En el noroeste de Irak, a muy pocos kilómetros de la frontera siria, la ciudad de Sinuni se ha convertido en uno de los principales refugios para la comunidad yazidí. Muchos de los que permanecieron en el distrito de Sinjar tras el genocidio perpetrado en 2014 por el Estado Islámico (EI) se refugiaron en esta pequeña población al norte de las montañas del mismo nombre.
En la otra cara del monte, en las faldas de la ladera sur, se encuentra la ciudad de Sinjar (no confundir con el distrito ni con la montaña), que durante la ofensiva militar que tuvo lugar en noviembre de 2015 para recuperarla de las manos del Estado Islámico sufrió graves daños.
Han pasado por tanto más de cinco años desde el genocidio y cuatro desde que el ejército iraquí lograse echar al Estado Islámico de la zona. Sin embargo, y a pesar de las duras condiciones de vida a las que se enfrentan, muchas familias yazidíes prefieren quedarse en los asentamientos informales y en los campos de desplazados antes que arriesgarse a volver a sus casas.
Esto se debe, al menos en parte, a que muchos pueblos fueron completamente arrasados, a que la mayoría de ellos siguen repletos de minas y que allí no tienen agua ni electricidad. Otra de las razones más poderosas para no regresar es el trauma que muchos de ellos asocian con aquel lugar que un día fue su hogar.
Hoy, las personas que viven en el distrito de Sinjar luchan a diario por sobrevivir, enfrentándose a una terrible escasez de servicios básicos, y sin apenas asistencia médica.
El genocidio 74
En agosto de 2014, el Estado Islámico atacó a la minoría religiosa yazidí que vivía en el distrito de Sinjar. A medida que los combatientes del EI avanzaban en el área, las fuerzas peshmerga comenzaron a retirarse sin prestar resistencia. El ataque fue seguido por una campaña sostenida de asesinatos, violaciones, secuestros y esclavitud de los combatientes del grupo terrorista, lo que condujo a una migración masiva de yazidíes, principalmente hacia los campos de desplazados del Kurdistán iraquí. La propia ONU describió como un genocidio las atrocidades cometidas por el Estado Islámico en Sinjar.
“Aquí todo el mundo ha perdido al menos a un miembro de la familia o a un amigo, y en toda la región de Sinjar nos encontramos con una abrumadora sensación de desesperanza y de pérdida”, explica la doctora Kate Goulding, trabajadora del servicio de urgencias de Médicos Sin Frontera (MSF) en Sinuni.
“La muerte de tu esposo, la enfermedad de un hijo, la ruptura de una pareja o la lejanía de la familia provocan sentimientos de tristeza que son universales, pero el alcance que tiene la pérdida para los miembros de esta comunidad es algo que resulta incomprensible para la mayoría de nosotros. Han sufrido episodios de violencia extrema y de humillación, se han visto sometidos a desplazamientos forzosos desde hace décadas y viven sumidos en la pobreza y en el abandono por parte de la comunidad internacional. Y es que, como dicen todos aquí, los genocidios y los asesinatos en masa perpetrados por el Estado Islámico no fueron el primer genocidio al que sobrevivieron los yazidíes; antes de 2014, aseguran, hubo 73 matanzas más”.
Khawla Khalaf: “Tengo miedo de terminar matándome”
“Cuando tenía 18 años, me obligaron a casarme con mi primo. Ahí comenzó mi depresión. Me acostumbré a mi situación, pero nunca olvidaré lo que me pasó. El día de mi boda, estaba enojada y triste, no hacía más que llorar”, explica Khawla Khalaf, que asegura que su situación financiera “solo empeora las cosas”. “Somos pobres y no puedo dar a mis hijos todo lo que necesitan. A veces me piden cosas y yo no tengo cómo comprárselas”, relata.
Khawla tampoco puede olvidar las situaciones que presenció durante el genocidio. “Recuerdo una madre con dos bebés que decía: ‘Si alimento al primero, el segundo morirá’”, rememora, al tiempo que relata que hace un año, cuando estaba en su cuarto embarazo y “lloraba todo el tiempo”, pensaba todo el tiempo en suicidarse. “Mi esposo estaba preocupado. Me decía ‘Si te matas, yo también me suicidaré, porque no puedo vivir sin ti’”.
Finalmente, Khawla acudió al hospital en Sinuni y ahora está mejor, pero asegura que cuando está sola comienza a pensar en el suicidio. “Tengo miedo de terminar matándome”, dice.
“Solía estar todo el tiempo con mi padre”, recuerda un niño yazidí de 13 años, que cuenta que su progenitor ahora se ha unido a un grupo armado, y se ha ido. “Me siento solo. No salgo de casa, estoy siempre metido en esta habitación. Me siento triste. No tengo amigos. Antes del genocidio, vivíamos en el lado sur. Cuando el EI llegó, escapamos a la montaña. Luego nos fuimos a Siria y luego al Kurdistán. Regresamos aquí en 2016. Cuando fui a buscar ayuda al hospital de Sinuni, les pedí que me mantuvieran allí. No quiero estar en esta casa”, protesta.
La voz de los yazidíes
La situación que están viviendo, y el recuerdo de lo que ocurrió hace cinco años, hace que los yazidíes de Sinjar estén sufriendo una prolongada y desgastante crisis de salud mental.
El problema por tanto no es algo nuevo, pero dos datos revelan la gravedad actual del problema: por un lado, MSF ha documentado un gran número de suicidios y de intentos de suicidio en los últimos meses. Y por otro lado, los resultados que arrojan las encuestas llevadas a cabo por la organización hace ahora un año, muestran que en todas y cada una de las familias de la zona hay al menos un integrante con algún tipo de enfermedad mental.
Emilienne Malfatto es una fotoperiodista freelance que cubre conflictos, situaciones post- conflicto y problemas sociales, principalmente en Irak. Desde 2015 ha estado documentando las vidas de los yazidíes que regresaron a su ancestral hogar después de que el EI fuera expulsado.
El pasado mes de septiembre, viajó a Sinuni para recopilar testimonios de pacientes de MSF y decidió producir una serie de retratos para hacer visible el trauma y sufrimiento de esta población. Consiste en montajes fotográficos que mezclan el retrato de una persona con otra imagen que esté relacionada con su trauma.
“En 2018 llevamos a cabo una primera encuesta sobre salud mental en Sinuni y los datos obtenidos fueron reveladores: el 100% de las familias con las que hablamos contaba con al menos una persona aquejada de enfermedades mentales moderadas o graves”, explica el Dr. Marc Forget, coordinador general de MSF en Irak. “Cuando nos reunimos con el director médico del Hospital en Sinjar, nos dijo que todos los habitantes del distrito, incluido él mismo, necesitarían poder acceder a servicios especializados en salud mental. Nos advirtió de que nos enfrentábamos a una crisis de enormes proporciones y nos comentó que esta crisis contaba con un elemento especifico y diferenciador, directamente relacionado con el trauma colectivo que los yazidíes llevan años padeciendo”.
“En MSF estamos teniendo dificultades para encontrar psiquiatras en Irak con disponibilidad para trabajar en el distrito de Sinjar. Esto es indicativo de un problema mayor en todo el país, donde hay muy pocos psiquiatras, psicólogos y consejeros de salud mental capacitados para satisfacer las inmensas necesidades de salud mental que han surgido tras años de violencia brutal. El personal cualificado de otras áreas del país ya tiene más trabajo del que puede soportar, y generalmente no está dispuesto a mudarse a Sinjar, que se considera una zona inestable y subdesarrollada”.
“Eso nos obliga a contratar personal internacional, lo cual no resulta ideal y ni sostenible a largo plazo”, explica el doctor Forget. “Es un hecho que el sistema de salud mental iraquí necesita disponer de más dinero y de más medicamentos, pero la necesidad más acuciante ahora mismo es poder contar con personal más cualificado y que estos sean asignados a las regiones donde se encuentran las mayores dificultades, especialmente a las áreas rurales y a las zonas del país afectadas por conflictos armados”.
FUENTE: RTVE – Médicos Sin Frontera / Fotos: Emilienne Malfatto / Edición: Kurdistán América Latina