Al final de un largo camino polvoriento en las llanuras del norte de Siria, una joven con un rifle sobre sus hombros cuida la entrada a la aldea de Jinwar.
Treinta casas de ladrillo se encuentran más allá de la puerta, decoradas con toques de color púrpura y azul. Una gran parcela de tierra agrícola, donde crecen hileras de hortalizas, las rodea.
Una zona de guerra tal vez no sea el escenario más obvio para una utopía feminista. Pero aquí, en un rincón lejano de un país que ha sido devastado por un conflicto en curso, un grupo de mujeres ha creado un escape al caos que las rodea. Construida en los últimos dos años, esta pequeña aldea es un idilio ecológico y autosostenible, donde las mujeres gobiernan y los hombres no pueden quedarse.
“Aquí no hay necesidad de hombres, nuestras vidas son buenas -dice Zainab Gavary, una residente de 28 años-. Este lugar es solo para mujeres que quieren ponerse de pie”.
Jinwar es una comuna solo para mujeres, a pocos kilómetros de Qamishlo, una ciudad en la región principalmente kurda del noreste de Siria. La aldea fue creada por grupos locales de mujeres y voluntarios internacionales, para organizar un espacio para que las mujeres vivan “libres de las limitaciones de las estructuras de poder opresivo del patriarcado y el capitalismo”.
Las casas fueron construidas por las mujeres que ahora viven en ellas. Murales y estatuas de mujeres en el trabajo están dispersos alrededor del sitio, en el centro de los cuales hay un jardín de flores de pradera. Es un contraste discordante con los pueblos que la rodean.
Que el pueblo fuera construido en el norte de Siria no es una coincidencia. Hace apenas unos años, toda el área vivía bajo la sombra del califato de ISIS. El grupo yihadista capturó grandes franjas de territorio cuando hizo rápidos avances al sur y al este de la región kurda, y cruzó la frontera hacia Irak.
ISIS fundó su capital en Raqqa, a pocas horas en automóvil de la región kurda, y llevó a cabo una de sus atrocidades más terribles en la ciudad de Sinjar, a menos de cien millas al este. Miles de yezidíes fueron masacrados, y miles de mujeres fueron secuestradas por el grupo yihadista para ser usadas como esclavas sexuales.
En respuesta a esta ola de brutalidad, muchas mujeres kurdas tomaron las armas para luchar contra el grupo extremista. La historia de estas mujeres enfrentadas contra un culto asesino que pretendía esclavizarlas, atrajo la atención del mundo.
Las fundadoras de Jinwar ven su proyecto como una continuación de la “revolución de las mujeres” que las llevó a abandonar a sus familias e ir a la guerra. Pero mientras que el mundo conoce a los kurdos a través de imágenes de mujeres que luchan en la línea del frente, la sociedad kurda sigue siendo profundamente conservadora. Jinwar fue construido como un lugar para que las mujeres escapen de los roles orientados a la familia que una sociedad patriarcal les ha asignado. Gavary es uno de ellos. Se casó cuando era joven, pero su marido murió poco después.
“Mi madre me rogó que no viniera, pero aun así vine -dice ella-. Crie a mi hijo solo durante 10 años, sufrí mucho”.
“Sin mujeres no hay libertad -dice ella, repitiendo un mantra que está escrito en las paredes en Jinwar-. Hasta que las mujeres se eduquen y se empoderen a sí mismas, no habrá libertad”.
En la aldea, el mensaje es profundamente político. Además de abogar por un mayor papel para las mujeres en la sociedad, Jinwar también promueve la vida ecológica y comunitaria como una alternativa a la vida moderna.
Pero Jinwar es algo mucho más simple: es un refugio para las mujeres que necesitan apoyo, especialmente aquellas que han perdido a sus seres queridos en la guerra.
Amira Muhammad, de 33 años, es una de las muchas viudas que han hecho de Jinwar su hogar. Su esposo fue asesinado luchando contra ISIS hace más de un año. Se vio obligada a volver a vivir con sus padres y a depender de ellos.
“Vine aquí porque tengo cinco hijos y no tenía ingresos ni una casa para vivir –dice-. Aquí brindan muchos beneficios, como educación para los niños, sus gastos de manutención. Es un pueblo bonito y lo más importante es que a mis hijos les gusta”.
“Hacemos nuestro propio cultivo, plantamos árboles. Cada mujer cultiva su propio lote para sus hijos. Vendemos la cosecha y utilizamos los ingresos para sufragar nuestros gastos”, agrega.
Las residentes de Jinwar se mantienen ocupadas por el trabajo necesario para ser autosostenibles. El grupo se turna para cocinar y comer juntas en una gran cocina comunal. Hay animales para atender y una escuela para los niños y las niñas. El pueblo recibe regularmente visitantes del área local, que vienen a aprender sobre las ideas detrás del proyecto.
Además de las viudas, hay divorciadas y otras que simplemente han elegido vivir una vida lejos de los hombres. Nisreen Qadir, de 17 años, vino con su hermana. Ella dice que hay desventajas de vivir una vida aislada. “Nuestra vida sola es a veces aburrida -dice ella-. Pero es una vida de autosuficiencia, es la vida de mujeres libres”.
FUENTE: Richard Hall / The Independent / Traducción y edición: Kurdistán América Latina