Sin ninguna consideración, los desesperados refugiados que llegan apiñados en pequeños botes a las playas de guijarros del sur de Kent, son vistos como invasores. El pasado fin de semana, manifestantes contra la inmigración explotaron esos miedos y bloquearon la carretera principal hacia el puerto de Dover, para “proteger las fronteras británicas”. Mientras tanto, el secretario del Interior Priti Patel culpaba a los franceses de no hacer nada por evitar el flujo de refugiados a través del Canal de la Mancha.
Los refugiados atraen mucha atención en las etapas finales, muy visibles, de sus trayectos entre Francia y Gran Bretaña. Por el contrario, por absurdo que parezca, existe poco interés en conocer por qué soportan tantas penalidades y se arriesgan a su detención, o incluso a la muerte.
Existe en Occidente la suposición instintiva de que es perfectamente natural que las personas huyan de sus propios estados fallidos (se supone que el fracaso de esos estados ha sido causado por su propia violencia y corrupción) para buscar refugio en países más prósperos, ricos y seguros.
Pero lo que en realidad presenciamos en la llegada de esos botes de goma medio inundados que se balancean arriba y abajo en el Canal de la Mancha es la punta del iceberg de un tremendo éxodo de personas provocado por la intervención militar de Estados Unidos y sus aliados. Como resultado de su “guerra global contra el terror”, declarada tras los ataques de Al Qaeda a Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, no menos de 37 millones de personas se han visto desplazadas de sus hogares, según un informe revelador publicado por la Brown University.
El estudio, que forma parte de un proyecto titulado Los costes de la guerra, es el primero en calcular los movimientos masivos de población causados por la violencia, utilizando los datos más recientes. Sus autores concluyen que “al menos 37 millones de personas han huido de sus hogares por las ocho guerras más violentas que el ejército de Estados Unidos ha iniciado o en las que ha participado desde 2001”. De esta cifra, al menos ocho millones son refugiados que han huido fuera de su país y 29 millones son desplazados internos. Las ocho guerras examinadas en el informe son las de Afganistán, Irak, Siria, Yemen, Libia, Somalia, noroeste de Pakistán y Filipinas.
Según los autores del estudio, el desplazamiento de poblaciones provocado por las guerras posteriores al 11-S apenas tiene precedente. Comparan las cifras de los últimos 19 años con las de todo el siglo XX para concluir que solo la Segunda Guerra Mundial provocó un mayor desplazamiento de masas. De otro modo, los desplazamientos post-11-S superan los producidos por la Revolución Rusa (seis millones), la Primera Guerra Mundial (10 millones), la partición de la India y Pakistán (14 millones), la partición de Bengala y creación de Bangladesh (10 millones), la invasión soviética de Afganistán (6,3 millones) y la Guerra de Vietnam (13 millones).
Los refugiados solo son visibles una vez que cruzan una frontera internacional, pero los desplazados internos son mucho más difíciles de monitorear, a pesar de ser tres veces y media más numerosos. Puede que se desplacen múltiples veces en función de las fluctuaciones de los peligros a los que se enfrentan. En ocasiones, regresan a sus casas solo para descubrir que han sido destruidas o que sus medios de vida han desaparecido. A menudo, deben escoger entre lo malo y lo peor cuando cambian los frentes de batalla, lo que los obliga a una existencia nómada en su propio país. El Consejo Noruego para los Refugiados sostiene que “prácticamente todos los somalíes han sido desplazados por la violencia al menos una vez en su vida”. En Siria, hay 5,6 millones de refugiados, pero también 6,2 millones de desplazados con familias malnutridas que luchan por sobrevivir.
Algunas de estas guerras fueron iniciadas como consecuencia directa del 11-S, especialmente en Afganistán y en Irak (aunque Saddam Hussein no tenía nada que ver con Al Qaeda ni con la destrucción del World Trade Centre). Otras, como la que asola actualmente a Yemen, fueron iniciadas por Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y otros aliados en 2015. Pero no podría haberse iniciado ni continuar cinco años devastadores sin la tácita luz verde de Washington. Dado que el 80 por ciento de la población yemení sufre grandes necesidades, la única razón por la que no hay más refugiados es que se encuentran atrapados en Yemen por el bloqueo saudí.
La voluntad de lanzarse a nuevas guerras y mantenerlas en el tiempo sería menor si los dirigentes estadounidenses, británicos y franceses tuvieran que pagar un precio político por sus actos. Por desgracia, los votantes no se dan cuenta de que el flujo de refugiados, al que se oponen muchos de ellos, es consecuencia de los inmensos desplazamientos causados por estas guerras en el extranjero, posteriores al 11-S.
Siria superó a Afganistán en 2013 como país del mundo con el origen de más refugiados. Mientras la violencia y el colapso económico continúen, el número de sirios forzados a huir de sus hogares no parará de aumentar. Una característica común a las ocho guerras post-11-S es que ninguna de ellas ha terminado, a pesar de años de combate inconcluso. Por eso, la cifra de desplazados es mucho mayor que la de los conflictos extremadamente violentos, pero mucho más breves del siglo XX. La naturaleza interminable de estos conflictos actuales parece ser parte del orden natural de las cosas, pero eso no es así en absoluto.
Las potencias extranjeras pretenden estar trabajando incesantemente para acabar con estas guerras, pero solo buscan la paz en sus propios términos. En Siria, por ejemplo, el presidente Bashar Al Assad, con fuerte apoyo de Rusia e Irán, ganó militarmente la guerra en 2017-2018. En cualquier caso, ha pasado mucho tiempo desde que Estados Unidos y Occidente deseaban realmente deshacerse de Assad, porque temían que fuera a ser reemplazado por movimientos como ISIS o Al Qaeda.
Pero Washington y sus aliados tampoco querían que Assad, Rusia e Irán obtuvieran una contundente victoria, así que han dejado que el caldero siga bullendo en un conflicto en el cual los sirios son miserable carne de cañón. Similares cálculos cínicos sobre el coste de permitir que el otro lado obtenga una clara victoria han mantenido activas las otras guerras, sin tener en cuenta el inmenso coste humano.
Estados Unidos no es el único responsable por estos conflictos y el desplazamiento de masas que producen. La excusa pública para la guerra de Libia, iniciada por británicos y franceses con el apoyo de Washington en 2011, fue la de salvar al pueblo libio de Muammar Al Gaddafi. En realidad, sirvió para entregar el país a señores de la guerra y gánsteres asesinos que han convertido al país en la puerta de salida a través de la cual los inmigrantes del norte de África intentar llegar a Europa.
Incluso líderes tan tontos como David Cameron, Nicolás Sarkozy y Hillary Clinton deberían haber previsto las desastrosas consecuencias políticas de estas guerras. Han generado una inevitable ola de refugiados e inmigrantes que ha dado impulso a la extrema derecha xenófoba de toda Europa y que fue un factor decisivo en el referéndum del Brexit en 2016.
En Gran Bretaña, la llegada de refugiados e inmigrantes a los acantilados de Calais ha vuelto a convertirse en tema candente de la actualidad política. En el otro extremo de Europa, los migrantes duermen al raso junto a las carreteras de Lesbos tras el incendio del campamento en el que vivían.
Estas olas de migración -y la reacción violenta anti-inmigrantes que tanto ha envenenado la política europea- no terminarán mientras haya 37 millones de personas desplazadas por ocho guerras.
Y eso solo ocurrirá cuando se ponga fin a las propias guerras, como debería haber ocurrido hace tiempo ya, y las víctimas de los conflictos post-11-S dejen de creer que cualquier país es mejor para vivir que el suyo propio.
FUENTE: Por Patrick Cockburn / Counterpunch / Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo