Se ha convertido en un lugar común decir que la lucha de los kurdos del norte de Siria tiene resonancias con el movimiento zapatista. Sin embargo, el pensamiento de Abdullah Öcalan, así como lo que ha sucedido en la región de Rojava en los últimos años, está en línea con lo que muchos movimientos sociales latinoamericanos están haciendo.
Se pueden encontrar al menos tres resonancias entre estos movimientos.
El primero se refiere al Estado-nación. Diferentes pueblos, como los Mapuche de Chile y Argentina, los Nasa del sur de Colombia, los Aymaras de Bolivia, los pueblos indígenas de la Amazonía y las tierras bajas, no se identifican con sus estados ni buscan obtener posiciones en instituciones estatales. Los nuevos movimientos negros en Colombia y Brasil están siguiendo procesos similares, lo que los mantiene alejados del juego de ajedrez político del Estado-nación. No es un problema ideológico. Para la mayoría de ellos, los estados-nación no son parte de sus historias y experiencias como pueblos; entienden a los Estados-nación como una imposición del colonialismo y las élites criollas.
Los kurdos de Rojava no tienen la intención de construir ningún Estado. Öcalan considera que el Estado-nación es la forma de poder propia de la “civilización capitalista”. Para los kurdos que comparten sus ideas, la lucha anti-estatal es incluso más importante que la lucha de clases, que es considerada una herejía por los izquierdistas latinoamericanos que aún miran hacia el siglo XIX. Estos izquierdistas continúan considerando al Estado como un escudo para proteger a los trabajadores.
En el libro “Capitalismo. La era de los Dioses Desenmascarados y Reyes Desnudos”, el segundo volumen del “Manifiesto para una Civilización Democrática”, el líder kurdo tiene una tesis muy cercana a la práctica zapatista. Asaltar al Estado, escribe Öcalan, “pervierte al revolucionario más fiel”. Para concluir con una reflexión que suena apropiada para recordar el centenario de la revolución rusa: “Ciento cincuenta años de lucha heroica fueron sofocados y volatilizados en un torbellino de poder”.
La segunda resonancia está en la economía. Los zapatistas tienden a burlarse de las “leyes” de la economía y no ponen esa disciplina en el centro de su pensamiento, como parece evidente en la colección de comunicaciones del Subcomandante Marcos. Öcalan, por otro lado, enfatiza que “el capitalismo es poder, no economía”. Los capitalistas usan la economía, pero el núcleo del sistema es la fuerza, armada y no armada, para confiscar los excedentes producidos por la sociedad.
El zapatismo define el modelo extractivo actual (monocultivos como la soja, la minería a cielo abierto y las mega obras de infraestructura) como la “cuarta guerra mundial” contra los pueblos, debido al uso y abuso de la fuerza para delinear las sociedades.
En ambos movimientos hay una crítica frontal del economismo. Öcalan recuerda que “en las guerras coloniales, donde comenzó la acumulación original, no había reglas económicas”. Los movimientos indígenas y negros en América Latina consideran, por su parte, que se enfrentan a un poder colonial, o “colonialidad del poder”, un término utilizado por el sociólogo peruano Aníbal Quijano para describir el núcleo de dominación en este continente.
En efecto, el economismo es una plaga que contamina a los movimientos críticos, que va de la mano con el evolucionismo. Una legión de izquierdistas considera que el final del capitalismo se logrará mediante la sucesión de una crisis económica profunda, más fuerte o más suave. Öcalan se opone a esta perspectiva y rechaza la propuesta de quienes creen que el capitalismo nació “como resultado natural del desarrollo económico”. Zapatistas y kurdos parecen estar de acuerdo con la tesis de Walter Benjamin que considera el progreso como un huracán destructivo.
Tercero, los movimientos latinoamericanos defienden el Buen Vivir/Buena Vida que es contrario al productivismo capitalista. Las Constituciones de Ecuador y Bolivia (aprobadas en 2008 y 2009), destacaron la naturaleza como un “sujeto de derechos”, en lugar de seguir considerándola como un objeto para obtener riqueza. Entre los movimientos, la idea es que estamos enfrentando algo más que una crisis del capitalismo; estamos ante una crisis de civilización.
El movimiento kurdo sostiene que el capitalismo conduce a la crisis de la civilización occidental capitalista moderna. Este análisis nos permite superar la ideología del progreso y el desarrollo, integra las diversas opresiones relacionadas con el patriarcado y el racismo, la crisis ambiental y de salud, y asume una visión más profunda y amplia de la crisis en curso.
Una civilización entra en crisis cuando ya no tiene los recursos (materiales y simbólicos) para resolver los problemas que ella misma ha creado. Es por eso que los movimientos que parecen geográfica y culturalmente distantes entre sí sienten que la humanidad está en el umbral de un mundo nuevo.
Sobre estas tres resonancias, encontramos una gran confluencia: las mujeres ocupan el centro de los movimientos latinoamericanos y forman el núcleo del pensamiento de Öcalan. Cientos de miles de mujeres que sienten empatía y complicidad con sus contrapartes de Rojava han sido puestas en las calles de Argentina por Ni Una Menos.
“El hombre fuerte y astuto”, señala Öcalan, está en el origen del Estado, una institución profundamente patriarcal diseñada por la opresión, que no puede transmutarse en una herramienta de liberación.
FUENTE: Raúl Zibechi/The Region/Traducción y edición: Kurdistán América Latina