Una pandemia sigue extendiéndose sobre una gran área del planeta, por una región estratégica, por la cuna de antiguas civilizaciones de las que, de seguir el avance de este virus, no quedará ni los cimientos. Esa pandemia, que se lleva larvando durante décadas, tiene varios nombres: neo-otomanismo, panturquismo, o incluso panturanismo, definiciones que engloban las distintas formas del imperialismo turco, que sigue infectando numerosos territorios en el Cáucaso, en Oriente Medio y en el Mediterráneo, amenazando con dinamitar los frágiles ecosistemas políticos de estas zonas, ya de por sí volátiles. Bien saben los armenios, los griegos pónticos, los yezidíes y los asirios, que sufrieron el genocidio, como también lo supieron los serbios, los húngaros, bosnios, incluso los rusos, con los que los turcos se enfrentaron en varias guerras. Ahora, cuando el mundo se encuentra inmerso en el combate contra la pandemia del Covid-19, los dirigentes turcos, con el sultán Erdogan a la cabeza, siguen empeñados en propagarse como un virus maligno.
Esta misma semana, el ejército turco continua su ofensiva en la región de Til Temir, a lo largo del valle de Khabur, dónde se encuentra una importante comunidad de nestorianos, los asirios de Hakkari que se establecieron aquí durante el genocidio, que este pueblo sufrió (se calcula que unas 750.000 muertes), a principios del siglo pasado, por parte del ejército otomano, y que tuvo su punto álgido en 1915, en el llamado Año de la Espada, o Seyfo. En este lugar fronterizo, llamado también Tall Tamr, situado en Rojava y enfrentado a Bashur (Kurdistán iraquí), que ahora mismo está siendo atacada, encontraron refugio los asirios, de religión cristiana y lengua aramea, después de ser masacrados, una vez más, en 1933, en Simele. Aunque, tras el continuo hostigamiento del Daesh y de las fuerzas aliadas de Turquía, su población se ha reducido de 20.000 personas a solo un millar en los últimos diez años. En el valle de Khabur resiste también una pequeña comunidad de caldeos, aunque las milicias islamistas y el ejército turco, que ahora pretenden avanzar sobre Til Temil, forzaron ya el éxodo masivo de los últimos cristianos de Mesopotamia hacia Estados Unidos, Australia y Canadá.
“Hace cinco años Til Temir vivió la guerra contra el Estado Islámico en primera línea, especialmente los pueblos cristianos de la cercanía, donde los salafistas mostraron su cara más cruel, mutilando y decapitando a quién capturaban con vida al grito de ‘infieles’ y ‘Alá es lo más grande’. Son los mismos gritos que hoy escuchamos en los videos que llegan del frente y que circulan entre posts de Facebook y mensajes de WhatsApp, donde grupos de hombres armados y entrenados por el Estado turco celebran cómo se ejecuta la política kurda Hevrin Xalef o cómo capturan la combatiente de las YPJ Çiçek Kobane”, leemos en el testimonio de un miembro de la Comuna Internacionalista. “Este es mi pueblo. Un avión turco lo ha bombardeado. Los hevals (palabra kurda equivaliendo a “amigos”, refiriéndose a los combatientes de las YPG/YPJ) hace tres días que están solas defendiendo el pueblo, todo el mundo ha tenido que marchar por las bombas”.
También en Bashur, las tropas de Erdogan han iniciado la invasión terrestre de la región de Garê, después de intensos bombardeos aéreos, aunque han encontrado una fuerte resistencia por parte de los guerrilleros del Hêzên Parastina Gel (Fuerzas de Defensa Popular, HPG), vinculadas al Partiya Karkerên Kurdistán (Partido de los Trabajadores de Kurdistán, PKK), que intentan frenar el expansionismo panturquista, deseoso de afianzarse en los territorios kurdos del norte y este de Siria y del norte de Irak. En esta última zona, Erdogan tiene, además, el apoyo del gobierno de Barzani, que dirige el Kurdistán iraquí autónomo, o Herema Kurdistanê, deseoso de erradicar de su territorio a los seguidores del Confederalismo Democrático, que choca frontalmente contra su modelo político-social tribal y conservador, neoliberal en lo económico, corrupto y sumiso a los intereses de Turquía y de Israel.
El presidente turco ordenó estas ofensivas en medio de una profunda crisis interna, que ha provocado numerosas protestas en Estambul y en otras partes del país contra el régimen islamista, no solo desde la comunidad kurda, si no desde amplios sectores de las fuerzas democráticas turcas y del movimiento estudiantil. Al clamor democrático de las sociedades kurda y turca, Erdogan ha maniobrado buscando cómplices en Europa y Estados Unidos para sus planes expansionistas, como ha puesto en evidencia los recientes viajes de su ministro de Defensa, Hulusi Akar, a Berlín, Bagdad y Erbil, mientras negociaba con la nueva administración Biden, con el compromiso de servir de contención a los rusos y al gobierno sirio de Bashar Al Assad.
Recuperamos la voz del miembro de la Comuna Internacionalista: “Tras la retirada de tropas de los Estados Unidos a principios de octubre, el acuerdo entre el Autoadministración del Noreste de Siria y las fuerzas gubernamentales del Estado sirio ha creado una extraña situación. Las fuerzas regulares del Ejército Árabe de Siria (SAA, por las siglas en inglés) se despliegan conjuntamente con las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) para hacer frente a la ocupación turca. Por primera vez en más de siete años, soldados gubernamentales pisan el territorio donde los kurdos, junto con asirios, árabes y otros pueblos del norte de Siria, han puesto en práctica el proyecto de autogobierno inspirado en las ideas de Abdullah Öcalan, conocidas como la propuesta de confederalismo democrático”.
Por otra parte, se cumplen dos años de la invasión turca del cantón de Afrin, en Rojava, produciendo importantes cambios demográficos en la región, debido al éxodo de la población kurda, aterrorizada por los continuos saqueos, violaciones y asesinatos que, con total impunidad, han perpetrado las fuerzas de ocupación y los grupos islamistas aliados, mientras el mundo, una vez más, miraba hacia otro lado. La lista de atrocidades de los invasores es larga, desde la quema de cultivos y la tala de olivos, hasta el secuestro de mujeres y el tráfico de órganos. También ha sufrido un especial hostigamiento la comunidad yezidí de Afrin.
A todo esto hay que añadir la creciente campaña turca en los medios de información, como ya vimos en la reciente guerra de Artsaj, que en el Estado español tiene cómplices, no sé si involuntarios, a periodistas como Lluís Miquel Hurtado, que escribe desde Estambul para periódicos como El Mundo o El Diario.es, como ha denunciado recientemente el Colectivo Rojava Azadi: “Estupor y tristeza al constatar su sintonía con la línea argumental del Estado turco, invasor y ocupante de Afrin (…) El señor Hurtado aprovecha ahora la pandemia de Covid-19 como telón de fondo, con la clara pretensión de hacer creer al lector ignorante de la situación de Afrin que las YPG son unos asesinos sin piedad que provocan víctimas civiles atestando unos hospitales que deberían usarse para los infectados por el virus. La pandemia como recurso publicitario del discurso turco”. La carta abierta al periódico El Mundo, enviado desde Rojava Azadi, merece una lectura completa por la solidez de sus argumentos y por la forma en que deja en evidencia los medios al servicio de los intereses turcos, parte de ese “escogido grupo de medios de comunicación europeos acreditados para mostrarles las excelencias de la ocupación de Afrin que pretende servir al objetivo de blanquear la imagen de Turquía y sus bandas mercenarias ante el público y las instituciones europeas”.
Mientras tanto, en Turquía se dispara la mortalidad por el Covid-19, duplicando la registrada en la primera ola, 300.000 muertos ya, y con cerca de 30.000 nuevos casos diarios, una de las cifras más altas del mundo, contabilizando ya dos millones y medio de fallecidos. Erdogan, ajeno a esta realidad, anunciaba hace unos días que Turquía iniciaba un ambicioso programa espacial que incluye una misión tripulada a la luna. El expansionismo neo-otomano parece no tener fronteras, ni tan siquiera en el espacio exterior.
FUENTE: Angelo Nero / Nueva Revolución
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