La represión, las purgas y la crisis económica han provocado que un número creciente de jóvenes profesionales turcos haga las maletas, mientras aquellos universitarios que pueden permitírselo se plantean culminar los estudios en el extranjero ante la falta de expectativas en su país. Una fuga de cerebros que ha comenzado a alertar al propio gobierno dirigido por Recep Tayyip Erdogan. “Por desgracia, esta fuga de cerebros hace que perdamos a personas que hemos formado durante años”, reconoció recientemente el titular de Industria y Tecnología, Mustafa Varank: “Así que junto a Tübitak (el Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Turquía) estamos preparando un plan de acción para recuperar esos recursos humanos, además de invitar a nuestro país a investigadores de todos los rincones del mundo”.
Las declaraciones del ministro llegaron a raíz de la publicación de unos datos de la agencia de estadística según los cuales 253.640 personas emigraron de Turquía en 2017 “por razones económicas, políticas, sociales y culturales”, un incremento del 42,5% respecto al año anterior. De ellos, el 70% tiene menos de 40 años y la mayoría procede de las grandes ciudades del oeste de Turquía, es decir, son jóvenes urbanos de las zonas más desarrolladas del país. Las cifras son oficiales y no incluyen a quienes se han marchado solo a estudiar, sin dar de baja su residencia. Ni a quienes han utilizado vías ilegales. “Conozco personalmente algunos casos”, explica Mehmet, estudiante de uno de los centros más prestigiosos del país: “Compañeros que por sufrir persecución política han escapado cruzando el río Evros (fronterizo con Grecia) en botes, como los refugiados sirios que huyen de la guerra en su país”.
Peticiones de asilo
Por otro lado, desde el intento de golpe de Estado de 2016, los países de la Unión Europea (UE) han registrado 30.000 peticiones de asilo de ciudadanos turcos. Alemania ha tramitado más de la mitad. Entre las solicitudes había 277 diplomáticos y 771 turcos con pasaporte de servicio (es decir, de funcionarios que trabajan en el exterior), muchos acusados de ser miembros de la cofradía islamista del predicador Fetulá Gülen ─que según Ankara está detrás del fallido golpe de Estado─, pero que durante años han ejercido importantes cargos en la administración de Turquía. Históricamente, los turcos han emigrado a Europa y Estados Unidos.
“No solo son los que se han ido, es que casi todos mis alumnos más destacados piensan en irse. Me dicen que están hartos”, explica un profesor extranjero que imparte clase en una universidad de Estambul: “Antes apenas me preguntaban, ahora me hacen continuamente cuestiones sobre las becas Erasmus o por la posibilidad de hacer prácticas en el extranjero con la intención de quedarse después”. Mehmet, que ha pedido ocultar su nombre real por miedo a represalias, cursa dos carreras: Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. “Mi objetivo es hacer carrera en la academia, pero para ello es necesario estar en un sitio en el que pueda expresarme libremente”, sostiene. El año pasado, en su primera salida al extranjero, Mehmet estuvo de Erasmus en Madrid y pudo viajar por Europa: “Me di cuenta de lo que es disfrutar de libertades políticas reales”. De vuelta a Turquía, en cambio, el joven ha notado cómo la presente situación del país afecta a la enseñanza: “Varios de mis profesores turcos han sido purgados y los extranjeros se marchan”, asegura.
No es solo por el miedo a represalias, sino porque la situación económica va a peor. “Cuando llegué a Estambul, cobraba el equivalente a unos 1.500 euros”, relata el profesor extranjero. Siete años después, y pese a que su salario en términos absolutos casi se ha doblado, la devaluación de la lira hace que ahora gane apenas 700 euros mensuales. Una situación que hace muy difícil convencer a los académicos del exterior de que fichen por centros turcos.
Çagla, una recién licenciada que también pide ocultar su verdadera identidad, lo tenía todo preparado para marcharse. La Universidad Autónoma de Barcelona la había aceptado en un máster. “No puedo obtener una educación de calidad aquí en Turquía, porque los mejores docentes han sido expulsados y el gobierno (islamista) impone sus ideas en la universidad. La educación ya no es científica”, explica. “Además, quiero vivir sin tener que pensar en qué me voy a poner cuando salgo de casa, ni en que si visto una minifalda me pueden decir algo o atacar”. Sin embargo, la crisis económica de este verano -provocada por el desplome de la lira turca a causa del enfrentamiento entre el presidente estadounidense Donald Trump y Erdogan por la detención en Turquía de un pastor protestante norteamericano-, le ha obligado a posponer sus planes. “Cuando pedí plaza, el euro se cambiaba a cuatro liras, ahora a siete, así que no me lo puedo permitir. El año que viene volveré a intentarlo, según esté la economía y la situación política”.
Como a Çagla, la devaluación de la moneda ha afectado a otras familias de clase media. La propietaria de una empresa que envía a ciudadanos turcos a estudiar al extranjero también ha notado un descenso en el número de clientes, que había repuntado tras el intento de golpe de Estado de 2016: “Ya solo consigo nuevos clientes entre las familias más ricas”. Una empleada de otra compañía del mismo sector confirma que los ciudadanos de clase más alta y con ideas laicas hace tiempo que envían a sus hijos a instruirse en el extranjero. Pero no solo a los universitarios, sino también a los alumnos de secundaria e incluso primaria.
Tensión social
La situación contrasta con lo ocurrido hace una década. Las buenas perspectivas del país euroasiático unido a las crisis en las economías más desarrolladas, hicieron entonces que Turquía, con 80 millones de habitantes, lograse atraer a mentes brillantes. Pero los sueños de toda una generación se desvanecieron a partir de la represión de las protestas del Parque Gezi en 2013, cuando cientos de jóvenes ocuparon esta plaza pública de Estambul para manifestarse contra el gobierno de Erdogan. Y la fuga de cerebros se ha acentuado a medida que el Ejecutivo turco se ha hecho más autoritario.
El líder islamista, que dirige el país desde 2002, volvió a validar su poder en las elecciones presidenciales y legislativas del pasado junio. “Los jóvenes se van porque sienten que en Turquía no se respeta la meritocracia. Porque les afecta la polarización política y la tensión social que hay en el país y porque no confían en la justicia”, opina el profesor Murat Erdogan en entrevista con el diario Birgün: “Y esto está debilitando las capacidades de Turquía”.
No es que los turcos se marchen para no volver. Muchos piensan en regresar aunque, apuntan, “solo cuando las circunstancias cambien”. “En Turquía hay mucha gente dispuesta a hacer cosas buenas por el país”, afirma otro turco que, en breve, emigrará a Alemania, “pero no se les deja”.
FUENTE: Andrés Mourenza / El País