16 millones de libras sirias, que actualmente son el equivalente a poco más de 30 mil dólares. Eso es lo que costaría completar la construcción del nuevo centro social en el pueblo de Jarodî, en el norte de Siria. Una gran fortuna, ya que un salario decente en Rojava es de entre 70 y 100 mil libras sirias al mes.
Heval Rodî, uno de los habitantes de Jarodî, nos explica con enojo cómo Turquía y el régimen colaborador del Partido Democrático de Kurdistán (KDP, del norte de Irak) usan el embargo contra Rojava como medio de guerra.
“Es simplemente colonialismo. Los materiales de construcción son extremadamente difíciles de conseguir y muy caros –afirma-. Obtenemos importaciones de alimentos de la producción turca, pero esa es toda la tercera opción. También traen varios fertilizantes a través de la frontera. Por supuesto que no quieren hacernos ningún favor. Los químicos baratos enferman a la gente y contaminan el agua. Pero el material es barato y funciona a corto plazo, por lo que los granjeros que ignoran esto lo usan”.
El flujo de mercancías a Rojava está estrictamente controlado por Turquía y sus colaboradores. En masas, los alimentos inferiores y poco saludables se importan a precios inflados, mientras que los recursos realmente esenciales, como medicamentos, aparatos médicos y materiales de construcción, así como piezas de máquinas, son extremadamente difíciles o imposibles de obtener.
Pero la gente de Jarodî está decidida a terminar la “Casa de la Vida”. Es una idea para crear un centro social en el que las personas se unan, por ejemplo, para llevar a cabo negociaciones municipales, resolver disputas, pero también para celebrar bodas u otras actividades.
La gente de Jarodî pensado la idea de las experiencias de los últimos años. “Si alguien de la aldea ha muerto antes, entonces todas las personas se han reunido aquí, en este lugar. Había una gran carpa, tomamos té juntos y expresamos nuestras condolencias a quienes lloraron. Luego pensamos para nosotros mismos que no sólo queremos unirnos en tan tristes ocasiones. No solo el luto por los muertos, sino que la vida debería unirnos. Después de todo, todos vivimos aquí ”, explica Rodî mientras nos guía a través del sitio de construcción.
Donde una larga carpa se erigió en tiempos pasados, ahora se encuentra la base de la nueva “Casa de la Vida”. El proyecto se decidió en una reunión comunitaria, y desde entonces la gente de Jarodî participa en el trabajo, pese al aumento de los costos mensuales de los materiales de construcción.
“No tenemos miedo del embargo. Entonces todos tendremos que trabajar un poco más y ser creativos”, finaliza Rodî.
FUENTE: Internationalist Commune / Traducción y edición: Kurdistán América Latina