Kurdistán es uno de los lugares más relevante en los orígenes de la civilización. En él se constata la existencia de una sociedad justa, feliz e igualitaria en diferentes momentos durante la prehistoria. Una sociedad donde el grupo, la tribu o el clan, vivió en comunidad, donde imperaba la colaboración colectiva para el bienestar común e individual, donde había libertad e igualdad de género. Esta forma de vida estuvo presente durante un periodo de tiempo para muchas personas inimaginable, pero a pesar de muchos, no se ha podido hacer desaparecer, porque fue, porque existió y porque con el tiempo se dio en muchos otros lugares, en otras culturas, en otras partes del mundo. Este periodo de matriarcado que duró miles de años ha determinado incluso desde el inconsciente, la cultura, la historia y las vidas de las mujeres kurdas, aun a pesar de las estructuras sociales y de dominación patriarcales.
Hay una historia que podría haber nacido en el Kurdistán, una leyenda que aun siendo de origen maya es parte del patrimonio de los pueblos originarios, ya sean Sami, pre-Incas, Amazigh, Mapuches, Kurdos… pues forma parte del inconsciente colectivo de la humanidad; la misma dice: “Cuando los dioses supieron que había personas que habían salido con el alma mala y con el corazón chueco. Cuando tuvieron conocimiento de que había hombres y mujeres que estaban viviendo a costa de los demás, quisieron ayudar algo a los hombres y mujeres de maíz. A los pueblos originarios. Y para ayudarlos les quitaron una palabra: les quitaron el ‘yo’. En los pueblos indígenas, en los de raíces mayas y en muchos pueblos de este continente, la palabra ‘yo’ no existe. En su lugar se usa el ‘nosotros’. En nuestras lenguas mayas es el ‘tic’. Esa terminación de ‘tic’, que menciona al colectivo o a la colectividad, se repite una y otra vez. Y no aparece por ningún lado el ‘yo’.
”‘Nosotros no tememos morir luchando’, decimos nosotros. Nunca hablamos en singular.
”El ‘tic’ se repite una y otra vez en nuestras lenguas”.
El tic de los mayas podría ser nuestro reloj colectivo, el tic-tac de la civilización, posiblemente un reloj con el que comenzó un nuevo ciclo para la humanidad, una nueva etapa con su origen en el Kurdistán. La modernidad capitalista intenta ocultar la etapa en la que la gente vivió en comunidad en los orígenes del Kurdistán, en los orígenes de la humanidad y pretenden perpetuar lo imposible; sus malas prácticas, malas costumbres, malas decisiones, su desconsideración hacia las personas y la naturaleza. Su existencia está únicamente orientada por el lucro; su concepción del mundo como un arsenal de materias primas desde la temporalidad inmediatista y antropocéntrica pone en riesgo el reloj no del planeta sino de la especie humana.
La Jineologî trabaja en contar la historia, de forma no patriarcal, vista por las mujeres, pues fueron ellas quienes en la historia de ese reloj nos mostraron que otro mundo es posible.
Ha habido mujeres (kurdo: Jinen) kurdas que han desempeñado tradicionalmente un papel importante en la sociedad kurda y en la política. Los derechos de las mujeres kurdas han sido muy distintos dependiendo del país en el que hayan vivido. A pesar de los avances en el tiempo, las organizaciones de mujeres kurdas han denunciado los problemas relacionados con la igualdad de género, los matrimonios forzados, los crímenes de honor y la mutilación genital femenina, sobre todo en Irak e Irán, donde los derechos de las mujeres han sido amenazados por la influencia islámica.
A lo largo de la historia kurda, encontramos casos de mujeres que alcanzaron posiciones destacadas, participaron en la política, fueron militares, líderes de sus comunidades, etc. Es difícil encontrar casos comparables entre los vecinos más importantes de los kurdos, los árabes, turcos y persas.
En algunos distritos del Kurdistán, durante los periodos otomanos, los derechos de las mujeres fueron de hecho tan comunes que eran explícitamente mencionados en los registros de derecho consuetudinario (qanunname), la legislación propia específica para estas provincias.
Algunos autores kurdos apuntan a la existencia de esas mujeres jefes de tribu y gobernantes como prueba de la posición más igualitaria de las mujeres entre los kurdos, al menos en comparación con otros pueblos de Oriente Medio. Varios nacionalistas kurdos han afirmado que las mujeres tenían los mismos derechos en la sociedad tribal kurda y sólo perdieron dichos derechos debido a la dominación por el Islam o por los estados imperiales centralizados de Irán, Siria y el Imperio Otomano. Ziya Gökalp, una de las fundadoras del nacionalismo turco (aunque era de origen kurdo), realizó reclamaciones similares en nombre de las tribus turcas “originales”.
Más recientemente, el conocido autor kurdo Musa Anter publicó un breve artículo titulado “El lugar de la mujer kurda en la Historia”, en el que afirma que tradicionalmente siempre había habido un alto grado de igualdad de género en la sociedad kurda.
“De los libros antiguos deducimos que entre los kurdos las mujeres eran socialmente iguales a los hombres. En la época islámica, las mujeres kurdas no eran, al igual que las de otros pueblos musulmanes, obligadas a llevar velo, ni eran socialmente separadas de los hombres.
”Con la excepción de unos pocos señores y aristócratas feudales, por otra parte, los kurdos no eran polígamos. En el caso de guerra entre dos tribus o dos gobernantes, las mujeres de ambos lados podían llevar abiertamente municiones, armas y provisiones; nadie pensaba en detenerlas, y mucho menos atacarlas, por dichos motivos”.
La prueba más fuerte de la posición de la mujer es la existencia de jefes tribales femeninas. Anter menciona varias, comenzando con la famosa Adela Janum, de Halabja, y continuando con mujeres famosas de su propio entorno, la Región de Mardin, en la actual Turquía. La más conocida de ellas fue quizá Perikhan Khatun, que dirigió la tribu Raman hasta que su hijo tuvo edad suficiente para tomar el relevo. Cuando su hijo Emin se convirtió en un jefe famoso, pasó a ser conocido como Emine Perikhan en lugar de por el nombre de su padre. Otra poderosa mujer fue Shemsi Khatun de la tribu Omeryan. Ella asumió el cacicazgo cuando su marido Mihemmed fue asesinado, permaneciendo en el cargo hasta que su hijo, también llamado Mihemmed, alcanzó la mayoría de edad. Este hijo también fue nombrado como Mihemmede Shemsi. Otro ejemplo fue Fasla Khatun, que dirigió la tribu Temika durante unos cuarenta años, hasta su muerte en 1963. Fue también la primera mujer en convertirse en un muhtar (elegida jefa del pueblo) en Turquía, por la sencilla razón de que no había hombre de confianza de izquierdas a quien poder delegar el trabajo.
Pero Musa Anter reconoce también que estas mujeres llegaron a ser importantes en la sociedad, solamente después de la muerte de sus maridos, lo que implica que se debía exclusivamente a los puestos de los mismos. En otros casos, las mujeres deben su posición, en última instancia, a sus padres. Siempre había al menos un hombre poderoso en el fondo. No había mujeres kurdas de origen humilde llegando a “altas posición” por sus propios esfuerzos. Dicho esto, sin embargo, no debemos pasar por alto el hecho de que todas las mujeres gobernantes mencionadas eran conocidas por su propio nombre, y no por los de sus maridos o padres. Usman Pasha, de Halabja, de hecho fue referido como “el marido de Adela Janum”. Otra clara indicación de que estas mujeres les eclipsaron a ellos, fue el hecho de que sus hijos, como hemos visto, se remitieran a las madres en lugar de los nombres paternas; esto fue una demostración de poder.
La insistencia con la que muchos hombres kurdos nacionalistas afirman que las mujeres ya gozan de igual de derechos en la sociedad kurda porque apenas llevan velos, lo que realmente quieren decir, a saber, es que no hay la necesidad de la liberación o emancipación de la mujer, evidentemente algo que no es veraz.
Cierto es que algunas mujeres han logrado extraordinaria influencia en la sociedad kurda, pero la gran mayoría de ellas no tuvieron esa oportunidad. Es verdad que en algunas zonas las mujeres del Kurdistán tienen una cierta libertad de movimiento, tal vez más que en muchas otras partes del Medio Oriente, pero esto ciertamente no es característico de todo el Kurdistán, y la naturaleza y grado de esta libertad, además, dependen mucho de sus familias y estatus social.
En un libro clásico sobre las mujeres kurdas en el sur de Kurdistán, la antropóloga danesa Henny Harald Hansen, observó que en los círculos aristocráticos las mujer eran sometidas a un “aislamiento practicado elásticamente”, pero por lo demás eran casi iguales a las sociedades musulmanas e incluso dominadas por sus cónyuges. En los círculos sociales más humildes y el medio rural, las mujeres tenían una mayor libertad de movimiento, pero eran mucho menos iguales al de sus maridos.
Las mujeres de otros estratos sociales comúnmente no han sido aceptadas tan fácilmente en los roles principales. Sucedió en algunos casos, como fue el de Rabi’a Khan, la mujer que se convirtió en la jefa de los panaderos de Sulaimaniya a principios del 1920, y que tuvo un notable grado de autoridad sobre sus colegas, viéndose obligadas las autoridades británicas y locales a negociar con ella, las mujeres como Rabi’a eran una excepción y no la regla, sin embargo.
El gran viajero turco del siglo XVII Evliya Çelebi, cuyo libro de viajes es una gran fuente sobre la vida cotidiana en el Imperio Otomano, señaló que en el caso de las provincias kurdas, el qanunname permitía que la sucesión para la gobernación se mantuviera dentro de la familia en los principados autónomos incluyendo a las hijas, y se observa que dicha sucesión era bastante común.
Evliya escuchó en sus viajes también narraciones de una señora en particular que había gobernado sobre el doble principado de Harir y Soran (que comprende los distritos del este y noreste de Erbil). Él pudo haber embellecido la narrativa un poco, ya que los viajeros suelen hacer esto, pero estaba claro que la señora sin duda había sido una persona real: “En la época del sultán Murad IV (1623-1640), los distritos de Harir y Soran fueron gobernados por una venerable mujer llamada Khanzade Sultan. Ella comandó un ejército formado por doce mil soldados de infantería con armas de fuego y diez mil arqueros montados. En el campo de batalla, su cara se ocultaba por un velo y su cuerpo estaba cubierto con un manto negro, que se parecía a (el legendario héroe iraní) Sam, el hijo de Nariman; montada en su pura sangre árabe realizó hazañas valerosas de manejo de la espada; ella varias veces llevó a cabo redadas en Irán, saqueó Hamadan, Dargazin Jamjanab y otras ciudades importantes y volver a Soran victorioso, cargada con el botín”.
En 1919, las mujeres kurdas en Turquía formaron su primera organización, la “Sociedad para el Avance de la Mujer Kurdas”, en Estambul.
Durante las revueltas de 1925-1937 en el Kurdistán de Turquía, muchas mujeres kurdas optaron por suicidarse para escapar de la violación y el abuso. En 1930, con el surgimiento del fascismo en Europa, los gobiernos turcos desplegaron un sistema ultranacionalista de partido único.
Tras la rebelión en 1937, el sudeste de Anatolia fue puesto bajo la ley marcial. Además de la destrucción de los pueblos y las deportaciones masivas, el gobierno de Turquía alentó a los albanokosvares y asirios para instalarse en las áreas kurdas para cambiar la composición étnica de la región. Las medidas tomadas por el ejército turco en el período inmediatamente posterior a la revuelta se convirtió en más represiva que los levantamientos anteriores. Entre 1925 y 1938, más de 1,5 millones de kurdos fueron deportados y masacrados.
La lengua kurda fue prohibida y las palabras “kurdos” y “Kurdistán” fueron retirados de los diccionarios y libros de historia, los kurdos pasaron a ser para el estado los “turcos de la montaña”.
FUENTE: Asociación de Amistad con el Kurdistán (https://amistadkurdistan.org)