A Donald Trump le gusta conducir sólo, con el instinto, como él dice. Hace unas semanas, anunció el retiro de las fuerzas norteamericanas de Siria, que, junto con el contingente francés, sirven de escudo a los kurdos de la región del Rojava (Kurdistán sirio). Estos últimos han sido golpeados en Afrin el año pasado por el ejército turco, después de la ofensiva de las organizaciones yihadistas rebautizadas Ejército Libre Sirio (ELS), en el marco de una operación denominada “Rama de Olivo”. Esta operación, permitida gracias a un acuerdo con Rusia, ha provocado la expulsión de cientos de millares de kurdos, reemplazados por sirios de obediencia yihadista.
Hasta hace poco, en Rojava el impacto de los acontecimientos estaba muy fresco y había mucha preocupación sobre el futuro. Después de haber vencido al Estado Islámico en Raqqa, los kurdos se encuentran entre una Turquía agresiva, decidida a eliminarlos, y un régimen sirio hostil. Una retirada de los norteamericanos significaría su golpe de muerte, que por ahora parece pospuesto para más adelante.
Hace un año, Trump había decidido retirar las tropas norteamericanas de Afganistán. Sus generales, entre ellos James Mattis, lo habían contradicho, argumentando que tal retiro abriría la ruta de Kabul a los talibanes. El presidente estadounidense posee la particularidad de nunca haber sido llevado al poder por una ola populista, sino de haber tomado la conducción de esta última, la cual se reconoce todavía en él después de dos años de su elección. Trump gobierna, en primer lugar, para satisfacer a su electorado. Así, ha perdido a varios de sus colaboradores, inclusive recientemente al general Mattis, quien priorizaba una mirada más independiente por sobre el deber de “lealtad”.
Los kurdos de Rojava, antes menospreciados como sujetos de segundo orden, muchos de ellos privados de documentos de identidad, desean obtener una zona de exclusión aérea a fin de garantizar su seguridad, una cosa inaceptable para Turquía. En una primera instancia, el presidente estadounidense impuso un abandono frente a un adversario determinado para aplastarlos. Sin embargo, los kurdos habían demostrado mucho coraje frente al Estado Islámico, y también una reserva en el tratamiento de sus prisioneros, como por ejemplo con las mujeres yihadistas en contraste con los rehenes que quedaron en las manos de Daesh o los detenidos de Guantánamo. Cualquiera sea la propaganda sobre este comportamiento o las perspectivas políticas que se promueven, estamos lejos de las prácticas habituales en la región, cualquieras sean las formaciones militares.
El cálculo de Trump parecía coherente al preferir a Turquía (miembro ambiguo y caprichoso de la OTAN, actualmente lejos de alinearse con los objetivos generales de la alianza), en vez de garantizar la sobrevivencia de una minoría cuya importancia desde la caída de Raqqa se ha vuelto secundaria (también se pueden vender misiles norteamericanos Patriot con el fin de evitar que Turquía compre el sistema antimisil S-400 ruso). Pero este razonamiento en apariencia racional, deja a Rusia decidir del futuro de Siria y da un gran margen de maniobra a Turquía.
No obstante, es Trump quien retomó las riendas en 2018 en Medio Oriente, al decidir aislar a Irán, pese a las impotentes protestas de los europeos, e imponiendo un embargo a Teherán. Para tal propósito, los Estados Unidos pudieron contar con el apoyo de Israel y Arabia Saudita, que se encuentran del mismo lado. Irán, alzado en su nacionalismo, puede resistir, pero deberá reducir sus pretensiones regionales. La influencia de Turquía sobre sus fronteras meridionales es considerable, y pese a sus dificultades financieras, el presidente Erdogan está apoyado firmemente por un electorado que se deja entusiasmar por un oscuro nacionalismo y el sentimiento de revancha hacia una Europa que le demostró desprecio durante un largo tiempo.
En Irak, donde los chiitas están en el poder como consecuencia de la “guerra de elección” norteamericana de 2003, la situación ha mejorado favorablemente. Respecto a los kurdos de Irak, a pesar del difícil año transcurrido después del referéndum sobre la independencia del 25 de septiembre 2017, la economía ha encontrado nuevamente su dinamismo y aquellos que parecen mejor ubicados en el Kurdistán iraquí son los del grupo de los Barzanis. Respecto a los kurdos de Rojava, su seguridad quedaría consolidada si lograran, mediante ciertas concesiones, hacer alianza con el régimen de Damasco. Este último necesita reforzar sus capacidades militares y no tiene ningún interés en ver, después de Afrin, una parte de la Siria fronteriza ocupada por fuerzas dependientes de Ankara.
Bajo la presidencia de Barack Obama, al igual que la de Donald Trump, los Estados Unidos se han quedado tímidos en Siria y hasta ahora Vladimir Putin se plantea, gracias a su habilidad táctica y al uso de sus fuerzas, como el árbitro de una compleja transición.
FUENTE: Gérard Chaliand / Traducción: Adriana Monzón y François Soulard / Kurdistán América Latina