Las construcciones derruidas, los cráteres dejados por los bombardeos y los coches calcinados son el escenario que queda de Baghouz. Tanto su área urbana como el campo que albergó a los últimos integrantes del Estado Islámico (EI) están abandonados. Hoy sólo acogen a algunas divisiones de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), que realizan operaciones para buscar yihadistas en la inmensa red de túneles que el EI construyó en esta región que dominó desde su aparición en Siria en el 2013.
A pesar de no haber rastro de sus habitantes, la vida en esta población de mayoría árabe es fácil de imaginar. Sus casas construidas arbitrariamente en esta planicie adornada por cientos de palmeras tienen espacios destinados a guardar el heno y las ovejas. Las únicas señales que quedan del Estado Islámico: los arcos que se construían en las bocacalles y formaban parte de un proyecto que el EI tenía en el campo urbanístico, y los números con los que marcaban las viviendas.
El modo de vida austero y tribal de sus habitantes contrasta con las costumbres que fueron traídas por algunas de las familias extranjeras del EI. Pero si hay un contraste notorio, este tiene que ver con la economía. En esta extensa área desértica del sudeste de Siria –de la que Baghouz es la localidad más al sur– yace la principal reserva petrolera del país, cuya pérdida tuvo grandes consecuencias para el gobierno sirio. De aquí el EI extraía el crudo que se convirtió en una de sus principales fuentes de financiación.
Pero históricamente aquí pocos se han beneficiado del petróleo y, como en muchas áreas rurales de Siria, la población vivía en condiciones precarias. Estos factores ayudaron a que el EI fuera bien recibido por muchos. Esta influencia no ha terminado. La imagen de mujeres cubiertas de negro que caminan por las calles de decenas de pueblos ubicados junto a la principal vía que atraviesa la provincia de Deir Ezzor, sumada a las miradas inquisidoras de los habitantes cuando ven transitar coches que no pertenecen a la región, son el testimonio de que esta ideología no está vencida. Y si bien un buen número de habitantes puede estar decepcionado de los abusos del califato, de su corrupción y su violencia, la ideología está metida en sus cabezas.
“Que no se vayan los estadounidenses; de lo contrario todo irá mal para nosotros”, decía un habitante de la región, que no sólo recordaba con terror los años del Estado Islámico sino que tiene miedo de que el régimen vuelva a tener el control. La mayoría de los jóvenes y niños que se ven jugando en las carreteras fueron adoctrinados por el EI. Y muchos de sus seguidores han logrado escapar al camuflarse como civiles. Según el comandante de la operación de Deir Ezzor, Ahmed Abu Jaula, más de 250 células durmientes operan en esta región y su misión en los próximos meses será desactivarlas. Otras fuentes hablan de 20.000 hombres entre Siria e Irak. De ahí que el sábado pasado, cuando las FDS y sus aliados celebraban la victoria sobre el califato, también recalcaban que la campaña no había terminado.
“Todavía tenemos un gran trabajo por hacer”, explicaba el portavoz de las FDS, Kino Gabriel, quien reconocía que la población necesita un gran apoyo en aspectos relacionados con la convivencia, la reconstrucción y la educación. “Hay que impedir que el EI o grupos con ideología similar puedan manipularlos de nuevo para reclutar a nuevos integrantes”, agregaba.
Las FDS, una coalición de fuerzas árabes, asirias y kurdas, ahora tendrá entre sus retos intentar llenar el vacío institucional que dejó la desaparición del EI. Hasta ahora han recibido la confirmación del Pentágono de que en el 2020 recibirán nuevamente 300 millones de dólares, que se invertirán, en gran parte, en mejorar las condiciones de los 61.000 hombres y mujeres que forman parte de estas fuerzas.
Los retos para las FDS son infinitos. Esto incluye tener que lidiar con las complejidades políticas y la devastación de un país que lleva en guerra ocho años. “Las amenazas nos llegan desde muchos frentes”, reconoce Gabriel, que señala al régimen de Bashar Al Asad, a Turquía –que se niega a que los kurdos tengan un proyecto político en el norte del país– y otros poderes regionales entre las amenazas. “Trataremos de manejarlas políticamente pero también estamos listos para enfrentarnos si es necesario”, concluye.
La derrota territorial del EI es sólo el comienzo de una nueva etapa en esta región de Siria donde la desaparición del califato saca a la luz decenas de problemas que antes eran opacados por la guerra. La realidad del este de Siria –donde con excepción de alguna presencia del régimen en ciudades como Hasaka o Qamishli el control está en manos de las FDS– es compleja. Cada región tiene unas características políticas, sociales y étnicas diferentes.
Días atrás, Mazlun Kobane, quien está a la cabeza de Siria Democrática, el brazo político de las FDS, volvió a insistir en lo que estas fuerzas hicieron en el pasado: las negociaciones con el régimen eran inevitables. Esto abre el interrogante de qué pasará con los estadounidenses, que después del anuncio de Donald Trump de que retiraría las tropas desplegadas en esta zona ahora se plantean dejar un reducido número de hombres dando apoyo a las FDS para evitar que el EI se reagrupe. La presencia de la coalición internacional, especialmente de los estadounidenses, también jugará un papel fundamental a la hora de que las FDS permanezcan unidas.
El día de la celebración de la victoria se vio a los estadounidenses dando orden de tapar las banderas de las milicias kurdas YPG y YPJ, que dominaban en la tarima donde se celebraba la ceremonia, en un esfuerzo porque ningún grupo de las FDS destacara sobre los otros. ¿Pero cuánto más lograrán permanecer unidas ahora que se ha terminado la batalla? Los retos son miles. El fin del califato sólo es un principio.
FUENTE: Catalina Gómez / La Vanguardia