Como cada domingo, decenas de niños corren entre los olivos del jardín de la iglesia de Al Qadisa, en Tal Tamer, donde sus habitantes creen que después del enclave de Kobane, ellos fueron los que más sufrieron las consecuencias del avance del Estado Islámico (ISIS) en esta zona del nordeste de Siria. Era el 2014, meses después de que el llamado califato fuera proclamado por el hoy desaparecido Abu Bakr Al Baghdadi , cuando esta localidad, ubicada a 40 kilómetros al sur de Serekaniye y que hoy vuelve a estar en el frente de batalla, fue sitiada por los hombres de ISIS.
La mayoría de los habitantes no tuvo otra opción que huir, incluidos más de 20.000 asirios. Pero aquellos de otras villas al otro lado del río no tuvieron la misma suerte. Alrededor de 250 personas quedaron atrapadas y terminaron por convertirse en prisioneros del Estado Islámico. Sus iglesias y muchas de sus casas quedarían totalmente destruidas. La memoria de aquellos combates está en los agujeros en las fachadas de muchas de las edificaciones. “Ellos nos dieron tres opciones -a los cristianos-: pagar, emigrar o convertirnos al islam”, cuenta Robert Isso, un integrante de las fuerzas sirias, que a su vez integran las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS).
Al final, y con excepción de una docena de personas todavía desaparecidas, el resto fueron liberados después de pagar un rescate que reunieron entre asirios en el extranjero y oenegés. La mayoría emigraron y sólo unos cuantos se quedaron. Como la mayoría de la gente aquí, rehúsan hablar. “No podemos”, dicen. De todo este proceso fue testigo Isso, que cree que a pesar de que Al Baghdadi ha muerto, todavía queda mucho por hacer. “Lo que él hizo fue impulsar el odio hacia otras religiones, y eso todavía está vivo -dice-. Tenemos que cambiarlo para poder vivir juntos de nuevo”. Este hombre fornido, de barba poblada y vestido con su uniforme militar, participó en todas las grandes batallas para derrotar a ISIS en el este de Siria, incluida la de Baghouz, su último enclave, que fue recuperado por las FDS el pasado marzo. Pero a pesar de la alegría -y alivio- que causa en la región la muerte del líder de ISIS, este no era un tema que dominara la conversación en la iglesia de Tal Tamer ni en el resto de la población, que ha quedado convertida en el centro de la lucha por el control del noreste de Siria.
Aquí la persecución que sufrieron los asirios durante el imperio otomano, y que les llevó a asentarse en estas planicies del norte de Siria, está presente en la población, que ve con gran desconsuelo, y miedo, la incursión de las fuerzas turcas en territorio sirio.
“La situación vuelve a ser incierta”, cuenta Valentina, una economista asiria que evitó emigrar a Líbano cuando ISIS atacó Tal Tamer. Esta vez tampoco se irá. “Vienen con la excusa de los kurdos, pero aquí vivimos todos juntos, ellos nos ayudaron a protegernos”, dice esta mujer. En Tal Tamer, como en el resto de esta región, el miedo a un avance turco es aún mayor que la posibilidad del regreso del gobierno sirio, cuya presencia causa división entre sus habitantes. Muchos cristianos lo aceptan y lo celebran.
A sólo 15 kilómetros al norte se libran enfrentamientos contra el ejército turco, pero en especial las milicias apoyadas por Ankara, que presionan para ganar terreno. Después de un intenso combate que dejó varios muertos y heridos, el sábado pasado tomaron el caserío de Soda. “No creo que intenten llegar a Tal Tamer, pero sí muy cerca, al otro lado del río”, explicó Kino Gabriel, el portavoz de las FDS, que es asirio. Incluso una de las localidades asirias ha caído bajo su control.
Pero mientras se va aclarando cómo quedarán distribuidas las poblaciones en esta parte de Siria, la situación es tan complicada como peligrosa. En sus alrededores han terminado por convivir las FDS, los turcos y sus milicias aliadas, pero también los rusos y las fuerzas de Damasco, que días atrás desplegaron un gran número de hombres para ayudar a detener la ofensiva. Hoy las FDS y el ejército sirio combaten en el mismo frente. Se suma a ello que, si las informaciones son correctas, los norteamericanos regresan a una de las bases situadas al este de Tal Tamer.
En ningún lugar es tan evidente esta confusión como en el pequeño hospital que ha pasado a ser el centro de recepción de los heridos, que luego se distribuyen en otros hospitales de la región. “Esta mañana llegaron dos soldados del régimen, y todo bien”, contaba sonriendo un comandante kurdo de las FDS que coordina la protección del hospital. “Es muy buena noticia -decía, en alusión a la muerte del Al Baghdadi–, el problema es que luego vienen más”. Él mismo perdió su pierna izquierda en la batalla contra ISIS en Manbij.
Una de las escuelas ubicadas a la entrada de Tal Tamer es el centro de recepción para miles de personas desplazadas. Fatemé es una de las más de 200.000. Viene de Manijar para recoger ayuda que reparte Acnur. “Tengo mucho miedo. Contra ISIS fue difícil, pero era una pelea entre sirios, era más fácil de resolver; con Turquía es mucho más duro”, dice la mujer, cuya única preocupación es hacerse con un par de colchones, unas mantas y un poco de comida para sus tres hijos. En el 2013 ya tuvo que dejar su casa por algunos meses y hoy se ha vuelto a quedar sin nada.
Esta vez la lucha es mucho más compleja. Una pequeña tercera guerra mundial, como lo definió una comandante kurda.
FUENTE: Catalina Gómez / La Vanguardia