Llega a la hora de la siesta, con más curiosidad que información. Es primavera y el sol que se cuela entre los pocos árboles dibuja siluetas en los cuerpos de quienes están en la montaña. Saluda torpemente a cada una de las personas, el cuerpo se impulsa para un abrazo que se detiene en una mano formal y una sonrisa amable, perenne, así una tras otra, uno tras otro, verde musgo el pantalón, verde musgo la camisa, verde musgo el chaleco, de muchos colores el pañuelo que rodea la cintura. Salwar se llama la vestimenta típica de la guerrilla. Armas colgadas de los hombros, muchas armas, otra sonrisa y, de repente, un abrazo inesperado.
Recorre el lugar y encuentra que, en un pequeño lago, un grupo de guerrilleros se están bañando. Entonces, aprovecha y se da un chapuzón. Las montañas de Qandil son el lugar épico de la revolución kurda, es la Selva Lacandona de los zapatistas, o la Sierra Maestra de los cubanos.
“¿Qué está pasando? Me dijeron que una invitada vino y se fue con los amigos varones y estuvo nadando con ellos”.
Zozan recuerda y ríe.
—Alguien dijo que “había que explicarle que aquí no se hacen esas cosas”. Así que, cuando llegó, vi su ropa mojada, su pelo mojado. Me di cuenta de que su cara y su pelo eran diferentes. Sólo hablaba un poco de kurdo. Nos saludamos y me dijo que era de Argentina.
—Me llamo Lêgerîn Azadî.
—Qué bonito nombre. ¿Por qué lo elegiste? Me respondió: “Busco la libertad”.
Buscar es un verbo inquieto, una acción, una propuesta que nace de la inconformidad, un movimiento hacia lo perdido o lo aún no hallado, un impulso hacia algo o alguien. La búsqueda, a veces, es un capricho delineado de punto a punto, un mapa que se dibuja con las huellas de quien camina, una pregunta firme que evoca respuestas inesperadas que abren otros caminos y hacen girar la rueda de quien busca. En italiano, su análogo es “cercare”, palabra que comparte la misma raíz con la palabra círculo. Los indígenas zapatistas dicen que la lucha es como un círculo: empieza en cualquier punto pero nunca termina.
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En la madrugada del 4 de septiembre de 1986 nace en el hospital de San Martín de los Andes, en el sur argentino, Alina Sánchez.
—Miro ese momento desde aquí y me veo tranquila, esperando —dice Patricia, su mamá, desde la provincia de Córdoba, a través de un intercambio de audios—. Lo disfruté mucho, el momento previo a su nacimiento fue de cosecha. Imagino que también habría un poco de tensión por si todo saldría bien, poca, siempre me ganó la confianza en la vida.
La niña Alina enreda su vestido naranja con flores en los árboles que trepa, no se detiene ni un segundo, sonríe mirando a su madre y sigue jugando.
—Alina era magma, tenía demasiada energía, ardía, sabía que si no regalaba un poco de su calor, se quemaba —continúa Patricia—. Era amor, y cuando no encontraba cauce se volvía fuego. Desde pequeña estaba pendiente de los demás, y desde siempre fue una buscadora de placer, de aventura. En la adolescencia, todos morían por ella y ella, muy ingenua, no se daba cuenta de lo que despertaba.
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Año 2004. Alina tiene 18 años y planea un viaje a dedo a las Cataratas del Iguazú, en la provincia argentina de Misiones. En los 1300 kilómetros que hay desde Córdoba a Iguazú espera encontrar algunas respuestas. Un camión le ofrece llevarla hasta Chaco, donde conoce la comunidad originaria Qom y puede ver como resiste y sobrevive al abandono estatal. Vuelve a Córdoba y se anota en el Instituto de Culturas Aborígenes para estudiar antropología. Su voz se escucha potente en las asambleas. Junto con otros compañeros quiere formar un centro de estudiantes que no mantenga relación con los partidos políticos tradicionales. Sus compañeros, aún hoy, la recuerdan como una férrea militante que no para hasta que logra lo que quiere.
“Quizás buscando la vida o buscando la muerte, eso nunca se sabe. Quizás buscando siluetas o algo semejante que fuera adorable, o por lo menos querible, besable, amable”. Suena Silvio Rodriguez en la habitación de Alina, en Córdoba. Su cabeza da vueltas porque tiene que tomar una decisión que puede cambiar su vida: tiene 15 días para definir si acepta una beca que le consiguió uno de sus profesores del Instituto de Antropología para estudiar medicina en Cuba.
Cuba le trajo nuevas amigas, enseñanzas y perspectivas, pero ya no es la misma que pisó Ernesto “Che” Guevara. Presiente que lo que aprendió no va a poder ser aplicado ahí, abandona sus estudios de medicina en mitad de la carrera y retoma el movimiento. Se suma a una caravana que va a México en solidaridad con las zapatistas. El viaje hace una parada en Panamá, donde hay una manifestación contra las nuevas políticas neoliberales implantadas. Esta manifestación es reprimida y los agricultores que reclaman terminan asesinados y heridos. Alina es parte de las médicas voluntarias que curan a las personas afectadas.
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Es 2010 y el Instituto de la Madre Teresa de Calcuta, en la India, aún no tiene todas las acusaciones que tiene en la actualidad.
Alina quiere ir, arma un bolso, reúne un poco de dinero y parte a Europa.
Llega a España, donde está poco tiempo. Conoce a personas que organizan una charla sobre la situación en Panamá, y se suma a ese grupo. Hini, un alemán varios años mayor que ella, muy vinculado a la realidad panameña, la invita a su país.
Alina no tiene dinero y no sabe muy bien cómo seguir. En Alemania hay un sistema de reciclaje que consiste en depositar en una urna autoservicio envases vacíos, botellas de plástico y latas de gaseosas a cambio de 0,25 céntimos de euro. Un rebusque que es salvataje para el día a día de muchas personas. Alina prueba unos días y lo abandona. Hini le ofrece un lugar en su casa. Cuando Alina le cuenta de su proyecto de ir a la India, la convence de que no es una buena idea, y la lleva a una charla sobre la situación médica en Qandil, en las montañas del Kurdistán iraquí (Bashur), y en Makhmour, el centro de refugiados kurdos en la misma región.
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El 17 de diciembre de ese 2010, Tarek el-Tayeb Mohamed Bouazizi, un vendedor callejero tunecino, se inmola luego de que la policía de su país le confiscara sus mercancías y los funcionarios municipales lo humillaran frente a todo el mundo. Este acto se convierte en un catalizador del estallido social tunecino, que llevó a la renuncia del presidente que gobernó ese país durante 23 años. Es, además, el acto que da origen a la denominada Primavera Árabe contra los regímenes autocráticos en Medio Oriente y el Magreb.
El pueblo kurdo, liderado por el dirigente encarcelado Abdullah Öcalan, intuye que las dos opciones que plantea la Primavera Árabe para el Kurdistán sirio no aportan a la liberación de su pueblo. Por eso, llama a construir una tercera vía basada en el “confederalismo democratico” teorizado por el propio Öcalan. Este paradigma, como lo definen los y las kurdas, se basa en la liberación de la mujer, la defensa del medio ambiente, la organización territorial a través asambleas vecinales, y el respeto y la convivencia de las diferentes culturas, naciones y religiones.
Kurdistán está conformado por el pueblo más grande del mundo sin Estado —más de 40 millones de personas— al que se le niega su tierra y su identidad. Un pueblo milenario que luego de la caída del Imperio Otomano quedó ocupado y fragmentado por orden de Francia e Inglaterra en los países llamados Turquía, Siria, Irak, Irán.
En Latinoamérica no nos faltan ejemplos de territorios que pertenecieron a pueblos indígenas y luego fueron ocupados por la creación de los Estados. Tenemos muy presente en la actualidad la lucha del pueblo mapuche, que al día de hoy reclama su territorio y autonomía a los Estados de Argentina y Chile.
En 2012, en Rojava (Kurdistán sirio) se comienza a gestar una revolución siguiendo las ideas de “Reber Apo”, como lo llaman a Öcalan. Desde la isla-prisión de Imrali, en Turquía, donde está encarcelado e incomunicado desde 1999, Öcalan difunde sus “defensas”. Esos escritos, publicados en cinco tomos bajo el título Manifiesto de la Civilización Democrática, son los argumentos presentados por el fundador del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) en el juicio en su contra en Turquía.
Actualmente, y desde hace diez años, el confederalismo democrático es aplicado en Rojava, logrando un proceso de grandes transformaciones culturales, sobre todo en lo que respecta a los derechos de las mujeres. Ellas son la vanguardia de la revolución, ocupando lugares en el autogobierno, en los medios de comunicación, el arte, la cultura y en el frente de batalla.
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2015, entrevistan a Legerin en Neuquén, Argentina. “La resistencia militar es solo una parte de la resistencia de las mujeres. Las mujeres que llegan a la montaña, llegan huyendo de lo que la sociedad patriarcal les ofrece, no solamente por un ideal político. Hay mujeres que simplemente no querían vivir lo que su mamá o su hermana”, comienza diciendo, y agrega: “No olvidemos que ellas sufren por tres: son mujeres, son kurdas y son pobres”.
Legerin, Alina Sanchez, toma aire y agrega: “Realmente es difícil pensar la continuación de una alternativa de sociedad sin la participación de las mujeres. Para nosotras, el mundo con el color de la mujer crearía una sociedad diferente. La mujer es la que educa a los niños, la mujer es la que no tiene una economía del excedente de acumular, la mujer es la que garantiza la subsistencia”.
Cierra diciendo: “En Kurdistán fue importante el éxodo de las mujeres a las filas de las guerrillas en las montañas, esos ejércitos femeninos, se juntaban a pensarse: ¿cuál puede ser nuestra feminidad?, ¿quiénes somos?, ¿cómo actuar?, no en respuesta de la aprobación del hombre sino pensando cómo podemos organizarnos, de dónde sacamos la fuerza, cómo salimos de ese rol de sumisión”.
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Ya pasaron semanas del chapuzón con los hombres. Alina tiene siempre una libreta a mano donde anota todo: quiere aprender y conocer en profundidad la cultura kurda y los ideales de esta revolución. Una de sus primeras actividades en la montaña es ayudar a traducir los escritos de defensa de Öcalan al inglés y español.
—Se enfrentó a muchas contradicciones. Tenía muchas preguntas. Especialmente sobre nuestro liderazgo, no comprendía todo nuestro amor hacia un líder— retoma Zozan al recordar los primeros días que compartió con Alina en la montaña.
Es primavera, Qandil está florecido y hace buen clima, los guerrilleros y las guerrilleras están en un recreo de la educación ideológica brindada por el PKK. Alina, Legerin, está descalza; Zozan también. Las dos visten salwar. Alina, Legerin, habla inglés y un poco kurdo; Zozan habla kurdo y poco inglés. Le ofrecen un traductor. Legerin responde: “No, nos entenderemos con nuestros corazones”.
Debajo de ellas, el agua se puede tocar con la punta de los dedos.
“¿Por qué quien se entrega a la revolución no puede tener vínculos amorosos? ¿Cómo es que si soy parte de la revolución las decisiones de mi vida serán colectivas? ¿Cómo puedo superar estas contradicciones?”. Legerin pregunta, marca sus desacuerdos, no acuerda en todo con las ideas de Öcalan, especialmente con sus críticas al marxismo clásico.
—Esta era una de las características más hermosas de Sehid Legerin, ella siempre hizo sus críticas y contradicciones abiertas —cuenta Zozan—. Recuerdo que volvimos muchas veces a charlar sobre los mismos temas: las contradicciones de entregarse a la revolución o seguir tu individualidad. Una vez lo hicimos con compañeras y compañeros antiguos del movimiento, y ellos le dijeron: ‘Tenemos pequeños y grandes deseos. Los grandes deseos están ligados a nuestra gente. Así que comparamos los unos con los otros y, en función de ello, tomamos nuestras decisiones. A menudo vemos que nuestros deseos son pequeños cuando los comparamos con las necesidades del partido y las necesidades de nuestra gente. Y así nos convencemos de que no ir, por ejemplo, a un lugar, no es tan malo. Esta es la base sobre la que tomamos las decisiones’”.
Cuatro años después de esta charla, Zozan se reencuentra con Legerin. “Ella ya hablaba kurdo perfectamente y me dijo: ‘Heval Zozan, en estos años muchas de mis críticas han sido resueltas. El socialismo y el Estado no pueden encajar. Lo he visto por mí misma y he visto claramente que el problema del sexismo es la base de todos los problemas. La liberación de la mujer tiene que ser lo primero’”.
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Un bosque arde en Qandil por el fuego de la pólvora turca, Legerin quiere ir a apagar el fuego, sus compañeras la detienen y le piden que espere que ya no se escuchen más los drones, le dicen: puede que vuelvan a atacar. El sonido de la abeja del mal se aleja y Legerin corre a apagar el incendio.
Son cinco meses desde que Alina-Legerin llegó a las montañas de Qandil, los ataques por parte del Estado turco van en aumento, la casa donde ella vivía fue destruida por artillería del ejército de Ankara. Sus compañeros y compañeras recuerdan su calma en ese momento. Por este recrudecimiento de la guerra en las montañas, la insurgencia toma la decisión de que Legerin se traslade a un lugar más seguro. Cuando ella se entera de esta decisión, llora. Le asignan un trabajo de diplomacia en la oficina de mujeres, en Alemania. Acepta pero está inquieta, quiere volver a las montañas.
Se prepara para asistir a un encuentro del Congreso Democrático de los Pueblos (HDK, por sus siglas originales) en Amed, capital histórica del Kurdistán turco. No se lo permiten por cuestiones de seguridad. Como respuesta, ella envía una propuesta de construcción de un sistema sanitario alternativo para la joven revolución de Rojava.
En Argentina, en otras montañas, las de Córdoba: el padre de Alina sufre un infarto. El movimiento le pide que vuelva y termine de formarse como médica en Cuba.
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De Argentina a Kurdistán hay 13.100 kilómetros y algunos obstáculos. Los latinoamericanos junto con los africanos pertenecemos a la lista de países clase B, por lo que las visas, controles y burocracias hacen que solo lleguen a quienes están dispuestos a esperar.
Soy parte del equipo que filmará una película documental sobre Alina en Rojava y Argentina.
“Trabajaremos muchas horas por día, durante 12 días”, me dice Dersin, una directora kurda que co-dirigirá la película con la reconocida realizadora argentina María Laura Vasquez. Al igual que Alina, María Laura estudió en Cuba, pero en la escuela cine que inauguró Fernando Birri en San Cristóbal de los Baños.
“¿Tu ji ku dere yi?”, es la pregunta en kurdo que te interroga —¿de dónde sos?—. Respondo: “Argentina”. Luego de unos ojos bien abiertos y una cara de sorpresa, sigue : “Messi, Maradona, Che Guevara, algunos Shehid Legerin”.
—Cuando Legerin pisó las montañas, a la tercera vez que le nombraron Maradona, respondió enojada: “Me duele que no me nombren revolucionarias y revolucionarios de mi tierra, y me duele que en mi tierra no conozcan esta revolución”. Alina prometió que parte de su trabajo sería construir un puente entre Latinoamérica y Kurdistán.
Sus compañeras aún hoy recuerdan el seminario de historia revolucionaria latinoamericana que Legerin dio en las montañas en un kurmanji recién aprendido.
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—Alina siempre fue una persona muy enamoradiza, quizás por eso le generaba contradicción saber que tenía que entregar todo ese amor a la lucha. Y fue con esa intensidad con la que se enamoró perdidamente de Kurdistán. Cuando nos volvimos a ver, en 2017, estuvieron presentes las charlas de amor, los amores platónicos, los amores a distancia, cómo atravesar los conflictos, cómo evitar caer en el amor romántico, cómo construir una sexualidad más sana y menos patriarcal. Hablábamos mucho de los vínculos y de la amistad, y los vivíamos. Alina era muy cariñosa, dormíamos juntas, abrazadas.
Quien habla desde Uruguay es Emilia, una amiga que Alina conoció en Cuba cuando volvió a terminar sus estudios.
—Nos conocimos en Camagüey. Habíamos creado un colectivo latinoafricano y estábamos preparando una actividad para el 8 de marzo en una plaza —recuerda Emilia—. Había una reunión en el jardín de la facultad, estaba oscurito y había una gurisa ahí toda colorida sentada arriba de un muro, apenas me senté me preguntó si venía para la reunión. A los cinco minutos estábamos hablando del Éufrates y de la comunidad, de las mujeres y de nuestra identidad, de la vida colectiva. A partir de esa actividad quedamos recontra enganchadas.
Cuba es diferente después de pasar cinco meses en las montañas kurdas. Tiene la certeza que tiene que terminar la carrera de medicina para aplicar sus conocimientos en la revolución que la acaba de cautivar. Emilia recuerda el fulgor de sus palabras cuando hablaba del territorio kurdo.
—En un departamento, un grupo de personas nos juntamos para que nos cuente de Kurdistán. Casi nadie de América Latina tenía información de esa lucha. La escuchábamos con mucha atención. Legerin insistía mucho en poder reconocer los prejuicios que teníamos sobre una cultura lejana, para que nuestros prejuicios no nos limiten para conocer y aprender.
19 julio de 2012 Legerin está en Cuba. Lee una noticia desde su computadora mientras se prepara las movilizaciones por el 8 de marzo: Rojava, el Kurdistán sirio, es recuperado por las kurdas y los kurdos.
—Sakine Cansiz jugó un papel fundamental en la decisión de comprometerse con el movimiento. Legerin hablaba de Sakine como una referencia de todas las mujeres kurdas que planteó la participación de las mujeres en la lucha y la política. En la historia de ella se condensa la historia del sufrimiento del pueblo kurdo pero también la historia del despertar de ese pueblo —agrega Emilia—. Legerin decía que Sakine era su madre de pelo rojo, había quedado eclipsada por ella.
El 10 de enero del 2013, Legerin se entera por las noticias que Sakine, junto a las militantes kurdas Fidan Doğan y Leyla Saylemez, son asesinadas en París el día anterior. Detrás de esas muertes está la sombra del Estado turco.
—Estábamos en Cuba. Hicimos una campaña desde la habitación de Alina. Imprimimos fotos de las compañeras mártires, pusimos carteles e invitamos a las compañeras y compañeros que teníamos a pasar y hacerse una foto y decir unas palabras. Después enviamos las fotos y videos a Kurdistán. Fue una manera de hacer una campaña de denuncia, pero también de sostener a Legerin, porque la noticia la devastaba—, recuerda Emilia.
La muerte, el martirio, “lxs Sehid”, el dolor de los que ya no están cruza a Kurdistán y a todo Medio Oriente. Ser mártir por defender la causa kurda es un honor para cualquier persona de este pueblo, los mártires son parte de una cultura de lucha donde los que quedan se comprometen a mantener su historia viva. Después, otra vez la resistencia, la lucha, el esfuerzo por construir otro mundo posible. En Kurdistán, el mártir no se olvida sino que se respeta con el trabajo diario por un mundo mejor.
Meses después que la legendaria militante latinoamericana Berta Cáceres fuera asesinada, Emilia le da la noticia por teléfono a Legerin, le cuenta que un grupo de mujeres estaba viajando para acompañar a su hija Bertita. Legerin responde: “Morimos con cada una de nuestras compañeras que caen, pero a su vez nuestra vida se carga de esas vidas. Hay que mantenerlas vivas, honrarlas con nuestro hacer”.
Cinco años después, la voz de Emilia suena calma y dormida en un audio de whatsapp: “Espero que por allá en las montañas todo esté bien. Hace un rato vi una chara por la ventana y me acordé de una canción de Mercedes Sosa que nos recontra marcó y unió con Legerin. Había empezado de nuevo la guerra contra ISIS, el desplazamiento de yazidíes y el secuestro de mujeres, y fue la primera vez que hablamos con ella sobre el miedo. Y le pregunté cómo estaba, si el miedo no la paralizaba. Su respuesta fue: ‘El miedo no me paraliza, al contrario, acá soy un pájaro libre’”.
“Muero todos los días, pero te digo
no hay que andar tras la vida como un mendigo.
El mundo está en ti mismo, debes cambiarlo
cada vez el camino es menos largo
como un pájaro libre”
(“Cómo un pájaro libre”, interpretada por Mercedes Sosa).
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2014, Buenos Aires, acto por Kobane en el estadio del club Platense. Un galpón de chapa reverbera la voz suave y fina de Alina Sanchez, Legerin, en una ciudad de Argentina. Una mujer con lentes de sol le sostiene el micrófono. Los oyentes escuchan como si asistieran a una clase. Alina explica la lucha kurda desde sus inicios. La manera de pronunciar la doble L delata el lugar de donde viene. La utilización de la palabra “nuestra”, cada vez que habla de la lucha kurda, demuestra el lugar donde siente que pertenece. El video fue filmado en el Encuentro Sindical Combativo en noviembre de 2014.
Legerin dice: “Quizás muchos se pregunten qué tiene que ver con Argentina, con nosotras, con nuestra lucha. Queremos decirles que nuestras luchadoras y luchadores en Kobane están luchando por la humanidad, por la creación de una cultura política para la mujer libre. Son las mujeres la vanguardia de nuestro movimiento en todas las partes de Kurdistán. Las mujeres se han alzado en armas para su participación política, es por eso que llamamos a una marcha global en apoyo a Kobane”.
Cierra su intervención anunciando que están haciendo una colecta de elementos médicos para enviar a quienes están luchando en Kobane.
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“Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia…”, suena la versión pop y bizarra de Nathalie Cardone de la canción Hasta siempre, comandante, en una camioneta que va al cementerio donde está la tumba de Legerin, en la ciudad de Derik, en Rojava.
El doctor Heval Azad, que la conoció, nos acompaña. Trae una flor en la mano, y dice: “Che Guevara, argentino”. Azad aprieta su puño y levanta levemente el brazo izquierdo. La persona que traduce habla con voz baja, apoya su mano en mi hombro y susurra al mismo tiempo que el doctor va soltando sus palabras. Inclino mi cuerpo y busco la mirada de Azad, que va sentado adelante. “El camino de Legerin es el camino del Che. Ella es argentina, se fue a estudiar medicina a Cuba, salió a recorrer luchas en Latinoamérica y entregó su vida en una revolución que no era del lugar que nació”, explica sorprendido del telar que va formando con sus palabras. Busca mi mirada para compartir su descubrimiento con una sonrisa. Nuestro silencio coincide con el cierre de la canción, donde se escucha un fragmento de un discurso del Che: “Esa ola irá creciendo y pase lo que pase, esa ola ya no parará más”.
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“Alina se sigue moviendo cuando más me acerco a su historia. La imagen que tengo de ella cambia, se modifica con cada nuevo relato que escuchó”. Escribo esto en mi libreta y siento una explosión. Miro a mi amigo, chofer y protector kurdo, esperando que me diga “normal”, como cada vez que escucho un estruendo y sé que están probando armas. No me dice nada y acelera. Al llegar a la casa de la familia que me hospedaba, me enteré que un drone turco había soltado explosivos a sólo ocho cuadras, dejando destrucción y algunos heridos. En agosto, todos los días hubo ataques de drones turcos en Rojava.
Los hombres y las mujeres de Rojava repiten, como si fuera un mantra: “Estamos dispuestos a darlo todo por no perder lo que logramos. Esta guerra puede ser la última”.
Este pueblo revolucionario continúa asediado, drones y artillería acaban todos los días con la vida de soldados y civiles, aviones de guerra volvieron a poblar los cielos generando muertes y destruyendo los servicios básicos de vida de la población. La destrucción de centrales eléctricas, estaciones de petróleo, escuelas, panaderías, dificulta la vida cotidiana del pueblo de Rojava. El presidente Recep Tayyip Erdogan declaró el 23 de noviembre de 2022: “Llevamos unos días encima de los terroristas con nuestros aviones, cañones y drones. Si Dios quiere, pronto los erradicaremos a todos con nuestros tanques, artillería y soldados”. Los hombres y las mujeres de Rojava repiten, como si fuera un mantra: “Estamos dispuestos a darlo todo por no perder lo que logramos. Esta guerra puede ser la última”.
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15 de septiembre de 2014: ISIS atacó el cantón de Kobane. Se inicia la más grande y épica batalla para las y los kurdos.
6 enero de 2015: las fuerzas de autodefensa kurdas liberan Kobane, con un protagonismo principal de las unidades de mujeres (YPJ). Por primera vez, la palabra Kurdistán se escuchó en los medios de comunicación de todo el mundo. Las imágenes de mujeres con fusiles aparecen en las tapas de los principales diarios y revistas.
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Legerin es médica, aprovechó su tiempo en Sudamérica para tejer contactos entre Kurdistán y las diferentes luchas de base que hay en el territorio Abya Yala. Está preparada para volver.
—Tuvimos días de temporal de nieve, hace una semana que estamos sin luz, así que me vine a lo de una vecina que tiene internet para comunicarme con vos. Cuando logre ir al pueblo te voy a compartir esa carpeta de fotos— promete Rodja, nombre en kurdo con que elige para ser nombrada la compañera de Alina, quien fue con ella en su segundo viaje de Argentina a Kurdistán. Ahora vive en las montañas del sur argentino.
—No recuerdo si algo hizo que Ali cerrara los ojos en ese momento. Lo que recuerdo es que estaba con la cámara y empezaba la primavera en las montañas de Kurdistán —rememora Rodja—. Todas las semanas cambiaba el paisaje, aparecían nuevas hierbas, nuevas plantas, florecían los nogales y en el suelo brotaban florcitas diferentes. Ese es el lugar de origen de plantas que hoy encuentro en la Patagonia argentina. Era el momento del florecer de los árboles frutales, y recuerdo que le digo: “Legerin, mirá, esas flores están hermosas para que estén en el fondo de una foto”. Ella me sacó fotos a mí, yo le saqué fotos a ella.
—Yo no conocí a Alina, conocí a Legerin, compartí con ella más en Kurdistán que en Argentina—, dice Rojda, que con ella se conocieron mientras organizaban los primeros comités de solidaridad con el pueblo kurdo. Era un momento vertiginoso en Abya Yala, los Acuerdos de Paz en Colombia, los foros del Alba, y el movimiento kurdo comenzaba a tener presencia en Latinoamérica.
—Comencé a tener interés de ir a Kurdistán a conocer más del confederalismo democrático y sentía mucho interés en lo que ellas planteaban sobre la liberación de la mujer. Cuando le comenté esto a Legerin, fue contundente. Me dijo: “Nosotras tenemos que ir a aprender eso, a fortalecer ese tejido”.
Rojda habla riendo, como quien recuerda algo curioso:
—Estábamos con Legerin en la escuela de kurmanji de la montaña, haciendo ejercicios de gramática, pero obviamente no eran simples ejercicios, tenían que ver con el movimiento, con la revolución. Había que ordenar sujeto y predicado, era una frase que podía ser compuesta de dos maneras: “transformándose uno, aporta a la transformación del colectivo”. Otra forma posible era “transformando el colectivo, se transforma el individuo”. Y esa dialéctica nos traía muchas discusiones. Legerin decía: “Ustedes entienden que cambiando la sociedad cambia el individuo, pero acá le damos mucha importancia a la transformación individual”. En ese momento, yo estaba haciendo de todo porque cambie el afuera, pero yo era parte de eso que criticaba. Creo que esa fue la transformación más importante: darme cuenta de lo que tenía que cambiar, salir de la mentalidad del Estado, del patriarcado.
Entre las pocas cosas que subió a las montañas de Qandil, Alina tenía dos cajas con libros de medicina. Desde ahí, su objetivo era trasladarlos a Rojava. Sabía que en ese territorio en revolución ella quería aportar sus conocimientos para construir otro sistema de salud.
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Ya habían pasado cuatro años desde la primera vez que estuvo en las montañas de Kurdistán. Alina se siente lista para la misión que tuvo en su cabeza desde que conoció esta tierra: armar un sistema de salud acorde al territorio, que respete los saberes ancestrales, que se centre en el autocuidado y en la información para la mujer. Y quizás lo más esencial: una salud acorde a una revolución que se enfrenta a una guerra constante.
Yamila Heme, una de las encargadas de gestionar Heyvazor (Cruz roja kurda), el sistema de emergencias médicas para situaciones extremas en Rojava, explica: “Había un solo hospital, gestionado por el Estado. Teníamos muchos heridos, era una situación realmente difícil. Para muchas operaciones no teníamos suficientes anestésicos. Fue una situación realmente dura”.
El sistema de salud estaba roto por el abandono y la guerra, Legerin tenía cómo objetivo claro construir centros de salud en todas las zonas que habían sido liberadas del ISIS. Ella insistió en recuperar los saberes ancestrales de la cultura kurda y en que cada uno de los trabajadores de los centros hospitalarios tengan clases para reaprender su lengua que hasta hace pocos años estaba prohibida por el régimen sirio.
Alrededor de veinte mujeres están sentadas en un galpón convertido en sala de espera. Todas, salvo una de ellas, tienen sus túnicas puestas, todas, menos una, son árabes. Una mujer de guardapolvos da indicaciones en kurdo y cuando alguien no entiende una palabra, la dice en árabe. Till Tamer es un pequeño poblado de Rojava, que limita con la frontera de Turquía. Ahí, un hospital se llama Sehid Legerin.
—La idea de construir el hospital fue de Legerin. ISIS había destruido el centro de salud con una bomba suicida. Comenzamos a trabajar y todos queríamos inaugurarlo antes de terminar —relata Yamila—, pero Legerin decía aun no, falta esto, falta lo otro. Lo inauguramos en 2018, luego de que ella cayó Sehid. No pudo verlo, no pudo estar el día que abrimos, pero nosotras tomamos su nombre para este hospital. En la guerra de Serekaniye, en 2019, rescatamos miles de vidas gracias a ese hospital. Cuando la guerra de Serekaniye terminó, fui al cementerio de los mártires y se lo dije: “Heval Legerin te agradezco mucho, tu hospital hizo que muchas personas no pierdan su vida”.
—Aquí tenemos una promesa. Cuando alguien cae Sehid, trabajamos para honrarlo, buscando hacer todo lo que esa persona quería. Así que fuimos materializando todas las ideas de Heval Legerin. Construimos muchos centros de salud en los lugares que antes estaban ocupados por ISIS, formamos a mucho personal que ahora imparte educación sobre la salud de la mujer.
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Observan con atención mientras preparo un mate en una casa en Qamishlo, una de las ciudades más importantes de Rojava.
—No tomaba mate por un problema en los riñones—, dice la doctora y amiga Dayika Ciwan contradiciendo otros relatos y las fotografías de Legerin con su termo y mate. Sus palabras son en kurdo, así que una persona me las traduce al inglés. Muestra un peine que era de Legerin y que ahora siempre lo lleva en su bolsillo. También nos muestra fotos de Alina sonriendo, pero siempre un poco incómoda o intranquila, como a quien le molesta la cámara adelante. En una de las fotos carga una AK-47, o kelesh, como le llaman al fusil de origen ruso. Todas las personas tienen uno y saben manejarlo. No importa que sean doctoras, cineastas, costureras o panaderos. Manejar un arma es parte de la autodefensa de una cotidianeidad permanentemente atacada.
Dayika Ciwan dice que antes de comenzar a hablar comamos algo rico y tomemos té —compartir el alimento nos dará una mayor profundidad en la conversación—; aclara orgullosa que el ritual es parte de la cultura kurda.
—Legerin era especial, ponía importancia a todas las cosas— detalla Dayika Ciwan.—Ella les ponía amistad a las heridas, estaba en los detalles. Recuerda que una vez Legerin se quedó a dormir en su casa. Cuando se despertó, ya no estaba. A las cuatro de la madrugada se había ido al frente de guerra a curar a los heridos.
—Yo me puse a llorar, me emocionaba que una persona que no es de acá haga ese sacrificio. Ese mismo día fui con ella al frente de batalla—, dice la médica kurda.
“Estas personas están rotas por dentro, no solo necesitan medicina”, dice Alina cuando llegan los heridos de ISIS, alcanzados por la metralla de las fuerzas de autodefensa YPG/YPJ. En varias ocasiones, cuando eso sucedía, Dayika estaba a su lado y pensaba “no sé si tengo la fuerza para ayudar a estas personas que hicieron cosas tan crueles”.
La médica además cuenta que Alina hablaba con las mujeres, les insistía para que estudien, aprendan y “salgan de abajo de la alfombra del hombre”.
—A veces hablaba de política y yo le decía que no sabía de esos temas, y me decía que tenía la habilidad para organizar una casa, una familia, a las niñas, que eso también es hacer política.
Cuando Turquía invadió la ciudad de Serekaniye, el 9 de octubre de 2019, Dayika y su familia dejaron todo y huyeron hacia otra zona de Qamishlo. En un momento de la huida, Dayika pidió volver a buscar algo a su casa: era una retrato de Legerin en las montañas vestida con ropa kurda.
—Ella me dijo que si un día caía, quería que usen esa foto. Yo me enojé mucho y le dije que no quería ni pensar algo así—, dice la doctora entre lágrimas.
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Eylem habla un rudimentario español que le dejó sus visitas a Latinoamérica. La primera vez en Kurdistán fue en 2016. En ese tiempo trabajó en las casas de mujeres, en la educación de Jineoloji (Ciencia de las Mujeres) y en los proyectos de agroecología, pero antes de todo ello, debido a la guerra en curso, su trabajo consistía en acompañar y ayudar a médicos en la curación de los heridos.
En la entrada del hospital, un asayis (seguridad comunitaria), se acerca a la ventana del conductor para asegurarse que quien ingresa no sea un enemigo. Saluda a Eylem y dos médicos que la acompañan, pide una credencial y levanta la valla de entrada. Al mismo tiempo que la delegación desciende de su auto, lo hace un grupo de mujeres vestidas de verde musgo. Una de ellas, la de pelo más rubio y trenza más larga, espera en la puerta sonriendo. Cuando se acercan, exclama: “¡Hola, bienvenidos!”.
—Nosotras nos sorprendimos por su forma de saludar. Le preguntamos de dónde era. Y nos dijo: “Soy de Argentina” —recuerda Eylem. Y agrega: Ella nos habló de la experiencia zapatista, decía que debíamos seguir su vanguardia, escuchar y no dar órdenes. Nos hablaba de los puntos en común con Latinoamérica, y nos decía: “Tenemos ritmos diferentes, pero somos sincrónicos en algunos puntos”—.
Eylem cuenta que Legerin les habló sobre las similitudes de los saberes ancestrales latinoamericanos con los de Kurdistán. En la actualidad en las aldeas de mujeres de “Jinwar” existe un espacio inspirado en la Jineoloji donde se aplica conocimiento ancestral kurdo para curar a los enfermos.
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A principios del 2017, Legerin vuelve a Argentina para resolver cuestiones legales y de su pasaporte. En los seis meses que está en Latinoamérica visita a sus familiares, a sus amigas, se acerca a charlar con algunos movimientos y organizaciones de izquierda e indigenistas de Abya Yala.
El 21 de junio 2017 se encuentra en Pasto, Colombia. En un encuentro entre organizaciones indigenistas y de la izquierda latinoamericana, ahí da un discurso sobre la lucha kurda: “La mujer se empodera y se empieza a construir a sí misma, colectivamente. Tradicionalmente son cientos de años donde la mujer ocupó ese rol y de pronto es aceptado por una familia que la mujer esté en la guerrilla, que sea una comandante militar, una dirigente política, que haga trabajo de la sociedad. Ya no necesita casarse, no necesita tener hijos, estando en la lucha por las mujeres y estando en la lucha por su nación, cambia la sociedad”.
—Cuando Alina hablaba, en realidad era como si estuviera rapeando. Hablaba muy rápido. Alina llevaba la memoria de Rojava y se encontró con otra memoria, que es la memoria milenaria que llevamos los pueblos originarios. Por eso nos identificamos con lo que ella decía de las críticas radicales al patriarcado, algo que hacen en Rojava—, explica Vilma Almendra, una indígena nasa de Colombia, a través de una entrevista que realiza una internacionalista para un libro sobre Legerin que se está haciendo en Rojava.
Vilma recuerda en la misma entrevista: “Hicimos una ronda, nos abrazamos con nuestros pequeños dedos, y ella nos enseñó los pasos de las danzas kurdas al ritmo de la salsa colombiana que sonaba de fondo. Fueron 10 minutos increíbles. Entonces, entendí que ella tenía esa conexión con Kurdistán, que entendía a la gente y a la tierra. Por eso, veo este recuerdo profundamente político e ideológico, porque al enseñarnos a bailar nos estaba contando, al mismo tiempo, la historia de la mujer que lucha en Kurdistán”.
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Demhat Legerin Qamishlo tiene menos de 30 años, es árabe y vive en Rojava. Combatió en la primera línea contra ISIS y los mercenarios pro-Turquía. En uno de sus brazos Demhat tiene tatuada la palabra “Legerin”. Mira con un poco de tristeza y mucha calma. Me invita un té. Al lado de él una niña ríe tímidamente, es su sobrina, tiene cuatro años, se llama: Alina Legerin.
Demhat fue chofer de Legerin, recuerda momentos junto a ella y se emociona. No duda en decir que era como su hermana, su familia, que estaban muy unidos, al punto de que ella le regaló su pistola y su ak-47 y “le enseñó a ser mejor persona”.
El 17 de marzo de 2018, luego de una reunión en un hospital en Hesekê, Demhat y Legerin salieron en auto hacia otro centro médico. Hacía mucho calor y ella le pidió frenar para comprar un refresco. Demhat compro las bebidas, ingresó al auto y antes de encenderlo, escuchó por última vez la voz de Legerin diciendo “Nos vamos”. Luego un estruendo de un auto que chocó contra ellos.
Un mes después, Demhat se despierta en el hospital, pregunta por Legerin y le dicen que está bien en otro hospital, que solo tenía algunas heridas en las piernas. Días después un amigo le confirma que Legerin había fallecido el día del accidente.
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Bloques de barro construyen el espacio “Alina vive” un lugar de encuentro, educación popular y medicina tradicional en Córdoba en una tierra cedida por Patricia, quien, luego de conocer Jin War en Kurdistán tomó la decisión de que se debía construir un lugar con los mismos valores en Córdoba para mantener viva la memoria de su hija.
“¿Qué era nuestra salud antes de todo esto que nos han hecho? Y ahora, ¿cómo sanarnos en nuestros territorios y entre territorios?” dice un cartel en la escuela de salud comunitaria en Puebla, México, el centro educativo se llama “Alina Sánchez” y fue creado en el 2020 con el objetivo de formar en salud integral a través de la educación popular en diferentes barrios del país Azteca. Una brigada alemana de internacionalistas se llama “Alina Sánchez” y fue de visita a Cuba con intenciones de intercambio cultural entre Europa y América Latina. En Kurdistán muchas mujeres internacionalistas que llegan a unirse a la revolución toman su nombre luego de escuchar su historia. Muchas niñas de Rojava menores de cinco años también lo hacen, sus padres le pusieron ese nombre en homenaje a la doctora que ha tratado con mucha dedicación a una madre o una abuela. Paramédicos de guerra sueñan con su espacio propio para educar en primeros auxilios a la población, ya tiene su cartel con la cara y el nombre de Legerin.
—Yo no sé si ella encontró lo que buscaba pero se que encontró un camino, donde entregó todo su ser, donde dio y recibió todo el amor. Siento que su esencia está intacta y su búsqueda es parte de nuestra búsqueda. A veces no sabemos muy bien qué buscamos pero seguimos tanteando el camino cuando se pone oscuro, estrecho, a veces más a los tumbos pero a través de algunas verdades que vamos asumiendo vamos diciendo es por acá”.
Palabras de Rojda a través de un mensaje días después de entrevistarla.
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Las imágenes pasan cómo en una película por la ventana del auto donde viene Patricia, la mamá de Alina, con sus dos hijos. El silencio es denso pero calmo, el paisaje es árido y de pocas montañas, se encuentran en el camino que los lleva de Erbil (Kurdistán Iraqui) a la frontera siria, donde luego de unos interrogatorios y una larga espera pasarán por el delgado puente que se acuesta arriba del Tigris uniendo el kurdistán iraqui con el sirio.
—Cuando yo llegue a Rojava para mi era un triunfo, había logrado algo que parecía imposible. Yo estaba contenta dentro de toda la situación. Las personas que me veían, en seguida encontraban el parecido con Alina, era fuerte para ellos.— Dice Patricia y agrega:
—Cuando llegó el momento de ir a encontrar el cuerpo de Alina en el hospital donde estaba, fue de mucha intensidad emocional, muy fuerte y a la vez muy bello. Es raro decirlo así, no es que sea hermoso que tu hija se haya muerto pero fue hermoso reencontrarme con ella y verla en calma, realmente con la sensación de que no hubiera sufrido, que la muerte fue instantánea.—Hace una pausa y dice:—Sí la vi sufriendo en fotos que ellos tienen allí en Rojava, la veo atormentada, y alguien me contó que en ese momento ella estaba sufriendo mucho por lo que pasaba en Afrin con la ocupación Turca.
—Un día después de la muerte de Alina el Cantón de Afrin fue ocupado por Turquía generando la muerte de 400 civiles y el desplazamiento de 200 000 kurdos.
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Una caravana de autos con la imagen de Alina, Legerin se enfila para llegar al cementerio de Mártires de Derek, en uno de esos autos va Patricia con sus dos hijos, sorprendida por la cantidad de personas que despiden a su hija.
—Los amigos de Alina eran cómo mi familia, y ellos me daban todo su amor, entonces yo sentía que llegaba a un lugar de pertenencia a pesar de que era un lugar extraño para mí. Yo creo que esto tiene que ver con la entrega a la acción que están desarrollando, la entrega sin filtro, la entrega total de la materia, de las emociones del espíritu—
Luego de la ceremonia, la familia de Alina y los compañeros de Legerin fueron a un espacio de Jineololi (ciencia de las mujeres). Patricia tomó la palabra : “deberíamos estar orgullosos de todas y todos lo que dieron su vida, para mí todos son Legerin ahora, todas y todos son mis hijos”. Su hermano músico contó que Legerin le hablaba mucho de un instrumento de cuerdas llamado tambur, enseguida consiguieron uno y se lo trajeron, él tocó para todos los que estaban presentes.
FUENTE: Mauricio Centurión (Texto y fotos) / El Salto Diario
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