Verano en Rojava, 15 horas de la tarde en el centro de HPC-Jin¹ a las afueras de una ciudad pequeña, donde todo el mundo se conoce. Cuesta hasta respirar a 47 grados. Hace un viento fuerte, muy caliente, que mueve y levanta la tierra seca de los infinitos campos de trigo, ya pelados, que dibujan este paisaje plano, con las montañas de Bakur de fondo. Entre nosotras y las montañas, la frontera con el otro Kurdistán, el que algunos que marcan las líneas en los mapas se empeñan en llamar Turquía.
Miro por la ventana esperando a las mujeres. Veo entre la nube de polvo al niño encima del burro que pasea a las ovejas aquí enfrente cada día. Suerte que lleva la cabeza cubierta, pienso, aunque he conocido otras niñas y niños que no se la cubren, trabajando o jugando bajo el sol a cualquier hora. Pero la mayoría de gente lo lleva. Es característico de este lugar, ya seas árabe, kurda o yezidí, ya seas atea, cristiana o musulmana, ya seas anarquista internacionalista o una revolucionaria kurda. Es algo que nos iguala a todas las que andamos por esta zona y no corres riesgo de apropiación cultural, porque su utilidad es incuestionable. Es, a la vez, necesidad e identidad, aunque no es casualidad que en verano se lleve más el blanco. Yo misma, que había dicho antes de salir de mi tierra, “yo con una gorra me apaño”, tengo un kefiya que salva mis orejas de las llamas. Es un tesoro. Me lo regaló la compañera de Kongra Star², con la que estuve compartiendo algún tiempo en los pueblos de alrededor, aprendiendo a su lado, de su trabajo revolucionario, admirándola a ella y a todo lo que representa, que es la lucha de las mujeres, de todo un pueblo. Representa la fusión de todas las formas de autodefensa, ahora materializada en trabajo en sociedad. La que me dio mi segundo nombre en memoria a una compañera caída. Un pensamiento me lleva a otro. Pienso en ella, en la importancia de su trabajo casa por casa, que es la clave para mantener viva la revolución, especialmente en estos momentos de guerra especial, en que los esfuerzos de los enemigos se centran en desgastar a la sociedad a base de ahogo económico, cortes de agua y luz, incendios provocados, introducción de drogas… Todo ello con el objetivo de desmoralizar para que la gente deje de creer en esta nueva organización comunitaria que se ha construido sin Estado, este ejemplo para el mundo. Qué importante es mantener la moral alta, estar con la gente, creer de verdad. Para ello, la herramienta de las perwerde (formaciones)… La palabra me devuelve al momento presente después de adentrarme en todos estos pensamientos.
Las mujeres a las que espero llegan tarde a la formación, como siempre, y me desespero. Mi mentalidad analítica, europea, calculadora, que yo me empeño en nombrar “realista”, otra vez me juega malas pasadas: “Si sería tan fácil como que el conductor salga antes a buscarlas; si sabemos que la electricidad se va cada día a las cinco, ¿por qué no empezamos un poquito antes en vez de morirnos de calor cuando se apagan los ventiladores?; ¿Cómo puede ser este movimiento tan efectivo para unas cosas y tan poco en otras?”. Y me hago mala sangre europea… Luego vuelvo a mis aprendizajes en Rojava: no se trata de mí, se trata de todas.
Por fin llegan las 15 horas. Todas son miembros de HPC-Jin. Son mujeres de la sociedad, la mayoría madres que trabajan todo el día, especialmente haciendo trabajo de casa, con todo lo que ello implica, que con una media de 7 a 10 hijas cada una, acarrean con la responsabilidad de la limpieza, el mantenimiento de toda su familia, la comida o la falta de ella, etc. Van cansadas, les duelen las rodillas, la espalda y la cabeza. En el tiempo que no hacen esto, hacen todo lo que les implica haberse unido a las HPC: formaciones como ésta, asambleas de coordinación, llevar la defensa de las manifestaciones y de los entierros y ceremonias en memoria de las şehîds (mártires), presencia y control en las carreteras en las campañas contra el fuego, disponibilidad permanente ante imprevistos, organización vecinal en momentos de guerra, etc. La más joven debe tener unos 20 años y la más mayor unos 70, aunque es imposible saber sus edades, ya que ellas mismas no las saben. Son kurdas que han crecido sin documentos por no ser reconocidas por un Estado sirio que les prohibía su propia identidad (hablar su lengua, llevar su ropa, celebrar su cultura…); aparte no suelen celebrar los cumpleaños, entonces claro, no llevan la cuenta. ¿Realmente es tan importante saber la edad?
Llegan diciendo “Yadeeee, germ e, germ e!” (¡madreeeee, qué calor!) y, automáticamente después: “¿Dónde está el chay (te)?”, me preguntan. Saben que siempre soy la primera en llegar, y a veces lo tengo preparado para cuando llegan. Les vuelvo a decir que lo he dejado de preparar porque no les gusta cómo lo hago. Muchas compañeras internacionalistas (eşnabî, como nos llaman aquí) usamos la tetera grande con agua hirviendo, y la tetera pequeña con el chay concentrado para después mezclarlo y así cada una escoge sus proporciones y si quiere azúcar o no. Aquí, en esta parte de Kurdistán, se toma ya mezclado en una sola tetera y con cantidades importantes de azúcar. ¿Por qué tendrían que escoger maneras diferentes de hacerlo si es una especie de consenso? Ellas dicen que no lo sé hacer. “Pobre eşnabî, no sabe”, y, a pesar de mi ineficiencia a la hora de preparar el té, me incluyen, me hablan, no juzgan mi aspecto, me ofrecen tabaco, me hacen sentir una más. Nos preguntamos unas a otras: ¿cómo estás?, ¿cuál es tu situación? Y se responde algo así como “Dios, pues bien, gracias, ¿y tú?”. Contestamos y repetimos las mismas palabras cada vez que nuestra mirada se encuentra con otra, unas 15 veces porque aquí se hace así. Por tanto, esperamos a terminar el chay, ya una hora tarde, con la habitación llena de humo. Con el mismo interés hablan de la crema que se ponen en la cara como del aceite con el que limpian el kalash, y alguna presume de tenerlo siempre muy limpio.
Por fin empezamos la sesión. Hoy el tema es Welatparezî, uno de los pilares ideológicos de la teoría de la liberación de las mujeres. Viene una maestra de la ciudad a dar la sesión. Después de hablar del amor por la naturaleza, la tierra y la sociedad, y de la importancia crucial de las mujeres a la hora de defenderlas, les pregunta: ¿por qué os habéis unido a las HPC? Las respuestas llenan la habitación de una especie de aire fresco, que no está hecho solo de palabras. También de emoción, de orgullo, de esperanza. Todavía con la última guerra de Serêkaniyê en sus recuerdos, pensamientos, cuerpos y miradas, responden una a una. Ellas son las que no se fueron cuando empezó la guerra (esta última guerra). Las que se quedaron por si tenían que defender su casa, su calle, su barrio, su ciudad y campo, mientras llegaban noticias de personas, muchas familiares o conocidas, caídas, desplazadas, ocupación en todas sus crueles formas. Mientras muchas otras huían. Hablan con orgullo de su actitud. Lo han escogido. Ser miembro es un trabajo sin sueldo. El requisito es desearlo. Algunas son familiares de şehîds, empezando por la más mayor, que perdió una hija asesinada en Afrin por el Estado turco en 2018. La mataron, como a tantas otras, cuando defendía esa tierra de olivos de la invasión turca. Nunca han recuperado el cuerpo. Ella, la madre, guerrera, luchadora, lleva activa desde el inicio de la revolución, y es miembro de las HPC desde que se creó.
Su otra hija es una de las vigilantes que trabajan en el centro, en estos momentos está protegiendo la puerta de entrada. Nos está protegiendo a nosotras.
Las respuestas a la pregunta de la maestra son variadas, pero todas emocionantes: amor por la tierra, respeto por las que dieron la vida por ella, el deseo de quedarse, de luchar, de no renunciar a sus raíces… Ellas no quieren irse a Alemania, aunque muchas tengan familiares allí. Se han unido por el futuro de sus hijas e hijos, por sus vecinas, por la Revolución… Quieren ayudar a hacer el movimiento más fuerte, apoyar desde lo local a las compañeras que están en el frente, levantarse después de cada caída, construir una vida en compañerismo e igualdad, les ha inspirado la necesidad, el orgullo… y lo que lo mueve todo: xwebawerî (creer en ellas mismas). Creer es la clave. Serêkaniyê, como Afrin, se ha “perdido” y esto es algo que se dice con un peso inmenso y un nudo en el estómago, pero ellas siguen ganando porque no han dejado de creer y de luchar. Todas estas son palabras suyas.
Las moléculas de aire fresco, que pesan más, bajan, y mis pensamientos negativos de hace una hora se van por la ventana con las moléculas de aire caliente que sube. Aquí es donde lo pones todo en la balanza y te empieza a pesar más la fuerza de estas compañeras y amigas que el retraso, el chay con mucho azúcar a 47 grados de temperatura ambiental, y el hecho de saber que en un rato se van a apagar los ventiladores y vamos a empezar a decir todas, cada una en su idioma, “yadeeeeee”, (“ai mareeeee” en mi caso).
Empiezo a admirar sus vidas, su fuerza, constancia, determinación, dignidad. Empiezo a sentir que estoy en una clase con 16 maestras y una alumna, que soy yo. Es parte de la idea de formación que tiene el movimiento aquí. Todas pueden ser maestras y alumnas a la vez. Mis verdades absolutas, mis lógicas, se ponen en seria duda.
Entonces se siente el silencio inevitable. Se han apagado los ventiladores. Empezamos a sudar, a darnos aire con los pañuelos que muchas se quitan de la cabeza y otras no. Entre mujeres, todo cambia. Todo. Pienso que los espacios autónomos permiten todo tipo de expresiones, de posturas… son imprescindibles. Igual que en el resto del mundo, aquí las mujeres tampoco son libres. Pero la revolución camina poco a poco, y es fácil ver todo lo que ha cambiado desde el inicio. Suerte que en cada organización, institución, comuna, hay espacios autónomos para apuntalar esta construcción conjunta que se quiere libre de patriarcado.
Y, a pesar del calor que yo definiría como infernal, la lección sigue. No me equivocaba en lo de “Yadeee”, que ahora se dice en voz baja para no interrumpir a las que hablan, pero sí me equivocaba en todo lo demás. Ni la hora de retraso ni el calor han impedido que la sesión de hoy sea perfecta. No se trata de mí. Se trata de todas. Uno de los grandes aprendizajes que cada internacionalista debe hacer en Rojava.
La formación lleva el nombre de la última şehîd identificada de esta zona. Llegará el último día en el que invitaremos a la madre de esta compañera caída en las montañas para memorar la vida de su hija. Sus ojos se mojarán de pena y emoción al ver la foto enmarcada que le regalaremos de su joven hija y se mostrará agradecida a la vez. Pocos días después la volveré a ver en el cementerio de şehîds, con la foto encima de la tumba de otra mujer şehîd porque tampoco esta vez hay cuerpo. Es lo que tienen las bombas; a veces no dejan nada físico, aunque bien es cierto que, tal y como se grita y se repite aquí permanentemente, las mártires no mueren. Están presentes en todas partes, llevamos sus nombres, sus imágenes, su fuerza, su energía, su recuerdo. Son inspiración y ejemplo. Respeto.
La saludaré. La conozco. Estuve en su casa el día que le dieron la noticia, viendo cómo gritaba, lloraba y caía al suelo del dolor. Me cogerá la mano y me mirará con la misma cara de tristeza y cariño a la vez, me invitará a mí y a mis compañeras eşnabîs a su casa… y quién sabe, quizás también se unirá a las HPC. Así es esta sociedad que convive con la muerte y el dolor: fuerte, incansable, acogedora, luchadora hasta el final. Así son estas mujeres. Son un ejemplo. Aquí solo hay una cosa imposible. Imposible no enamorarse de ellas y de esta Revolución.
Notas:
¹HPC, Hezên Parastina Civakî, Fuerzas de Autodefensa de la Sociedad, también llamadas Hezên Parastina Cewherî, Fuerzas de Autodefensa Esencial. Nacen de la necesidad de complementar la lucha en el frente con la defensa local de calle, barrios y ciudades con miembros de la sociedad. Tiene en cuenta la Autodefensa en todas sus formas. Jin significa mujeres, y el nombre completo HPC-Jin hace referencia a la estructura no mixta de mujeres de las HPC, de la cual se habla en este artículo.
²Kongra Star es la organización paraguas que agrupa todas las organizaciones de mujeres de Rojava.
³Literalmente, patriotismo, pero en nuestro contexto tendría mucho más sentido llamarlo amor por la propia tierra.
FUENTE: Miriam García / El Salto Diario / Buen Camino / Edición: Kurdistán América Latina