A mediados de octubre, el ministro de Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, acusaba a las Unidades de Protección Popular (YPG) de ser los responsables de la muerte de dos policías turcos en el norte de Siria y afirmaba que su país “hará todo lo que sea necesario” para “eliminar a los terroristas”.
El gobierno turco, utilizando como pretexto la presencia de organizaciones y miembros del movimiento de liberación nacional y social del pueblo kurdo en varios países del Cáucaso y Medio Oriente, ataca y ocupa ciudades y poblados fuera de los límites de Turquía, saqueando sus riquezas naturales, instalando bases y fuerzas militares, y trasladando a mercenarios y terroristas con la finalidad de asentarlos allí y de esa forma perpetuar su presencia y dominio.
Y si bien, en un primer momento, Turquía logró éxitos en su objetivo de avanzar en la aplicación del proyecto panturquista heredado del genocida Imperio Otomano, las cosas no son como la esperaban el autoproclamado sultán Erdogan, su partido AKP y sus aliados nacionalistas del MHP, todos ellos responsables del gobierno fascista que se encuentra a la cabeza del Estado turco.
Hoy, todo indica que al menos varios de los actores regionales -entre ellos distintas potencias- pasaron a una nueva fase en el cumplimiento de sus objetivos, definiendo alianzas y acciones que hasta hace poco parecían impensadas. Y es en este escenario donde comienza a verse que Turquía ya empieza a pagar las consecuencias de su política. Ello no implica per se que quede aislada o sea castigada, ni por sus aliados -OTAN, Estados Unidos, Unión Europea, Israel-, ni tampoco por sus históricos adversarios -Rusia, Irán, China-. Pero sí que sus sueños otomanos comiencen a desvanecerse y su pretendido rol de “potencia regional” con poder de decisión, comience a debilitarse.
Rusia, que desde hace varios años viene intentando establecer acuerdos coyunturales y elaborar proyectos conjuntos con Turquía, parece haber logrado -en gran parte- el objetivo principal de alejarla de Estados Unidos y Europa, o, al menos, llenar de contradicciones y conflictos las relaciones del gobierno de Erdogan con sus aliados. Y hoy, el fortalecido gobierno de Putin empieza a aplicar otra táctica y a ponerle condiciones a Turquía, por ejemplo, en Siria y en el Cáucaso, donde a primera vista, hasta ahora, eran más los acuerdos que las diferencias.
Erdogan tomó nota de esta situación y trata de mostrar “los dientes” para obtener los mismos réditos que hasta ahora, pero enfrente ya no encuentra una mano extendida y hasta cómplice -en algunas circunstancias puntuales-, sino un puño dispuesto a golpearlo.
El 26 de octubre, la Asamblea Nacional de Turquía aprobó una resolución para extender por dos años la autoridad otorgada al presidente para enviar -si lo cree necesario-, unidades militares de las Fuerzas Armadas a Irak y Siria para operaciones e intervenciones transfronterizas. La aprobación se logró con los votos afirmativos del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan, del Partido Movimiento Nacionalista (brazo político de los Lobos Grises) y del Partido Iyi (de centroderecha). Votaron el contra el Partido Republicano Popular (CHP-kemalista de centroizquierda) y el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, pro-kurdo).
El día 30, en Roma, en el marco de la Reunión Cumbre de Líderes del G-20, el mandatario turco mantuvo una reunión con Joe Biden, presidente de los Estados Unidos, principal potencia militar (criminal y genocida) del planeta. Ambos mandatarios, a principios de año, habían sido protagonistas de un fuerte entredicho y conflicto, que para algunos llevaría a cortar relaciones -cosa que jamás sucedió-, a raíz de que el presidente Biden reconoció el genocidio armenio de 1915. Pero nada pasó y los aliados, aliados quedaron y siguen…
Oficialmente, desde la parte turca se informó que “durante la reunión, los dos líderes manifestaron voluntad para fortalecer y desarrollar aún más las relaciones entre Turquía y Estados Unidos”. Desde la Casa Blanca se dijo que “en su reunión con Erdogan, Biden expresó su deseo de mantener relaciones constructivas con Turquía”, y “subrayó su agradecimiento por la contribución que durante 20 años hizo Turquía a la misión de la OTAN en Afganistán”. Según la oficina de prensa norteamericana, los líderes también hablaron sobre “el proceso político en Siria, la entrega de ayuda humanitaria a los más necesitados en Afganistán, las elecciones en Libia, la situación en el Mediterráneo Oriental y los esfuerzos diplomáticos en el sur del Cáucaso”.
Ese mismo día, mientras Biden hizo silencio y no dijo nada sobre la decisión turca de seguir invadiendo países, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Siria exigió la salida inmediata e incondicional de las fuerzas turcas y el respeto a la independencia, soberanía e integridad territorial de la nación árabe.
“La situación regional e internacional ya no tolera el silencio ante las prácticas del gobierno turco, que amenazan la paz y la seguridad en Siria, Oriente Medio y el mundo”, se lee en la declaración oficial de la Cancillería siria, donde se insta al Consejo de Seguridad de la ONU a asumir sus responsabilidades en virtud de sus mandatos y poderes, y condenar las prácticas hostiles de Ankara contra la soberanía de Damasco. “Hay que ponerle límite a la violación turca de los principios y propósitos de la Carta de la ONU relacionados con el respeto a la soberanía de los Estados, la no injerencia en sus asuntos internos, absteniéndose de cometer agresión y cumpliendo con los acuerdos bilaterales que regulan las relaciones entre los dos países”, se enfatiza en la declaración oficial siria.
Turquía controla ilegalmente desde 2018 amplias zonas del norte de Siria y mantiene 114 posiciones y puntos militares, que se distribuyen en cinco provincias: Alepo (56), Idlib (45), Raqqa (nueve), Hasakeh (cuatro) y Latakia (dos). En varias ocasiones, Damasco denunció esa presencia y la calificó de ocupación, además de asegurar que la misma impide la liberación completa de su territorio del terrorismo.
Pero nada parece detener los planes de Turquía, por un lado, y de los Estados Unidos, por el otro.
El 1 de noviembre, desde el gobierno del presidente Bashar Al Assad informaron que una columna de 40 vehículos y camiones cargados con armas, municiones y equipos militares ingresó al país desde el norte de Irak, con rumbo a los enclaves militares establecidas por Washington en las provincias de Hasakeh y Deir Ezzor. Damasco denunció repetidamente la presencia ilegal de las tropas estadounidenses -la cual calificó de ocupación-, y aseguró que serán obligadas a abandonar el país ante el aumento de la resistencia popular.
Por otra parte, las autoridades sirias difundieron confesiones de terroristas capturados, quienes confirmaron que los ataques del Daesh en el desierto son planificados y facilitados por las tropas de Washington, que ofrecen desde sus bases en Siria apoyo con armas e información de inteligencia a los extremistas, con el fin de prolongar la guerra en esta nación del Levante.
El mismo primero de noviembre, los medios de prensa sirios difundían la noticia de que las fuerzas armadas turcas y las milicias terroristas ilegales que Turquía apoya en Siria, habían concluido sus preparativos para realizar una nueva operación militar agresiva en el norte del país.
Según el portal de noticias Athr Press, los comandantes de las agrupaciones terroristas que operan bajo el paraguas del llamado “Ejército de Liberación Nacional” recibieron órdenes de oficiales turcos de estar en máxima alerta para lanzar operaciones militares en cualquier momento. La información detalla que las acciones militares se llevarán a cabo bajo el pretexto de alejar el peligro que representan las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS).
Ayer, el presidente de la Asamblea del Pueblo (Parlamento) de Siria, Hammoudah Sabbagh, ratificó que el régimen turco encabezado por Recep Tayeb Erdogan continúa sus prácticas agresivas, atentando contra la unidad, soberanía e independencia de Siria. El líder parlamentario sirio reiteró la enérgica condena y denuncia de la Asamblea a la decisión emitida hace dos días por el Parlamento turco de prorrogar por dos años la autorización concedida al jefe del régimen turco para enviar fuerzas militares a Irak y Siria por un período de dos años, catalogando esta decisión como “nula e ilegal”.
El martes 2, mientras militares de las fuerzas de ocupación del régimen turco atacaban con artillería pesada la aldea de Al Dardara, en el noroeste de la provincia de Hasakeh, otro grupo de militares junto a mercenarios y terroristas pro-turcos, asaltó las tierras agrícolas en el municipio de Afrin, al norte de la provincia de Alepo, robando la cosecha y el cultivo de olivo. Las fuentes indicaron que integrantes de la llamada división Al Hamza, una agrupación terrorista apadrinada por Turquía, se apoderaron de las aceitunas recolectadas por los agricultores de la aldea de Kochman, en Afrin, para contrabandearlas a territorio turco bajo la cobertura y la protección de las autoridades del régimen de Erdogan.
Según la agencia de noticias AviaPro, unas horas antes de este nuevo ataque turco a Siria, Rusia emitió un ultimátum muy serio a Turquía.
La información destaca que “Rusia no tiene la intención de discutir ningún otro acuerdo con Ankara y, aparentemente, la negativa de Turquía a cumplir con estas demandas permitirá a Rusia iniciar una acción extremadamente dura contra las fuerzas turcas y los extremistas controlados por Ankara, especialmente después del ataque de los turcos a una base militar rusa en Bir Arab”.
“Las duras demandas presentadas por Rusia son una prueba de que tiene el control total de la situación, y si la parte turca se niega a cumplir el ultimátum, las pérdidas para Ankara, tanto en términos de bajas del personal como en términos de pérdida del control de territorio, serán enormes”, señala el analista a AviaPro.
Pero Siria no sólo sufre la agresión turca, sino también sigue siendo uno de los blancos predilectos del Estado sionista. Ayer, aviones de combate israelíes bombardearon un punto militar en las inmediaciones de la localidad de Zakieh, ubicada a unos 20 kilómetros al sur de la capital de Siria.
Según el ministerio de Defensa sirio, “el enemigo israelí llevó a cabo una agresión aérea con varios misiles disparados por cazas desde el espacio aéreo del norte de la ocupada Palestina”, ocasionando algunas pérdidas materiales.
En las últimas semanas hubo otros ataques israelíes sobre Siria. El 30 de octubre, el ejército sionista atacó con misiles las posiciones de defensa en las inmediaciones de la ciudad de Dimas, a 20 kilómetros al noroeste de Damasco; y el 25 del mismo mes, un helicóptero israelí disparó dos misiles desde el espacio aéreo del Golán ocupado, contra dos posiciones defensivas en la provincia suroccidental de Quneitra, hiriendo a dos soldados. En 2020, Israel perpetró unos cien ataques contra territorio sirio y este año las acciones criminales del gobierno israelí sobre territorio soberano sirio superan las 33.
Queda más que claro el entendimiento tácito existente entre los Estados terroristas de Turquía e Israel, más allá de algunas “puestas en escena” que intentan presentarlos como adversarios. Ambos consideran enemigos a Siria e Irán, ambos mantienen estrechas y estratégicas relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea, y los dos son aliados de Azerbaiyán, a quien pertrecharon antes y durante el ataque y la guerra contra el pueblo de Artsaj (Karabaj).
Este es el panorama que no sólo rodea, sino en el que está inmerso Armenia. Por eso, su gobierno, su pueblo y las comunidades de la diáspora, debemos tener bien en claro qué proyectos siguen manteniendo la tensión y la inestabilidad regionales, y qué países intentan proteger lo que denominan “sus intereses”, que no son más que los recursos naturales de los que se apropiaron hace décadas, entre guerras, conflictos civiles, luchas interétnicas e interreligiosas, azuzadas y provocadas -individual o conjuntamente- por el imperialismo occidental, el sionismo y el panturquismo.
FUENTE: Adrián Lomlomdjian / Nor Sevan
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