Con la derrota militar del proyecto de Estado Islámico (EI), un nuevo equilibrio de fuerzas marca el ritmo de la disputa en Siria. La continuidad del gobierno sirio ya no se ve amenazada en el corto plazo, pero el desenlace de la guerra hoy depende de tres grandes bloques. En este escenario, uno de sus protagonistas, Turquía, lanzó el domingo pasado una nueva ofensiva dentro del país para derrotar a una alianza liderada por las milicias populares kurdas apoyadas por EE.UU.
La situación era inminente, dada la escalada de amenazas y los preparativos militares al otro lado de la frontera. El 20 de enero, tras una serie de bombardeos, el ejército turco, apoyado por milicias sirias aliadas, cruzó la frontera para dar inicio a la operación “Rama de Olivo”: la ofensiva militar sobre la región de Afrin, ubicada al norte de Alepo, Siria.
El objetivo es acabar con la presencia de las Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo), brazo armado del Partido Unión Democrática (PYD). El PYD es la principal fuerza política dentro de la comunidad kurda de Siria, a la cual el gobierno turco considera como una extensión del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). El PKK es una organización político-militar kurda de izquierda que por años se ha enfrentado al Estado turco, el cual la califica de “terrorista”.
Para complejizar más el cuadro, las YPG forman parte de una coalición de milicias locales conocida como las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), apoyadas por EE.UU. y otros miembros de la OTAN, que le prestan apoyo militar y económico. La reacción del gobierno del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, se desencadenó tras declaraciones de oficiales norteamericanos que afirmaron estar expandiendo el programa de entrenamiento para formar una fuerza de 30 mil combatientes que sirva como guardia fronteriza. Dentro de la misma estarían incluidos miembros de las YPG.
El Secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, pidió moderación al ejército turco para minimizar pérdidas civiles pero afirmó que Turquía les había advertido con anticipación sobre las operaciones y que Washington considera “legítimas las preocupaciones de seguridad” turcas.
El gobierno sirio consideró la incursión una violación a su soberanía. Rusia busca mediar para alcanzar una solución que contemple los intereses de Damasco, su aliado. El 18 de enero, oficiales de alto rango de las fuerzas armadas y la inteligencia turca estuvieron en Moscú reunidos con mandos militares rusos. En las horas iniciales de los bombardeos, el gobierno de Vladimir Putin retiró al personal militar que operaba en los alrededores de Afrin, significando la aceptación del Kremllin a las maniobras turcas, quizá para seguir acercando a Erdogan a su lado.
En el filo de la espada
Afrin es uno de los tres cantones o regiones de mayoría kurda en Siria, conocidas colectivamente en kurdo como la región de Rojava. Ubicada al norte de Alepo, sobre la frontera con Turquía, se encuentra al noreste de la provincia de Idlib, controlada casi en su totalidad por la oposición armada apoyada por Turquía y enfrentada al gobierno sirio.
En las etapas iniciales de la guerra civil siria, las fuerzas del gobierno central acabaron retirándose de Rojava, cediéndole en los hechos el control autónomo de la zona al PYD y sus aliados. Para mediados de 2014 ya había sido adoptada una nueva constitución guiada por los principios del “confederalismo democrático”, ideología compartida con el PKK. Supone un experimento único que promueve el autogobierno descentralizado de las comunidades, el secularismo, la igualación entre el hombre y la mujer, y nuevas formas de organización económica.
El gobierno turco no tolera el establecimiento de una entidad kurda al sur de su frontera. La clase política y militar de Ankara ve a la posibilidad de que exista una entidad kurda independiente como una amenaza a sus intereses regionales y la propia integridad de su país.
Cuando las YPG y las FDS comenzaron a derrotar al EI en Kobane y otras batallas a partir de 2015, avanzando y consolidando su control territorial en Siria más allá de Rojava original, se encendieron las alarmas. Los militares turcos tomaron el asunto en sus manos y lanzaron la operación “Escudo del Éufrates”, una ofensiva similar a la actual en intenciones. Allí establecieron una zona de contención al este de Afrin.
Un ejercicio fatal de equilibrios
La eliminación del EI como factor de poder decisivo en el conflicto deja hoy con una relación triangular: primero, el gobierno sirio del presidente Bashar al Assad y sus aliados, principalmente Rusia e Irán, el cual controla los principales centros de población en la costa y centro del país, al oeste del río Éufrates. Su último gran logro fue la reapertura de la frontera con Irak tras expulsar de allí al EI. Hoy el gobierno ha centrado sus esfuerzos en una nueva ofensiva sobre Idlib.
En segundo lugar el diverso y fragmentado mundo de la oposición armada, cuyo principal respaldo en esta última etapa ha reposado en Turquía. Dispersas en distintas zonas del país, el único territorio consolidado como bastión es la provincia norteña de Idlib. Allí se encuentran remanentes del llamado Ejército Sirio Libre (ESL), y milicias islamistas donde se destaca Hayat Tahrir al-Shams, la rama siria de Al-Qaeda.
Algunas de estas fuerzas recibían apoyo de Washington hasta que la Casa Blanca decidió privilegiar su relación con las FDS. A mediados de 2017, el gobierno de Trump decidió cerrar el programa de financiamiento y equipamiento que la CIA prestaba a la insurgencia siria, iniciado en 2013 por el gobierno de su predecesor, Barack Obama. Oficiales de inteligencia, del Pentágono y el Departamento de Estado consideraban que los rebeldes no habían dado los resultados esperados y que sus lealtades eran a menudo impredecibles, con muchas de las armas entregadas yendo a parar a manos de grupos como Al Qaeda.
Las FDS hoy controlan la porción del país al este del río Éufrates. EE.UU. tiene “oficialmente” una fuerza de dos mil efectivos dentro de Siria, entre asesores y fuerzas especiales acompañando a sus aliados en el terreno. Además ha establecido bases aéreas en el noreste del país, señal de que busca sostener una presencia a largo plazo como carta para presionar en cualquier resolución del conflicto. Frustrada la idea de derrocar al gobierno, parece que en la Casa Blanca se ha vuelto a barajar la posibilidad de dividir Siria territorialmente. ¿Podrá mantener Washington el equilibrio en su relación con Turquía y las FDS a la vez? ¿De ser irreparable el daño, acabará soltándole la mano a las milicias kurdas a favor de un miembro de la OTAN?
El gobierno de Trump aún parece oscilar entre su propia versión del disengagement de Obama -el repliegue parcial del Medio Oriente- y la fuerza del unilateralismo duro, con un fuerte énfasis anti-iraní. Pero cualquier visión que surja de la Casa Blanca deberán reconocer nuevas condiciones: EEUU ya no es el único poder en la región, sino que debe lidiar con nuevos y viejos actores que poseen agendas contrapuestas, en un equilibrio frágil en tensión constante.
FUENTE: Julián Aguirre / Notas