El próximo lunes 29 de mayo, a las 17.15 horas, se presentará en 7° Festival Internacional de Cine Politico (FICiP) el documental “Sara. Toda mi vida fue una lucha”, de la directora kurda Dersim Zêrevan. La proyección será parte de la sección no competitiva que fue programada a través de Focos Internacionales entre los que se encuentra el FIK, Foco Internacional de Kurdistán. El lugar de proyección será el Auditorio APSEE ubicado en San José 225 de la Ciudad de Buenos Aires.
¿Quién era Sara?
Podríamos hablar de ella ajustándonos a una cronología de hechos y sucesos que marcaron su vida; podríamos decir que allá por los años 1970 decidió escaparse de su casa en Dersim, una ciudad emblemática del Kurdistán norte y que en 1978, con sólo 20 años, fundó junto a Abdullah Öcalan y otros 22 compañeros el Partido de los Trabajadores del Kurdistan (PKK). También podemos decir que fue brutalmente asesinada por la infiltración de los servicios de inteligencia turcos -junto a otras dos compañeras- en París en 2013. Pero ninguno de esos datos nos estarían diciendo demasiado sobre quién fue y quién es aún Sakîne Cansiz para el pueblo kurdo.
Sara fue su nombre en la resistencia. “La legendaria, rebelde, inflexible y revolucionaria mujer kurda de cabello rojo… Sakine Cansız, sobre quien escuchamos mucho pero conocemos poco”. Así comienza a describirla su compañera Dersim Zêrevan, la directora de este film quien junto a distintos equipos conformados íntegramente por mujeres, tanto del Kurdistán norte (Turquía) como en el Kurdistán sur (Irak), han trabajado sobre los tres volúmenes de “Toda mi vida fue una lucha” en los que Sakine narra sus años como parte del movimiento de liberación kurdo.
“La historia nunca está en estanterías llenas de polvo. La historia es esencialmente cada segundo que vivimos. Ella fue una revolucionaria en la convicción de que la historia estaba viva”, agrega Zêrevan al momento de establecer el espíritu que motivó la realización de esta película, tan sólo unos meses después de que Sakine fuera asesinada junto a sus compañeras Fidan Doğan (Rojbin) y Leyla Şaylemez (Ronahî) en el corazón de la capital francesa.
No fue un trabajo sencillo, naturalmente. Cien horas de rodaje compiladas en 95 minutos de documental requirió larguísimas jornadas de visionado y ordenamiento del material que surgió, no sólo de sus libros sino también de sus diarios y testimonios audiovisuales, de las entrevistas a más de 70 personas que fueron testigos de su infancia, de su juventud, de sus años en la prisión de Diyarbakir y su lucha en la montaña, en Oriente Medio y en Europa, lo cual requirió una minuciosa tarea en la que primó –como expresa la directora– “un fuerte sentido de la responsabilidad y el honor de poder transmitir su legado a las nuevas generaciones en lealtad a su memoria”.
El documental está en lengua kurmanji y ha sido traducido al inglés, alemán, italiano, flamenco, francés, español y se están terminando sus versiones en persa y árabe. Su primera presentación fue en enero de este año, en ocasión de un nuevo aniversario del asesinato de Sakine, Fidan y Leyla, el cual aún permanece impune luego de dejar al descubierto un entramado de conspiraciones y complicidades que involucran tanto a los servicios de inteligencia turcos como a los franceses, y cuyo único imputado apareció muerto en su celda unos días antes de que comience el juicio a principios de 2017.
El estreno fue hecho simultáneamente en París y en la capital “no oficial” del Kurdistán, en la ciudad de Amed (Diyarbakir), lo cual abrió el camino de presentaciones en varios Festivales del mundo, siendo el próximo martes 29 su primera presentación en Argentina.
Cine kurdo: la construcción de una mirada situada
La década de 1990 fueron años de intensa persecución del pueblo kurdo, en los cuatro países en los que fue dividido su territorio (Turquía, Siria, Irán e Irak), luego del trazado de nuevas fronteras en Oriente Medio tras la Primera Guerra Mundial. Esto trajo consigo la necesidad imperiosa –y a la vez su paradójica concreción en un contexto de guerra- de que el mundo conozca de alguna forma qué es lo que estaba ocurriendo y de qué forma este pueblo estaba resistiendo contra sus opresores.
El cine fue una herramienta fundamental en este sentido; un cine que comenzó a romper con los estereotipos de la kurdicidad –aun fuertemente arraigados en esos países- a partir de la construcción de una mirada y un lenguaje propios que los aleja de los retratos distorsionados que provenían de las producciones cinematográficas turcas, iraníes o iraquíes hasta ese momento.
Indudablemente, el cine kurdo es un cine político que refleja sufrimientos y padecimientos pero, sobre todo, el profundo deseo de una vida libre en su propia tierra.
Es a partir de los trabajos de Yilmaz Güney, pero fundamentalmente de Bahman Ghobadi a finales de la década de 1990, que es posible comenzar a hablar verdaderamente de un cine kurdo. Muchos aspectos de la realidad social y cultural de este pueblo negado en toda su existencia son reflejados en su cine, que al igual que todas las instancias de sus vidas, se encuentra atravesado por los vaivenes de fuertes procesos de asimilación que se contraponen al mismo tiempo con un constante crecimiento de la organización y la resistencia a partir de la consolidación de un movimiento de liberación en el que el cine también ha tenido un lugar preponderante.
Tal es el caso de “Una canción para Zagros – Tîrej” o “Beritan”, ambas del respetado director Halil Uysal, quien formó parte activa en las milicias del PKK, pero al mismo tiempo ha registrado con su cámara la vida de las guerrillas durante más de 10 años. “Cuando llegué a las montañas, vi que había otra vida y que existe otro mundo posible, mi deseo fue contar ese tipo de vida …”. Halil también tuvo que ver con la fundación de la primera estación de televisión kurda en Europa, Med TV y en 1995 tuvo la oportunidad de realizarle una histórica entrevista al líder kurdo Abdullah Öcalan que, en aquellos años, se encontraba exiliado en la ciudad siria de Damasco. Después de ese episodio, Halil fue testigo de muchos otros momentos decisivos en la historia de este pueblo que pudo capturar con su cámara. Para él la lucha debía ser en todos los frentes y su registro, tan importante como otros modos de resistir y combatir a sus opresores.
“Hoy soy camarógrafo, mañana fotógrafo. Al día siguiente panadero si es necesario. Si tengo que vigilar, entonces seré el guardián. Si es necesario marchar durante días, entonces estaré en la marcha. Soy kurdo; estoy listo para todas las tareas. Si no vuelvo a hacer películas, no lo sé. Pero si los que deben hacer películas no lo hacen, entonces seré yo quien me convierta en cineasta”.
Esa fue su convicción hasta el último día de su vida. En el 2008, Uysal estaba trabajando en un documental que lo llenaba de emoción –Meşa via bi Çiyayê Agiriyê ve (Marcha hacia el Monte Ararat)– aun sabiendo que los riesgos de filmar en esa zona eran muy altos por los intensos enfrentamientos entre la guerrilla y el Ejército turco. “Voy a correr como las hormigas hacia Kaba… Si tengo que morir en el camino, lo haré…”, escribió en aquella oportunidad. Y así fue efectivamente. En su primera parada en Botan, Halil fue asesinado por las fuerzas turcas en una emboscada junto a otros tres compañeros.
En esa escuela fue formada Dersim Zêrevan, la joven directora nacida en Qamişlo (Rojava), quien fue alumna de Halil hasta su muerte. Desde las montañas de Qandil o desde donde su deber en la lucha revolucionaria se lo indique, Zêrevan es la responsable de acercarnos a la vida de Sakine Canzis, esta mujer que continuará inspirando a lxs revolucionarixs del mundo y que trascenderá por siempre los corazones kurdos para empezar a formar parte definitiva de los nuestros.
FUENTE: Nathalia Benavides/Kurdistán América Latina