Hasta Devlet Bahceli, líder del MHP, la extrema derecha turca, ha tenido que realizar un llamamiento a la calma, “al sentido común”, para que Turquía no entre en una espiral de violencia que le conduzca irreversiblemente a una guerra civil. El MHP (Movimiento Nacionalista) hasta ahora ha cerrado filas con el Gobierno de Tayip Erdogán en su política de mano dura contra los kurdos, pero ha tenido que salir al paso de la oleada de ataques contra el HDP (Partido Democrático de los Pueblos) en venganza por los últimos atentados en Kayseri y Estambul que, a su vez, son respuesta a las masacres perpetradas por el Ejército en el Kurdistán durante el último año y medio.
En decenas de ciudades, pese a la explícita condena de estas acciones terroristas por parte del HDP, sin que apenas interviniera la policía, con el consentimiento implícito de las autoridades, las sedes del partido pro-kurdo, la tercera fuerza parlamentaria de Turquía, han sido destruidas, saqueadas e incendiadas mientras sus responsables eran detenidos a centenares acusados directamente de estar vinculados con los atentados; cerca de un millar en una semana de acuerdo con las cifras facilitadas por el Gobierno de Ankara.
La respuesta del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) ha venido de uno de sus máximos responsables, Murat Karayilán, que suele presentarse como portavoz de esta organización. Aparte de no condenar explícitamente estos actos reivindicados por los TAK (Halcones por la Libertad del Kurdistán), Karayilán asegura que el PKK tiene numerosas “células durmientes” con miles de voluntarios dispuestos a actuar, especialmente si Abdulah Öcalan, máximo líder del PKK y actualmente encarcelado en la prisión militar de Imrali, corriera algún peligro como consecuencia de esta situación.
Y lo mismo se puede decir de los movimientos yihadistas, tolerados cuando no armados por el Gobierno turco. En Turquía existe el temor de que tanto el Estado Islámico como otras organizaciones asociadas a Al Qaeda tengan igualmente cientos de “células durmientes”. Si existen en Europa, como ha quedado patente en los últimos atentados –París, Niza, Bruselas, Londres y ahora el del mercadillo navideño de Berlín–, ¿cómo no las va a haber en un país tan extenso como Turquía, donde se ha permitido la creación de verdaderas redes de reclutamiento para luchar en Siria y que ha sido utilizado por los voluntarios extranjeros del Estado Islámico como lugar de paso?
El asesinato del embajador ruso en Ankara, Andrey Karlov, cuando estaba inaugurando una muestra fotográfica en un centro cultural, no solo pone en evidencia la infiltración de las ideas yihadistas dentro de las fuerzas armadas turcas. En la misma zona de Ankara se encuentran las embajadas de Estados Unidos, Alemania y Austria, además de otros importantes organismos económicos, políticos y judiciales de la capital. Tendría, por lo tanto, que ser una de las zonas más seguras del país y, sin embargo, es donde se ha cometido un crimen que, hace un año, podría haber sido interpretado por Moscú como casus belli. Poco después, en otro incidente armado, una persona disparó contra la Embajada norteamericana, dejando en evidencia de nuevo los sistemas de seguridad en Turquía. EEUU se ha visto obligado a cerrar tanto su delegación en Ankara como los consulados de Estambul y Adana.
Mevlut Mert Altintas, el autor de los disparos, que accedió al evento cultural armado y sencillamente mostrando su carnet de policía, apenas tenía 22 años y se había formado en la academia de Izmir. Son muchos los gestos, actos, anécdotas y situaciones protagonizadas por agentes del orden que demuestran la infiltración dentro de las fuerzas armadas, policiales y judiciales de actitudes radicales, comenzando con las muestras de simpatía que recibió el asesino del periodista armenio Hrant Dink por los propios agentes que lo detuvieron hace ahora justo una década.
La situación dentro de las fuerzas de seguridad se agrava aún más si cabe debido a la profunda y amplia depuración que han sufrido tanto el Ejército, como la Policía y el Sistema Judicial en los últimos años, sobre todo a partir de la intentona golpista del 15 de julio, provocando que miles de experimentados profesionales en la lucha antiterrorista hayan sido sustituidos por jóvenes sin apenas formación pero fieles al proyecto islamista de Erdogán.
Definitivamente, el Gobierno de Erdogán, con su deriva autoritaria, su enfrentamiento con Europa, su delirante estrategia en Siria, obsesionado con abortar la autonomía de los kurdos en vez de buscar una salida al conflicto, reavivando una guerra en sus propias provincias kurdas que prácticamente había concluido y dando alas por doquier a los movimientos islamistas, ha terminado convirtiendo a este estratégico país en un verdadero campo de minas que pueden comenzar a estallar en cualquier momento. No es extraño, por lo tanto, que el MHP, representantes del propio Ejecutivo y también la guerrilla del PKK hablen ya abiertamente del riesgo de guerra civil.
Se trata de un peligro real que no puede dejar indiferente a Europa. La guerra de Siria, un país con apenas 20 millones de habitantes, ha provocado la mayor crisis humanitaria en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, pese a que para llegar a un país europeo, quienes huyen del desastre tienen que cruzar primero Turquía y después el mar Egeo.
No hace falta ser un experto para entender lo que ocurriría si un país tan grande como Turquía, con casi 80 millones de personas y que tiene contacto directo con Grecia y Bulgaria por tierra y con Rumanía a través del mar Negro, se deslizara al abismo de la guerra civil provocando un éxodo de unas dimensiones totalmente inasumibles en Europa.
FUENTE: Manuel Martorell/Cuarto Poder