Kurdos y árabes utilizan la palabra “eshnabi” para referirse al extranjero, tanto a las personas como a las lenguas. O más bien la lengua, porque a priori, para ellos, tanto el alemán como el inglés es el mismo idioma. Eshnabi, lo que no suena kurdo ni árabe ni turco, lo que viene de allí, de Europa. Nosotros, pues, somos eshnabi, y al asumir esta calificación sospechamos que su mirada sobre “Occidente” está tan distorsionada como la nuestra sobre “Oriente”.
-¡Todo el mundo se quiere ir a Europa, y vosotros venís aquí!-, ríen.
Y en parte es cierto. De este lugar exacto del mundo, empieza a marchar con paso decidido una gran parte de ese ejército anónimo y penoso, sin estandartes, banderas, ni gloria, que vagará por montañas y desiertos, por mares y puertos, por estaciones de tren y de autobús, por campos de confinamiento, cárceles y comisarías, y que en el preciso momento de su llegada a la isla de Lesbos, o a su paso por unas vías de tren cerca de Zagreb, será captado en una instantánea formidable, de composición, luz y colores perfectos, que ocupará media página del periódico de más tirada del Estado federal alemán de Baviera, justo encima del anuncio de un Mercedes, y acompañado por un pie de foto correcto, objetivo, hasta crítico, con un matizado tono de denuncia, que atestigua lo que ya en Europa todos saben, y es que Mazlum, el hijo de Yabo y Daye, el padre de Azad, Shirin y Soze, aquél al que se le vio con un palo en la mano el día en que empezó la Revolución, el que se dice que es el mejor conductor de la ciudad de Derik, el que iba como un loco con la ambulancia sacando heridos del frente de Rimelan, que cuida de las plantas de su jardín con meticulosidad religiosa, que se emociona con los acordes del saz y los versos de Mem Ararat, pero refunfuña con el dabke que ponen sus hijas, éste Mazlum dejará de ser Mazlum y se convertirá pronto, a ojos de todo el mundo, en alguien diferente, incluso en algo diferente: un refugiado. Un sin patria, y por lo tanto, sin historia, sin pasado y sin futuro.
Y se lo recordarán cada día, le recordarán lo que es, y lo harán con palabras fuertes y palabras suaves, con discursos humanistas y con discursos de odio, con sentido común y con razonamiento sociológico, con miradas de miedo y miradas de pena, y se lo creerá, se lo acabará creyendo un poco, pero tampoco olvidará, no podrá olvidar, y se buscará la vida, y se buscará el pan, y encontrará algún trabajo, trabajará día y noche, y pensará cada día en su casa y en su tierra, y echará de menos a Azad, Shirin y Soze, se preocupará por Daye y Yabo, y añorará sus plantas, y volverá a escuchar los versos de Ararat, y llorará, llorará mucho, maldecirá haberse ido, y estará orgulloso de todo el camino que ha hecho, de haberlo conseguido, de todo lo que ha sufrido, de haberlo hecho por su familia y su futuro, y seguirá leyendo las noticias que llegan de lejos, las leerá cada día, las leerá a todas horas, y seguirá el curso de la guerra, aunque nadie a su alrededor sabe muy bien qué guerra es esa, ni donde está exactamente, ni quien se mata en ella, ni porque lo hace, ni le importa realmente.
Y una noche Mazlum recibirá una llamada en Watsapp. Será su hermano, el pequeño, el que sigue en Derik, que le dirá, riendo, que está con un eshnabi, que tiene que hablar con él, ¡que hable! ¡que le pregunte cosas! ¡a ver si sabe eshnabi, a ver si ha aprendido!
-Hello friend, how are you?
FUENTE: ¡Buen camino! / El Salto Diario / Edición: Kurdistán América Latina