropas soviéticas.
A este derrotero guerrerista, hay que sumar que tanto los muyahidines que enfrentaron a los soviéticos, como los talibanes –que gobernaron entre 1996 y 2001-, funcionaron como fuerzas que pusieron a la mayoría del pueblo afgano bajo regímenes de saqueo y explotación extrema. Tampoco hay que olvidar que muyahidines como talibanes, en su momento mantuvieron “relaciones cordiales” con las potencias a las cuales luego se enfrentaron. En medio de guerras, bombardeos y desplazamientos masivos y forzados de pobladores, tanto las fuerzas locales como extranjeras no perdieron el tiempo para hacer buenos negocios, ya sea con el tráfico de opio, la explotación del gas y la construcción de gasoductos, o la redituable ayuda humanitaria o los contratos millonarios a grandes empresas y contratistas, principalmente estadounidenses.
Mujeres en la mira talibán
Aunque era un secreto a voces, las mujeres afganas se convirtieron en el principal blanco del movimiento Talibán. Cuando llegaron a Kabul y luego de tomar el poder, los jerarcas talibanes declararon, una y otra vez, que los derechos de las mujeres serían respetados, siempre dentro de la interpretación que hacen de la Sharia (Ley Islámica). Esas declaraciones, dentro de la “moderación inicial” del régimen talibán, se esfumaron entre las laberínticas montañas de Tora Bora.
A mediados de septiembre, se conoció la reapertura de las escuelas secundarias del país, pero sin la presencia de niñas ni profesoras. Unos días después, fue clausurado el Ministerio para Asuntos de la Mujer. En su lugar, se creó que el Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio, encargado de hacer cumplir estrictas doctrinas religiosas. Durante el primer régimen talibán, esta institución fue de las más temidas por los pobladores y ejercicio una discrecionalidad absoluta para la represión.
Pese a la medida, muchas mujeres desafían día a día el poder talibán, y concurren a las escuelas. También salen a las calles a protestar contra el régimen, aunque eso implique los milicianos talibanes las repriman con gases lacrimógenos o látigos.
Además de las amenazas crecientes a las mujeres que salen solas a las calles o todavía se atreven a manejar un auto, el régimen talibán prohibió que participaran en ningún tipo de deportes. La medida fue confirmada por el vicejefe de la Comisión de Cultura, Ahmadullah Wasiq.
Sin reparo alguno, Wasiq declaró a la emisora australiana SBS News: “No creo que a las mujeres se les permita jugar al cricket, porque no es necesario que las mujeres jueguen al cricket (…) Pueden tener que afrontar situaciones en que no estén cubiertos su rostro o su cuerpo. El islam no permite que las mujeres sean vistas así”.
En una entrevista reciente a CNN, Macarena Sáez, directora ejecutiva de la División de Mujeres de Human Rights Watch, advirtió que “el mundo no está haciendo lo que tiene que hacer: exigir una protección mínima a los derechos, sobre todo de mujeres y niños, en un régimen de radicalización extrema”. Sáenz agregó que en el país “no solo tienen problemas las mujeres de alto grado profesional, que no han podido volver a sus trabajos. La violencia doméstica aumenta al ser obligadas a quedarse en sus casas”.
La crisis impuesta
Si algo concreto dejaron los 20 años de ocupación extranjera en Afganistán, fue una crisis social profunda y estructural. En un país devastado tras el paso de las tropas soviéticas, el (des)gobierno posterior de los muyahidines y el regreso al Medioevo implementado por los talibanes hasta 2001, la pobreza, el desempleo y el hambre aumentaron exponencialmente. Las proclamas de “democracia” y “libertad” que trajeron al país las tropas extranjeras, sólo fueron un gran entramado propagandístico para justificar la ocupación.
Los talibanes no parecen contar con las herramientas necesarias para revertir la situación. Si bien Rusia, China y potencias regionales como Irán, Qatar y Turquía mantienen en la actualidad relaciones en buenos términos con el régimen –aunque no lo reconozcan oficialmente-, todavía no parecen dispuestos a desembolsar grandes sumas de dinero para ganarse la confianza de los seguidores del malogrado Mulá Omar.
El último sábado, la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja alertó que 18 millones de afganos y afganas necesitan ayuda humanitaria urgente debido al deterioro de la economía de la nación.
El 23 de septiembre pasado, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) reveló que los y las trabajadoras afganas encuentran empleo solo un día a la semana, lo cual proporciona apenas lo suficiente para comprar alimentos. En cuanto al aumento de precios, el PMA indicó el valor del aceite se ha duplicado desde 2020, y el trigo se ha incrementado un 28 por ciento. Desde el PMA también informaron que por primera vez los residentes urbanos padecen inseguridad alimentaria a un ritmo similar al de las comunidades rurales.
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) comunicó que en Afganistán hay escasez de medicamentos y material médico. Al mismo tiempo, el organismo internacional estimó que más de la mitad de los niños y las niñas sufren malnutrición. A su vez, la falta de personal sanitario femenino provoca que pacientes duden en buscar asistencia médica. Debido al recorte abrupto de ayudas internacional a Afganistán –uno de los pilares de su maltrecha economía- la OMS aseguró que los médicos tienen que decidir “a quién salvar y a quién dejar morir”.
Según cifras de la OMS, en el último año unas 1.500 enfermeras huyeron del país, siendo el 17 por ciento de todas las registradas. En tanto, al menos 2.000 médicos salieron de Afganistán, el equivalente al 40 por ciento del total de los profesionales de la salud.
Ante este panorama, buena parte del mundo se olvidó de Afganistán, como ya lo hizo en el pasado. Y ese olvido será el que les permitirá a los talibanes continuar con un régimen sostenido en la violación a los derechos fundamentales de la población.
FUENTE: Leandro Albani / La tinta
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