El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, es más peligroso cuando su espalda está contra la pared. Ante la recesión económica y los signos de la desaparición política de su Partido de Justicia y Desarrollo (AKP), ha vuelto a su posición predeterminada para gobernar: amenazar y extorsionar. En la vida cotidiana, esto se conoce como bullying, y la Unión Europea (UE) ha retrocedido constantemente cada vez que ha utilizado la táctica.
Las cosas no están bien en Ankara
Por el momento, una serie de informes contradictorios están saliendo de Turquía . La Corte Suprema de Apelaciones ordenó recientemente la liberación de periodistas del diario turco Cumhuriyet, que habían sido encarcelados por supuestos delitos políticos. Sin embargo, miles de intelectuales, escritores y maestros más aún languidecen en las cárceles de Erdogan.
El temor a los abusos de los derechos humanos ha congelado las conversaciones de adhesión de Turquía a la UE. Pero ahora, el presidente turco ha señalado que quiere hablar con los líderes en Bruselas.
Erdogan quiere negociar porque necesita ayuda. Está bajo una enorme presión económica, y cualquier señal de que la UE esté abierta a mantener una asociación, ayudaría a los mercados financieros turcos. Los llamados de hace años para modernizar la unión aduanera entre Turquía y la UE, el progreso en las conversaciones de adhesión estancadas, y la posibilidad de otra inyección de miles de millones de euros desde Bruselas están sobre la mesa.
Señales de desaparición política rodean al presidente. La principal de ellas son las pérdidas que sufrió su AKP ante la oposición en Estambul en las elecciones recientes, así como la fundación de nuevos partidos por parte de sus antiguos aliados: Ahmet Davutoglu , primer ministro en 2014 y 2016 y ex líder del AKP, y Ali Babacan, el ex ministro de finanzas, que centró sus críticas en la grave situación económica y de derechos humanos en Turquía.
Si tales nuevos movimientos le cuestan al AKP solo unos pocos puntos porcentuales en las urnas, podría indicar el final de la era de Erdogan. Pero el presidente no se irá sin luchar, y es por eso que ahora está recurriendo a la UE.
Refugiados sirios: rehenes del gobierno turco
Erdogan está utilizando a los más de tres millones y medio de refugiados de guerra sirios en su país como moneda de cambio, y con una serie de pequeñas medidas orquestadas le está haciendo saber a Bruselas exactamente lo que está en juego.
Primero, el número de nuevos refugiados llegados a Grecia ha aumentado dramáticamente. Luego, los sirios no registrados en Turquía están siendo deportados a las zonas de guerra.
Turquía ha pedido a los Estados Unidos que ayuden a establecer las llamadas zonas seguras en los territorios kurdos del noreste de Siria. Estos recibirían al medio millón de refugiados que buscan desesperadamente escapar de la región de Idlib, una de las últimas áreas donde continúa la lucha. Pero el plan no está funcionando para Erdogan. Ni Washington ni Moscú están dispuestos a seguir el juego, y su gran plan para jugar con las dos potencias mundiales entre sí ha fracasado, en gran medida.
Eso deja a los europeos, que tienen la mano más débil en este juego geopolítico y son socios menos resueltos y despiadados. Erdogan no se detendrá ante nada para chantajearlos con el destino de los sirios.
Sabe muy bien que la UE cayó en una profunda crisis política en 2015, porque los populistas utilizaron la gran cantidad de refugiados que llegaron para impulsar el nacionalismo y asustar a los ciudadanos. También sabe que la amenaza de que Turquía vuelva a abrir sus fronteras, lo que permite a los refugiados sirios viajar a Europa, pone a Bruselas extremadamente nerviosa.
Los europeos necesitan una estrategia
La mayoría de los europeos son ciegos a la batalla militar decisiva y mortal que tiene lugar en Idlib en este momento: el fenómeno se conoce como fatiga de compasión. Sin embargo, si el número de refugiados de guerra que huyen de la región comienza a aumentar, la UE debería tener una estrategia para enfrentarlo. Si los líderes no quieren que más refugiados vengan a Europa, deben crear una alternativa segura para ellos.
Sin embargo, la zona segura de Erdogan no es esa alternativa, porque lo que más desea es el control militar de los territorios kurdos. Además, no está dispuesto ni es capaz de organizar y cuidar a la gran cantidad de refugiados sirios que pueden llegar muy pronto a la zona.
Ahí es donde los europeos deben intervenir: finalmente tienen que decidir cómo quieren reaccionar ante la crisis. Si poseen algún remanente de valores humanitarios, deben iniciar negociaciones, decidir qué están dispuestos a contribuir, y decir cuánta cooperación turca están dispuestos a aceptar.
Esto deja a los europeos con un dilema de política exterior. Por un lado, no quieren apuntalar a Erdogan, cuando su poder comienza a desmoronarse. Por otro lado, uno no puede simplemente dejar el destino de millones de sirios a él o a los Estados Unidos.
Pero Bruselas está actualmente preocupada por la teatralización del Brexit, la transferencia de poder dentro de las instituciones de la UE y una serie de otras preocupaciones cotidianas. Todo eso significa que hay poco respeto por el drama masivo que se desarrolla en la frontera turco-siria.
La amenaza es que los europeos volverán a esperar y solo reaccionarán una vez que sea demasiado tarde, y así se dejarán chantajear una vez más por el presidente turco. Esa sería la peor solución posible para los refugiados sirios, pero también para los objetivos de la política europea con respecto a Turquía.
FUENTE: Barbara Wesel / DW / Traducción y edición: Kurdistán América Latina