En las remotas montañas del este de Turquía se encuentran representados en distintas comunidades los vestigios de una cultura, lengua y tradiciones con cientos de años que, poco a poco, con la llegada del nuevo mundo, están viendo desaparecer sus costumbres y su historia.
Según algunos expertos, los orígenes de la lengua zaza se encuentran en el norte de Irán, en los alrededores de la zona del Mar Caspio. Sus gentes se desplazaron hacia la región del este de Anatolia entre los siglos X y XII, instalándose mayoritariamente en pequeñas comunidades entre rocosas montañas de la zona que, incluso hoy, resultan de difícil acceso. Otros investigadores, sin embargo, rechazan esa teoría, promulgando que los zaza han convivido desde muchos siglos antes con las comunidades kurdas de la zona (que hablan el idioma kurmanji) aunque se trata de dos lenguas distintas.
Son muchos los que denuncian que la falta de divulgación de la cultura de las comunidades zazas viene dada por un objetivo interesado por parte de Turquía de tratar de no reconocer, e incluso de eliminar, cualquier mínimo atisbo de identidad que sea distinta de la turca. Este es un hecho que se viene dando desde la misma fundación del país, en 1923, de la mano de Mustafa Kemal Atatürk, que sentó las bases para un país que se alejara del islam más conservador pero, a su vez, promulgando un fuerte nacionalismo que desde hace años intenta minimizar las distintas etnias del Estado como los zazas y los kurdos.
“Los mayores problemas para la comunidad zaza y kurda son la asimilación y la incapacidad para hablar libremente su idioma. Este problema se vive tanto en las escuelas como en las instituciones públicas. Los niños zaza y kurdos hablan su lengua materna desde que nacen hasta que empiezan la escuela, pero cuando llegan a la edad escolar tienen que aprender turco, que es una transición un poco brusca, porque la mayoría de los adultos no hablan turco, ni tampoco sus hijos, por lo que el niño que habla turco en la escuela, habla zazaki o kurdo en casa. Esta situación crea dificultades para que los niños se adapten o se comuniquen con sus compañeros, profesores y familias”, cuenta Altun, de madre zaza y padre kurdo, graduada en derecho y economía, y residente en Gerger (Adiyaman).
En la actualidad, se estima que hay alrededor de 1.800.000 zazas, la mayoría de ellos viviendo en ciudades como Diyarbakir, Siverek o Elazig, en pleno corazón de la Anatolia Central. Viven en una sociedad totalmente patriarcal, donde las mujeres pasan el día haciendo tareas domésticas y cuidando de los animales y los huertos, de los que consiguen prácticamente todo lo que comen. Los hombres trabajan como mercantes, vendiendo pieles, paja y otros productos de origen animal y vegetal en los distintos pueblos de la zona. En muchas ocasiones, los hombres pasan días fuera de casa mientras las mujeres se ocupan de las tareas en su comunidad y de cuidar de los hijos y a la familia.
“Toda la carga está sobre los hombros de las mujeres: la crianza de los hijos, la vida educativa de los hijos, la economía doméstica, las labores domésticas, cuidar del huerto, la jardinería, etc. En resumen, la carga de trabajo de las mujeres en la sociedad zaza es más pesada que la de otras mujeres que viven en grandes ciudades. Como sus cónyuges van a trabajar fuera del distrito por razones económicas, absolutamente todas las tareas domésticas y de cuidado de los hijos recaen enteramente sobre sus hombros”, explica Altun.
La situación económica en la que se encuentran muchas familias de la comunidad zaza también resulta alarmante, debido a la situación geográfica, a las dificultades económicas del país -por la enorme inflación de los últimos meses- y a la falta de ayudas sociales para el desarrollo de los poblados en los que viven.
“Las dificultades económicas para los habitantes de la zona son mayores que para otras sociedades. En estas comunidades, los hombres tienen que dejar a sus familias para trabajar en el extranjero debido a problemas económicos, porque en estos pueblos pequeños no hay prácticamente ningún tipo de inversión, están ubicados en tierras poco fértiles, con una tasa de empleo muy baja y no reciben suficiente apoyo del gobierno. Un gran número de miembros de estas comunidades han emigrado durante estos últimos años. Creo que la principal razón es el bajo nivel económico, cultural y de vida. Hay que tener en cuenta que el 90% de las personas que viven aquí sobreviven gracias a la ayuda social”, asegura Altun.
La escasa escolarización de los niños y niñas de estas comunidades supone también un reto, ya que en muchos de estos poblados no hay escuelas y tienen que coger un autobús hasta el pueblo o ciudad más cercana, que les supone un coste diario muchas veces inasumible. Es por eso que hay familias que solo pueden permitirse llevar a sus hijos al colegio en días puntuales, hecho que desfavorece el desarrollo educativo de los más pequeños y, por tanto, también al futuro de la comunidad.
Muchas familias y jóvenes de las nuevas generaciones de zazas están trasladándose a núcleos urbanos de la zona mayores, como pueden ser Adiyaman, Gaziantep o Diyarbakir, con el objetivo de huir de la pobreza y poder aspirar a una vida en mejor, hecho que por otra parte supone que, poco a poco, la cultura y las tradiciones de esta comunidad milenaria vayan desapareciendo.
“Me mudé a Adıyaman por razones de peso. No podía seguir estudiando mientras viviera con mi familia. Tuve que alejarme de mi comunidad para lograr las metas que quería, pero desafortunadamente trabajar en Turquía es muy difícil y no tengo claro que pueda conseguirlo. Ser policía es mi sueño de la infancia y estoy tratando de realizarlo. Es lo más bonito para mí y si pudiera trabajar de voluntaria como policía sin recibir un salario, lo haría”, dice Söngul, una joven zaza de 22 años que tuvo que marcharse de su aldea, Tillo (Adiyaman), para poder seguir con sus estudios.
La creciente tendencia a la migración de los jóvenes zaza hace prever que un gran número de estas comunidades desaparezcan durante los próximos años. Solo quedarán representadas en los libros de historia y en la memoria de las nuevas generaciones, que irán viendo cómo poco a poco todos los esfuerzos que hicieron sus antepasados por mantener una cultura con cientos de años de antigüedad se desvanecen en un mundo nuevo, más práctico y más moderno, pero cada día con menos lenguas habladas y, por lo tanto, menos rico a nivel cultural y de tradiciones.
FUENTE: Adrià Salido (Fotos y texto) / El Salto Diario / Fecha de publicación original: 15 de agosto de 2022
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