“La colonización económica es la más peligrosa de todas las ocupaciones. Es la forma más bárbara de degradar y destruir una sociedad. Más que por la represión y la tiranía del Estado-nación, la sociedad kurda ha sido aniquilada por la pérdida de sus herramientas y poder económicos. No es posible para una sociedad mantener su libertad una vez que ha perdido el control sobre su producción y su mercado.”
(Abdullah Öcalan, en su libro “Nación Democrática”)
Dólar, dólar, dólar… Esta palabra está en boca de todo el mundo y a mí me arde la sangre cada vez que la oigo. Algo tan lejano, pero que aquí, a miles de kilómetros de la metrópoli del imperio estadounidense, genera tanta angustia. Porque con la subida del precio del dólar, sube el precio de las patatas y de la fruta, de la ropa de segunda mano, de la gasolina que usan los taxistas para sus coches y que ahora están parados, de las zapatillas que la madre de la casa donde vivo necesita porque las suyas están rotas… Pero el padre, de la misma casa que me acoge, dice que no es el precio del dólar el que sube, sino que es la libra siria la que baja, porque la economía siria está en la ruina y en la zona de la Administración Autónoma no se han podido hacer aún con los medios de producción necesarios para ser, realmente, independientes de la situación estatal. Y además, en realidad, la subida brusca del precio del dólar en los últimos dos meses se debe, sobre todo, a las sanciones impuestas por Estados Unidos de manera unilateral, con el argumento de presionar económica y políticamente al gobierno de Bashar Al Assad para que pare la brutalidad contra el pueblo sirio, pero con intereses geopolíticos que van más lejos que esto, y con consecuencias fatales para la misma población que dice proteger.
Ella lo mira, probablemente pensando que qué más da si el dólar sube o la libra baja, porque al final, lo que importa, es que la vida cada vez es más difícil.
En Rojava, las políticas coloniales desposeyeron a la población kurda de su tierra, la condenaron a ser el granero de Siria, imposibilitando, a la vez, que pudiera desarrollarse la industria. De manera que, aunque su tierra sea rica en petróleo, no tienen la capacidad de refinarlo; aunque las mujeres se hagan la ropa en casa, no tienen los medios para fabricar las telas necesarias, y la única opción es comprar la que viene de importación… O no. Ahora, quizás, ya no quede ni esta opción, porque hará unos meses la tela para un vestido costaba 3.500 libras, y ahora cuesta 12.000.
Al final, la madre se compra las zapatillas, porque las que tiene están rotas, y se compra dos pares, porque no sabe cuánto costarán mañana, aunque esto le suponga más de un 10% del sueldo del mes. Aunque al lado de otras familias que están empezando a pasar hambre, hasta los zapatos nuevos de plástico empiezan a parecer un lujo.
De mi corazón surge una pregunta recurrente e inevitable, aun teniendo tantas respuestas en tantos libros… ¿Cómo hemos podido dejar que el mundo llegara a este punto? Sí, es que es la situación general en el mundo la que está hecha un desastre, porque, en esencia, la situación que vivimos ahora aquí no es tan distinta de la que algunas compañeras me cuentan desde casa, o de la que nos llega desde otros lugares del planeta. Y allí no es porque suba el dólar, son los puestos de trabajo los que desaparecen cuando alguien decide que le sale demasiado caro tener que pagar los sueldos. Y ese alguien que siempre son los mismos… se llamen Assad, Turquía, Nissan o Amazon. Sea en forma de bloqueo económico o de ERTO.
Las mujeres kurdas lo tienen claro: esta no es sino la misma guerra con distinta forma. La guerra que genera el sistema capitalista y colonial, que asesina a los kurdos por ser kurdos, a los negros por ser negros. Una guerra encarnada en un ejército de fascistas, o en fascistas que no necesitan ser parte de un ejército porque son impunes igual. Una guerra en forma de abrir y cerrar las fronteras, para proteger a algunas y dejar a otras desprotegidas. Una guerra que es también patriarcal, que asesina a las mujeres, encerrándolas en casa con sus asesinos, que precariza y dificulta su independencia económica para poder salir una vez ya han dado permiso para ello, y que complica la organización colectiva, ayer por la cuarentena y hoy porque con el miedo del estómago vacío cómo vamos a discutir de todas las otras batallas que nos quedan por librar.
Pero todo esto hace más obvia también la respuesta que ellas, las mujeres kurdas, nos vuelven a recordar. Nuestra respuesta debe ser la autodefensa, entendida en su sentido más amplio, como aquello que posibilita la existencia. La autodefensa en forma de cooperativas de productoras, en forma de huertos en casa o colectivos, la autodefensa en forma de ocupación, en forma de comunas o redes de apoyo mutuo, en forma de Kalashnikov o de grupos de autodefensa de mujeres en los barrios. La autodefensa que tenemos que construir antes de recibir los golpes, para que cuando lleguen nos duelan pero no nos tumben.
FUENTE: Marina Laguarda Batet / Buen Camino / El Salto Diario / Edición: Kurdistán América Latina