Diez años de guerra siria en tres cortes de pelo

“Mi casa fue saqueada y destruida por completo. Únicamente las paredes quedaron en pie. Ahora está ocupada por combatientes extremistas que la utilizan como cuartel”, explicaba Haidar Ahmad en agosto de 2018 mientras cortaba el pelo a un cliente de incipientes entradas y cabello canoso. El recuerdo de lo que hasta marzo de ese año había sido su hogar, era aún muy cercano y la creencia del exilio como algo pasajero aún demasiado firme. Quizás, por ese pensamiento de temporalidad, Haidar no se había molestado en amueblar y decorar las paredes de un almacén reconvertido en peluquería ubicado en un pueblecito de la región siria de Shehba, a tan solo 20 kilómetros al norte de la ciudad de Alepo.

La austeridad y tonos grisáceos del lugar contrastaban con el colorido que las fotografías de mártires de las Unidades de Protección Popular (YPG) y de futbolistas de la Juventus de Turín, le conferían a su antiguo local en Yendires, una pequeña urbe de 13.500 habitantes en la que Haidar había nacido y crecido. “La huida fue tan apresurada que no pude llevarme los pósteres de Abdullah Öcalan y de Alessandro del Piero”, bromeaba el peluquero, hincha incondicional del equipo piamontés y simpatizante del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), mientras ejecutaba los últimos tijeretazos.

El destierro de Haidar y su familia arrancó en marzo de 2018 cuando, a causa de la operación militar conjunta de Turquía y milicias islamistas sirias, tuvieron que abandonar Yendires -situada en el enclave de mayoría kurda de Afrin, también en Alepo- y buscar cobijo en la colindante región de Shehba junto a otras 150.000 personas. “Cualquier exilio es duro, pero el hecho de estar a menos de una hora de casa en coche, aún lo hace más amargo”, se lamentaba este hombre de metro setenta y tez morena que a día de hoy tiene 40 años.

El rostro de la tragedia siria

Haidar, su esposa y dos hijos, son solo el rostro y la voz de cuatro de los seis millones de desplazados internos que ha provocado el conflicto sirio desde su estallido, en marzo de 2011, y encarnan una de las múltiples guerras intestinas que en la actualidad todavía golpean el país. En este caso, la que libran Turquía y sus aliados de la oposición siria contra los kurdos y las minorías que han establecido un autogobierno en el norte de Siria.

Cuando hace una década estallaron las protestas contra el presidente sirio Bashar Al Assad, en el marco de las revueltas árabes, prácticamente nadie -tampoco Haidar- se imaginaba que aquellas movilizaciones que demandaban, entre otras cosas, apertura democrática, reformas económicas y justicia social, derivarían en el conflicto más sangriento del siglo XXI, con numerosas potencias mundiales implicadas.

Los diez años de guerra civil han dejado, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, un catastrófico balance de 387.000 muertes documentadas -una tercera parte son civiles- y 205.000 personas desaparecidas que se creen fallecidas. La ONU cifra en 5,7 millones los refugiados que han huido a otros países y en 6 millones los desplazados internos. Por su parte, la agencia de Naciones Unidas para la infancia, UNICEF, cuantifica en 12.000 los niños muertos o heridos durante la contienda, y en 4,8 millones los nacimientos en pleno conflicto.

“El 17 de marzo de 2018 lo tengo grabado a fuego en mi memoria. Ante la cercanía del enemigo y la creciente intensidad de los bombardeos, decidimos abandonar la ciudad de Afrín”, recordaba Haidar, ya sin clientes a los que atender, mientras barría el cabello esparcido por el suelo para proceder a echar el cierre y dejar la peluquería lista para el día siguiente.

“La hilera de personas y vehículos que intentaban abandonar la ciudad era interminable. Camiones, autobuses, tractores, coches y motocicletas, estaban repletos de gente con pertenencias. Como nosotros, mucha gente también huyó a pie porque la ruta estaba colapsada por la presencia de miles de vehículos y había sido dañada por los bombardeos turcos”, detallaba el peluquero kurdo-sirio.

Con su hijo Amar en brazos, que por aquel entonces tenía tan solo un año, Haidar y su mujer Aya tardaron alrededor de 30 horas en andar los 30 kilómetros que separan Afrin de Nubul, una ciudad de mayoría chií de la provincia de Alepo controlada por fuerzas gubernamentales sirias. “La travesía a través del Monte de los Sueños fue agotadora. La pendiente del escarpado camino provocó que muchos coches se averiaran e, incluso, algunas personas mayores murieron durante la ruta debido al sobreesfuerzo”. Tras pasar unos días caóticos en Nubul, los Ahmad llegaron a la región de Shehba, donde la administración de la Federación Democrática del Norte de Siria y el gobierno sirio habían alcanzado un acuerdo para reasentar alrededor de 150.000 afriníes.

Controlada por los kurdos desde 2016 tras expulsar al grupo yihadista Estado Islámico (ISIS), el grueso de desplazados de Afrin se instaló en casas vacías que pudieron ocupar, mientras que cerca de 16.000 personas fueron ubicadas en tres grandes campos con tiendas de plástico. En el caso de Haidar y su familia, encontraron una vivienda de dos alturas y el peluquero pudo retomar su actividad profesional en un pequeño almacén vacío a escasos cien metros de su nuevo hogar.

Pero, como era de esperar, la vida en el exilio de Shehba no fue nada sencilla. Las malas condiciones de la comida y el agua provocaban multitud de enfermedades gastrointestinales, agravadas por la falta de medicamentos, personal médico e instalaciones. Con unas infraestructuras muy mermadas y aún por reconstruir, los Ahmad tenían tan solo cuatro horas de electricidad diarias. Ante este panorama desalentador y con el deseo de hacer crecer la familia y dar un hermano o hermana al pequeño Amar, Aya y Haidar comenzaron a mover cielo y tierra para poder abandonar Shehba y recalar en Alepo. Una ciudad que, pese a sufrir las dificultades comunes a todo el país, permite llevar a cabo una vida mínimamente digna.

En otoño de 2018, seis meses después de haber llegado a Shehba, los Ahmad obtuvieron luz verde para recorrer los poco más de 20 kilómetros que les separaban de Alepo e instalarse en Sheikh Maqsud, el principal barrio de mayoría kurda de una ciudad que, antes de la guerra, fue el pulmón económico de Siria. “Aunque echo de menos las montañas y los campos de olivos de Yendires, la adaptación a Alepo no ha sido demasiado complicada porque muchos amigos y vecinos también están instalados aquí”, cuenta Haidar ahora a través de WhatsApp.

Memorias de una década

Echando la vista atrás, Haidar destaca el verano de 2012, cuando los kurdos tomaron el control de su territorio tras la marcha de las autoridades de Damasco y desplegaron el autogobierno. “En aquel momento Siria era un auténtico caos. Nuestra revolución trajo consigo seguridad, estabilidad, pero sobre todo, libertad”, destaca Haidar, quien políticamente siempre ha estado muy implicado y activo.

Cuando el régimen sirio reprimió a sangre y fuego las protestas populares de carácter pacífico durante la primavera de 2011, la oposición siria comenzó a organizarse y pronto nació el Ejército Libre Sirio (ELS). Formado inicialmente por desertores y civiles, el escaso y rudimentario armamento con que contaba provocó que países como Turquía, Arabia Saudí, Qatar o Estados Unidos se ofrecieran para financiar a esta milicia. Esto provocó la fragmentación del ELS en múltiples grupúsculos fieles a sus padrinos y la radicalización de algunos de ellos tras adoptar agendas con una ideología marcadamente islamista.

Ante la disyuntiva de tener que elegir entre el régimen de Al Assad, con un historial reciente de represión hacia los kurdos, y una oposición con una hoja de ruta deliberadamente extremista y arabista, el movimiento de liberación kurdo, encabezado por el Partido de la Unión Democrática (PYD) –afín ideológicamente al PKK–, apostó por una tercera vía que implicaba autogobierno y autodefensa.

“En Afrín hemos combatido a la práctica totalidad de los grupos armados que han luchado en la guerra de Siria”, señala Haidar, quien se muestra especialmente crítico con el Ejército Libre Sirio y, sobre todo, con los kurdos partidarios de la oposición siria. “Cuando el régimen o Estado Islámico atacó a las milicias opositoras, los afriníes les ofrecimos cobijo. ¿Y cómo nos lo pagaron? En 2018 se prestaron para ser los mercenarios que Turquía utilizó para ocupar nuestra tierra”, recuerda molesto Haidar.

La tercera vía kurda y la ubicación geográfica de Afrin propiciaron que las YPG protagonizaran encontronazos con facciones de espectros ideológicos y religiosos muy distintos. Las lindes del enclave kurdo-sirio con Idlib, aún hoy principal bastión opositor, supuso numerosos episodios bélicos contra el ELS y facciones islamistas como el Frente al Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria. La proximidad con las poblaciones de mayoría chií de Nubul y Zahra, también se tradujo en algunas refriegas esporádicas con el Ejército sirio y milicias chiíes proiraníes.

“Especialmente duro fue el sitio de Estado Islámico. Había escasez de productos básicos y murió mucha gente”, indica Haidar refiriéndose al cerco que el grupo del entonces líder Abu Bakr Al Bagdadi sometió al enclave kurdo-sirio entre mediados de 2013 y principios de 2014. Del ingente número de caídos en las filas kurdas contra el ISIS daban fe las paredes de la peluquería de Yendires, las cuales vieron cómo las fotografías de mártires de las YPG colgadas por el dueño del negocio se multiplicaron.

Después de casi cinco décadas de prohibición, Haidar fue testigo de cómo la revolución kurda en Siria posibilitó, entre otros logros, la llegada del kurdo a las aulas y el lanzamiento de medios de comunicación en dicha lengua. “Fue un momento muy ilusionante y de gran efervescencia nacional. Yo mismo participé en la creación del periódico Ronahi, ejerciendo de columnista y ayudando en su reparto puerta por puerta durante las mañanas antes de abrir la peluquería”, explica.

Alepo, presente sin tijeras

A pesar de que los 10 años de conflicto sirio han pagado a los Ahmad con el destierro y la muerte de varios familiares y conocidos, Aya y Haidar prefieren pensar en la vida y en el futuro que quieren construir en Alepo. Una de las primeras líneas de esta nueva etapa la escribió la pequeña Ariana con su nacimiento, en junio de 2019. Ahora, en el piso que tienen alquilado en Sheikh Maqsud -barrio alepino controlado por los kurdos desde 2012 con el beneplácito del gobierno-, no son las bombas lo que les despierta sino los llantos de sus hijos. Una ausencia de combates que perdura en la urbe desde finales de 2016 cuando las tropas leales a Bashar Al Assad y Rusia expulsaron a los alzados de la parte este de la ciudad.

En el campo profesional, la situación de Haidar también ha dado un vuelco. Después de toda una vida cortando flequillos y afeitando barbas, el peluquero ha dado el salto a la política como responsable del Comité de Juventud y Deportes del barrio. Una tarea que le permite estar en contacto con los chavales y disfrutar de su gran pasión: el fútbol. “Ahora solo corto el pelo a mis hijos y, de vez en cuando, voy a una peluquería de un conocido para arreglárselo a algunos amigos, cuyo cabello solo quieren que toque mis manos”, bromea el afriní de 40 años por WhatsApp.

“Ya sea viéndolo por televisión o practicándolo, el deporte es el mejor antídoto para olvidar momentáneamente el exilio y todo lo que hemos sufrido durante la última década”, subraya Haidar, que casi a diario frecuenta la cancha de césped artificial donde se disputa una liguilla local amateur. Una competición en la que muchos de los equipos visten reproducciones de las equipaciones oficiales de clubes como la Juventus, el Barça o el Atlético de Madrid, tal y como puede apreciarse en el muro de Facebook del ahora regidor de deportes, donde en algunas fotografías se le aprecia entregando trofeos en virtud de su cargo.

“Mientras el mundo, también el del deporte, se paralizó por completo la primavera de 2020 a causa de la pandemia, aquí la liga siguió disputándose como si nada. En un país como Siria, el coronavirus es para muchos la última de nuestras preocupaciones”, destaca Haidar, quien en sus ratos libres también ejerce de entrenador.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los casos de Covid-19 reportados en Siria desde enero de 2020 ascienden a 17.000, de los que 1.130 ha comportado la muerte de los contagiados. Una cifra absoluta de contagios bastante baja en un país que, según el Banco Mundial, contaba en 2018 con una población de 17 millones de personas. Unos datos que podrían deberse a la escasa llegada de extranjeros a territorio sirio, pero también al deficiente y dañado sistema sanitario que dificulta el acceso de la población a pruebas PCR y test de antígenos y, por lo tanto, obstaculiza un conteo fidedigno. A la creencia de que el número de personas contagiadas y no contabilizadas sea mayor, también contribuye la diezmada situación económica de la población que sitúa las mascarillas y otro tipo de elementos protectores como algo totalmente prescindible. En este sentido, el plan de vacunación que ya han iniciado algunos países, en Siria es algo aun totalmente incierto.

Sobre la posibilidad de que el conflicto termine y de regresar algún día a su hogar en Yendires, el padre de Ariana y Amar es bastante realista y, por ende, pesimista. Desde su punto de vista, son las fuerzas extranjeras las que rigen los designios de Siria y, si en algo han coincidido todas ellas, apunta, es en el abandono de los kurdos a su suerte. “Turquía y sus mercenarios sirios atacaron Afrin porque previamente habían recibido luz verde de Washington y Moscú para lanzar la ofensiva”, denuncia Haidar. “Por supuesto que me gustaría volver a mi casa, allí tengo todos mis recuerdos. Pero como digo, es algo que, desgraciadamente, no depende de los sirios”.

El actual responsable de Juventud y Deportes del barrio kurdo de Alepo no construye castillos en el aire, y se conforma con un futuro alejado de la guerra para Ariana y Amar. “Para ellos quiero lo mismo que cualquier padre. Que puedan estudiar y prosperar”, destaca Haidar, en unos días agridulces para los kurdos, puesto que la festividad del Newroz -el Nuevo Año kurdo que se celebra con la llegada de la primavera- coincide con la ocupación y destierro de Afrin.

FUENTE: David Meseguer / Naiz

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