Más de 30.000 personas exigieron el 17 de febrero en las calles de Estrasburgo, como culminación a una marcha iniciada nueve días antes en Ginebra, la liberación de Abdüllah Öcalan y de los presos políticos kurdos y el cese de las acciones militares contra Afrín.
El sábado 17 de febrero Estrasburgo amanecía lluviosa, con una de esas mañanas que auguran lo peor para una jornada política. Las calles de esta ciudad sede del Parlamento Europeo y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos permitieron congregar a más de 30.000 personas que gritaron bajo la lluvia y la nieve por una solución política al conflicto del Kurdistán. Porque el movimiento kurdo tiene esa potencia y no importan los obstáculos o la invisibilización con la que se castiga a este pueblo: la solidaridad kurda no entiende de pasividad o inacción. Congregados en el barrio de Maineua estaban decididos a exigir la liberación de Abdüllah Öcalan y el resto de presos y presas políticas kurdas, el derecho de autodeterminación de este pueblo y el cese inmediato de las acciones militares por parte del Estado turco en el cantón de Afrín, en la región kurda de Rojava.
El conflicto entre el pueblo kurdo y el Estado turco se recrudeció el pasado 20 de enero, cuando el Estado turco, presidido por Recep Tayyip Erdogan, inició una operación a gran escala en el cantón de Afrín. La operación, que continúa a día de hoy, cuenta también con el apoyo de grupos terroristas islámicos situados en la zona norte de Siria. No obstante, la lucha del pueblo kurdo no arrancó con esta ofensiva turca de finales de enero, sino que se remonta varias décadas atrás, con el conflicto entre Turquía y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Esta organización, considerada terrorista por Turquía, la Unión Europa y Estados Unidos, busca dotar de un territorio a un pueblo dividido entre Turquía, Siria, Iraq e Irán, así como a los cientos de miles de kurdos exiliados en Europa.
Así, el pueblo kurdo, bajo el paraguas del Congreso de la Sociedad Kurda Democrática en Europa (KCDK-E), que aglutina a las diferentes organizaciones pro-kurdas en Europa, convocó una macro manifestación el 17 de febrero en Estrasburgo. Con esta, se ponía fin a lo que se denominó la Gran Marcha, que recorrió durante más de una semana Francia y Suiza —países con una gran diáspora kurda— en respuesta al conflicto en que están sumidos y al encarcelamiento desde hace ya casi dos décadas de Öcalan.
En un inicio, la marcha tenía programado un recorrido que pasaba también por Alemania, país con casi un millón de personas de población kurda y en el que la difusión o exhibición de todo aquello que pueda relacionarse con el PKK está prohibida. Sin embargo, la situación en Afrín ha modificado lo programado, pasando a priorizarse el paso por Suiza para, tal y como sucedió el pasado 14 y 15 de febrero, concentrarse frente a la sede de Naciones Unidas exigiendo a la comunidad internacional una respuesta.
Desde el KCDK-E se entiende que la convocatoria de concentraciones multitudinarias en estas ciudades, sede de instituciones internacionales de relevancia como la ONU o el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, responde al reclamo de este pueblo de ser escuchado frente al ostracismo al que es relegado por parte de la comunidad internacional.
Con todo, la modificación en la organización de la marcha, a pesar de contar con un escaso margen de maniobra, fue posible por la existencia de una estructura y unas redes creadas por el pueblo kurdo exiliado en Europa. Estas redes proporcionan un soporte material, económico y afectivo al proyecto político del Kurdistán, así como a sus reivindicaciones, lo que permite difundir y expandir la ideología del movimiento, el Confederalismo Democrático. Este nuevo paradigma, radicalmente opuesto al sistema capitalista y patriarcal hegemónico, tiene como pilares básicos la liberación de la mujer, la ecología social y la democracia directa. La capacidad de integración que posee este nuevo paradigma hace de la cuestión kurda un movimiento verdaderamente heterogéneo.
Precisamente, esta heterogeneidad no impide la unidad de acción del movimiento, posible gracias a la coordinación del KCDK-E de este tejido en red kurdo en el exilio, así como a la labor de numerosos colectivos europeos en apoyo al Kurdistán. Esto permite entender la capacidad de movilización de miles de personas, que se concentraron desde el 8 de febrero en solidaridad con el pueblo kurdo, para realizar jornadas en las que se recorrían a pie entre 15 y 20 kilómetros diarios.
Con ello, la comunidad kurda en el exilio y cientos de internacionalistas europeos pretendían hacer un llamamiento a la prensa y la opinión pública internacional para acabar con las injusticias a las que se somete a este pueblo. Esta situación se observaba en las palabras de Makmur —nombre ficticio para proteger su seguridad—, un compañero kurdo en estas jornadas de marcha, al decir: “En un mes vuelvo a Afrín para unirme al frente”, a pesar de ser consciente de que “si el Ejército turco entra en Afrín, voy a morir allí”. Quizá lo más sorprendente es la normalidad con la que revela las consecuencias de la causa a la que ha decidido dedicar su vida. Otro compañero también se enmarca en esta dedicación íntegra al movimiento al explicar cómo desde muy joven se separó de su familia en Bakur, denominación con la que se hace referencia a la zona turca del Kurdistán, para trabajar por y para el movimiento en Europa. Una expresión cansada y algo envejecida hacían que impresionasen sus escasos 20 años de edad, pero el desgaste de una implicación plena a la causa kurda ya había dejado su huella.
Al margen de estas figuras, en las marchas también se congregaron cientos de internacionalistas que se desplazaron hasta Ginebra, todos ellos de diferentes países y territorios del continente europeo. En este sentido, la labor del KCDK-E va más allá de la organización de estas redes kurdas por todo el continente, tratando de conectar los diferentes proyectos, colectivos y organizaciones en apoyo al movimiento kurdo y a su proyecto político-social.
Así, desde el Estado español se hizo un gran esfuerzo, llegando a movilizar a casi un centenar de personas que, desde los primeros días de la Gran Marcha, acudieron a Suiza mostrando esa solidaridad internacional que el KCDK-E busca activamente ante la falta de aliados en la esfera internacional. Una cierta sensación de soledad internacional atraviesa a un pueblo que se encuentra sin apoyos ante las agresiones del Estado turco y los ataques de grupos islamistas de la región (a la espera del resultado de la negociación con el régimen de Bashar al-Assad para enfrentar juntos las injerencias del Estado de Turquía en Siria).
Si el silencio de Europa marcó las marchas en solidaridad con el Kurdistán, los gritos de cientos de internacionalistas trataron de interrumpirlo. Las carreteras del centro del continente europeo se cubrieron de solidaridad tratando de llenar ese vacío al que la comunidad internacional relega al movimiento kurdo. Finalmente, en la jornada del sábado 17 de febrero, miles de kurdos e internacionalistas recorrieron Estrasburgo ante la mirada de cientos de policías y transeúntes. Estas jornadas volvieron a mostrar que, más allá de las redes europeas y la labor fundamental de colectivos como Rojava Azadi Madrid o la Plataforma Azadi en Barcelona, hoy el pueblo kurdo se encuentra solo ante las agresiones de Erdogan y el terrorismo islámico, que amenaza su forma de vida y su proyecto político.
FUENTE: Artful Dodger y Dani Echezarreta / El Salto Diario