Bombardeados en Siria, abandonados por Turquía, gaseados en Grecia

El viernes estalló la estampida de refugiados hacia Grecia, fruto del anuncio de Recep Tayyip Erdogan de no vigilar la frontera occidental turca, y desde entonces las autoridades helenas han intentado contener las llegadas por la fuerza. Mientras el régimen sirio intensificaba sus ataques en Idlib contra posiciones turcas, Erdogan convocaba una reunión urgente que acabaría en una apertura de la frontera occidental y la consecuente ruptura del pacto con la Unión Europea (UE) firmado en 2016.

La reacción griega a la crisis ha sido implacable, teniendo en cuenta las imágenes que empezaban a llegar a los despachos de Atenas. El mismo viernes por la mañana, horas después que 34 soldados turcos perdieran la vida en Idlib, decenas de autobuses salían del barrio de Fatih, en Estambul, hacia la frontera con Grecia. Lo hacían llenos de refugiados que, a través de las redes sociales, conocían la situación: Turquía abriría las fronteras y podrían pasar a territorio heleno.

Al convoy de autobuses, gratuito para los refugiados, se sumaban taxis y vehículos particulares que subían al norte del país. Poco a poco, miles de refugiados se iban acumulando en la frontera. Al principio lo hacían en el paso fronterizo de Pazarkule, a pocos kilómetros de la ciudad de Edirne. Más tarde, el lado turco del río Evros se iría llenando hasta alcanzar los cerca de 13.000 refugiados que la Organización Internacional para las Migraciones contabiliza.

En Pazarkule, las hogueras son la única fuente de calor para contrarrestar las gélidas temperaturas nocturnas. Si en la primera noche la mayoría de los refugiados eran hombres jóvenes, al día siguiente, por la mañana, el espacio se llenó de familias y niños. Todos querían pasar a Grecia, lo que alertó a las autoridades helenas cuando los miles de refugiados allí acumulados se decidieron a reclamar su entrada en Grecia. Como respuesta, recibieron gas pimienta y bombas de sonido.

Uno de los damnificados, Dahi, fue de los primeros en llegar. Sus ojos aún lloraban: “Hemos intentado cruzar por aquí, pero nos han tirado gas y hemos retrocedido”, aseguraba. La represión policial griega, a veces interrumpida por ráfagas al aire de fuego real por parte del cuerpo militar turco -presente en su respectivo lado del paso fronterizo– provocó varios heridos de poca gravedad, pero auguraba lo que muchos empezaban a sospechar. “Nos han traído aquí y las puertas están cerradas, nos han engañado”, decía Abdulhamid, refugiado afgano, junto a toda su familia. Esas puertas, que siguen cerradas, provocan la rabia de los refugiados que duermen a la intemperie sin servicios, sin comida y sin agua. El sábado por la noche, muchos empezaban a pensar que lo mejor era cruzar por el río Evros.

Deportaciones en caliente y robos

“Nos lo han robado todo y nos han devuelto a Turquía”, decía un refugiado afgano mientras caminaba, junto a otros dos compañeros, cerca del río Evros. Las deportaciones en caliente por parte de Grecia son múltiples estos días. “Ayer pasamos a las nueve de la noche. Nos pidieron 100 liras (15 euros) a cada uno por subir a las barcas y cruzar, pero los griegos nos atraparon y nos lo quitaron todo”, explica Masud, nacido en Siria. Él es uno de los miles de refugiados que la semana anterior lo abandonaron todo y ahora ya no tiene nada que perder. “Dijeron que la puerta (de Grecia) estaba abierta y dejamos el trabajo y la casa, pero la puerta sigue cerrada. Ahora mismo ya no tenemos nada”, afirma.

Y él, que ya no tiene nada en Turquía, no tiene nada que perder. Otros, en cambio, han querido iniciar el camino de vuelta a casa, pero han chocado con un problema inesperado. “Volvíamos en un convoy de taxis, junto a 15 familias, pero la policía de tráfico nos paró y nos devolvieron a la frontera”, afirma Zekerya, de Iraq. Según los testimonios de los refugiados, el modus operandi de la policía griega pasa por las deportaciones en caliente; el de Turquía, por su parte, hasta el domingo era mantener a los refugiados en los puntos fronterizos.

Cerca del paso de Ipsala, una estación de autobuses está totalmente cerrada a los refugiados que quieren -o querían- sumarse al tren de Grecia. Pero en la estación hay buses que salen hacia Estambul. De hecho, entrar en la estación es fácil, pero salir se presenta complicado: sólo lo pueden hacer aquellos que se dirijan hacia Estambul o Ankara. Un joven afgano afirma que también salen otros buses, pero estos lo hacen hacia la frontera griega, ante la mirada y el control de la misma policía turca.

“No toleraremos ninguna entrada ilegal”

El primer ministro Kiryakos Mitsotakis fue claro desde el primer día en que la crisis empezó. “No toleraremos entradas ilegales”, dijo a través de Twitter. Después de ver que los disturbios en su frontera no mermaban durante el fin de semana, convocó una reunión de seguridad urgente donde decidió anular el proceso de peticiones de asilo. “A partir de ahora, no vamos a aceptar ninguna solicitud durante un mes”, dijo. La mano de hierro de la administración griega también pasó por señalar a Turquía. “En lugar de reducir redes de contrabandistas, Turquía se ha convertido en un contrabandista”, dijo el portavoz del gobierno heleno, Stelios Petsas.

“No cerraremos estas puertas y esto continuará. ¿Por qué? Porqué la Unión Europea debe mantener sus promesas. No debemos cuidar de estos refugiados, ni alimentarlos nosotros”, dijo la semana pasada Erdogan. El presidente turco se queja de que los fondos para apoyar a los refugiados transferidos a Turquía desde Bruselas llegan demasiado lento y también ha pedido a la canciller alemana Angela Merkel que el dinero vaya directamente a las arcas del gobierno turco.

Mientras Erdogan lleva al plano diplomático esta batalla, lo que empezó con simples amenazas se ha convertido en la mayor crisis migratoria desde 2015.

FUENTE: Albert Naya / eldiario.es / Edición: Kurdistán América Latina