Leyla Güven es una parlamentaria kurda, electa por el HDP (Partido Democrático de los Pueblos) en las últimas elecciones legislativas.
Actualmente se encuentra presa ilegalmente en la prisión de Amed (Diyarbakir).
Leyla ya había estado encarcelada durante cuatro años cuando era alcaldesa de Viranseir: una “más” entre los cientos de alcaldes, dirigentes, activistas, militantes y diputados del HDP detenidos sin fecha ni juicios, de acuerdo a los cambiantes intereses del todopoderoso presidente islamista turco Recep Tayyip Erdogan.
Leyla Güven es una mujer con mucha determinación y siempre en primera línea contra las injusticias. El pasado 8 de noviembre comenzó una huelga de hambre indefinida.
Su reclamo no es exactamente personal: Leyla pide que se levante el régimen de aislamiento total impuesto al líder de su pueblo, Abdullah Öcalan, encerrado en la cárcel-isla de Imrali desde el 15 de febrerode 1999.
Öcalan tiene canceladas las visitas familiares desde septiembre de 2016, y sus abogados no lo han visto desde el 2015. Nadie sabe de su estado de salud.
Leyla Güven ha subrayado, motivando su huelga de hambre, que el aislamiento impuesto a Öcalan es también una condena al aislamiento para todo el pueblo kurdo, no solo a los que viven en Turquía sino también para los que habitan en Iraq, Irán, Siria o en la lejana diáspora, o sea casi 40 millones de personas.
La biografía de Leyla es la de una mujer kurda bastante normal
Seguramente Leyla Güven, con sus 54 años, tendría muchas razones para declararse en huelga de hambre, pero decidió escoger solo una. Su historia personal habla de la constante negación a la que se ve sometida junto a su pueblo por razones de extrañas y cínicas geopolíticas.
Leyla es madre de dos hijos, la casaron con apenas 16 años con un pariente, en un matrimonio acordado. Con 30 años decidió liberarse de ataduras, se divorció y rechazó el papel que le habían asignado las tradiciones, ser mamá y ama de casa. Leyla buscó medios para mantenerse y criar a sus hijos por su cuenta.
Su historia hasta aquí no es muy diferente de la de muchas mujeres kurdas a finales de los años 1970.
La diferencia, para Leyla -como por muchas mujeres kurdas-, comenzó por la resistencia en las cárceles de Amed (Diyarbakir), después del duro golpe fascista del 12 de septiembre de 1980.
La diferencia comenzó con la lucha del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), encabezado precisamente por Abdullah Öcalan.
Una lucha eminentemente política hasta que, en 1984, se dio inicio a la lucha armada. En las bases programáticas del PKK, la lucha por la liberación de las mujeres siempre ocupó un papel central y especial. Para Öcalan, era condición imprescindible para cualquier proceso de liberación y cambio radical entre los kurdos, y también más en general para los pueblos de Oriente Medio. Hoy la práctica de esa filosofía se ve en Rojava y en las zonas liberadas del Norte de Siria.
Leyla vivió desde joven la situación de su pueblo en Konya (en el corazón de Anatolia), en donde le tocó nacer. Las familias kurdas estaban obligadas a desplazarse de su tierra natal por la guerra, después de que el Ejército turco arrasara sus casas y su tierra.
En Konya, los kurdos tenían que asumir los peores trabajos y, sobre todo, tenían prohibido hablar en su lengua. Tenían que rechazar su identidad no ya para poder tener una vida digna, sino solo para poder conseguir trabajos precarios y mal pagados.
Sabiha Temizkan, hija de Leyla, recuerda que su madre no podía quedarse callada frente a toda esa injusticia. Y no se calló.
Cuando sus hijos ya estaban crecidos, Leyla decidió dedicarse plenamente a la política y a su pueblo.
En 1994, abrió en Konya la oficina del HADEP, como entonces se llamaba el partido que defendía a los kurdos, y Leyla fue elegida alcaldesa en dos oportunidades.
Fue precisamente cuando era alcaldesa de Viranseir que conocí a Leyla y tuve el privilegio de trabajar junto a ella.
Era un torbellino de ideas, no paraba de fomentar iniciativas, especialmente para que las mujeres pudiesen desarrollar su creatividad y romper el papel al que una sociedad tradicional las condenaba.
Durante esos pocos meses como alcaldesa, antes de ser detenida, impulsó numerosos proyectos, y muy especialmente apoyó un movimiento de auto-construcción de viviendas mediante un sistema de cooperativa, y con un enorme respeto ecológico del medio ambiente.
A Leyla la detuvieron junto a docenas de alcaldes, defensores de derechos humanos y dirigentes del DTP (hijo del ilegalizado HADEP), el 24 de diciembre de 2009.
¿Cómo olvidar las imágenes de los alcaldes, representantes legítimos del pueblo, esposados en una fila interminable a la entrada de la cárcel?
Aquel día Erdogan, que era entonces Primer Ministro, dejó muy claro que la democracia no tenía cabida en su mundo, ni formaba parte desus intereses.
Leyla, igual que sus compañeras y compañeros, siguió luchando en las cárceles, hasta que en el 2014 fue liberada y se reincorporó a su trabajo en la calle.
Apenas un año más tarde, fue electa diputada, y se trasladó a Cizre, que vivía entonces bajo un toque de queda que duró meses: el Ejército de Erdogan arrasaba literalmente zonas enteras de la ciudad, mientras una gran parte de eso que llaman la comunidad internacional guardaba un silencio cómplice.
Pero Leyla no es mujer de silencios sino todo lo contrario, así que no dudó en acudir a ayudar a la población civil atrapada bajo las bombas.
Quizás por todo esto la decisión de Leyla de declararse en huelga de hambre a muerte, arriesgando su vida, no puede resultar extraña.
Pero duele. Como duelen de nuevo los silencios internacionales que circundan su protesta.
Duelen porque no es la acción de una mujer desesperada sino todo lo contrario. Es la acción de una mujer con la cabeza erguida, consciente de sus derechos, de los derechos de su pueblo y de todos los pueblos del mundo.
Leyla lleva ya 33 días en huelga de hambre cuando escribo. Es el 11 de diciembre.
Su salud ya está afectada.
Numerosos kurdos y kurdas en todo el mundo están también en huelga de hambre en solidaridad con su diputada.
Como dice la canción de Pink Floyd: “¿Hay alguien allí afuera?”.
Es el momento de levantar la voz para evitar que la situación de Leyla se vuelva irreversible.
Leyla, que ama y defiende la vida y la libertad.
FUENTE: Órsola Casagrande / Rebelión