Una presa, que está a punto de ser terminada en el sureste de Turquía, pronto desplazará a los residentes de su antiguo asentamiento, pero muchos de ellos no tendrán derecho a reubicación y no se les ha facilitado un lugar a donde ir.
Merut Tekin proviene de una larga familia de comerciantes del sureste de Turquía. Según todos recuerdan, su familia tiene tiendas desde siempre en Hasankeyf, un antiguo puesto comercial de la Ruta de la Seda a orillas del río Tigris.
Las cuevas neolíticas bordean los acantilados circundantes, encima de los cuales se levanta una ciudadela romana sobre los primeros minaretes otomanos. Desde su tienda, Tekin puede observar una buena parte de la historia de la humanidad en un rápido vistazo, pero es probable que sea el último de sus parientes en disfrutar de tal vista.
A pocos kilómetros río abajo, la construcción de la presa de Ilisu está casi terminada y esta parte del valle del río Tigris pronto se convertirá en un embalse, inundando Hasankeyf en el proceso. El proyecto lleva décadas en marcha -del que los bancos europeos retiraron la financiación- y, a pesar de las protestas locales e internacionales, los acontecimientos recientes sugieren que los niveles de agua comenzarán a subir este verano, aunque todavía no se ha anunciado una fecha en firme.
“Desde que nací, he estado bajo estrés debido a la presa”, declara Tekin, 38 años, a DW. “Siempre ha habido el rumor de que el proyecto estaría terminado este año, o que el proyecto estará terminado el año que viene”.
“La analogía que uso es ésta: es como tener una sentencia de muerte y estar parado en una silla con una cuerda alrededor de tu cuello, pero la silla no es pateada, ni se quita la cuerda”, continúa. “Te quedas ahí parado, esperando, y eso es horrible”.
Ahora parece que la espera está llegando a su fin, ya que la última turbina, de 1.200 megavatios, se instalará en la presa esta primavera. Para prepararse, la Dirección General de Obras Hidráulicas Estatales (DSI) de Turquía emitió avisos de desalojo en febrero a los comerciantes de Hasankeyf, ordenándoles que cerraran el negocio y se trasladaran al nuevo Hasankeyf que se estaba construyendo al otro lado del río, en terrenos más altos.
El aviso fue recibido con protestas. Los comerciantes se quejaron de que la nueva ciudad aún no estaba terminada y que no podrían hacer negocio fuera de los sitios históricos, donde durante mucho tiempo se han ganado la vida vendiendo souvenirs a los turistas que pasan por allí.
Sin embargo, mientras Tekin reflexiona sobre el patrimonio y los negocios que se están perdiendo, su mente está preocupada por la realidad que se avecina; a él, junto con otros habitantes locales, no se le permitirá mudarse al nuevo Hasankeyf debido a las restricciones de las leyes turcas en materia de reubicación e indemnización.
No hay sitio para solteros
El Estado ha construido 710 unidades de viviendas en el nuevo Hasankeyf y las está asignando sólo a familias registradas como residentes de Hasankeyf. Aunque Tekin nació y creció en Hasankeyf, es soltero, por lo que no es elegible para comprar una vivienda ni una propiedad comercial en la nueva ciudad. A los comerciantes que alquilan tiendas en Hasankeyf pero viven en pueblos adyacentes también se les negará la propiedad y la asistencia del Estado.
Tekin hace caso omiso de su situación, culpando a la presa Ilisu de su condición de soltero, al señalar que el inminente proyecto impulsó a los residentes de Hasankeyf a mudarse a lo largo de las décadas, lo que redujo la población de la ciudad de 10.000 a unos 2.000 residentes durante todo el año.
“Cuando queremos casarnos no podemos porque la población está disminuyendo… y luego dicen: ‘No están casados, así que no les daremos otra casa’”, dice Tekin.
Las primeras propuestas para la presa de Ilisu se introdujeron en los años 50. Desde entonces, la perspectiva de que un embalse inundara la zona ha desviado las inversiones de Hasankeyf, informa John Crofoot, un estadounidense que ha vivido temporalmente en Hasankeyf durante seis años y es cofundador de “Hasankeyf Matters”, quien trata de dar a conocer la aldea.
“La gente de Hasankeyf ha hecho un gran servicio al mundo, en mi opinión, manteniendo esto como un sitio vivo del patrimonio cultural, y lo han hecho a un gran coste”, declara Crofoot. “Han perdido muchas oportunidades económicas al quedarse en Hasankeyf”.
Demolición y construcción en curso
A lo largo de los años, Crofoot ha documentado desarrollos en Hasankeyf. Dice que los últimos meses han sido los más difíciles para los residentes locales. Los equipos de trabajo han estado volando acantilados de piedra caliza salpicados de cuevas de 10.000 años de antigüedad para rellenar valles que antes funcionaban como atracciones turísticas con el fin de liberar el área de rocas sueltas, potencialmente peligrosas, que podrían colapsar cuando suban los niveles de agua.
El Estado afirma que no se está usando dinamita en el proceso, pero los residentes informaron a DW que a menudo escuchaban explosiones procedentes de las áreas de trabajo. También se están llevando a cabo grandes proyectos de movimiento de tierras en Hasankeyf, uno de los cuales está destinado a reforzar un acantilado rematado por una ciudadela romana, ya que permanecerá por encima de la línea de agua proyectada del embalse.
Los residentes de Hasankeyf entrevistados por DW informaron que los planes de demolición nunca han sido compartidos públicamente, y que no se han realizado estudios independientes de impacto ambiental. Tales afirmaciones fueron refutadas por Alexander Schwab, vicepresidente senior de Andritz Hydro, la compañía con sede en Viena que supervisa la construcción de la presa de Ilisu.
Schwab dijo que cada casa en la zona ha sido rastreada por medio de vigilancia aérea y luego visitada por consultores que informaron a los habitantes sobre los planes de construcción.
“Hemos puesto mucho esfuerzo en la discusión y en la contribución por nuestra parte para tener todos los efectos positivos y negativos bajo control”, ha dicho Schwab a DW. “Si no hubiéramos creído que el proyecto es bueno, no lo habríamos hecho”.
Ulrich Eichelmann, CEO de Riverwatch en Viena, no está de acuerdo.
“Si destruyes todo esto, no eres mejor que los talibanes en Bamiyán, donde destruyeron las estatuas de Buda hace unos años”, afirma Eichelmann. “Es un acto de idiotez similar. Es una locura”.
FUENTE: Diego Cupolo / DW (http://www.dw.com) / Fecha original de publicación: 10 de abril de 2018 / Traducido por Rojava Azadi