De los cuatro países en los que se divide Kurdistán, la región que cubre Irán es la que menos peso tiene en la conciencia occidental. Rojava es bien conocida entre la izquierda debido a su experimento en marcha de democracia radical, y junto al Kurdistán iraquí se le da atención periódica en la prensa, en gran parte debido a su importancia central para el futuro de Oriente Próximo. El Kurdistán iraní (Rojhilat en kurdo), en cambio, atrae en comparación poca curiosidad o cobertura, incluso en los medios kurdos.
Como las otras regiones kurdas, Rojhilat es increíblemente diverso, un crisol de ricas capas de diferencia étnica, religiosa y lingüística. Los kurdos de Irán, que suman alrededor de 12 millones, viven entre asirios, azeríes, árabes sunníes y persas chiíes. Su reivindicación, como en Turquía, no es de un Estado, sino de algún tipo de autodeterminación, que se expresaría probablemente mediante una confederación kurda autónoma. Cualquier futura entidad kurda en Rojhilat funcionaría seguramente de acuerdo a los principios rojavianos del Confederalismo Democrático, ya que allí los kurdos -a diferencia del vecino Kurdistán iraquí- tienen una larga y dilatada historia de izquierdismo, y están representados por gran número de partidos de izquierda.
En los últimos años, la violencia en Rojhilat ha estado principalmente limitada a erupciones periódicas a lo largo de la frontera iraquí. Pero ahora, con la cauta esperanza engendrada por el acuerdo de Obama con Irán, extinguida por la retirada de Trump, y con nuevas sanciones estadounidenses -y los tweets en mayúsculas de Trump contra el presidente iraní Hassan Rouhani- provocando oscuros rumores sobre una inminente guerra Estados Unidos-Irán, la situación allí ha empeorado considerablemente. “Siempre ha habido violencia contra los kurdos en Irán -me dice Mirai Rezai cuando le pregunto sobre la situación actual-. Ahora la diferencia son las sanciones”.
Rezai es una kurda iraní, y miembro del Congreso Nacional Kurdo (KNK, por sus siglas kurdas), la principal organización paraguas para los grupos kurdos en la diáspora. Afirma que los últimos meses han constituido una escalada significativa, con muchos incidentes registrados en la región. Al atribuir esto a las sanciones, Rezai quiere decir que la crisis económica que han causado -decenas de miles de trabajadores están actualmente en huelga en Irán en protesta contra los salarios no pagados- ha creado su correspondiente crisis política, que el gobierno ha buscado aliviar mediante una mayor violencia y represión en el noroeste kurdo.
El 25 de agosto, cuatro ecologistas kurdos murieron en circunstancias sospechosas mientras intentaban extinguir un incendio forestal en la región de Mariwan, en Rojhilat. La causa exacta de sus muertes no está clara, pero el incendio había sido empezado por el lanzamiento de ataques de artillería de la Guardia Revolucionaria Iraní (IRGC, por sus siglas en inglés) contra posiciones de los Peshmerga (combatientes kurdos). Fuentes kurdas insisten en que los activistas eran sus verdaderos objetivos.
A este ataque le siguió, el 7 de septiembre, el asesinato por parte de la IRGC de tres miembros de KODAR (Sociedad Democrática y Libre del Kurdistán Oriental), cerca de la ciudad de Sine. Un día después de sus muertes, tres presos políticos kurdos fueron ejecutados en una cárcel al oeste de Teherán, un caso que atrajo cierta atención internacional por la flagrante injusticia que se dio en su juicio.
Los hombres fueron arrestados tras un ataque de la IRGC contra Komala, un partido comunista kurdo; la acusación oficial fue “librar la guerra contra dios”, pero nunca fueron acusados de nada más serio que su afiliación en Komala, y no se presentaron pruebas de homicidio intencionado (el umbral para imponer la pena de muerte bajo la legalidad internacional) durante el juicio. Uno de los hombres, Ramin Hossein Panahi, pasó 200 días en aislamiento antes de ser ejecutado, tiempo durante el cual se le extrajo una confesión, casi con seguridad mediante tortura. Los otros acusados, Zanyar y Luqman Muradi, fueron ejecutados posteriormente ese mismo día.
El 8 de septiembre también se dio otro importante incidente, ya que Irán lanzó varios misiles a través de la frontera con Irak contra la sede del Partido Democrático de Kurdistán en Irán (KDP-I, por sus siglas en inglés) mientras se celebraba una reunión del comité central del partido. Murieron cinco miembros del comité, lo que provocó que los partidos kurdos iraníes emitieran un llamamiento unificado a una huelga general nacional; esto a su vez llevó al arresto de cinco activistas kurdos por las fuerzas de seguridad. Éstos son sólo un puñado de los estallidos.
La violencia actual, aunque en parte provocada por las sanciones, tiene también un precedente más antiguo y complejo. Tras la Revolución Islámica de 1979, el ayatolá Jomeini declaró una yihad contra los kurdos, acusándoles de querer establecer su propio Estado. Desde entonces, los gobiernos iraníes han usado el fantasma del separatismo como pretexto para la supresión brutal de cualquier autodeterminación kurda. La violencia aplicada a los kurdos, la minoría más grande y ruidosa de Irán, también funciona como advertencia a otras facciones políticas: esto es lo que te espera si protestas.
Respecto a cómo se resolverá la cuestión kurda a largo plazo, Rezai ve tres posibles escenarios. El primero es una invasión militar estadounidense, que ha sido la obsesión de muchos en la élite de la política exterior norteamericana durante el último medio siglo. Entre otras cosas, es muy difícil imaginar qué pasaría con los kurdos en esta situación. “Habría caos -dice Rezai-. Nadie gana”.
Una consecuencia más probable es que las sanciones precipiten un giro histórico de Irán hacia Occidente, si Rouhani llega a ver las concesiones importantes a Estados Unidos como la única forma de mitigar la creciente crisis económica y evitar que el malestar vaya a mayores. Esto sería un desastre desde la perspectiva kurda, ya que funcionaría como una luz verde de Estados Unidos a un gobierno iraní envalentonado para aplastar toda disidencia. En este escenario, los kurdos no tendrían poder ni siquiera para forzar reformas modestas, ni oportunidad ninguna de forjar su propio territorio autónomo, y la mejora económica en el resto del país debilitaría la solidaridad entre ellos y otros grupos minoritarios, reduciendo la posibilidad de que arraigara una política revolucionaria más amplia. Así como es la peor de las posibles salidas para los kurdos, Rezai también piensa que es la más probable, dado el efecto nocivo que las sanciones ya están teniendo.
Sin embargo, si las condiciones estadounidenses para levantar las sanciones incluyen poner límites a la Guardia Revolucionaria (como probablemente ocurriría), o llevarles a juicio ante tribunales iraníes, es sumamente posible que la resistencia de la IRGC a las concesiones gubernamentales pudieran dar lugar a una guerra civil. En caso de una guerra de este tipo, los kurdos, que tienen miles de peshmergas, podrían utilizar la incertidumbre para forjar un territorio autogobernado. No está claro que ellos pudieran ser capaces de mantener tal territorio, pero Rojava y las circunstancias que rodearon su concepción ofrecen una lección de que el pueblo kurdo está preparado y tiene la voluntad de defenderse.
FUENTE: Douglas Gerrard / Red Pepper / Traducido para El Salto por Eduardo Pérez / Artículo publicado el 12 de diciembre de 2018