La palabra internacionalismo puede parecer auto-explicativa, pero tiene una larga historia. El concepto ha ido evolucionando desde el llamado “Trabajadores del mundo, unidos” y la formación de la primera Internacional hace 150 años. Pero si seguimos el sinuoso camino de la lucha, vemos que, con una cara u otra, ha sido una parte fundamental de nuestra imaginación socialista colectiva. Muchas luchas, desde las brigadas internacionales de la Guerra Civil española, hasta el ejemplo de Vietnam y el intento de unir a los pueblos oprimidos del mundo contra el colonialismo en la Iniciativa Tricontinental de Cuba, encarnan el principio del internacionalismo.
En los años 1990, el levantamiento del movimiento zapatista en Chiapas dio nueva vida a una solidaridad internacional, que había estado en constante declive durante algunos años. Rompió el hechizo del cinismo en la imaginación de una nueva generación, que solo había visto el “socialismo real” como una cáscara de los valores en los que se fundó. Hoy, los valores internacionales juegan un papel integral en la revolución del noreste de Siria. Por un lado, mediante la creación de vínculos entre los pobladores kurdos de la revolución y los muchos otros pueblos que viven en la geografía, por ejemplo, árabes, asirios y armenios. Al mismo tiempo, en el noreste de Siria han recibido a cientos de voluntarios internacionales de todo el mundo para participar y defender la revolución.
Entonces, como dijimos, el concepto ha pasado por muchas encarnaciones e interpretaciones dependiendo del tiempo, el lugar y la tendencia política de quienes lo vivieron, pero también está unido en su núcleo por hilos comunes de comprensión. En su base, se reconoce la necesidad de una estrategia global conjunta que sea capaz de resistir desde una perspectiva internacional: una que tiene en su base una comprensión de que nuestra victoria depende del éxito de todas las luchas contra la opresión. La modernidad capitalista es un sistema global y para combatirlo necesitamos unirnos, más allá de las fronteras de los estados nacionales y en una escala proporcional a la industria global moderna. Si no cumplimos con este desafío, no solo significará que fallamos a nuestros camaradas en diferentes partes del mundo, sino también que nuestro trabajo a nivel local estará condenado al fracaso.
Pero, ¿qué significa ahora esto para nosotros? Vivimos en un mundo dividido, a pesar de décadas de lucha por la dignidad y la libertad, por un sistema que tiene sus raíces en el colonialismo y el imperialismo. Un mundo que sostiene un edificio de poder en el norte global sobre un pedestal de extracción en su base en el sur global. Es tarea de los revolucionarios analizar la situación para tomar las medidas más efectivas, y tener una mentalidad internacionalista que entiende que esta acción puede implicar unir luchas afuera de donde nacemos o vivimos.
Puede parecer que la modernidad capitalista se ha tragado todo el mundo, pero en realidad es una cadena de poder con eslabones fuertes y débiles. En sus centros, ha tenido cientos de años para formarse, volviéndose rígido y fuerte, pero en otras partes del mundo esta situación es mucho más tenue. Posiblemente, el ejemplo más importante de un eslabón débil en este momento es Medio Oriente. Las últimas décadas de lucha son síntomas de la resistencia de la región a ser asimilada al capitalismo global. Por mucho que Estados Unidos haya tratado de forzar su influencia, también podemos ver que es contraproducente y profundizar el ciclo de crisis que dio origen al Estado Islámico (ISIS). La otra cara de esta moneda es la democracia sin Estado construida en el noreste de Siria, que ha convertido el momento de caos en una apertura para las fuerzas del socialismo.
En este momento, esta revolución enfrenta todo el peso del fascismo. El ejército de Turquía ocupa la provincia de Afrin desde 2018, y desde octubre de 2019 una nueva ofensiva los ha empujado al área de Serekaniye y Gire Spi. Al sur, los ejércitos de Bashar Al Assad y las pandillas del Ejército Libre Sirio (ELS) están compitiendo por un poder que no deja espacio para el nuevo sistema revolucionario.
Cualquiera que crea en la democracia, la liberación de la mujer, la ecología, el socialismo o el antifascismo, tiene el deber de defender lo que se ha construido. La solidaridad puede existir en muchas formas y en muchos niveles diferentes, pero si entendemos la lucha de nuestros camaradas internacionalista “hasta la muerte o la victoria” como nuestra, entonces debemos reflexionar profundamente sobre cómo encarnar esto en nuestras acciones. Así como leer las obras de Marx no te hace comunista, las publicaciones en las redes sociales por sí solas no pueden llamarse internacionalismo.
Por supuesto, no todos están en condiciones de desarraigar sus vidas o de viajar por el mundo, pero la mentalidad internacionalista debe integrarse en el tejido de todo lo que hacemos. Para nosotros, y para las personas que vivirán en el mundo, así como para los mártires que murieron para dejarnos esta herencia, debemos tomar en serio la tarea del internacionalismo.
Hay grietas que se forman en los eslabones de la cadena de dominación que debemos atacar, porque cuando se rompan retrocederán violentamente, abriendo nuevas posibilidades en medio de las fortalezas del capitalismo.
FUENTE: Internationalist Commune / Traducción y edición: Kurdistán América Latina