El actual mandatario turco, Recep Tayyip Erdoğan, y su partido AKP sufrieron una severa derrota el pasado domingo en las elecciones municipales, controlando 23 provincias sobre las 38 de las que partían. Una parte de los votos perdidos fueron a la abstención y la otra parte fue capitalizada, especialmente, por un emergente partido islamista a su derecha, el reconstituido Yeni Refah (YRP). Enfrente, el laico CHP aumentó hasta el 37,77%, por lo que que ni si quiera necesitó la disgregación del voto islamista —en el sistema electoral turco el partido más votado gobierna— para controlar 36 provincias —partía de 23—, venciendo incluso en feudos conservadores. Pero, más allá de estas elecciones municipales, el campo islamista sigue muy vivo y es cada vez más reaccionario.
En los primeros años de mandato, Erdoğan fue capaz de compactar un amplio bloque hegemónico que partía de los musulmanes patriotas y de la pequeña burguesía de Anatolia, pero que incluía al islamismo en su conjunto, liberales, kurdos y proletarios informales unidos contra las élites seculares y la extrema derecha nacionalista en un momento de crisis económica. De esa arena política nada queda ya, salvo la romantización de una supuesta democratización que no era tal. Hoy, islamistas, conservadores y extrema derecha polarizan contra seculares, liberales y kurdos.
Los discursos de extrema derecha que atacan a los derechos de las mujeres, a la comunidad LGTBIQ+ o a las personas migrantes no han parado de normalizarse. Aunque los resultados de estas elecciones han sido una sorpresa para todos los contendientes, hay una dinámica de fondo de desgaste y pérdida de apoyo al gobernante AKP desde 2015. Frente a esas crecientes grietas, Erdoğan optó por cooptar a los partidos a su derecha, estrategia a la que ya está completamente atado y que posibilitó el ascenso de estos en los aparatos del Estado y la progresiva implantación de sus discursos.
Primero fue la simbiosis con el histórico nacionalista MHP, partido anticomunista en sus comienzos y antikurdo después —los afamados Lobos Grises son sus milicias paramilitares y organización juvenil. Tras las protestas populares de Gezi en 2013 y el éxito electoral del HDP prokurdo en 2015, Erdoğan perdió la mayoría parlamentaria que necesitaba para su anhelada transformación de Turquía hacia una República presidencialista. Las negociaciones de paz con el PKK se rompieron y estalló la guerra en el sureste (turco), mientras Bahçeli, líder del MHP, le concedía al presidente los votos necesarios para la reforma constitucional. A cambio, Bahçeli aseguraba su posición cuando más cuestionado estaba por los suyos. Desde entonces, AKP y MHP se presentan conjuntamente en la coalición Alianza del Pueblo. Esta unión imposibilita el desarrollo de libertades culturales para las minorías, después de las esperanzas creadas en los primeros años de mandato. Es la simbiosis del islamismo para con el ultranacionalismo.
A finales del siglo pasado se aceleró el proceso de proletarización. Si en 1980 el 54% de la mano de obra se dedicaba a la agricultura, en 2010 más del 50% era proletariado informal: el campesinado, sin subsidios ni forma de subsistencia, se vio desposeído de sus tierras y migró a los núcleos urbanos, en un contexto de pobreza y desigualdad estructural. El establishment secular no dio respuesta y Erdoğan se nutrió de esas capas sociales. Con el control del Estado clientelar, el AKP pudo articular el flujo de dinero hacia la burguesía mientras desarrollaba políticas asistencialistas para las clases populares —dar un caramelo para no cuestionar la falta de justicia social. El PIB crecía pero el modelo económico, basado en el endeudamiento familiar, la inversión extranjera y en la acumulación de recursos líquidos empezó a fracturarse a partir de 2013. Cinco años más tarde, la crisis del capitalismo turco empezó a galopar.
Erdoğan se resistió a subir los tipos de interés para frenar la inflación, que supera el 60%: que el dinero circulase, para lo que contó con las inyecciones desde Qatar y con el gasto de reservas estatales. Habiendo ya subido los tipos, la economía se ralentiza, los despidos aumentan, las clases medias y bajas sufren. Esto ha producido un desgaste en la imagen asistencial y austera del islamismo del AKP. Fue precisamente el Yeni Refah, uno de los partidos que abandonó la coalición Alianza del Pueblo, quien pudo capitalizar el descontento conservador para con su gobierno. El partido enarbola un discurso contra un AKP que habría perdido sus ideales —al que acusa también de falta de apoyo a Palestina—, centrándose en la pobreza rampante —especialmente en los pensionistas, que no llegan al salario mínimo— y atacando los derechos de las mujeres y a la comunidad LGTBIQ+. Su líder es Fatih Erbakan, hijo del exprimer ministro Necmettin Erbakan, padre político del propio Erdoğan en el ilegalizado Refah (RP) original. “Estos resultados son el resurgimiento de la Visión Nacional” (en turco, Millî Görüş), declaró su líder.
El antifeminismo es uno de los elementos centrales en la agenda política reaccionaria en un país donde se contabilizan al menos 300 feminicidios al año y que posiblemente sean muchos más. Turquía pasó de ser el primer país en firmar el Convenio de Estambul —el convenio del Consejo de Europa contra la violencia contra las mujeres— a ser el primero en abandonarlo, dentro del viraje hacia el campo ultraconservador.
Pero el YRP no fue el único partido a la derecha de Erdoğan en capitalizar el descontento. El ultranacionalista BBP ganó en la provincia de Sivas con un fuerte discurso antimigratorio frente a los 3,5 millones de personas sirias que, según cifras oficiales, se encuentran en el país. El MHP nacionalista, al unir su sino al del presidente, se hace corresponsable de esta situación, lo que le pasó factura entre su electorado.
Con el paso de los años, la mochila del AKP y de Erdoğan se hace cada vez más pesada, con una imagen de alejamiento del islamismo “puro” y de base, y más complicado tiene compactar su bloque. Así, el islamismo turco, imbuido de nacionalismo y de un estatismo necesario para su burguesía clientelar, vira irrefrenablemente hacia el conservadurismo más intolerante. La partición del bloque político está acelerando este proceso.
Una oposición por construir pero que puede hacerlo
“Erdoğan, no protegiste las fronteras y el honor del país. Has traído deliberadamente a más de 10 millones de refugiados. Tan pronto como llegue al poder, enviaré a todos los refugiados a casa”. Esta declaración fue realizada por el líder del opositor y laico CHP, Kemal Kılıçdaroğlu, durante las elecciones presidenciales del 2023, en las que abrazó un fortísimo discurso antimigratorio, cuando hasta el 2019 no había sido un tema principal en la agenda. El CHP, partido eminentemente socioliberal, solo apostó por la socialdemocracia cuándo fue dirigido por el ya fallecido Bülent Ecevit. Durante todo el mandato del AKP, el CHP republicano no ha sido capaz de establecer un proyecto alternativo de país más allá de la defensa de un secularismo que era entendido como una imposición de y desde las élites. Esto, a la postre, fue funcional para la consolidación de poder de Erdoğan. Sin embargo, no se puede negar que en los últimos años el liderazgo del contestado Kılıçdaroğlu acercó al partido a capas sociales populares que estaban más distanciadas.
Tras la derrota en las elecciones presidenciales, Kılıçdaroğlu abandonó la presidencia del partido —que ostentaba desde 2010— en favor de Özgür Özel, lo que ayudó a generar una imagen de renovación dentro de la organización. Pero la gran estrella en auge ha sido quien fue capaz de revalidar la alcaldía de Estambul: Ekrem İmamoğlu. “Quién gana Estambul, gana Turquía”, afirmó Erdoğan, antiguo alcalde de la metrópolis. Habiendo ganado por primera vez en 2019 de manera muy ajustada, İmamoğlu tuvo que enfrentarse a una impugnación del resultado y la consecuente repetición electoral, en la que aunó a toda la oposición y ganó por un amplio margen. Convirtiéndose en una amenaza peligrosa para el gobierno, İmamoğlu se encontró con un juicio político que lo condenó a más de dos años de cárcel y que fue recurrido. “Gracias a los alevís, jafaris, shafi’i, kurdos, circasianos, cristianos, judíos, armenios, asirios […] Nuestro deseo colectivo de democracia brilla más que nunca, marcando un paso fundamental hacia la unidad y el fin de la polarización”, clamó el alcalde en su reciente discurso postelectoral. Una apertura importante hacia las minorías.
Además de Özel e İmamoğlu, se encuentra la figura de Mansur Yavas, alcalde de Ankara de perfil más tecnocrático, de centro y nacionalista, que ha sido tremendamente exitoso en la competición electoral. La victoria del CHP en las grandes ciudades del país le confiere de muchos recursos para preparar las elecciones presidenciales, previstas para 2028. El 70% de la población se encuentra ahora bajo municipalidades del CHP. A pesar de que en política cuatro años son una eternidad, las miradas están puestas en el trío ya mencionado. Desde el partido aseguran que establecer políticas sociales con independencia de la adscripción política —frente al clientelismo del AKP— ayuda a combatir la polarización, pero para que el CHP llegue con posibilidades de victoria, deberá articular un proyecto de país que no se quede en el municipalismo de las ciudades donde gobierna y en ofrecer algo más que acabar con la autocracia personalista. Su electorado vuelve a creer que es posible ganar.
¿Qué resultados obtuvo la izquierda?
El partido prokurdo HDP marcó un antes y un después al unir a buena parte de la izquierda kurda y turca, con grandes resultados electorales, aunque ahora el movimiento se encuentra en un giro identitario y, tal vez, haya tocado techo. En las presidenciales de 2023 apoyó a la heterogénea coalición de oposición, unida por el antierdoganismo, sin ser aceptado como un miembro más: el CHP centralista no puede justificar ante su electorado una alianza con un partido prokurdo y con lazos con el PKK.
Acusado de vínculos con el terrorismo, la organización se presentó en estas elecciones bajo la marca del partido DEM. Mientras la comunidad kurda en las ciudades del oeste votó mayoritariamente al CHP, el DEM mantuvo la hegemonía en el sureste del país —sin llegar a los resultados abrumadores de 2015/2016—, ganando en diez provincias. Pero estas victorias tienen asterisco: en los últimos años, la mayoría de alcaldías fueron intervenidas por el gobierno central, bajo acusaciones a los diferentes regidores de vínculos con el terrorismo. Esta vez tampoco será una excepción: en la ciudad de Van, la Junta Electoral inhabilitó a Abdullah Zeydan, ganador con un 55% de los votos, por haber sido condenado después de la detención que sufrió en 2016 junto a los líderes del partido Demirtaş y Yüksekdağ (que siguen en prisión). Después de varios días de duras protestas, con arrestos, despliegue del ejército, ataques con cócteles molotov e incluso el cierre de la ciudad, Zeydan fue rehabilitado como ganador. Mientras, en Şırnak el partido DEM protesta contra el traslado de votantes de otras regiones que le habría hecho perder la alcaldía.
En cuanto a los partidos de la izquierda turca, su desempeño electoral es reducido. El Partido Comunista de Turquía (TKP) —alineado con el KKE griego— se quedó en blanco tras abandonar Tunceli, la provincia menos poblada de Turquía y en la cual gobernaba a través de Maçoğlu, el famoso “alcalde comunista”. Este decidió concurrir por el izquierdista barrio estambulí de Kadıköy, en el que no tenía posibilidades de ganar al ser un bastión del CHP. Tunceli fue a parar a las manos del DEM prokurdo. El TKP tampoco pudo ganar en Defne por pocos votos, localidad ubicada en la provincia de Hatay, que cuenta con una importante población aleví —minoría religiosa que vota históricamente a la izquierda. La provincia quedó muy afectada por los terremotos de 2023.
Quien sí ganó una de las alcaldías suspiradas fue el Partido de los Trabajadores (TIP) en la limítrofe Samandağ, dónde tendrá que gestionar una reconstrucción que va para largo con insuficiente ayuda del Estado. El TIP es un partido más imbricado en los movimientos ecologistas, feministas y cercano a la cuestión kurda —obtuvo cuatro diputados bajo las listas kurdas, aunque uno de ellos, Can Atalay, se encuentra en la cárcel. La campaña estuvo marcada por la filtración de unos audios del candidato provincial del TIP, el exfutbolista Gökhan Zan, en los que negociaba acuerdos con la cadena estatal TRT. Zan afirmó que esos audios eran falsos, aunque todo apunta a su veracidad. El secretario general del partido, Erkan Baş, no tuvo éxito en el distrito de Gebze, al sur de Estambul, al que se presentaba sin la concurrencia del CHP. Otras pequeñas victorias, como las del partido Sol en Hozat y Saratlı, no pasan de la anécdota.
En definitiva, el desgaste del gobierno y el resquebrajamiento del bloque islamista abre un campo de oportunidades para la oposición, pero también amenaza con una recomposición más reaccionaria. Quedan cuatro años y Erdoğan necesita de una reforma constitucional si decide volver a presentarse -ha dicho que no lo hará pero no es la primera vez que amenaza con ello-, para lo cual no tiene los números actualmente. A pesar de una historia plagada de golpes de Estado, la tradición de la democracia representativa es una vacuna contra el autoritarismo más reaccionario. Si la izquierda quiere competir, debe levantar un modelo alternativo que supere la polarización islamismo vs secularismo, que centrándose en lo popular sea capaz de superar las limitaciones de dos modelos que, cuando se trata de la estructura económica, operan bajo los mismos parámetros.
FUENTE: Pablo Fernández (desde Estambul) / El Salto Diario
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