El Movimiento de Mujeres del Kurdistán ha logrado liberar zonas enteras de las imposiciones patriarcales más violentas y comunes en Medio Oriente: matrimonios forzados en la infancia, violaciones sistemáticas, femicidios que ni siquiera son considerados así, sino un derecho de familia. En las ciudades liberadas, cada puesto de decisión es ocupado por una mujer o por una mujer y un hombre a la vez. Una reportera gráfica rosarina llegó al Kurdistán para documentar la revolución que hizo posible que las mujeres decidan sobre sus vidas en esa región que ocupa territorio en cuatro Estados de Medio Oriente. En este momento, miles de presas y presos políticos y otras personas llevan adelante una huelga de hambre para pedir el fin del aislamiento de Abdullah Öcalan, el líder de un movimiento que concibe la opresión hacia las mujeres como la fundante de una sociedad desigual.
Virginia Benedetto llega a una montaña en la zona el Kurdistán. Una de las comandantas de la guerrilla kurda hace chistes, le aconseja que estire las piernas. Virginia viajó casi 14.000 kilómetros para conocer de cerca cómo es una revolución protagonizada por mujeres, en el corazón de Medio Oriente. Es reportera gráfica, concibe a la fotografía como una forma de lucha. Toma el té, escucha el sonido metálico del drone que es una amenaza constante de bombardeo. En un momento, saca de su mochila un pañuelo verde de la campaña nacional por el derecho al aborto. Les pide una foto y quiere explicar -a través de una traductora- de qué se trata. No hace falta. La más simpática, la mujer que ríe mientras combate en las montañas, le dice en castellano: “Ni una menos”. En la foto, tres comandantas sostienen el pañuelo verde y sonríen. “Creo que desde nuestro lugar, lo que podemos hacer es entender que no hay fronteras, que las fronteras son impuestas por los estados, que los pueblos son otra cosa. Cuando ellas me dicen Ni Una Menos, no hay frontera ahí. A veces siento que nos miramos mucho el ombligo y que hay que mirar un poco más allá. Si ellas, en ese contexto, pueden pensar en nosotras, me pregunto por qué sentimos que es algo que está lejos. Ellas luchan como nosotras luchamos, con una opresión mucho más fuerte, con una convicción mucho más fuerte, también. Mi deseo sería que nosotras podamos mirarlas un poco más”.
Casi al mismo tiempo del regreso de Virginia, el 8 de noviembre pasado, la diputada kurda del Partido Democrático de los Pueblos (HDP) Leyla Güven comenzó una huelga de hambre a la que se sumaron al menos cinco mil personas en Turquía y en marzo, otras en Europa, para pedir el fin del aislamiento del líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdullah Öcalan, preso desde 1999 en la isla prisión de Imrali, condenado a prisión perpetua y aislado desde 2011. Debido a la presión internacional, recién en enero Apo -como le dicen- pudo recibir durante 15 minutos a su hermano. En ese país hay 260.000 presxs políticos distribuidos en 437 cárceles. Nora de Cortiñas visitó a principios de marzo a la legisladora y ayer al mediodía manifestó frente a la embajada de Turquía, junto al premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, en apoyo a las demandas de quienes sostienen la protesta.
“Öcalan no es solo una persona para el pueblo kurdo, sino que significa la paz y fue la persona que empezó a plantear el tema de la liberación de las mujeres en la sociedad kurda, estamos hablando de una sociedad en la que hace 25 años las mujeres no podían salir, estaban bajo el poder de la sociedad patriarcal y del estado turco”, explica Melike Yasar, del Movimiento de Mujeres del Kurdistán, quien sostiene que “la liberación de Abdullah Öcalan es la liberación de miles de presos políticos, porque la mayoría de quienes están en Turquía lo reconocen como un líder”. Melike recuerda que “en todos los lugares donde se liberaron del ISIS, lo primero que hicieron fue construir casas para las mujeres, con la lógica de la liberación de las mujeres. Las potencias coloniales, la OTAN, que están en el norte de Siria tienen intereses sobre el petróleo, y ahí hay peligro para ellos. No es que Isis ataque a los kurdos porque son kurdos, el peligro es que están liderando las mujeres, y no es algo formal, sino por el trabajo que llevan las mujeres kurdas, casa por casa, de construir otra sociedad. Por eso la liberación de Öcalan es la liberación de todo Medio Oriente”.
En la manifestación de ayer ante la embajada, se entregó un petitorio para que el gobierno de Recep Tayyip Erdogan cumpla con los tratados internacionales y europeos de derechos humanos. Beverly Keene fue una de las peticionantes, forma parte del colectivo Diálogo 2000, y estuvo con la integrante de Madres de Plaza de Mayo -Línea Fundadora- en el último viaje a Kurdistán. “Lo principal es mostrar solidaridad a las más de 5000 personas que ahora están haciendo esta huelga de hambre en Turquía, la mayoría de ellos presos y presas y en segundo lugar, a través de esta diseminación, estas acciones, también plantear al gobierno de Turquía, a la comunidad internacional en su conjunto, la urgencia de una respuesta a esta demanda tan elemental, tan humanitaria”, dice la mujer.
“Libertad” es la palabra que más escuchó Virginia por distintos lugares de Kurdistán. Cada una de las historias retorna con la fuerza de lo inolvidable. “Estábamos una tarde en la montaña y nos dijeron que iba a venir una familia guerrillera. Entonces, llega una mujer con el hijo. Estaba el drone en ese momento encima de nosotras y habíamos tomado algunas precauciones. Nos vamos a tomar el té y a charlar abajo del árbol. Lo primero que a mí se me ocurre es preguntarle cómo era esto de que madre e hijo participaban de la guerrilla, cómo habían llegado. Ella ahí me corta medio en seco, y me dice que ella me quería hablar de la situación de Irán”, el relato de Virginia se detiene en el devenir de la conversación. Ella vuelve a la montaña, al árbol, al té compartido, al rostro de esa mujer. “Ahí empieza a hablarme de las violaciones que sufren las mujeres en ese lugar, de las nenas de siete años que se tienen que casar con tipos de 70, de que tu marido, o tu hermano, o tu padre pueden matarte y no hay ningún problema, de que este menosprecio por las mujeres se va transmitiendo en los niños también; entonces los niños varones terminan despreciando cuando crecen a sus propias madres, en esta línea de desprecio hacia la mujer que está marcada culturalmente. Entonces, cuando ella me va contando todo eso me dice: ‘Y esa es mi historia’. En ese momento me quedé helada, porque además yo venía anotando en un cuadernito lo que ella me iba diciendo, y pensé que estaba hablándome de una situación más general”, recrea el impacto. “Me dijo esa es mi historia y yo no quería para mi hijo eso, por eso hui y me uní a las milicias, a las autodefensas y hoy puedo decir con orgullo que mi hijo es comandante, que lucha por la libertad de las mujeres”.
La organización plantea un doble poder para el Movimiento de Mujeres del Kurdistán. “Cada cargo que es ocupado por un hombres, es ocupado por una mujer, pero a su vez, vos tenés organizaciones, por ejemplo, milicias mixtas y milicias de mujeres solas. Las que son de mujeres solas tienen poder de veto sobre las mixtas. Si las mixtas deciden algo y la de las mujeres decide que no, se veta”, cuenta Virginia lo aprendido durante el mes que pasó viajando por distintas zonas. Shengal, un pueblo del Kurdistán iraquí y que fue arrasado en 2014 por ISIS, fue uno de los lugares que más la impactó, pero también el campo de refugiados de Makmur y en distintos lugares de la zona siria, especialmente en Rojava. Al poco tiempo de volver, esos dos lugares fueron bombardeados nuevamente por Turquía.
Virginia subraya que esta revolución desarrolla “una forma comunitaria de organizar la vida en general. El confederalismo democrático tiene algunas líneas particulares, una es el principio de autodefensa, otra es el protagonismo de las mujeres en ese proceso y la tercera es la convivencia de las diferentes religiones y culturas, porque en esa región viven un montón de pueblos. La idea no es tampoco que todos se adapten a la cultura kurda, sino que cada uno pueda vivir autónomamente en cada región de acuerdo a su idiosincrasia”.
El lugar de las mujeres en esta revolución tiene un sustento en la práctica diaria de las miles de militantes que cada día se organizan en distintas formas comunitarias y también milicias de autodefensa. Un concepto que para ellas -recuerda Virginia- va mucho más allá de la necesaria lucha armada ante la agresión, particularmente de Turquía. Este protagonismo tiene también una base teórica. Para Öcalan, “la historia de la pérdida de libertad es a la vez la historia de cómo la mujer perdió su posición y desapareció de la historia. Es la historia de cómo el macho dominante, con todos sus dioses y sirvientes, gobernantes y subordinados, su economía, ciencia y arte, consiguió el poder. La caída y la pérdida de la mujer es la caída y la pérdida de toda la sociedad y la resultante sociedad sexista”, según expresa en el prólogo de “Liberar la vida: la revolución de las mujeres”.
Melike lo puntualiza. “No es que es el líder, él fue la persona que empezó a discutir y dio el conocimiento dentro del movimiento de liberación de kurdistan. Muchas mujeres, en los 80, en los 90, cuando se sumaron a la lucha armada, no sabían leer ni escribir, participaron del movimiento y fueron a las montañas para salir de la sociedad patriarcal y feudal. Él fue quien hizo el planteo y la lucha de las mujeres se apoyó y está apoyando la lucha de las compañeras contra sus compañeros”, cuenta la integrante del Movimiento de Mujeres del Kurdistán que vive en América Latina.
El confederalismo democrático es una forma de organización comunitaria que incluye a otros pueblos de la región del Kurdistán. Las milicias de autodefensa liberan a pueblos que fueron invadidos por Daesh (ISIS) y combaten contra los cuatro estados de esa enorme región de unos 390 mil kilómetros. El pueblo kurdo, especialmente, fue perseguido a lo largo de la historia, pero también el armenio y el yazidí.
La persecución turca no se limita a su propio territorio, los bombardeos del gobierno de Recep Erdogan se despliegan allí donde haya kurdos. Casi el 20 por ciento de la población turca pertenece al pueblo kurdo. “Turquía tiene una política de etnocidio, de exterminio de la cultura directamente, porque tiene 20 millones de kurdos dentro de lo que ellos denominan su territorio, que tampoco lo es, y ahí viven otros pueblos que no son ni turcos ni kurdos. Este sistema de vida comunitario se opone al sistema de vida turco ultranacionalista, capitalista. Entonces, si estos pueblos se empiezan a organizar y empiezan a tomar esa tradición kurda, pueden poner en jaque al estado. Por eso tienen una política constante de persecución. No podés hablar kurdo, no podés saludar en kurdo, no podés utilizar los colores que referencian a este pueblo”, cuenta Virginia, que se sorprendió por la extensión de la conciencia de la liberación. “Toda la gente es revolucionaria, armados o no, no hace falta que estén en las milicias, porque su concepción es lo que ha cambiado, la revolución está ahí, en la cabeza de esa gente”.
Justamente, llegar al Kurdistán le permitió a Virginia comprender que la autodefensa va mucho más allá de las necesarias acciones militares. “Me acuerdo de una mujer yazidí, que debía tener más de 80 años, y vino a tomar el té una tarde. Me dijo que ella tenía el universo en su casa, porque tenía sus árboles, sus animales, y le quitaron todo. Para ella, vivir de la naturaleza era su forma de vida. Con el Confederalismo Democrático, está más organizado a partir de la autodefensa”, dice la reportera gráfica rosarina.
La primera vez que supo que había un drone encima de sus cabezas, le costó pensar en otra cosa. La muerte era una posibilidad palpable. Pero también eso aprendió en la montaña: “La idea es seguir viviendo, que el enemigo no se te meta en la cabeza”. Y se construye en la cotidianidad. “El modo que tienen de vivir, todo el tiempo estás charlando, son muy afectuosas. Con el paso de los días lo ubicás en otro lugar. Sabés que te tenés que cuidar, porque ahí se te va la vida, pero es más fuerte la vida, el estar con el otro”, relata su vivencia.
Durante el mes que viajó por Kurdistan, Virginia escuchó historias de la crueldad extrema del Isis, pudo ver cómo el gobierno turco apunta a destruir cualquier enclave donde viva un pueblo que defiende sus colores, su lengua, su música. Tomó el té debajo de los árboles y se abrazó con mujeres que la conmovieron. “Suponía que me iba a encontrar con las milicias, con un nivel de conciencia tal como para poder pensar en organizarse de esa manera, pero lo que a mí me impactó es ver esa revolución en el pueblo”, dice ahora, cuando cada día toma dimensión de lo fácil que le resulta abrir la canilla para bañarse con agua caliente.
Uno de los lugares que la impactó fue el campo de refugiados de Makmur, construido desde los años 90 a partir de un espacio en el desierto, que Saddam Hussein “cedió” para que huyeran de bombardeos, pero en realidad era una trampa. Lo que había, cuentan todas las personas con las que habló Virginia, eran escorpiones. “Ese pueblo fue construyendo de la nada sus casas, sus escuelas, sus hospitales, consiguiendo el agua, la comida. Entre los vecinos se organizaron y mataron a los escorpiones que estaban ahí en esa región. A mí me quedó muy grabada, cuando hablé con un hombre que estuvo en la formación de Makmur, la historia de una madre y un niño que lloraba porque tenía hambre, y no tenían qué darle de comer. Entonces, la madre intentaba que el niño se durmiera para que no pasara hambre, y el niño no se dormía. Ella hirvió piedras en una olla, para hacerle creer al hijo que le estaba cocinando. Y me contaron que cuando empezaron a estudiar, porque decían que tenían que formarse, partían un lápiz entre cuatro o cinco pedazos para que cada uno pudiera tener un pedazo de lápiz para estudiar”, es el registro oral que consiguió, contrastante con lo que pudo ver. “Pensaba en lo que me contaban y veía lo que era ese pueblo hoy, donde hay cinco escuelas, donde hay hospital, donde las maestras piensan cómo educar a esos niños, y siempre todo, todo, la mujer que hace los vestidos, la mujer que hace el pan, las maestras, todo es pensado en un proyecto colectivo, en cómo aporta eso socialmente. Nadie hace pan para ponerse una panadería, o hace vestidos para ponerse una marca de ropa”, subraya.
La llegada de las fuerzas de liberación kurdas es, entonces, la posibilidad de una vida distinta para cada una de las mujeres que son sometidas a condiciones patriarcales. Y si por ese pueblo pasó Isis, como en Shengal, se trata simplemente de la diferencia entre la vida y la muerte. “Las cosas que cuentan, son cosas que una no puede ni siquiera imaginar, el nivel de crueldad. Obligar a una madre a comer a su hijo, cuando hablaban de esclavitud sexual y yo les decía que acá también había, ellas me decían que allá la esclavitud es que los de Isis atan a una mujer en una pared, y la van violando los que pasen hasta que se muere de hambre y sed”, relata con un nudo en la voz. Para los integrantes de Isis, además, que los mate una mujer significa la imposibilidad de acceder al paraíso. Y les temen a las guerrilleras kurdas. Que están en la lucha no por eso, sino por el proceso histórico de liberación que vienen desarrollando desde hace 40 años.
Las kurdas entienden que el problema de la violencia de género –como todos los demás– es un problema social. No es punitiva su posición: cuando un hombre violenta a una mujer, es formado en cuestiones de género -y de hecho eso es obligación para cualquier militante- y si persiste, es expulsado de su casa, están las milicias para garantizarlo. Cualquier varón, aunque lleve años de lucha consecuente, debe continuar su proceso de revisión de sus conductas y vínculos con las mujeres, en diálogo con las compañeras. Son dos de las responsabilidades que asumen, como una forma de plantear una nueva sociedad.
Para muchas mujeres, la huida a territorios kurdos es también la posibilidad, simplemente, de vivir una vida propia. En Jinwar, el pueblo construido por las mujeres en Rojava, al suroeste de la zona siria, Virginia pudo hablar con alguien que había llegado, huyendo, porque había visto en la televisión que ese lugar existía.
Como los abrazos, las canciones también fueron una forma de unión con las kurdas. Con Hevidar, “mujer luchadora y de una voluntad inquebrantable”, como la describe Virginia, cantaron juntas “El necio”, de Silvio Rodríguez. En otro lugar, con compañeras internacionalistas, fue el “Hasta siempre comandante”. Pero si tuviera que quedarse con una música en sus oídos, prefiere el canto de las kurdas, como si estuvieran en una cancha, “Dicen que somos todas unas terroristas, pero esta es la revuelta feminista, oh, Kurdistán, Oh, Kurdistán”.
FUENTE: Sonia Tessa / Página 12