Entrevista a Alba Sotorra, una documentalista catalana que estuvo conviviendo con las guerrilleras kurdas que vencieron a Estado Islámico en Kobane, Siria.
“Para mí, el amor verdadero es servir a mi gente”, dice Aryan. “El amor más grande es el sacrificio”. Protagonista de “Amor y Sacrificio”, el título provisional del nuevo documental de Alba Sotorra, Aryan es una guerrillera kurda, comandante de las Unidades Femeninas de Protección, que combatió al Estado Islámico durante la batalla de Kobane (Siria).
La realizadora catalana, que pasó meses conviviendo con Aryan y el resto de las guerrilleras kurdas en Kobane, está ultimando los detalles de una película en la que retrata, en primera persona, cómo es ser mujer estando en primera línea del frente. “Amor y Sacrificio” es, además, un fresco sobre cómo una soldado convaleciente lucha por volver a levantarse.
Nos acercamos al estudio de la directora para hablar con ella sobre “Amor y Sacrificio”, sobre su experiencia en Siria, y sobre el trato superficial que las Unidades Femeninas de Protección reciben por parte de los medios occidentales.
-Llegas a Kobane por primera vez en 2015, ¿cierto? ¿Qué contexto político y bélico se está dando en la ciudad por aquel entonces?
-Era la época que Estado Islámico estaba avanzando en Siria, y lo estaba haciendo muy rápido, porque en muchos de los pueblos no encontraba resistencia alguna. Pero, cuando llegaron a la zona norte, dónde están los kurdos, éstos les estuvieron plantando cara durante muchos, muchos meses; son un pueblo muy guerrero y orgulloso. La presión mediática hizo que la Coalición Internacional interviniera, apoyando a los kurdos mediante incursiones aéreas, y haciendo que ISIS saliese de la ciudad. Pero, tras esa salida, la ciudad se mantuvo cercada por los terroristas. Cuando llego yo, Kobane justo acababa de caer.
-¿Cuántas personas erais en el equipo de rodaje?
-Fui sola; no habría podido entrar si hubiera ido con cámara y sonidista. Lo que hice fue ponerles micros inalámbricos a ellas, y encargarme yo de llevar la cámara.
-¿Cómo consigues entrar en Siria?
-Es muy complicado; toda una aventura. Has de entrar de noche, para empezar. Yo tenía contactos kurdos, gente de confianza, para ayudarme a cruzar la frontera. Sabía que, si quería entrar, tenía que hacerlo de forma ilegal, pero no conocía todo lo que implicaba entrar en Siria en esas condiciones. Cuando me planté en la frontera, venía de rodar en Cambridge, cargada con una maleta rosa gigante. En cuanto me vieron llegar con la maleta a cuestas, se pusieron a discutir entre ellos. “¿Hay algún problema con mi maleta?”, les pregunté. Me dijeron que era demasiado grande. “Hay que cruzar la frontera a pie”. Yo me esperaba un todoterreno o algo así. “Bueno, ¿y cuánto tenemos que caminar?”. Me dicen que no hay que caminar: hay que correr, y hacerlo durante horas.
-¿Cuál fue tu reacción?
-Abrí la maleta, saqué la cámara, metí algunas bragas en la funda del trípode, y dejé el resto allí. Pero cuando empecé a revolverlo todo, con aquellos tres tíos mirando, y empecé a sacar que si vestidos, que si unos zapatos de tacón… Me morí de vergüenza, la verdad. Entonces no sabía que cuando llegabas allí te dejaban ropa, como tampoco sabía que para cruzar la frontera tendría que hacerlo a pie y campo a través; de noche.
-¿Con qué te encuentras al llegar a Kobane?
-Llego de noche y era la oscuridad total: no hay electricidad desde la incursión de Estado Islámico. A la mañana siguiente, cuando desperté, el impacto fue bestial: me encontré con una ciudad completamente destrozada. Con el asedio de ISIS, tampoco podían entrar comida, ya no hablemos de maquinaria de limpieza. En esa primera incursión solo fui a documentarme; estuve más viviendo la ciudad que grabando.
-¿Hay alguna diferencia sustancial en Kobane entre este primer contacto y los siguientes?
-La segunda vez que vuelvo estoy en el frente, durante la operación militar que pretendía poner fin al asedio cada vez mayor de ISIS a Kobane. Estuve dos meses, los mismos que tardaron en vencer a Estado Islámico; yo pensé que la película terminaba ahí: tras la gran fiesta que organizan al liberar la ciudad. Sin embargo, cuando revisé el material ya de vuelta en casa, me di cuenta que había muchos agujeros en la historia. Tenía que volver una tercera vez a Siria.
-¿Cambió mucho la película en esa tercera incursión?
-La cambió por completo. Me avisaron de que Aryan, la guerrillera en la que había centrado el documental, estaba muy mal: la habían herido en el frente. Averigüé en qué hospital estaba, fui a visitarla, y esta vez me quedé durante un año allí, grabando su recuperación. Eso me hizo conocer la guerra a un nivel mucho más profundo: si no hubiera vuelto, solo habría documentado la acción, la victoria y la gloria, obviando esta otra parte, que es la realmente jodida.
-¿Crees que desde Occidente hemos mitificado demasiado la lucha de las Unidades Femeninas de Protección?
-Con respecto a las guerrilleras kurdas, lo que desde luego hay es una imagen muy superficial de su figura. Es normal: la primera vez que las ves, te quedas fascinado. Parecen invencibles y, además, su lucha tiene un sesgo ideológico tan grande que tendemos a imaginárnoslas pensando y actuando a todas por igual; en bloque. Para poder llegar a sus contradicciones y a sus matices, has de pasar mucho tiempo con ellas. Aryan, que es una mujer de convicciones intocables, hay un momento durante su recuperación donde empieza a dudar y a cuestionárselo todo, y eso es lo que para mí la hace más fuerte todavía. La hace humana; si no, no te la crees.
-¿Cómo te recibieron Aryan y el resto de guerrilleras kurdas cuando entraste en contacto con ellas por primera vez?
-Fue muy fácil, porque tienen una tendencia a la solidaridad para con el resto de mujeres. Ten en cuenta, además, que la mayoría de periodistas que entran a Siria son hombres, por lo que cuando, de repente, llega una mujer, ellas la reciben con los brazos abiertos. Para las guerrilleras kurdas, cualquier mujer feminista en cualquier lugar del mundo es una aliada y una compañera.
-¿Cómo se instala el feminismo en el seno de la Unidad de Protección Popular?
-Es curioso, pero el teórico del que las guerrilleras han adoptado el discurso es un hombre: Abdullah Öcalan. Es uno de los líderes intelectuales del PKK, una organización estrictamente comunista. Las mujeres siempre habían sido muy fuertes dentro del movimiento, pero en los noventa empezaron a quejarse de que dentro del PKK se repetían los mismos vicios machistas de los que pecaba la sociedad kurda. Defendían sus posiciones desde el feminismo, mientras que sus compañeros varones decían que no era una reivindicación válida, puesto que con la organización comunista del PKK todos sus miembros, mujeres y hombres, eran iguales.
-La lucha de clase que niega la de género, ¿no?
-Eso mismo. Lo que hizo Öcalan, influenciado por las mujeres del PKK, fue escribir “El Confederalismo Democrático”, un ideario que se sostenía, por orden, en el feminismo, la democracia asamblearia y el ecologismo –un punto, este último, en el que les queda mucho trabajo por delante. El intelectual señaló el patriarcado como el germen de todas las injusticias del mundo y, con sus escritos, Öcalan convirtió a las mujeres kurdas en las protagonistas de la lucha por la libertad.
-¿Por qué crees que el discurso de Öcalan ha calado tanto entre las chicas kurdas?
-Por supervivencia: antes de que ellas lo prohibieran, las estaban casando con 15 y 16 años, en matrimonios arreglados previamente; lo único que les ofrece la sociedad es casarse y parir. Por eso son implacables con cuestiones feministas, y es lo que más les está costando: además de esquivar las balas de ISIS, las bombas de Bashar al-asad y los turcos; además de soportar a la oposición política, también tienen que encargarse de fiscalizar al patriarcado en su propia sociedad, creando una tensión muy fuerte en la misma.
-Eso les creará rencillas con las divisiones masculinas del ejército kurdo, ¿no?
-Es jodido, sí. Los soldados hombres te decían que luchar contra el ISIS era lo de menos, porque no les suponía ningún conflicto en su propio seno.
-Habiendo estado en el frente, ¿qué nos puedes decir sobre las filas de Estado Islámico?
-Los he desmitificado mucho. Sé que hay gente muy preparada y muy mezquina entre sus soldados, pero la mayoría son chavales que no han cogido un arma en su vida. No tienen ni idea de luchar: cuando hay combate, caen como moscas. A veces, las guerrilleras kurdas, que tenían mayor experiencia militar que los terroristas, conseguían capturar a alguno vivo. Cuando les veías las caras, pensabas: “¿De verdad tú eres del ISIS?”. Estado Islámico ha hecho un muy buen trabajo de propaganda, pero el monstruo que venden no existe: son chavales jóvenes asustados.
-Las guerrilleras hacían prisioneros, por lo que comentas.
-Sí. Y a muchos de ellos, si no tenían las manos manchadas de sangre, les dejaban volver a casa con sus padres. Están haciendo un trabajo súper fuerte de reconciliación con las aldeas árabes de la zona: con la guerra, la tensión entre estas poblaciones y las poblaciones kurdas ha aumentado, por lo que con gestos como el de devolver prisioneros están intentando que las dos partes se perdonen y puedan volver a ser vecinos cordiales.
-Hay vídeos de guerrilleras kurdas siendo decapitadas. ¿Por qué crees que, aun así y en un contexto bélico, optan por perdonar antes que por vengarse?
-Por mucho que tengas claro que ellos son el enemigo, o que sepas lo que hacen cuando entran a un pueblo no es musulmán, a veces les ves tan frágiles que da mucha pena matarles. Y les suponemos gran fortaleza a las guerrilleras, pero muchas de ellas acaban destrozadas emocionalmente; no todas las heridas se ven. Mientras estás peleando, con la adrenalina a tope, el grupo te hace muy fuerte; pero, cuando eso pasa, imagínate.
-¿Te empapaste de esa adrenalina?
-¿Hasta que no acabaron con Estado Islámico? Estaba en un globo. Ni dejan de pasar cosas, ni te da tiempo a pensar: llegas allí, te dan el uniforme y pasas a formar parte del grupo; ya no tienes que pensar qué te vas a poner, ni qué vas a comer, ni dónde vas a ir, ni qué vas a hacer. Te mueves tal y como se mueve el grupo: comes del mismo plato, bebes del mismo vaso y duermes en la misma alfombra que duermen ellas. Y es muy liberador: es como tomarte un descanso de ti misma. Es muy raro: su situación es más jodida que la nuestra, pero, por jodida que sea, al vivirla de forma colectiva, todo parece más sencillo de lo que es.
-A nivel de medios, ¿cuán abastecidas están las guerrilleras?
-Es todo muy precario; no creo ni que tuvieran esposas para los prisioneros. Lo único que te tranquiliza es que en el otro bando, en el de Estado Islámico, tienen medios tan o más pobres. Los coches que se usan allí están tan destartalados que te sientes dentro de Mad Max.
-¿Cómo te comunicabas con ellas? ¿Hablaba inglés o español alguna?
-Ninguna de ellas. La mayoría del tiempo es como si estuviese sorda. Había un chico en el campamento de hombres que sí sabía inglés, y me hizo de intérprete en situaciones muy específicas; pero fueron pocas veces. Yo creo que, si las hubiese entendido, hubiera pasado mucho más miedo del que pasé. En un momento de la película, por ejemplo, las estoy siguiendo mientras corren en dirección contraria a la de sus compañeros hombres. Una vez me pongo a traducir eso, ya en casa, me entero de que los tíos les estaban diciendo: “No entréis, están viniendo demasiados; tenemos que salir de aquí”. Ellas les contestan que ni de coña, siguen avanzando, y plantan cara a la ofensiva, solas.
-¿Tienen algún superior hombre las guerrilleras?
-No. Creen que hasta que los hombres no “curen” su patriarcado interior, siempre existe la posibilidad de que ejerzan violencia contra ellas. No hay ningún hombre en su campamento.
-¿Es cierto que son célibes?
-Sí, pero tanto ellas como ellos. La sexualidad, si entras a combatir en la Unidad de Protección Popular, renuncias a la sexualidad, al amor íntimo, a tener hijos y a todos sus derivados. Son casi como samuráis. Es algo cercano a lo místico.
-La cámara de tus películas es siempre muy invasiva, ¿lo es también en este nuevo trabajo? ¿Cómo consigues que la gente a la que grabas se muestre de forma tan íntima?
-Llega un punto en el que me fundo con el entorno. Aquí fue incluso más fácil, porque iba vestida como ellas; dormía con ellas; me duchaba con ellas. Estás tan dentro que al final te vuelves invisible. Mi cámara, en cierto punto, acabó siendo tan parte de mí como sus kalashnikovs son partes de ellas: dejó de ser un objeto extraño, como las armas dejaron de ser objetos extraños para mí. Pasó a formar parte del paisaje.
-¿Te pusieron alguna barrera? ¿Alguna cosa que no quisieran que grabases?
-Detenciones puntuales, alguna reunión estratégica… Sobre todo, son muy pulcras con el tema del cuerpo: para ellas, enseñar el antebrazo es ir demasiado lejos. Si de repente estaba con la cámara y salía alguna de ellas del baño, se ponía a gritar.
-Y ¿a nivel humano? Supongo que la recuperación de Aryan no fue fácil de rodar.
-No lo fue, pero sobre todo por mí, que tenía muchas reticencias a mostrarla tan frágil en la película. Cuando fui a visitarla por primera vez al hospital, que me la encontré retorciéndose de dolor, se levantó enseguida para hacerme creer que estaba bien; como demostración de fuerza. Meses atrás, me sentía muy mal por querer mostrar esa otra cara de ella, la débil; pero poco a poco, en un proceso de diálogo muy largo con mi montador, llegué a la conclusión de que Aryan ganaba en fortaleza si la mostrabas como realmente era. Hiperprotegerla y enseñar solo lo que ella hubiera querido proyectar de sí misma hubiese sido un error.
-¿Dirías que este rodaje te ha cambiado en algún sentido?
-Como feminista o post-feminista europea, me ha permitido hacer lazos y entender otros feminismos. Hacer lazos con mujeres a las que, por ejemplo, les cuesta entender conceptos como el de la libertad sexual o la homosexualidad. Que esto ocurra genera mucha incomprensión en Europa, y hace que las guerrilleras hayan sido muy criticadas por parte del feminismo blanco.
-¿Querrías añadir algo más, en este sentido?
-Sobre esta mala prensa, añadiría que nace de entrevistas que le han hecho a nivel particular a alguna de las chicas, en las que decían que era sucio ser lesbiana o ser gay; esto en ningún caso es algo que represente a las Unidades Femeninas de Protección o al ideario que defiende. Las guerrilleras son muy jóvenes; vienen de pueblos en las que les han dicho que su única misión en la vida era casarse, parir y obedecer a sus maridos. Despojarse de todo eso supone un viaje emocional tan grande que debemos tener un poco de paciencia para dejar que recorran el resto de caminos, con los tiempos que necesiten. Hemos de relajar nuestras críticas, porque son tías que merecen todo nuestro apoyo.
Para ver el adelanto del documental: http://www.playgroundmag.net/cultura/guerrileras-kurdas-cualquier-feminista-aliada_0_2046395373.html
FUENTE: Víctor Parkas/ http://www.playgroundmag.net