Berivan corre para unirse al baile y su tradicional vestido dorado atrapa la luz del sol del invierno. Esta yazidí, de 15 años, se da la mano con su mejor amiga y se encuentra entre la línea de mujeres que bailan una canción pop kurda.
Berivan y su madre son de Sinjar, en Irak, la patria de los yazidís, pero al igual que miles de otros yazidís, fueron secuestrados por el Estado Islámico en 2014 cuando el grupo irrumpió en la frontera con Siria.
Lejos de aquí, en el desierto oriental, ISIS casi ha perdido el control de su último bastión, Baghuz , pero hay al menos 3.000 mujeres y niñas yazidís cuyo destino se desconoce.
Durante el genocidio, los hombres yazidís fueron rodeados y fusilados y luego arrojados a fosas comunes. Las mujeres fueron llevadas para ser vendidas en los mercados de esclavos de ISIS, pero muchas pasaron a ser luchadoras, luego de ser víctimas de abuso físico y sexual.
A los niños yazidís se les ha lavado el cerebro y los grupos de derechos humanos dicen que el suicidio es común entre los cautivos. Incluso para aquellos que logran escapar tras años de esclavitud y violación, ahora luchan por sobrevivir sin ingresos o documentos de identidad.
Berivan y su madre han perdido a los otros miembros de su familia. Pero en una nueva comuna de mujeres cerca de Qamishli, en el noreste de Siria, tuvieron la oportunidad de comenzar de nuevo.
“Me gusta aquí -dice ella-. Me encanta ir a la escuela, me encantan las matemáticas. Y voy a ser peluquera cuando crezca”.
Jinwar es una comunidad solo para mujeres, creada por las mujeres de la administración local kurda para construir un espacio donde las mujeres puedan vivir “libres de las limitaciones de las estructuras de poder opresivo del patriarcado y el capitalismo”. Abrió sus puertas en noviembre y 12 de sus 30 casas de adobe albergan a familias kurdas, yazidís y árabes.
Las mujeres construyeron sus propias casas, hicieron su propio pan y cuidaron el ganado y las tierras de cultivo, cocinando y comiendo juntas. El sábado pasado, personas de las aldeas vecinas fueron invitadas a una celebración de graduación para un grupo de mujeres locales que habían asistido a un curso sobre medicinas naturales en el centro de educación de Jinwar.
Sobre el pollo y el arroz, y luego sobre la música y el baile, los residentes discuten cómo están los albaricoques, granadas y olivos recién plantados.
“Nosotros mismos construimos este lugar, ladrillo por ladrillo”, dice Barwa Darwish, de 35 años, quien vino a Jinwar con sus siete hijos después de que su pueblo en la provincia de Deir Ezzor se liberara de ISIS y su esposo, quien se unió a la lucha contra ese grupo, fue asesinado en acción.
“Bajo ISIS fuimos estrangulados y ahora somos libres. Pero incluso antes de eso, las mujeres se quedaron en casa. No salimos a trabajar. En Jinwar he visto que las mujeres pueden estar solas”, explica Barwa.
Jinwar surgió de la ideología democrática que ha impulsado la creación de Rojava, un Estado de autogestión kurda en el noreste de Siria, desde que estalló la guerra civil en 2011.
El área ha prosperado en gran medida a pesar de la presencia de enemigos por todos lados: ISIS, las tropas del presidente sirio Bashar al-Assad y Turquía, que considera a los combatientes a las YPG (Unidades de Protección del Pueblo) como una organización terrorista.
La revolución de las mujeres, como se la conoce, es una parte importante de la filosofía de Rojava. Enojadas por las atrocidades cometidas por ISIS, las mujeres kurdas formaron sus propias unidades de combate. Más tarde, los reclutas árabes y yazidís se unieron a ellas en las líneas del frente para liberar a sus hermanas.
Pero muchas partes de la sociedad kurda son profundamente conservadoras. Algunas de las mujeres que ahora están en Jinwar han dejado matrimonios arreglados y el abuso doméstico. Esas dinámicas, así como el legado de la brutal guerra de ocho años de Siria, deben ser desaprendidas en Jinwar.
“Cuando las familias llegaron por primera vez, los niños árabes no jugaban con los niños kurdos -dice Nujin, una de las voluntarias internacionales que trabajan en la aldea-. Pero incluso en solo dos meses se puede ver el cambio. Los niños ya son mucho más felices”.
La madre de Berivan, Darsim, estaba muda cuando llegó a Jinwar, un efecto secundario del trauma. Poco a poco, ha empezado a formar palabras de nuevo. “El pueblo es la mejor rehabilitación para las cosas que estas familias han sufrido”, dice Nujin.
Jinwar aún no ha terminado: hay jardines para plantar y una biblioteca vacía que espera libros. La comunidad sigue con muchas ideas. Detrás del centro educativo hay una piscina que se llenará de agua en el verano. La mayoría de las residentes podrán usar por primera vez la piscina, algo reservado para solo hombres en la mayor parte de Medio Oriente.
Las mujeres también han votado para aprender lecciones de manejo y para comenzar un negocio de costura.
Hay planes para una segunda comuna en Deir Ezzor, una provincia árabe que aún es escenario de intensos combates para destruir a ISIS, pero también existe la sensación de que lo que se ha construido en Jinwar es frágil y podría ser borrado.
No está claro qué sucederá cuando las tropas estadounidenses abandonen el área en unos pocos meses. Una lucha renovada es una posibilidad.
“Este lugar es pacífico y un refugio de la guerra -dice Nujin-. Entonces, ¿cómo podemos traer armas aquí si necesitamos defendernos? Espero que Jinwar nunca tenga que enfrentar eso”.
FUENTE: Bethan McKernan / The Guardian / Traducción y edición: Kurdistán América Latina