Tras sus campañas militares transfronterizas sobre territorio sirio de años anteriores, Turquía comenzó en 2018 a establecer en las zonas de dominio estructuras para una administración paralela, sentando las bases de un contrapoder al gobierno de Damasco. Entre agosto de 2016 y marzo de 2017, Ankara llevó a cabo una operación militar en el norte de Siria, denominada “Escudo del Éufrates”, que con el apoyo del denominado Ejército Libre de Siria (ELS), consiguió despejar una amplia región de combatientes del Estado Islámico (ISIS), cuyo centro de operaciones era la ciudad de Al Bab.
Al mismo tiempo, otro de los objetivos de la campaña era impedir que los cantones kurdos de Afrin, al oeste, y Kobane, al este, se unieran mediante un corredor en la zona, acabando con cualquier vestigio de las milicias kurdas Unidades de Protección Popular (YPG), que Ankara considera un grupo terrorista.
A pesar de las protestas del gobierno de Damasco, el ejército turco se hizo con el control de un territorio de forma triangular con una superficie de unos dos mil kilómetros cuadrados, cuyos vértices serían las localidades norteñas de Azaz y Jarablus, en la frontera con Turquía, y Al Bab como punto sur.
En enero de 2018, el ejército turco, junto con el ELS, llevaron a cabo una nueva operación, bautizada como “Rama de Olivo”, esta vez contra la provincia noroccidental de Afrin y cuyo resultado fue acabar con la resistencia de las YPG, dejando bajo dominio de Turquía una amplia franja del norte de Siria, desde su extremo occidental hasta el río Éufrates.
Ankara siempre justificó ambas misiones como una forma de acabar con la amenaza terrorista que se extendía a lo largo de su frontera, sin embargo una vez finalizadas tanto “Escudo del Éufrates” como “Rama de Olivo”, lejos de retirar sus tropas o establecer un calendario para su repatriación, comenzó una segunda fase que consistió en establecer las bases de una administración paralela.
A finales de marzo de 2017, medios turcos informaron que, “tras la liberación de las ciudades controladas por el Estado Islámico”, unidades de la policía turca comenzaron la capacitación de “2.500 sirios y distribuyeron vehículos blindados”, llegando a alcanzar poco tiempo después la cifra de cinco mil, para que se hicieran cargo de tareas policiales.
Al tiempo, un equipo del Ministerio de Justicia turco comenzó a formar a un pequeño grupo de juristas para crear un sistema disciplinario y de tribunales “en las ciudades y pueblos liberados”, a lo que siguió un plan para la construcción de escuelas, mezquitas, viviendas, hospitales y centros de salud, en el que se implicaron el Ministerio de Educación turco y la Administración para el Desarrollo de la Vivienda.
El mismo patrón se repitió en abril de 2018, una vez completada la campaña contra Afrin, aunque en este caso la primera medida de Turquía fue la creación de un consejo de gobierno interino, con el apoyo de la Coalición Nacional para las Fuerzas de Oposición y Revolución Sirias, también conocida como Coalición Nacional Siria, abiertamente opuesta al gobierno del presidente Bashar Al Assad.
Un mes después, el gobierno turco anunció la apertura de la Universidad de Harran, en la ciudad de Al Bab, convirtiéndose en la cuarta establecida sobre el territorio sirio tras la Universidad Internacional de Damasco en Azaz, la Universidad Libre de Alepo y la Academia de Ciencias Islámicas y Lenguas Árabes Basaksehir, también en Al Bab.
Según explicó el analista independiente Fehim Tastekin, Turquía está asignando veladamente funcionarios a las áreas ocupadas para crear una administración paralela con el apoyo de diversos ministerios e instituciones turcas, y que en el caso de las escuelas ya acogen a 200 mil estudiantes.
Ankara comenzó a ampliar el espectro de esta invasión silenciosa con la apertura, en varias ciudades, del servicio postal de Turquía, al tiempo que la Oficina de Asuntos Religiosos de Turquía nombraba al mufti de Al Bab, y se avanzaban los planes para establecer en esta ciudad una zona industrial y una central eléctrica.
En agosto se estableció una planta de distribución de bombonas de gas para uso doméstico, para lo cual se contó con los servicios de una empresa turca, y pocos días después, a principios de septiembre, se inauguró el Palacio de Justicia y un centro penitenciario, financiados ambos por Ankara, que igualmente pagará los sueldos al personal y los jueces, encargándose de seleccionar a estos.
Más recientemente, la Dirección Nacional de Educación de la provincia turca de Kilis estableció centros de capacitación profesional en cuatro ciudades, con cursos que van desde peluquería, diseño gráfico, costura, electricidad y electrónica, hasta manejo y mantenimiento de maquinaria pesada.
Por último, en diciembre el Ministerio de Sanidad de Turquía abrió un nuevo centro de salud en la ciudad de Raju, en Afrin, donde se prestarán servicios gratuitos de medicina interna, odontología, pediatría y que contará con un laboratorio de análisis de sangre y una farmacia.
Esta lista de actuaciones y servicios abiertos por el Estado turco en territorio sirio no es exhaustiva, cada semana los medios progubernamentales ofrecen alguna información sobre nuevas intervenciones de “ayuda a la población local”, en edificios construidos, restaurados e inaugurados por enviados de Ankara y donde ondean banderas de Turquía.
La pregunta más evidente es ¿qué sucederá con todas estas instituciones y operaciones cuando el área vuelva al control del gobierno sirio? Parece claro que un país extranjero no puede mantener una administración paralela a la del Estado soberano.
Ahora bien, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, está utilizando su creciente influencia, ganada durante el proceso de Astaná, para extender el control sobre el norte de Siria, y para ello estableció también una docena de bases militares, cuyo destino futuro habrá que ver.
Algunos analistas sostienen, a partir de declaraciones realizadas por el propio Erdogan, que Ankara pretende convertir al ELS en el futuro ejército de una Siria sin el presidente Bashar Al Assad, lo que significaría unas fuerzas armadas dominadas por la fracción suní, además de antikurdas y antichiís, eliminando la actual influencia de Irán.
FUENTE: Antonio Cuesta / Prensa Latina