Kurdistán: La resistencia es vida

¿Qué pensaríamos si nos dijeran que existe un pueblo de más de 40 millones de personas negado y prohibido en su propio territorio? ¿Qué tipo de país imaginamos si nos dicen que la cárcel y la tortura es un destino seguro por el sólo hecho de hablar el propio idioma? Quizás si nos hubieran permitido conocer la historia del pueblo kurdo, podríamos entender qué significa ser parte de una nación prohibida.

Hablar del pueblo kurdo es hablar de un pueblo originario de la Mesopotamia, que habitó durante miles de años, mucho antes que los  árabes y los turcos, una de las zonas más ricas en recursos naturales del planeta; y ésta es precisamente su maldición ancestral.

Intentar revertir nuestro desconocimiento y rastrear en sus raíces, nos permitirá encontrarnos con una historia de resistencias, de rebeliones populares, de identidades negadas, que no ha aceptado la opresión y el aniquilamiento como destino inexorable. Y tal vez allí radiquen algunas de las razones por las cuales después de tantos años de lucha organizada por el reconocimiento de sus derechos sociales, culturales y políticos, es muy posible que ni siquiera hayamos oído hablar de su existencia.

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La larga historia de traiciones y negación del pueblo kurdo comienza mucho antes de la Primera Guerra Mundial, cuando aún existía el Imperio Otomano, en lo que hoy conocemos como Turquía. Tratados secretos entre el Reino Unido y Francia apuntaban a delinear las zonas de influencia y el control del Oriente Próximo, que luego quedarían fijados en el trazado de las nuevas fronteras. Sin embargo, es en 1923 con la firma del Tratado de Lausana y la declaración de la República de Turquía en manos de su primer presidente, Mustafa Kemal Atatürk (un ferviente nacionalista y admirador de las costumbres europeas) cuando se decide junto a las potencias victoriosas, que el territorio de Kurdistán quedaría repartido entre los estados de Siria, Irán, Irak y obviamente, la nueva Turquía, pese a las repetidas promesas de un Estado propio.

En la lógica kemalista de crear Estados homogéneos y una “¡Turquía para los turcos!”, no es  difícil pensar que esta división arbitraria -que desconoció derechos territoriales, culturales e incluso lazos familiares-, no se agotaría en una nueva cartografía, sino que significaría otra etapa de muerte sistemática de intensidades variables, encontrándose en la actualidad en un punto crítico.

La complejidad de la causa kurda no está relacionada estrictamente a cuestiones religiosas, como podríamos pensar que sucede en todos los pueblos de Medio Oriente. Pese a que en los documentos de identidad de los kurdos nacidos en Turquía pueda leerse “por defecto” que son musulmanes (otro dato que habla de la asimilación y la adopción forzada de la “fe”), las interpretaciones del Islam son bien distintas y están muy lejos de presentarse en forma monolítica. Muchos de ellos ni siquiera son practicantes, otros sostienen posiciones agnósticas y en muchos casos entienden que el Islam es uno de los peores males del pueblo kurdo, cuya religión original está más relacionada con el mazdeísmo y las enseñanzas de Zarathustra que con Mahoma.

Las diferencias dentro de la religión musulmana entre chiítas y sunnitas no nos aportarían demasiado en este asunto, porque lo cierto es que los kurdos han cosechado enemigos varios según las épocas. Hoy, ante el avance de grupos islámicos fundamentalistas, se han convertido en una suerte de garantes y promotores de una solución pacífica a los conflictos de la región, proponiendo para ello la construcción de un sistema de organización y gobierno para su territorio que denominan Confederalismo Democrático. Un posicionamiento político e ideológico inconveniente para las potencias que pujan por su dominio en la zona. Un proyecto político que desafía la constitución de Estados modernos y que intentando escapar de lo que denominan la “trampa de los nacionalismos”, se erige como una salida viable y, quizás, la que mejor se ajusta a la situación del Oriente Medio en su conjunto.

En  medio de una guerra feroz, en el territorio del Kurdistán sirio -conocido como Rojavá- más de 4 millones de personas han declarado la autonomía de gobierno y han decidido regirse sobre estos principios. Muchos son los elementos y actores involucrados en esta realidad que dejó de ser teoría y es imposible abordarlos de una sola vez; sin embargo, podemos decir que se trata de un  proceso revolucionario en curso que merece al menos nuestra atención.

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No es ciencia ficción, aunque parezca

Una de las principales dificultades al momento de abordar la “cuestión kurda” es pensar en términos de homogeneidad. Los kurdos se enfrentan día a día con las particularidades de cada Estado en los que fueron divididos, aunque eso no ha impedido que un profundo sentimiento de pertenencia dado por un origen común, haya sido la amalgama indispensable en el entretejido que conforma el Movimiento de Liberación Kurdo.

Pese a la complejidad y a los múltiples factores que dificultan una coordinación de estrategias unificadas, es en Abdullah Öcalan, un kurdo nacido en Turquía en 1948, y en el Partido de los Trabajadores del Kurdistan (PKK) -del cual fue uno de sus fundadores en 1977-, donde la gran mayoría de este pueblo -aunque también turcos y otras minorías étnicas, religiosas, organizaciones de mujeres y trabajadores, minorías sexuales, grupos ambientalistas y ecologistas- encuentran los genuinos marcos de referencia de sus luchas.

1984 fue el año de inicio de las acciones armadas, luego de un período de persecución, cárcel, tortura y asesinato de miles de kurdos. En aquellos años, su teoría revolucionaria estaba muy influenciada por la concepción maoísta de la guerra popular prolongada, propia de otras organizaciones guerrilleras de la época. Sin embargo, esta posición se iría transformando con el tiempo, luego de un profundo período de crítica y autocrítica de sus fundamentos dogmáticos.

“El dogmatismo se nutre de verdades abstractas que se convierten en modos habituales de razonamiento. Tan pronto como pones esas verdades generales en palabras, te sientes como un gran sacerdote al servicio de su dios. Ese fue el error que cometí”, escribió Öcalan años después.

Abdullah Öcalan está preso hace 17 años. Actualmente se encuentra en la isla-prisión turca de Imrali en el Mar Mármara, en condiciones que difícilmente puedan ser comparadas a las de otros presos en el mundo. En una celda de 12 metros cuadrados, es el único convicto en una cárcel custodiada por más de 1000 soldados. Pese a las advertencias de los organismos internacionales de Derechos Humanos, que no han dudado en calificar la prisión como “la Guantánamo europea”, Öcalan es sometido a largos períodos de confinamiento solitario, diseñado para quebrar psíquica y físicamente a los prisioneros; no puede moverse libremente ni siquiera en su calabozo; no le es permitido el ejercicio físico, ni el acceso a la televisión y hace años que se encuentran interrumpidas las visitas de sus familiares. Durante todos estos años, a Öcalan no se le permitió tocar a nadie, al punto que tenía prohibido darse un apretón de manos con sus abogados, a los que en el último año se les ha negado incluso el acceso telefónico.

El diario Clarín publicaba la noticia en su edición del 18 de febrero de 1999: “Bienvenido a la patria, le dijo un encapuchado, agente del servicio secreto turco, a su prisionero: un esposado, vendado, maniatado y supuestamente narcotizado Adbullah Öcalan, líder del separatista Partido de los Trabajadores de Kurdistán, capturado el lunes en Kenia y trasladado ayer a Turquía, donde será procesado por alta traición y terrorismo”. El dato que omitieron de su captura, es que se trató de un secuestro organizado en una operación conjunta entre  el MIT, la CIA y el Mossad.

Un Öcalan debilitado y desconectado de los millones de kurdos que militan en las filas del PKK, les sigue resultando más efectivo que un Öcalan muerto. Aunque el crecimiento de su influencia en las cuatro partes del Kurdistán se ha convertido en la pesadilla de sus enemigos.

PKK FARC

El “cambio de timón” de Öcalan

La revisión ideológica de los fundamentos políticos del PKK ha sido uno de los grandes aciertos -sino el principal- del líder kurdo. La formulación del Confederalismo, de base profundamente democrática, anti-estatal, anti-patriarcal, anti-positivista y esencialmente anti-fundamentalista, es un aspecto vital de este movimiento. Sus posturas “anti” no se tratan de caprichos vanguardistas sino que hunden sus raíces en el conocimiento profundo de su historia y las características de la región, la cual se caracteriza por la convivencia de múltiples etnias, cada una con sus tradiciones, culturas e incluso sus propias lenguas. Pensar en una coexistencia pacífica en el marco de la declaración de un nuevo Estado que priorice la nacionalidad kurda por sobre otras etnias y nacionalidades, sería caer nuevamente en una trampa de consecuencias desastrosas. En este sentido, y no exentos de contradicciones, lentamente abandonaron sus  planteamientos separatistas por entenderlos absolutamente vinculados a una visión impregnada por la mirada moderna occidental y que nada tenía que ver con su propia realidad.

Este posicionamiento que sostiene la organización de milicias de autodefensa frente al terrorismo de Estado que se viene ejerciendo hace décadas contra su población, les valió el ingreso al listado de organizaciones terroristas diseñado por los EEUU y la Unión Europea a petición de Turquía en 2004, pese a no representar ningún tipo de amenaza fuera de sus fronteras. Pese a los reiterados pedidos formales hechos desde todas partes del mundo, a los que se sumaron en febrero último una carta enviada al Consejo de la Unión Europea refrendada por más de 100 euro-parlamentarios, difícilmente se acceda a esa petición por la necesidad imperante de la UE de que Turquía siga siendo el “tapón” que logre frenar el avance de los refugiados hacia tierras europeas. Un negocio millonario y la luz verde que su actual Presidente, Recep Tayyip Erdoğan, necesita para combatir a su enemigo interno bajo el paraguas de la lucha contra el terrorismo, algo que se contradice con sus comprobados negocios vinculados a la compra-venta de petróleo ilegal producido por el autoproclamado Estado Islámico, convirtiéndolo en su mayor financista.

¿Y cómo es posible pensar en otra cosa que no sea un Estado? En principio, porque son la minoría étnica más grande del mundo sin Estado. Porque no necesitan destruir lo que no tienen y porque entienden que si bien puede asociarse en un primer momento, a un planteo anarquista e incluso algunos de sus teóricos más influyentes han sostenido posiciones libertarias, no se agota en esa cuestión. El PKK no rechaza la participación electoral dentro de las estructuras políticas existentes. Por el contrario, la confluencia de movimientos sociales y cooperativas, y la participación en los gobiernos locales para ganar poder político legal, es lo que sustenta la construcción del Confederalismo Democrático. No sólo en Rojava sino en muchas ciudades y poblaciones del sudeste de Turquía, donde viven más de 20 millones de kurdos, se ha optado por esta vía, aunque el precio que están pagando es la declaración de guerra total por parte del Estado turco, que ha decidido militarizar la zona, incendiar sus ciudades, masacrar a niños, mujeres y ancianos, con el único objetivo de aplastar cualquier intento de autonomía democrática, pero, sobre todo, impedir que se unan en esta avanzada democrática a la región kurda de Siria, su país vecino.

Los kurdos saben perfectamente que la historia de Medio Oriente y la creación de los estados está absolutamente relacionada a la injerencia de los países imperialistas y a una posterior administración colonial, pese a estar disfrazados de avances independentistas y democráticos. Porque saben que declarar un Estado sólo es posible bajo el condicionamiento de otros estados que no están dispuestos a aceptar los principios de libertad, tolerancia y respeto a las diversidades que ellos sostienen. Porque saben que no existió nada parecido a una “primavera árabe” y que sólo fueron utilizadas sus espontáneas demandas para que los EEUU y la Unión Europea vuelvan a meter las narices en sus asuntos y ensayen sus nuevas estrategias de intervención indirecta, minando la región de nuevos dictadores y de grupos terroristas en todos los países que decidieron sublevarse contra las tiranías locales. Porque sus principios de ecología social nada tienen que ver con las campañas de Greenpeace financiadas por las empresas más contaminantes del mundo. Y porque en este sentido, son claros al afirmar que no pretenden nuevos mapas y que el respeto de las actuales fronteras es irrestricto pero no incondicional. La posibilidad de gobernarse autónomamente, el reconocimiento de su identidad, la enseñanza de sus propios idiomas, el respeto a sus creencias religiosas, su cultura, básicamente, su “ser kurdo” en esta tierra, no se negocia. Esta vez, no se negocia.

Rojava milicianos bailando

Matar al macho

Es en el terreno de la liberación de las mujeres y de la igualdad de género donde el PKK asume su forma más radical, reemplazando de algún modo la categoría del “proletariado” como sujeto de la revolución, por considerar que fue la esclavización de las mujeres el germen de todas las otras formas de esclavización.

“La historia de la pérdida de libertad es (…) la historia de cómo el macho dominante, con todos sus dioses y sirvientes, gobernantes y subordinados, su economía, ciencia y arte, consiguió el poder. (…) El hombre machista tiene tanto interés en establecer su dominio social sobre la mujer que convierte cualquier contacto con ella en un espectáculo de dominación”, escribió Öcalan

En sus postulados, Öcalan plantea la necesidad de construir “hombres y mujeres nuevos” que fuercen una ruptura con las estructuras patriarcales sobre las que han sido construidas las sociedades modernas. Esta posición dio un fuerte impulso a las mujeres kurdas para ponerse al frente de sus propias luchas. Basta conversar con ellas para comprender el trasfondo de sus decisiones, siendo inevitable identificar un enemigo común, que no reconoce fronteras ni nacionalidades y nos atraviesa y amenaza en las situaciones cotidianas, en el hogar, en el trabajo, en nuestros propios espacios de militancia. Un enemigo que se presenta por momentos intangible, por momentos feroz. En ellas, la lucha contra el patriarcado abandona los claustros y el debate expulsivo de ciertos feminismos, para convertirse en una praxis adoptada desde el más elemental instinto de supervivencia y años de construcción política y organizativa.

Melike Yasar, representante en Latinoamérica del Movimiento de Mujeres Libres del Kurdistán, es precisa cuando sostiene que la pelea más difícil no fue dada en el momento en que decidieron  tomar las armas e ir al frente para pelear contra el ISIS. “Nuestra pelea mayor es la que damos todos los días con nuestros propios compañeros”, sostiene sin dudarlo. Saben que pelear contra el enemigo no es sólo cargar un fusil y aprender las técnicas para defenderse de unas bestias fundamentalistas que han hecho del secuestro, la violación, la venta de niñas en los mercados de Irak y las decapitaciones, sus principales armas de terror sistemático. Ellas han asumido la autodefensa como un modo más de supervivencia. No hay estados ni hombres que puedan ni deban erigirse en sus protectores, pero esto no se agota en el campo de batalla. Son implacables al afirmar que “si ellos nos violan, nosotros los matamos”; sin embargo, “matar al macho” no es salir a cazar hombres como podría fantasear alguna cabecita distraída. “Matar al macho” es deshacer, desaprender y liberarse de estructuras de pensamiento impregnadas e inoculadas por miles de años. En eso consiste su militancia feminista, aunque no pregonen teorías academicistas ni aún escriban todxs o todes.

Desde América Latina, es  posible que nos cueste pensar en pueblos originarios del Medio Oriente, porque nos obliga a pensar en nuestros propios pueblos, mucho más cercanos, con los que tenemos aún varias cuentas pendientes. Una de ellas es dejar de discutir acerca de quiénes son sus representantes legítimos y acercarnos más a sus luchas y sus históricas reivindicaciones. Aunque quizás esa misma distancia puede ayudarnos a comprender ciertas construcciones con mayor claridad.

No se trata de importar modelos de revolución, sino de aprender de estos procesos para pensar y repensar nuestras propias prácticas políticas. Imaginarnos en un territorio que no esté comprendido en los límites de un estado-nación para nosotros, en nuestro aquí y ahora, es extremadamente complicado, pero en el caso del pueblo kurdo, el Confederalismo Democrático no es sólo el modo de organización que implica una convivencia pacífica entre todas las etnias que habitan la región, sino que es el resultado de un largo período de profundización de los debates, revisión de sus dogmas ideológicos y una práctica concreta. Por otro lado, nos obliga a pensar en otras categorizaciones y a desprendernos de algunas fórmulas binarias que nos hacen pendular ideológicamente, muchas veces, sin demasiada convicción. No todo se acota a posturas nacionalistas o antinacionalistas, imperialistas o antiimperialistas, democráticas o insurreccionales. Sus alianzas tácticas y estratégicas no han estado exentas de cuestionamientos; sin embargo, también han sido las que les ha permitido avanzar en objetivos concretos e inmediatos.

El derecho a la autodeterminación de los pueblos es asumido activamente por el pueblo kurdo y esa es la pelea que están dando. Mientras nosotros aquí, desde una América Latina que está siendo nuevamente atacada y gobernada por las representaciones locales de intereses transnacionales de dudosa bandera al tiempo que asistimos a una nueva instauración conservadora, en Kurdistán están llevando adelante una revolución que como tal, que implica la construcción de un nuevo paradigma de base profundamente democrática en tiempos en que las democracias occidentales dan muestras claras de agotamiento. Este proceso debería interpelarnos en cuanto a los caminos a seguir.

Un Kurdistán libre no es una utopía. Tampoco lo es nuestro sueño de una América Latina unida contra sus enemigos comunes. El reconocimiento de los derechos de una nación de más de 40 millones de personas, más tarde o más temprano, será un hecho y con él, el mundo podrá entender lo que significó el movimiento de liberación kurdo en las luchas de emancipación. Un pueblo que levanta los dedos en V y nos enseña desde sus proverbios el verdadero significado de su Berxwedan jiyan e!: “La resistencia es vida” repiten a quien quiera oírlos. Y de eso nosotros también sabemos bastante.

FUENTE: Nathalia Benavides (Integrante del Comité de Mujeres en Solidaridad con Kurdistán) / Artículo publicado en la revista “La Fragua”, número 4, julio de 2016