Hasta hace un año, la región del Kurd Dagh (Montes Kurdos), más conocida como Afrin -por el nombre de su capital-, era la zona más segura y tranquila de toda Siria. Hasta en los momentos más duros de la guerra, se había mantenido la ancestral convivencia entre la población kurda mayoritaria y las minorías árabe, turcomana, alawi, cristiana y yezidi.
Pero desde el 18 de marzo de 2018, momento en que culminó la ocupación por parte del Ejército turco, este territorio ha quedado sumido en el caos y la violencia, fuera de la ley y en manos de las milicias islamistas apoyadas por Ankara.
De acuerdo con los balances publicados por varias organizaciones humanitarias, en especial por el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), en este año se habrían registrado cerca de un centenar de asesinatos, entre ellos varias mujeres y niños; también decenas de secuestros y violación de mujeres, y cientos de apresamientos arbitrarios por parte de las distintas facciones pro-turcas, como el denominado Ejército Nacional, el Cuerpo Islámico Al Sham, las brigadas Al Hanza y Al Sultán Shah, o el Partido Islámico Turquestaní.
En total, de acuerdo con los cálculos del OSDH, se habrían producido un total de 2.650 detenciones, que suelen ser utilizados para cobrar sustanciosos rescates, aunque en el caso de un millar de personas no se tiene conocimiento sobre las condiciones, lugar de detención ni garantías de que se vaya a respetar su integridad física, ya que la práctica de la tortura se ha convertido en algo habitual dentro de Afrin.
La ocupación turca igualmente habría provocado el desplazamiento de unas 300.000 personas a las que no se permite retornar a sus casas, mientras que se facilita el reasentamiento de refugiados árabes procedentes de otras partes de Siria para acabar con el dominio demográfico kurdo.
El gobierno de Recep Tayip Erdogan inició en enero de 2018 la operación “Rama de Olivo”, nombre que hace referencia al carácter netamente olivarero de la región, teóricamente para “liberar” Afrin de los “terroristas del PKK”; pero, en la práctica, es para impedir que la autonomía construida por los partidos kurdos en el norte de Siria tuviera una salida al mar Mediterráneo, ya que esta zona olivarera, muy semejante a la provincia de Jaen, apenas está a unas decenas de kilómetros de la costa y la cadena montañosa del Kurd Dagh se asoma prácticamente hasta el mar.
También de acuerdo con estas informaciones, durante este año las distintas milicias habrían impuesto en muchos lugares el código de conducta musulmana, especialmente obligando a las mujeres a cubrirse con el velo, además de perseguir y obstaculizar la práctica de otras religiones, como el alawismo, el cristianismo y, sobre todo, el yezidismo, credo zoroastriano muy vinculado históricamente al pueblo kurdo y presente en la zona desde tiempos inmemoriales. Al menos una decena de santuarios pertenecientes a estas religiones habrían sido destruidos de forma intencionada.
Otra de las denuncias relevantes se refiere al saqueo de yacimientos arqueológicos importantes, así como la destrucción de otros debido a los bombardeos turcos durante los dos meses que duraron las operaciones militares hasta culminar hace un año en el control absoluto de la zona. Desde entonces, ha surgido un movimiento de resistencia armada -las Fuerzas de Liberación de Afrin- cada vez más activo y que ya ha provocado decenas de bajas entre las milicias islamistas y el propio Ejército turco.
En general, los pueblos, fincas y viviendas abandonados por las familias kurdas han sido saqueadas sin ningún tipo de consideración, confiscando sus tierras y sustrayendo todas las pertenencias de valor: tractores destinados al cultivo de los olivares, vehículos de todo tipo, muebles, electrodomésticos, joyas, recuerdos, e incluso teléfonos móviles que luego son vendidos en otras ciudades bajo control turco, como ocurre con Jarabulus, Azaz y Al Bab.
Incluso se ha denunciado la confiscación de miles de toneladas de aceite que habrían sido comercializadas en distintos países europeos, entre ellos España, tras ser transportadas en camiones a puertos turcos.
Igualmente, relacionado con el objetivo de llevar a cabo una limpieza étnica en el Kurd Dagh, las fuerzas pro-turcas se han dedicado a eliminar los monumentos -como la estatua de Kawa en la ciudad de Afrin-, símbolos y nombres kurdos de calles, plazas, escuelas y hospitales, sustituyéndolos por otros carteles en lengua turca e izando la bandera otomana donde antes estaba la kurda, con el claro objetivo de borrar del mapa la región más occidental y mediterránea del Kurdistán.
FUENTE: Manuel Martorell / Cuarto Poder