Ahí, en medio en alguna parte, a cien kilómetros de la frontera siria y a cincuenta de la turca, no lejos de Erbil y más cerca aún de Mosul, entre colinas floridas y roquedales, está el valle de Lalish. En la primera semana de octubre, en lugar de flores eclosionan velas: es la fiesta de Melek-i Taus, el Ángel Pavo Real, la figura central del culto yazidí. Lalish es el santuario central, su Roma, su Meca.
Ethel Bonet (Alicante, 1975), ha estado ahí. La reportera, actualmente afincada como freelance en Beirut, tras haber vivido cinco años en Egipto y tres en Pakistán, lleva más de 15 años recorriendo Oriente Próximo, de Palestina a Yemen e Irak, pero también hasta Afganistán y Somalia. Sus numerosos viajes al Kurdistán iraquí la despertaron el interés por el pueblo yazidí… Pueblo quizás sea la palabra correcta, porque aunque lo que distingue a los yazidíes del resto de los kurdos es únicamente la religión, se trata de una comunidad cerrada en el sentido étnico: se nace yazidí y se muere yazidí, nadie puede convertirse a la fe ni nadie debe abandonarla; nadie se puede casar con alguien de otra religión. Una condición que ha mantenido el colectivo unido, pero también lo ha convertido en víctima fácil del genocidio perpetrado por el Daesh desde 2014.
Un peligro que aún está latente. Lalish lleva años a muy pocos pasos de las trincheras. Hasta los templos llega el eco de los disparos de una guerra en la que los yazidíes nunca han tenido parte. Salvo como víctimas, durante años casi sin nombre. Es hora de conocerlos más de cerca. Aprovechen el libro de Ethel Bonet, Genocidio del pueblo yazidí.
Ilya U. Topper
A continuación, un fragmento del libro Genocidio del pueblo yazidí
Cuando Qappia Asmani, La Puerta de Los Cielos, haga su aparición en el cielo, la Quinta Era de este mundo comenzará, empezando la etapa de purificación de la humanidad en la Tierra. Tausi Melek, el Ángel Pavo Real, aleccionará a los hombres santos a lo largo del mundo, quienes uno por uno repartirán los mensajes a los representantes de todas las naciones.
Esta Quinta Era empezará en un tiempo de guerra que será entablada no solo contra los yazidíes pero también contra toda la humanidad. Miles de cuervos negros graznarán y revolotearán a lo largo de los desiertos, y de los ríos correrá sangre de inocentes. Esta guerra forzará a los yazidíes a abandonar sus hogares y emigrar a las cuatro puntas del mundo.
Durante esta Gran Guerra, los yazidíes serán una fuente de iluminación para las naciones musulmanas y cristianas. El templo de Lalish y otros antiguos santuarios sagrados serán puertos seguros para las personas desterradas que busquen refugio.
La guerra enfrentará lo espiritual contra lo material: una guerra de ideales. El mensaje espiritual prevalecerá, y será llevado adelante por aquellos que sobrevivan para crear un nuevo mundo.
Esta nueva Era de Oro será guiada por Tausi Melek.
(Antigua profecía yazidí)
Testimonios del genocidio
Murad Darwish, superviviente yazidí, recuerda que en la madrugada del 3 agosto de 2014, un puñado de hombres yazidíes, ligeramente armados, montaron una defensa precaria en algunas aldeas de Sinyar (Shengal o Sinjar), como Girzerik y Siba Sheij Khadir para dar más tiempo a las familias para escapar. Miles de yazidíes de las aldeas de Sinyar huían de sus hogares con miedo y pánico hacia las montañas.
“La mayoría nos fuimos con lo puesto, confiados en que regresaríamos enseguida”.
En la huida desesperada a las montañas, muchos no lo consiguieron.
Según el testimonio de Hadi Hayi, otro superviviente, la hilera de vehículos en la zigzagueante carretera que conduce a lo alto de la meseta “era tan larga que los que estaban abajo tuvieron que dejar los coches y subir a pie para intentar salvar sus vidas, mientras los yihadistas disparaban a aquellos que estaban en la mira”.
Otros decidieron quedarse en sus hogares, aconsejados por sus vecinos árabes, y colgaron paños blancos en las puertas de sus viviendas en señal de rendición. Sin embargo, aquellos que se quedaron se dieron cuenta en seguida que habían sido víctimas de una treta de sus vecinos árabes y que los habían vendido a los yihadistas.
Como recuerda Ayshan, una joven yazidí, cuando ella y su familia intentaron huir, un vecino musulmán les detuvo y les dijo que no temieran, que se había unido a Daesh porque estaba luchando contra el Estado (iraquí) y no contra ellos, y que iban a protegerles.
“Mi hermano me dijo: tal vez, si le suplicamos misericordia nos deje marchar. Pero nuestras súplicas fueron ignoradas y se llevaron a mi hermano, del que no he vuelto a saber desde aquel día”.
Cuando los combatientes del Estado Islámico entraron en Sinyar se centraron en capturar a los yazidíes. Después de controlar las carreteras principales y todos los cruces estratégicos, los yihadistas establecieron puestos de control y enviaron patrullas móviles para buscar a las familias yazidíes que huían. En cuestión de horas, aquéllos que no habían logrado escapar a la ciudad kurda de Dohuk quedaron atrapados, y rodeados por los combatientes de negro del Daesh.
Layla Shamo, ex cautiva del Daesh, explica que las puertas de las viviendas de los yazidíes habían sido marcadas con la letra Y (ي en árabe) para que cuando entraran las huestes yihadistas supieran donde vivían ellos. Por aquel entonces, Shamo estaba embarazada de siete meses. “En mi estado no podía huir. Kero, mi esposo, tenía miedo de que pudiera perder al bebé en el trasiego del viaje, así que decidimos no marcharnos. Kero me dijo: No tiene, por que pasarnos nada, somos gente de paz”.
Pero se equivocaron; el odio a las minorías, el desprecio a un credo extraño, a un culto herético, por culpable desconocimiento, llevó a sus vecinos musulmanes suníes -aquellos mismos que habían sido invitados a sus mesas para una celebración familiar-, a unirse al Daesh y ayudar, como ya había sucedido tantas veces en el pasado, a perpetrar otro genocidio contra el pueblo yazidí.
Para los yazidíes, ahora, es muy difícil recuperar la confianza de sus “hermanos” árabes. Entre la comunidad yazidí y las tribus suníes había una relación kreef, como una especie de vínculo de sangre entre las familias, que se crea cuando un miembro masculino de una familia es invitado a sostener al hijo varón de la otra familia en su regazo durante el ritual de la circuncisión.
Aquellos que habían huido en un primer momento a las montañas quedaron sitiados por los yihadistas. Entre 40.000 y 50.000 personas, la gran mayoría mujeres y niños, quedaron atrapados a la intemperie bajo unas temperaturas superiores a 50 grados centígrados, y sin acceso a agua ni alimentos, lo que provocó una crisis humanitaria (IICoISAR, 2016: 7).
Después de cinco días y cuatro noches, los más de 40.000 yazidíes que habían huido a las montañas se encontraban en una situación de extrema necesidad, recuerda Nadia Ali, yazidí de Tel Banat.
“No teníamos apenas comida ni agua potable, por lo que nos tocaba hacer una comida al día. Por las noches pasábamos mucho miedo porque bajaban las alimañas al lugar donde habíamos acampado y, a veces, nos quitaban los pocos restos de comida que guardábamos para el día siguiente. Lo pasamos muy mal hasta que, por fin, llegó la ayuda humanitaria y fuimos rescatados por el PKK”.
El 7 de agosto de 2014, el ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama, autorizó la primera acción militar contra el Estado Islámico en Irak. En un discurso televisado en la Casa Blanca, Obama dijo: “Cuando tenemos capacidades únicas para impedir una matanza, creo que los Estados Unidos de América no pueden mirar hacia otro lado. Podemos actuar, de forma cuidadosa y responsable, para prevenir un acto potencial de genocidio”.
Así, al día siguiente cazabombarderos de combate y aviones no tripulados o “drones” estadounidenses bombardearon objetivos de los yihadistas en Sinyar.
Países europeos de la OTAN como Francia y Gran Bretaña y, también, Australia se unieron a Estados Unidos en una coalición internacional para atacar al grupo yihadista en el norte de Irak. La campaña de bombardeos aéreos en Sinyar estuvo acompañada del reparto de ayuda humanitaria con lanzamientos desde los aviones para los yazidíes asediados en las montañas de Sinyar. Mientras el Estado Islámico era bombardeado por la coalición internacional desde el cielo, fuerzas kurdas, principalmente combatientes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y su contraparte siria, las Fuerzas de Liberación del Pueblo Kurdo (YPG), y voluntarios yazidíes, se enfrentaron a los yihadistas para abrir un corredor humanitario y evacuar a las familias atrapadas. A pesar de los esfuerzos coordinados entre las fuerzas aéreas de la coalición y los combatientes kurdos para salvar a los más vulnerables, cientos, entre ellos cuarenta bebés y niños pequeños, murieron de sed y de inanición el monte Sinyar antes de ser rescatados y trasladados a un lugar seguro por las fuerzas kurdas del YPG y el PKK.
La situación en la meseta de Sinyar no fue mejor que la de los que estaban atrapados en las montañas. Los combatientes del Estado Islámico habían capturado a miles de yazidíes en sus aldeas. Entre el 3 y el 5 de agosto, los yihadistas sacaron a todos de sus hogares y se los llevaron a escuelas vacías de la zona, en donde permanecieron en régimen de cautiverio. (IICoISAR, 2016: 7).
El Estado Islámico obligó a los yazidíes a abrazar al islam o enfrentar la muerte.
Como escarmiento al resto, explica Shamo, los yihadistas ejecutaron en público a algunos hombres y mujeres por llevar puesta una pulsera amuleto, símbolo de su fe.
Los yihadistas ejecutaron alrededor de 5.000 yazidíes la mayoría hombres, y capturaron a cerca de 7.000 personas, la mayoría mujeres y menores.
Mujeres jóvenes y niñas, que ya habían alcanzado la pubertad, fueron obligadas a convertirse al islam y transferidas a centros de detención del Daesh en Irak y Siria para servir como sabaya (esclava sexual) o ser desposada a la fuerza con combatientes yihadistas. A los niños menores de hasta 11 años se les permitió permanecer con sus madres, mientras que aquellos que ya habían cumplido más de 12 años se los llevaron para ser adoctrinados y radicalizarlos. Muchos de los hombres y adolescentes yazidíes capturados, así como algunas mujeres de edad avanzada fueron ejecutados sumariamente y sus cuerpos arrojados en fosas comunes (Yazda 2017: 6).
FUENTE: M’Sur / Edición: Kurdistán América Latina